20 octubre 2016

Venezuela en caída libre

Siento un afecto especial por Venezuela ya que durante la década de los años 1960 vivía allí una parte importante de mi familia: mi abuela paterna Adriana, mis tíos Mercedes y Gonzalo, y mis primos hermanos Fernando, Mariano, Myriam, Bernardo y Emma. Gonzalo murió en Caracas luego de haber cultivado una amplísima biblioteca y discoteca de música clásica. Emma vive allí aún, al menos una parte del año.

Ese afecto hacia el país caribeño se ratificó por su política de asilo que permitió que muchos bolivianos perseguidos por las dictaduras militares (cuyos archivos secretos se han “estido” –bolivianismo de reciente aparición- según nos quiere hacer creer el gobierno de Evo Morales) encontraran refugio y trabajo. Amigos periodistas y de la cultura fueron a vivir y a trabajar a ese país, entre ellos mi querido Pepe Ballón que no pudo olvidar sus impulsos de editor y publicó generosamente en Caracas un libro mío sobre cine.

Luego de mis visitas familiares a fines de los años 1960 y principios de los 1970, regresé en la década de 1980 para los festivales de cine Súper 8 que organizaban Carlos Castillo y Julio Neri, y después he estado poco en Venezuela, la última vez fue en 2012 para el Festival de Cine de Margaritas.

En décadas anteriores Venezuela nadaba en petróleo y se ahogaba en whisky, bebida de la que era el primer importador mundial. Ahora continúa nadando en petróleo pero se ahoga en caos. Desde lejos sigo la situación política de este país dividido y de tiempo en tiempo recibo testimonios de amigos que viven las angustias cotidianas de los mercados vacíos, de la falta de medicinas y pañales, de la violencia creciente en las calles, y del abandono total del aparato productivo.

Más allá de las opiniones acaloradas de quienes están radicalmente en contra o fervientemente a favor del gobierno, hay datos duros irrebatibles que demuestran que para la mayoría de la población la vida cotidiana empeora cada vez más.

El gobierno de Nicolás Maduro, corrupto e ineficiente, no cesa de echarle la culpa de la debacle económica a una conspiración de la derecha internacional y del imperialismo. Se refugia en ese discurso que cada día tiene menos adeptos porque lo cierto es que si el imperialismo norteamericano quisiera, dejaría de comprarle petróleo a Venezuela y sería la última estocada para que el país se desmorone.

La conspiración internacional a la que se atribuye el desabastecimiento de los mercados no es otra cosa que el cese de intercambios comerciales por una sencilla razón: el gobierno venezolano no paga sus deudas, debe dinero a todo el mundo, incluso a Bolivia. Las empresas que “sabotean” a la economía venezolana son las que decidieron cobrar esas deudas y dejar de enviar sus productos.

El manejo arbitrario de hasta cuatro tipos de cambio del dólar, los privilegios de los que todavía goza la clase que gobierna con arrogancia el país, la retórica gubernamental contrastada con la ineficiencia y el mal manejo de la cosa pública, son algunos de los hechos que explican el desastre. Otro dato no despreciable: según Forbes una de las hijas de Chávez es la mujer más rica de Venezuela. ¿De dónde? Por favor.

Venezuela es uno de los países más ricos y peor administrados del mundo. Se ha chupado el petróleo sin invertir en la agricultura, que antes era importante por lo menos para alimentar al propio país. El gobierno ha querido sustituir la falta de creación de empleo estable con bonos insostenibles que han acostumbrado a la población más vulnerable a mendigar del Estado (y votar por el gobierno).

Los datos duros hablan. Esta semana el FMI y el Banco Mundial publicaron tablas comparativas del crecimiento de América Latina en 2016. La gráfica me produjo escalofríos: Venezuela aparece con un crecimiento negativo de 10%, una vergonzosa columna roja que triplica hacia abajo lo que los países más exitosos de la región han logrado en crecimiento positivo.

Cuando uno escucha los discursos altaneros, histriónicos y todavía triunfalistas de Maduro, cuesta explicarse cómo semejante incapaz (que llegó a esa posición por su servilismo con el ex presidente Chávez), puede continuar a la cabeza de una nación que lo tiene todo para vivir dignamente pero que se desliza cada día más hacia una crisis humanitaria.

(Publicado en Página Siete el sábado 8 de octubre 2016)
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Nadie a la libertad tiene derecho,
cuando no hace hábito y gala
de respetar la libertad ajena.
—José Martí