25 junio 2011

Itinerario espirituoso

Fuera del país se sabe poco de esto, pero México produce vino y buen vino. De hecho, los vinos mexicanos son igual o más caros que los vinos importados. Una botella de calidad mediana de Casa Madero o Monte Xanic puede costar por encima de 300 pesos mexicanos (unos 25 US$ dólares) y los vinos de alta gama sobrepasan los 700 y 800 pesos (más de 60 dólares).

El Estado de Baja California, donde estuve a principios de junio, produce el 90% de los vinos mexicanos. Mucha de esa producción proviene del Valle de Guadalupe, cerca de Ensenada, por donde hicimos un recorrido para degustar vinos y conocer los viñedos de pequeñas bodegas productoras de vinos artesanales, que se consumen localmente y que rara vez se encuentran en las tiendas comerciales de Ciudad de México.

En esta ruta del vino que atraviesa el Valle de Guadalupe, están los viñedos Bibayoff cuya historia es curiosa, pues la bodega fue fundada por inmigrantes rusos, cuyos sucesores son los dueños hoy. 

En el pequeño museo Bibayoff, una habitación con fotos y objetos personales, se exhibe una ficha de registro de Servicio de Migración mexicano que muestra al barbudo Sabeli Bivayeff, de 78 años de edad, inmigrado en 1906. En la casilla donde se indica la profesión, aparece la palabra “improductivo”. No lo fue mucho tiempo, al parecer. 

La degustación en Bibayoff incluyó un Chenin Colombard, y dos vinos con denominaciones locales poco creativas: el “Blancoyoff” y el “Rosayoff”. Salimos de allí con una botella de Zinfandel, vino tinto áspero.

Lado a lado a la vera del camino se encuentran otras vitivinícolas, algunas grandes como L.A. Cetto, Domecq o Monte Xanic, y otras pequeñas y poco conocidas fuera del Estado como Casa de Piedra, Vinícola Pijoan, Vinisterra, Vinícola Tres Valles, Viña de Liceaga, Mogor Badán, Chateau Camou, Barón Balche, Vinos Sueños, Cava de Don Juan y la Casa de Doña Lupe.

En esta última nos detuvimos también para probar vinos, acompañándolos con quesos y jamón. Empezamos con un Cabernet-Sauvignon, seguido de un Merlot y un Señor-ita, vino dulzón. Ni modo, todo en vasos descartables de plástico. 

Nos fuimos de allí con una botella de Merlot bajo el brazo. Los precios no son tan competitivos como uno pudiera esperar cuando los compra in situ, de hecho los vinos son tan caros como en las tiendas del Distrito Federal. Pero claro, allí no se encuentran estas marcas artesanales de pequeñas empresas de familia.

Los viñedos no están aún preñados, si se puede utilizar esta expresión. Los racimos que en agosto y septiembre colgarán con todo su peso, son por ahora discretas prolongaciones de la enredadera que el sol intenso hará desarrollarse en el curso de los próximos dos meses. Entonces habrá fiesta en cada bodega, con música y espectáculos, según la tradición.

Tequila en Hussong’s

No podíamos irnos de Ensenada si antes resbalar en las cáscaras de cacahuate que son el emblema de la cantina más antigua de California (las dos, la de Estados Unidos y la de México): Hussong’s, fundada en 1891 y todavía idéntica -en la Avenida Ruiz- a la que fue más de cien años atrás.

La cantina más antigua de California
Se ha escrito que aquí nació el coctel margarita, (tequila, Cointreau, limón y sal en el borde de la copa), tan representativo de México como lo es de Perú el pisco sour (por mucho que en Chile quisieran patentarlo como propio). El barman Carlos Orozco lo habría inventado en 1941 como homenaje Margarita Henkel, hija del embajador alemán. Claro que esta versión tendrá que competir para siempre con otras ocho leyendas que remontan su origen hasta 1934, en ciudades tan dispares como Ciudad Juárez, Acapulco o Galveston, y en homenaje a mujeres famosas como la cantante Peggy Lee o la actriz Rita Hayworth (que se llamaba en realidad Margarita Cansino) o desconocidas como la prima o la novia de los supuestos inventores.

El nombre de la cantina se debe a un alemán, Johann Hussong, que migró a Estados Unidos y luego a Ensenada en busca de oro. Dice la historia que su amigo Meiggs, que tenía una cantina, le pidió que la cuidara mientras él corría en busca de su mujer que había escapado a Estados Unidos. Meiggs nunca volvió, y Hussong decidió abrir su propia cantina en la misma calle, donde todavía está.

Aunque se ha convertido en una etapa infaltable en el itinerario de los turistas que visitan Ensenada, el turismo no ha desnaturalizado el local; Hussong’s conserva su aire de cantina de mala muerte, no solamente por sus pisos llenos de cáscaras de cacahuate y su decorado ecléctico, sino por sus parroquianos locales y la música norteña que canta el grupo que anima la cantina. De mesa en mesa ofrecen canciones como “La yaquesita” de Valentín Elizalde (asesinado por los narcos) y “Puro cachanilla” de Vicente Fernández, canción de homenaje a Baja California. La notas brotan de la guitarra, del contrabajo y del infalible acordeón Gabbanelli: Nací en los algodonales / bajo un sol abrazador / mis manos se encallecieron / y me bañé de sudor / yo soy puro cachanilla / orgulloso y cumplidor.”

En una mesa dos hombres jóvenes prueban su hombría haciendo pulsetas mientras con la mano libre aprietan los polos de un aparato que genera electricidad: el más macho es el que aguanta mayor voltaje mientras trata de vencer al contrincante. El desafío acaba siempre con un grito de dolor, risas, tequila, cerveza y canciones norteñas.

No fue tan amistosa la sórdida maniobra de patentes que despojó a la cantina del derecho a usar su propio nombre, cuando algún gringo aprovechador patentó la palabra para una cadena de tiendas de ropa y de souvenirs. Nos contaba Nina Martínez, nuestra anfitriona y maestra en la Universidad Autónoma de Baja California, que ahora la cantina está obligada a pagar derechos a ese gringo para seguir usando el nombre original. En la esquina cercana a la cantina, y en dos otras calles de Ensenada, están las tiendas Hussong’s que hacen negocio con la tradición. Esa apropiación de la marca por vía de maniobras, se parece mucho al de las compañías farmacéuticas multinacionales que patentan semillas y plantas de África, Asia y América Latina, para luego enriquecerse cobrando derechos a los propios dueños originales, comunidades indígenas que las conocen desde hace siglos.