28 abril 2011

Zumo de poesía


Conocí a Leticia Herrera a principios de octubre del 2008, cuando me invitó a participar en el XII Encuentro Internacional de Escritores, en Monterrey (México), dedicado esa vez al tema “Sexualidad y Literatura”.  Allí presenté algo de mi poesía y una ponencia sobre erotismo y literatura, titulada “El origen del mundo” (en homenaje al cuadro de Courbet), que se publicó después en la revista boliviana La Lagartija Emplumada (otoño 2009) y en la mexicana Replicante (febrero 2011) . 

Leticia Herrera con Fernando Arrabal
Leticia Herrera era entonces Directora de Literatura del Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León (CONARTE) y tenía bajo su responsabilidad desde hace varios años la organización del evento, convocando a narradores y poetas de primer orden. Me tocó compartir esas jornadas con colegas como el español (afincado en Francia) Fernando Arrabal, el poeta chileno Raúl Zurita, el brasileño Ledo Ivo, el argentino Rodolfo Alonso, y la mexicana Dolores Castro, entre otros.

Fue entonces que Leticia me obsequió un pequeño libro titulado Vivir es imposible (2000), donde encontré Soledad, que me cautivó. Tres versos tan sencillos como misteriosos: “ayer me fui a cortar el pelo / necesitaba que alguien me tocara / auxilio”. Esos versos de un poema tan breve como infinito fueron una llave para leerla. Así descubrí su poesía fresca y crujiente al oído como el pan recién salido del horno.

En 2010 me pidió escribir el prólogo de su “antología provisional” Sólo digan que fui y acepté con gusto la oportunidad de presentar esa revisión poética precoz. Toda antología es un balance, en este caso uno que se hace a medio camino, como para cerrar una etapa y mirar hacia delante.

El libro se acaba de publicar en México (febrero 2011), en la editorial La Tinta en el Espejo. En mi prólogo me adentro en las etapas de la poesía de Leticia Herrera, bien representadas a través de los poemas seleccionados de varios libros:  Pago por ver (1984), Canto del águila (1985), Poemas para llorar (1985-1990), Caracol de tierra (1996), Vivir es imposible (2000), Hace falta que llueva (2002), y Por nosotros también vendrán (2006).

Leer a Leticia Herrera constituye una mezcla de placer, curiosidad y de dolor compartido, porque en su poesía hay fibras que nos tocan a todos los que de alguna manera sentimos ese mismo vértigo de estar “a la altura de las circunstancias” (de la pasión y del amor) “sin el paracaídas de la razón”.

Desde Pago por ver (1984) la poesía de Leticia Herrera rezuma erotismo y sensualidad, que a mi juicio es uno de sus atributos principales. No puede uno pasar impunemente los ojos sobre versos como estos: “amo tus besos mojados / empapados chorreantes tus labios abiertos / tu piel que se rompe / bajo el filo de mis dedos”, escritos desde la experiencia ciertamente, una experiencia sublimada por el ejercicio poético.

En Canto del águila (1985), nos dice que “Un sexo que se abre / es como un alba sin estrenar” y otra vez, el libro está recorrido por el nervio del deseo y del dolor. Amar físicamente es una manera de estar vivo, aunque ello conlleve siempre el dolor de la pérdida, que en Poemas para llorar (1985-1990) se convierte en un prolongado duelo de ausencias, recuerdos y sustituciones.

La poesía es un refugio, un caparazón para protegerse de los desamores, como en Caracol de tierra (1996), donde “era tan frágil que al llorar / se deshidrataba”.  Leticia Herrera tiene esa capacidad de decir mucho con pocas palabras, no hay nada que sobre porque sus palabras son como llaves que abren otros sentidos, como pistas que uno puede seguir invirtiendo la propia memoria.

La sexualidad es un tema permanente en la poesía de Leticia Herrera. Aparece a veces como si fuera a su pesar, y otras veces explosivamente, como una reivindicación de mujer que no quiere callar, y que se propone decirlo todo con todas sus letras en un acto liberador. Así, no hay la menor perversidad en escribir un poema de un solo verso que dice: “cojo ergo sum”, porque el coger por el puro placer en los seres humanos es tan humanizante como escribir poesía, y de eso ya nos dijo cosas hermosas Octavio Paz.

Un delicado erotismo a veces, y a veces una descarnada sexualidad, afloran rompiendo el cascarón de los poemas. No son incompatibles “viñeta de tus manos / donde atisbo / huellas de mí / pecaminosa”, y “a la mayoría de las mujeres / nos da vergüenza decir / que nos gusta que nos la metan / aunque si nos guste que nos la metan”. La sexualidad aparece como en la vida cotidiana, en diálogo con otras cosas sencillas, agitando deliciosamente esas partículas de placer que libera el cuerpo, y que algunos reprimen y otros dispersan generosamente.

La vida está llena de búsquedas y la poesía es búsqueda permanente, por lo que estos poemas son testimonio de ese itinerario de mujer marcado por la curiosidad. El amor y el sexo no son rutas paralelas, son la misma ruta, por eso estos versos: “si no fuera por el falo / no querría a los hombres”, o “la melancolía es un perro azteca / mordiendo mi vagina”. Para el lector, es refrescante leer poemas de mujer que no están amordazados por la culpa y que son como una respuesta al machismo mexicano.

Leticia Herrera y Alfonso Gumucio, en Monterrey, octubre 2008
Si bien mis predilectos son los poemas eróticos, Leticia Herrera aborda otras manifestaciones de la cotidianeidad y lo hace con la misma entrega, naturalidad y desgarradora sinceridad. Por contrapeso al poema más corto de un solo verso (citado anteriormente), Leticia inicia los 50 poemas de “Vivir es imposible” con el más largo, “Desde el nido”, 380 versos que describen su memoria desde los 5 años hasta los 14 en que empieza a sufrir ese desgajamiento de la adolescencia que la hace pasar de niña a mujer, sin perder la inocencia necesaria para escribirlo muchos años más tarde.

No sería esta una antología completa si no incluyera también poemas inéditos, es decir, aquellos que los poetas conservan en la sombra a veces por pudor y a veces porque es necesario que descansen un tiempo. Los poemas inéditos de Leticia Herrera son una manera de decirle al lector “aquí estoy hoy, ahora”. Se mantienen los versos breves, ingeniosos, esa manera de jugar con las palabras para darles nuevos sentidos, y en términos vivenciales hay una mirada un tanto escéptica sobre la vida, sobre esa necesidad de adaptarse a las circunstancias para sobrevivir y sobrellevar el peso: “muda el alma de piel / y el cuerpo / de lo tenso a lo rugoso / de lo inocente a lo perverso”.