24 mayo 2019

No estaba muerta

Murales de Solon Romero y Alandia Pantoja
en el Monumento a la Revolución
 La ciudad no estaba muerta, andaba de parranda… cultural.

Los ciudadanos se volcaron a las calles y plazas y ocuparon el espacio público como si fuera suyo, porque la verdad es que aunque es suyo, se lo han arrebatado. Esa noche tan especial, se apropiaron de las calles ávidos de satisfacer la dieta cultural (y también alimenticia) que despierta su imaginario de colectivo ciudadano. Hay algo mágico en la Larga Noche de Museos (la primera tuvo lugar en Berlín en 1997), un evento mundial que con el paso de los años ha ido creciendo como para demostrar que los ciudadanos quieren más oportunidades para hacer suya la ciudad, para desplazar por unas horas la carga negativa de la política y su coyuntura perversa, y la frustración del medio ambiente enrarecido en el sentido a la vez literal y metafórico.


Carrera de Artes en la UMSA
En La Paz se respira poco oxígeno, hace frío y es habitualmente una ciudad aburrida, replegada sobre sí misma y vacía a partir de las 9 de la noche. Ir al teatro al cine de noche es un calvario. Hay vida nocturna, pero no se caracteriza precisamente por su esplendor. No faltan "artilleros" que se alcoholizan hasta quedar tirados como bultos, y grupos jóvenes que reciben y ejercen presión de pares para auto-convencerse de que se divierten y de que la pasan bien recogiéndose en la madrugada con pasos tambaleantes y tufo de “pucha, otra vez se me fue la mano”, mientras sus padres y madres (los que ejercen como tales), no duermen hasta no recibir el mensaje esperado: “ya estoy regresando a la casa”. 

Ramiro Soriano y el coro de la Universidad Católica
No, nada que ver con esas noches ófricas y frívolas.  La noche del 18 de mayo fue diferente. La convocatoria lanzada por el Gobierno Autónomo Municipal de La Paz ofrecía 200 espacios abiertos a la curiosidad de los paceños. Algo similar pasaba en otras ciudades de Bolivia y del mundo.

Los museos siempre están allí, no se mueven, pero en la Larga Noche de Museos hay oportunidad de ver cosas que habitualmente están cerradas al público. Si bien muchos de los museos ofrecen más de lo mismo (pero gratis), hay otros espacios cuya oferta es irresistible. Por ejemplo, quien no quiere conocer la “segunda entrada” lateral del emblemático Teatro Municipal, la puerta “solo para locos” que lleva detrás de bastidores para conocer los secretos de la maquinaria que se esconde detrás del escenario.

Museo de Rosita Ríos en la Calle Jaén
Cerca de allí, la empedrada Calle Jaén, el reducto más antiguo de la ciudad, que ha conservado parte de sus encantos coloniales para beneplácito de los turistas. Esta estrecha vía bullía de gente por razones comprensibles: en una sola estrecha cuadra empedrada hay una decena de museos históricos y galerías de arte. Yo solo quería conocer el más nuevo de todos: el Museo de Rosita Ríos, donde la actriz fallecida un año atrás tenía su tienda de golosinas y abarrotes. En la puerta de su tienda tuvimos algunas veces breves pláticas cuando yo regresaba de dar mis clases en la Escuela Andina de Cinematografía en el Parque Riosinho. Sin embargo,  imposible entrar ahora al Museo de Rosita Ríos: la fila se extendía hasta el final de la cuadra y avanzaba muy lentamente. Para compensar hice escala un poco más abajo en la galería Jiwitaki Art de Edgar Arandia, donde saludé a este y otros amigos artistas, músicos y escritores: Fabricio Lara, César Junaro, Jaime Nisttahuz.

Anticuchos: de todo coazón 
Toda la calle Indaburo entre la Pichincha y la Genaro Sanjinés estaba ocupada por una fila de anticucheras que ofrecían ese emblemático ensartado de corazón y papa a la parrilla, cada una con su salsa secreta que hace la diferencia. Tuve que pasar rápido para que el olor a tentación no retrasara mi itinerario planeado.

