Durante muchos años Bolivia ha enviado películas a los Premios Goya de España sin que hayan sido tomadas en cuenta. También ha enviado al Oscar, a los Premios José María Forqué y a los Premios Platino. Casi siempre sin posibilidades de ganar.
Hay varios factores que explican la marginación de Bolivia, y no tienen que ver con la calidad de las películas, que a veces han sido mejores que las seleccionadas y premiadas de otros países. Uno de esos factores es que los jurados ni siquiera miran las películas bolivianas, pues entre tantas propuestas cinematográficas, suponen que las de Bolivia no valen la pena. Para decirlo de otra manera: Bolivia sigue siendo considerada una pinche cinematografía de cuarta, mientras que Brasil, Chile, México, Colombia o Argentina, e incluso Ecuador y Guatemala, hace años que ya están en la mira.
Las políticas nacionales de promoción del cine en esos países (y la ausencia de las mismas en el nuestro) explica también la maltrecha condición de Bolivia a la hora de concursar en las grandes ligas. Las películas bolivianas suelen obtener premios en festivales poco conocidos, pero pocas veces en los más emblemáticos, donde tendrían que medirse con grandes obras del cine internacional.
Sin embargo, esta vez un premio Goya ha venido a casa, por lo menos a casa de Daniela Cajías, jefe de fotografía que hace su carrera en España luego de haber estudiado cine en San Antonio de los Baños, en Cuba, donde aprendió a iluminar, según su testimonio. Ganar el premio de Dirección de Fotografía en un certamen tan importante (el equivalente español del Oscar o del Cesar francés), no es poca cosa. Y mayor orgullo aún que sea la primera mujer que obtiene el galardón en los 35 años de existencia de los Goya.
Hasta los jerarcas del MAS la felicitaron, como si hubieran contribuido en algo. Nos enorgullece Daniela, aunque lo cierto es que tuvo que irse de este país para lograr sus objetivos. Ahora todos nos sentimos premiados por su esfuerzo, en este ambiente opresivo y retrógrado, donde nadie es profeta en su tierra. Los bolivianos que han destacado, es porque pudieron hacer una carrera internacional. Todos hinchamos el pecho por Daniela Cajías cuando se anunció que había ganado. Todos celebramos, incluso el ex presidente Morales y su actual delfín, a quienes la educación les importa un pepino.
Más aún, la película en la que trabajó Daniela, “Las niñas” de la zaragozana Pilar Palomero, se alzó también con el Goya a la Mejor Película, el Goya a la Mejor Dirección Novel, el Goya al Mejor Guion Original y fue nominada en tres categorías más. Fue la gran triunfadora de la noche.
Como jurado de los Premios José María Forqué tuve la fortuna de visionar las cinco películas nominadas al premio de Mejor Película, mucho antes de los Goya, y otras nominadas en otras categorías. Desde hace meses ya tengo una opinión formada sobre “Adú” de Salvador Calvo, “Ane” de David Pérez Sañudo, “La boda de Rosa” de Iciar Bollain (que dirigió en Bolivia “También la lluvia” sobre la guerra del agua), y “Sentimental” de Cesc Gay.
“Las niñas” es un drama narrado de manera sencilla, nada espectacular, más bien intimista: el paso de la niñez a la adolescencia en las mujeres (de)formadas en un colegio de monjas en la España de la década de 1990, que corresponde a la generación de la realizadora del filme. La virtud que tiene es mostrar desde adentro, desde la mirada de las niñas, esa etapa llena de dudas e incertidumbres, y es ahí donde la fotografía de Daniela Cajías es eficaz y tiene un papel importante: logra acercarse a los personajes sin intimidarlos, haciendo casi invisible la cámara en mano que se adapta a las situaciones y a los movimientos de los personajes, para dejarles mayor libertad de interpretación y subrayar el tono testimonial. Las adolescentes descubren que sus senos crecen, fuman a escondidas, juegan con condones, disputan protagonismos efímeros, y ejercitan la irreverencia como pasaporte para perder la inocencia en una sociedad de moral reprimida, sin oxígeno, marcada por la burda intolerancia religiosa. En lugar de que las jóvenes actrices se acomoden a la rigidez de la iluminación y de la fotografía, la cámara se adapta a las necesidades expresivas de ellas.
Ane, de David Pérez Zañudo |
En “Ane” de David Pérez Sañudo, el eje es la contradicción y la paradoja, un tránsito sin buen puerto de llegada, sin ancla de salvación. Ane es una joven de 17 años, hija de una esforzada madre separada, que lucha por la sobrevivencia de ambas sin saber lo que Ane oculta: la joven está metida, por idealismo, por rebeldía y por amor, en una célula de ETA en país vasco, que prepara atentados contra una empresa privada que construye la vía para el TAVE, tren de alta velocidad que expropiará las casas de familias de bajos recursos. La madre trabaja en esa empresa, sobrevive con lo que allí le pagan, y mantiene con ello a esa hija que desaparece por largas temporadas y atenta contra el trabajo de su madre. El drama no es el de la hija irresponsable, sino el de la madre que tiene que sacar fuerzas para conservar a su hija con amor y conservar la cordura y la fuente de empleo.
La boda de Rosa, de Iciar Bollain
Otra película realizada por una mujer y sobre mujeres es “La boda de Rosa”, que en tono de comedia ayuda a reflexionar sobre el papel de la mujer en el seno de una familia que le exige mucho y le da muy poco. Costurera en un estudio de cine y televisión donde es explotada, Rosa cuida los hijos de un hermano, riega las plantas de los vecinos y siente el desprecio de una hija que se ha alejado geográfica y emocionalmente. En la mitad de su vida toma una decisión hermosa: casarse en una playa de Benicasem… consigo misma, es decir, hacerse un juramento de por vida que significa adquirir su libertad y mandar a todos al cuerno. Y no le va mal, porque recupera con su jugada excéntrica el respeto y cariño de los suyos.
“Sentimental” es una comedia muy divertida, pero que debió quedarse como la obra de teatro que era inicialmente. Figura en la lista del Goya por su actor estrella, Javier Cámara, pero no está a la altura de las otras. Julio (profesor de música frustrado) y su esposa Ana invitan a cenar a Laura (sicóloga) y Salvador (bombero), sus vecinos del piso superior que suelen explayarse ruidosamente cuando tienen sexo individual o grupal. Es en torno al sexo y todas sus variantes que tiene lugar una conversación con diálogos sarcásticos muy incisivos y de agresividad contenida, que sacan a la luz los problemas de la pareja a un punto sin retorno.
Mi favorita es “Adú”, la epopeya de dos niños africanos en su arriesgado trayecto de salvación a Europa, a través de Senegal, Mauritania y Marruecos, luego de que su madre ha sido asesinada por traficantes de marfil en Camerún. Es un filme ambicioso, con interpretaciones formidables que le añaden fuerza testimonial al drama de los africanos empobrecidos que emigran hacia el norte en busca de oportunidades. Dos otras líneas narrativas se desarrollan en paralelo y terminan entretejiéndose al final: el ecologista protector de elefantes y los guardias fronterizos en Melilla. Es un relato desgarrador por su profundo contenido humano: la inocencia infinita de Adú, (Moustapha Oumarou interpreta al niño migrante) contrasta con un mundo violento y paradójico, donde salvar elefantes parece una tarea más noble que salvar vidas humanas.
(Publicado en Página Siete el domingo 4 de abril de
2021)
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En el visor no solamente se selecciona,
sino que también se organiza el mundo exterior.
—Néstor Almendros
En el visor no solamente se selecciona,
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