(Publicado en Los Tiempos el domingo 5 de marzo de 2023)
Disparan desde la sombra, se enmascaran detrás de un nombre falso, son cobardes por naturaleza, nunca dan la cara. Insultan, difaman y amenazan desde su mediocre escritorio de funcionarios públicos o algún “búnker” subterráneo.
Hace tiempo que quiero escribir sobre estos mercenarios del MAS, y he ido acumulando perfiles de Twitter que usan para esconderse mejor. Hay algunos perseverantes que me siguen (insultando) desde hace años, otros más espontáneos, sin historia.
La noticia de que Meta (compañía matriz de Facebook e Instagram) detectó más de 5 mil cuentas falsas de “guerreros digitales” del gobierno boliviano y las canceló, me dejó de alguna manera triste, porque a veces colecciono los insultos como quien colecciona tarjetas postales. Tendré que conformarme con los insultos tuiteros, los más fieles. Lo grave del informe de Meta difundido a fines de febrero es que el régimen del MAS gastó más de un millón de dólares en pagar publicidad para promover esas cuentas falsas (y falaces), además de los sueldos y los equipos de informática de los oscuros habitantes del “búnker”. Todo eso con nuestros impuestos: menuda manga de oportunistas y bribones sin oficio.
Antes decíamos “el papel aguanta todo”, para significar que lo que está escrito sobre una hoja de papel no vale mucho. Los programas de gobierno, las promesas electorales o las propias leyes, que se ven muy bien sobre el papel, con frecuencia no valen ni la tinta con que se escriben o se imprimen. Eso se ha multiplicado al infinito con el uso y abuso de las plataformas virtuales, mal llamadas “redes sociales”, pues ni son redes ni son sociales.
Plataformas como Facebook o Twitter permiten que cualquier sicario digital pueda crear una cuenta con seudónimo para lanzar bosta con ventilador. Hay loquitos o inmaduros que lo hacen por deporte, pero en el “proceso de cambio” de Bolivia esta es una estrategia bien organizada, que le cuesta el erario (es decir a todos nosotros) muchos millones.
Para esconderse los sicarios se inventan nombres. En Twitter, algunos usan el nombre y la foto de algún personaje famoso, como “Albert Camus”, el escritor francés, o el “Che Guevara”. Otros prefieren un seudónimo común, de los que hay miles, como “Roberto Fernández”, “Manuel Rodríguez” o “Ricardo Pérez”, otros q’ewas usan nombres como “Llamero”, “Hawas Pankarita” o “Ama Llulla”, para reivindicarse como autóctonos. Finalmente están los creativos: “Biométrico”, “Urraca parlante recargado”, “Guerreros samurái”, “Golpista podrido”, etc.
La manera de detectar las cuentas falsas de los guerreros digitales es muy sencilla. Los datos están en los propios perfiles que publican. Doy como ejemplo las cuentas de Twitter:
1. Los perfiles de los guerreros digitales tienen pocos seguidores, pero muchos tuits. Es normal que tengan menos de 100 seguidores y más de mil tuits. Probablemente les pagan por cada tuit, con nuestro propio dinero.
2. Si uno se fija en el perfil, junto al
nombre que aparece, siempre hay una cuenta que a todas luces es falsa. Por
ejemplo “@camusalberto45678”, “@9682VFidel”, “@Roberto33333”, “Fernand6525696”
“@elciudadano54”, “@Jorge8372927” o cualquier otro número aleatorio que indica
la cobardía de ocultar al autor verdadero.
3. Todos los perfiles falsos omiten la foto de
identificación. Unos ponen paisajes, otros colocan símbolos como la wiphala,
otros ponen fotos de algún personaje.
4. El contenido de los tuits es reactivo: ataque
y difamación de las voces críticas, usando con frecuencia palabras soeces y
calumnias, pero nunca argumentos, porque no los tienen.
Me ha tocado encontrar perfiles de sicarios digitales sin ningún seguidor, como si la cuenta se hubiera creado solo para responder a uno de mis trinos. Los “guerreros digitales”, mediocres asalariados del Estado, me han dicho de todo un poco en sus tuits. Desde amenazas de muerte hasta insultos como “agente de la CIA”, “lacayo de la Embajada gringa” (donde nunca he estado) o “narcotraficante”, pasando por epítetos que ellos creen ofensivos como “viejo”, “decrépito”, “anciano moribundo” y otros que revelan su mentalidad discriminadora. Alguna vez, impotente y frustrado, uno de ellos escribió: “muérete de una vez”.
Lo peor que uno puede hacer es darles cuerda a esos cobardes. Nunca respondo a los guerreros digitales ni a los sirvientes del MAS (aunque firmen con su nombre verdadero) y eso los enfurece aún más, pues empiezan a gritar poniendo en mayúsculas todas las palabras de sus tuits.
Para vengarse, han clonado mis cuentas varias veces, o las han hecho suspender durante algunos días o semanas. Nada de eso les ha servido.
El anonimato es una condición que los desnuda. No sabemos su identidad real, pero sabemos una cosa importante: son cobardes y les pagan para insultar a otros, sin argumentos, sin razonamiento, solo improperios. Uno siempre tiene una ventaja moral sobre ellos cuando usa su verdadero nombre y foto de perfil. Contra esa contundencia de opinión, están desarmados.
Hay maneras de rastrear a los propietarios reales de esos perfiles, pero me da flojera hacerlo. Para abrir una cuenta han puesto una dirección de correo electrónico o un número de teléfono celular. Por mucho que la cuenta de correo sea también falsa, la persona que la abrió puso un número de teléfono real, que permite a los expertos en informática rastrear hacia atrás el origen de cada cuenta falsa. Pero, qué pereza dedicarse a eso. No vale la pena perder el tiempo. Que sigan chillando y recibiendo puntuales pagos, mientras nosotros seguiremos ofreciendo nuestra opinión sin escondernos
Hace algún tiempo circuló en las redes un video donde un guerrero digital del MAS, muy orgulloso de su condición, muestra las instalaciones que les ha brindado el gobierno para hacer su sucio trabajo. En el video se ve una veintena de computadoras flamantes, y aplicados mercenarios y guerreras digitales haciendo lo único que saben hacer en la vida: mentir. Me pregunto si al menos uno de cada diez siente algún cargo de conciencia o dilema ético.
Los sicarios digitales son bastante ignorantes de la historia de nuestro país, por eso se permiten publicar las estupideces que escriben con pésima ortografía y sintaxis. No saben lo que es la dictadura ni la democracia, en su pobre vida nunca han luchado contra regímenes autoritarios, ni han conocido la represión o el exilio, pero se permiten insultar a quienes sí hemos estado exiliados y perseguidos por regímenes autoritarios, sean dictaduras militares o autocracias civiles como la de Evo Morales.
Finalmente, me dan pena los empleados públicos a quienes se les obliga a ensalzar a sus jefes en las cuentas de Facebook o Twitter, y denigrar a quienes critican al MAS. Estos funcionarios son además obligados a dar “aportes” de sus salarios para sostener a los ociosos dirigentes masistas, y asistir a las marchas del gobierno como relleno. Sus jefes les pasan verbalmente y a veces por escrito las consignas que tienen que repetir, como piezas del mecanismo de avasallamiento del Estado. Todos conocemos a gente que trabaja en los ministerios y nos puede contar cómo los humillan con estas obligaciones de las que dependen sus salarios y su puesto de trabajo.