La fila era de tres cuadras para visitar la sede de la Gran Logia de Bolivia, la sociedad secreta abría por primera vez sus puertas a la población. Yo estaba más interesado en el Museo de la Policía, cerca de allí, que siempre está cerrado por falta de personal, pero encontré otra larga fila que me disuadió.  Quedé con las ganas y el recuerdo de alguna vez que lo visité décadas atrás en la Plaza Murillo y descubrí lo que hasta entonces formaba parte de un mito (o yo creía que lo era), la camisa que Melgarejo hizo fusilar mientras afirmaba con su vehemencia habitual: “confianza ni en mi camisa”. La camisa baleada existe, y pocos lo saben.

En resumidas cuentas no pude visitar ni el Museo de Rosita Ríos, ni la entrada “para locos” del Teatro Municipal, ni el Museo de la Policía, que eran mis tres escalas programadas en el centro histórico de la ciudad, pero disfruté el ambiente que se vivía y resbalé en un par de lugares que no había incluido en mi agenda: el Hotel Torino, uno de los más antiguos de la ciudad, abierto de par en par con remembranzas de La Paz de antaño, y en una tónica similar la muy antigua Foto Gismondi, aunque en este evento fue la excepción por su propósito comercial y un letrero anacrónico: “Prohibido tomar fotos”, qué vergüenza.

Interminables filas de gente le daban varias vueltas a la Plaza Murillo y a las calles aledañas para visitar el emblemático Palacio Quemado que fue la sede del gobierno hasta que la megalomanía de Evo Morales hizo construir en 2018 su espantoso adefesio personal de 28 pisos detrás del histórico palacio inaugurado por el Presidente Isidoro Belzu en 1853. Las filas eran largas para uno como para el otro, pues hay quienes están motivados por su interés en la historia y otros por la novedad kitsch mussoliniana (cuyos arquitectos no hacen ningún alarde de su obra, es más, sus nombres son casi un secreto).

Hotel Torino
El Parque Riosinho, la Plaza Murillo, el Prado, el atrio de San Francisco, la Plaza Abaroa, la Plaza España y otros espacios abiertos estaban literalmente tomados por la gente: familias enteras, abuelos, hijos y nietos, grupos de jóvenes, parejas de enamorados. Nunca vi la ciudad tan llena, y es que mucha gente llegó también de El Alto para participar en el festejo cultural. En cada una de esas plazas había presentaciones de grupos de música, proyecciones de películas, artistas que pintaban en público, y por supuesto puestos de comida.

Un aspecto que me parece digno de atención es la participación en la Larga Noche de Museos de la “nueva ola” de cafés con vocación cultural.  Se sumaron al evento por derecho propio ya que en sus actividades regulares ofrecen actividades culturales: música en vivo, proyecciones de películas, exposiciones de arte, etc. Es un fenómeno relativamente nuevo que incluye espacios tan interesantes como Thelonius, Typica, Wayruru, Equinoccio, Ciclick, Magik, Retrato, Sultana, entre otros. Los café-cultura no eran tan frecuentes en La Paz como en otras ciudades de América Latina.


Las Flaviadas
Y mientras enfilaba mis pasos por la Avenida Ecuador hacia la Casa de las Flaviadas y la Fundación Solón Romero, el reloj me decía que se acercaban las 12 campanadas que ponen fin a la Larga Noche de los Museos. No es tan “larga” finalmente: es imposible ver un 5% de la oferta, y menos aún si en alguna de las estaciones de la vía cultural hay que hacer fila media hora o más. Por eso en alguna ciudades de Europa se conoce como la Noche Blanca, y las actividades duran, así, hasta el amanecer. 

En síntesis, una experiencia estimulante por su carácter colectivo, por la recuperación del espacio público urbano, y por la posibilidad que ofrece de descubrir algunas instituciones culturales que en lo cotidiano un tanto esquizofrénico de esta ciudad, no son sino puertas cerradas durante todo el año.
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La noche tiene mil ojos, el día uno sólo.
--Francis William Bourdillon