14 abril 2015

Teixidó, viajero del atardecer

Raúl Teixidó en Barcelona
He escrito varias veces sobre los libros de Raúl Teixidó, a quien conozco hace 45 años, y a quien me une una amistad singular. Es de esas amistadas que se daban en siglos pasados, forjadas a través de la correspondencia, en los intercambios intelectuales y afectivos sobre las cosas que nos son comunes: para empezar el país que ambos vivimos de manera poco convencional, para seguir la literatura que ambos cultivamos como solitarios lobos esteparios, y para terminar el cine, al que ambos nos entregamos como niños en un parque de diversiones.

El cine se ha convertido a lo largo de los años en una pasión que podemos convertir en palabras, él a través de sus notas de blog y yo en mis comentarios críticos.

Las distancias geográficas fueron dibujando mapas de interlocución en nuestra amistad que nos han permitido reunirnos de tres maneras. Una manera tradicional, la de la correspondencia escrita a máquina o a mano, que ocupó por lo menos dos décadas de intercambios entre París (donde yo vivía) y Sucre (donde Raúl vivía), o entre Igualada, cerca de Barcelona (donde Raúl se estableció desde 1975) y las diferentes ciudades por las que me tocó peregrinar.

La segunda manera de reuniros fueron los encuentros personales, lo que mi amigo John Perry Barlow llama encuentros en el meatspace (el espacio carne) en oposición a los espacios virtuales. Los primeros y más lejanos se dieron, creo recordar en Sucre y en La Paz, y los recuerdo en blanco y negro, contactos formales para seguir escribiéndonos. Pero años después nos empezamos a ver con más frecuencia en Barcelona, y luego en México donde pasó un par de semanas, y todo ello lo recuerdo “en colores” como una etapa renovada de nuestra amistad, cruzada por la amistad compartida con Renato Prada Oropeza y también con las circunstancias de su muerte en 2012.

Alfonso Gumucio, Renato Prada Oropeza y Raúl Teixidó
Finalmente no podríamos ignorar las ofertas de la tecnología, de modo que en una de mis visitas a Barcelona abrimos una cuenta de correo electrónico a su nombre para que pudiera comunicarse con sus amigos, y en otra una cuenta de blog para que pudiera publicar cuando quisiera aquellos relatos que tenía guardados, o textos nuevos sobre películas y sobre autores. Una tercera innovación fue Skype, lo que nos permite hablar y vernos alguna ve que coincidimos él en un locutorio de Igualada y yo en cualquier lugar donde la hora y la coincidencia nos permita hablar.

Todo lo anterior es para reafirmar que Raúl Teixidó es mi amigo y que por ello cada vez que escribo sobre alguno de sus libros me veo ante la situación de leerlo como amigo y de escribir sobre él como crítico literario o comentarista improvisado que he sido durante muchos años. Hay cierto grado de dificultad para mantener la distancia crítica cuando la generosidad de Raúl hace que yo conozca algunos de sus libros antes de que pasen por las prensas y las guillotinas de las imprentas.

Eso sucede con Viajeros del atardecer (2014) una de las novedades de la Editorial Plural en la Feria Internacional del Libro en La Paz. No solamente he leído el manuscrito más de un año atrás sino que he sido parte del proyecto editorial. Raúl escogió para la portada una foto que tomé en Praga, la ciudad de su admirado Franz Kafka, en un amanecer brumoso y mágico. Luego escribí el breve comentario que aparece en la contraportada del libro y que resume lo que pienso de su prosa.

Viajeros del atardecer comienza con ese título melancólico que evoca al menos dos leit motiv en la obra de Raúl Teixidó: por una parte la inefabilidad de los itinerarios que juntan o separan, a la manera de los personajes de las películas de Angelopoulos, director griego que a ambos nos encanta, y por otra la inevitabilidad de los días que acaban, que terminan precipitándose en la noche, es decir, el tiempo finito de los seres humanos.

Como otros libros anteriores este es parte de ese mundo tejido laboriosamente por Teixidó (teixidor es, en catalán, “tejedor”). El escritor teje sus relatos como un artesano con fiebre de perfección porque le dedica el tiempo necesario a cada palabra, a la manera como las palabras dialogan entre sí, se ordenan y se apoyan para darle sentido a una idea y belleza a una expresión.

De los tres relatos largos que componen este libro, en el primero, “Malos presagios”, el eje es el tiempo: “Existe un tiempo real y un tiempo mental, pero, a la postre, el primero es el único que cuenta”.  Dos personajes, un profesor y un ex comisario de policía convertido a la política conversan con extrema formalidad sobre sus familias y personas que conocen, pero también sobre literatura, filosofía y política local. Por a poco es este último tema el que anuncia un desenlace revelador de las artimañas políticas que convierten en víctimas a los inocentes.

En el segundo, “London, UK 1985” un profesor de inglés ha logrado establecer con la vida real “un pacto de mínimos” para preservar su indispensable espacio de privacidad “sosegada, autocomplaciente”. Para combatir la “fatiga ambiental” que lo consume y deprime, aprovecha la oportunidad de viajar con un beca a Londres durante unos meses y deambular allí por un itinerario jalonado por referencias literarias. El encuentro con Vicky, bailarina de cabaret, trastorna su vida de lobo estepario durante ese periodo.  

El tercer relato transcurre en la localidad amazónica de Moxenes, “35º a la sombra”, a donde llega de la capital un joven abogado de oficio para cumplir su “año de provincia” y defender a acusados carentes de recursos, algunos de ellos rufianes conocidos. El abogado asume su “destino” con resignación, como todos los personajes de Teixidó, pero un juicio penal altera la vida apacible que lleva en el pueblo.

Entre el relato y el cuento se establecen dos maneras de narrar y dos concepciones de la literatura. Teixidó ha elegido el relato porque le permite extenderse y dar a conocer en detalle a sus personajes a través de la vida cotidiana, en lugar de ejercer la contundencia del cuento, breve y tajante, destinado a cautivar por su intensidad y por su final generalmente sorprendente.

En sus relatos el autor despliega una fina capacidad para construir diálogos y descripciones que permiten al lector adoptar una atmósfera e imaginar su propia película: sentir el calor o la humedad, vislumbrar un rostro de mujer o dibujar un árbol en una esquina. Son relatos pensados como secuencias de films. Además el relato le permite a Teixidó volver a sus orígenes, hacer disquisiciones filosóficas y literarias que no tienen otro objetivo que revelar su posición ontológica e invitar al diálogo.

Los protagonistas de Teixidó son una suerte de alter ego del autor. En todos reconocemos, como en Kafka, rasgos comunes: el amor por la literatura y el pensamiento, la idealización de una mujer joven, la incertidumbre frente a las decisiones que el destino parece tomar por uno, y la idea de que las cosas cambian para seguir igual, plus ca change...  


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Un mar infinitamente azul y una blanca vela en lontananza: a lo largo de mi vida he soñado muchas veces con ese mar y esa vela a lo lejos. ¿Se trató de un sueño, solamente, o de una señal del destino que no supe interpretar? —Raúl Teixidó