23 agosto 2020

Jorge Gumucio Granier

Constructor del servicio exterior 

El jueves 20 de agosto por la noche recibí una de esas noticias que uno no quisiera recibir, aunque las probabilidades de recibirla sean mayores a medida que pasa el tiempo: mi primo Jorge Gumucio Granier había fallecido en Pittsburgh, en el exilio al que fue empujado hace años por el régimen autocrático del MAS que lo persiguió con la saña que hostigó a tantos otros, vaciando la Cancillería de su personal diplomático más calificado. 

Jorge era un diplomático de carrera que muchos califican como constructor del servicio exterior de Bolivia. Su gestión en la Cancillería, en los puestos que ocupó, dejó una huella profunda en todos quienes trabajaron con él cuando fue Viceministro de Relaciones Exteriores (en varias ocasiones), o embajador en Naciones Unidas y en Perú, y en quienes aprendieron de él en la Academia Diplomática.

 

La cancillería de Bolivia está impregnada de su ejemplo, y de su paso por esos salones de altos y señoriales techos queda mucha obra y mucha generosidad. No solamente fue el artífice del edificio anexo que ahora alberga la mayor parte de las direcciones de nuestro servicio diplomático, una construcción que respetó la estructura clásica del edificio original (cuyo espacio físico ya era insuficiente), sino que además se ocupó de los mínimos detalles: en los pasillos del segundo piso donde se encuentran los despachos más importantes del ministerio (despacho de la Ministra, viceministerios, protocolo y ceremonial del Estado), están los retratos que donó de ilustres predecesores de la diplomacia de Bolivia.

 

Llegó al servicio exterior boliviano con su amplia experiencia como doctor en Sociología e investigador de la realidad boliviana, que había enriquecido durante los años que estuvo en IBEAS (Instituto Boliviano de Estudio y Acción Social) donde investigó y publicó varios ensayos y formó a nuevas generaciones de investigadores. El servicio exterior boliviano necesitaba el perfil de personas comprometidas con la realidad del país, con músculo académico y una visión de futuro de las relaciones regionales e internacionales. En esa medida jerarquizó las funciones diplomáticas rodeándose de profesionales del más alto nivel. 


Era meticuloso en todo lo que investigaba: Ocupación y desocupación urbana (IBEAS 1967), Estudio regional del noreste boliviano (IBEAS 1966). Sus libros sobre la cuestión marítima figuran entre los más serios y documentados: Estados Unidos y el mar boliviano (1985), El enclaustramiento marítimo de Bolivia en los foros del mundo (1993), Perú-Bolivia: forjando la integración (1995), Orígenes del enclaustramiento de Bolivia y del Tratado de 1904  (2013), Apuntes para una historia diplomática de Bolivia y Ley del servicio exterior (1993), y Diplomacia presidencial entre Bolivia y el Perú, son algunos de sus aportes.

 

En la familia Gumucio había dos primos especialistas de la genealogía familiar, que podían casi de memoria revisitar la trayectoria de todos nuestros antepasados. Uno era Fernando Baptista Gumucio y el otro Jorge Gumucio Granier. Conversar con ambos era una delicia. Tuve oportunidad de grabarlos para la investigación que hice para la biografía sobre mi padre. Jorge proporcionó información invalorable, matizada con jugosas anécdotas que enriquecían su relato.

 

Uno de los episodios más conocidos en la vida de Jorge Gumucio fue su dura experiencia como rehén del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). Todo comenzó con el asalto armado a una recepción diplomática el 17 de diciembre de 1996 en la Embajada de Japón en Lima, con cerca de 800 invitados del mundo diplomático, pero también de instituciones culturales. Yo me enteré el 18 de diciembre de 1996 cuando, por mera casualidad, estaba en Bilbao visitando a los antepasados españoles, la familia Gumuzio del país vasco, que Jorge también había visitado. Uno de ellos acababa de escuchar la noticia en la radio. Pasaron los meses y me encontraba en Haití el 23 de abril de 1997 cuando una acción militar acabó con el grupo de secuestradores y logró rescatar con vida a 71 de los rehenes. Jorge recibió minutos antes el aviso de que se iba a producir el ataque y pasó la voz a los rehenes para que se tiraran al piso.

 

Al cabo de unas semanas del asalto a la embajada los captores del MRTA dejaron salir a muchos rehenes, pero conservaron a 72 que tenían un peso político mayor, entre ellos Jorge Gumucio, que padeció hora por hora los 126 días de su cautiverio, aquejado por una dolencia cardiaca que mantenía su salud en un estado de extrema fragilidad. Meses después Jorge ofreció su propio relato de esa experiencia cuya noticia dio la vuelta al mundo, y alguna vez me comentó con tristeza que el gobierno de Sánchez de Lozada no había hecho lo suficiente para gestionar su salida de esa situación tan riesgosa para su salud.

 

En una entrevista con Anna Infantas Soto publicada en Los Tiempos el 10 de diciembre de 2006, reconoció que una salida negociada hubiera sido imposible dada la determinación de los guerrilleros del MRTA, y habló de las conversaciones que sostuvo durante su cautiverio con el jefe del comando, Néstor Cerpa Cartolini:

 

“Cerpa era un dirigente con mucha experiencia sindical en Perú. Conversamos sobre Bolivia, había vivido en Santa Cruz y en Chapare. Tenía papeles de ciudadano boliviano, de Uyuni, que le permitían mimetizarse como colla. Me mostró su carnet de identidad. Su señora también vivió en Bolivia, y fue ella la que, cuando sucedió el secuestro de Samuel Doria Medina, llevó el dinero a Perú. Cerpa conocía bastante bien el país. Era parte de sus estrategias, aunque tenía problema de habla… hablaba como limeño. (…) Él vino en busca de nombres de empresarios para secuestrar. Elaboró una lista. Tenía gente de Santa Cruz y de La Paz, pero al final optaron por Doria Medina, porque vieron que era el más joven y por quien el padre podía pagar. Algo que me dijo es que cuando se secuestra a un empresario mayor, los hijos lo venden para cobrar el seguro. Por eso, prefirieron a un joven, porque el padre siempre da todo para salvar a su hijo”.

 

Antes de morir, Jorge expresó su voluntad de ser cremado y de que sus cenizas fueran esparcidas en el océano Pacífico, un acto simbólico que debería ser acto de Estado. 

 

No dudo que todo gobierno democrático en el futuro mantendrá vigente el reconocimiento y la memoria de Jorge Gumucio Granier, que murió lejos de la patria a la que sirvió con grandeza y humildad, hasta que la ignorancia y torpeza arbitraria del MAS lo apartó del camino.

 

(Publicado en Página Siete el sábado 22 de agosto 2020)

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¿Cómo se puede decir a un hombre que tiene una patria

cuando no tiene derecho a una pulgada de su suelo?

—Henry George