08 diciembre 2008

La quema del Diablo

Al caer la noche el domingo 7 de diciembre quemaron al diablo. A las seis de la tarde, exactamente, cuando los volcanes se ponían rojos en contraste con el cielo azul oscuro del anochecer, empezaron a sonar petardos en mil lugares simultáneamente, y las columnas de humo se alzaron sobre las ciudades.

La quema del diablo es una de las tradiciones de Guatemala que he venido siguiendo desde 1997. Cada año, en Antigua, fotografío el diablo hecho de cartón, relleno de cohetes y pintado de colores pastel, de tal manera que en lugar de susto provoca simpatía. El diablo de Antigua es “el” diablo, es decir, el más emblemático entre los miles que se queman esa noche. Los miles son baratos, se compran en cualquier esquina por cuatro pesos, y son todos parecidos: rojos con la capa y los cachos negros. No tienen mayor gracia.

La costumbre se remonta a épocas coloniales, cuando Antigua era la gran ciudad, la Capitanía General Santiago de Guatemala o Santiago de los Caballeros, desde la que se regían los destinos de todo Mesoamérica. Al igual que en San Juan en Bolivia (y coincide en lo de las fogatas porque diciembre es el mes más frío en Guatemala) las familias queman los trastos viejos entre los que el diablo suele esconderse, para echarlo de las casas. Desde 1776 cuando se fundó Antigua a los pies del Volcán Agua, las procesiones nocturnas de la Virgen de la Concepción se hacían iluminadas por las fogatas que se hacían frente a las casas.

El diablo de Antigua, pintado en colores vivos, es una obra de artesanía popular, y cada año puntualmente está esperando la hora de su suerte en esa pequeña plaza frente al convento de la Concepción. De eso se trata la tradición, de la lucha entre el bien y el mal, en este caso el bien es la virgen de la concepción y el mal el diablo. Hay que aclararlo, porque la virgen representa una iglesia que vino a América Latina, como a otras partes del mundo, a destruir la cultura y la religiosidad que ya existía. La iglesia católica vino a tierras mayas a quemar los maravillosos códices donde se había escrito la historia de esta maravillosa civilización, y vino a destruir los rostros de las estelas, los grabados de los altares, y los templos extraordinarios.

El diablo, él, no destruyó nada. Parece que solamente los católicos lo conocían, de ahí que ha sido incorporado de manera ambigua en las tradiciones. Se lo quema para purificar, pero de alguna manera se le rinde también tributo, como al “tío” en las minas de Bolivia, o el “judas” –costumbre española- que se quema en México en Semana Santa, en Uruguay el 31 de diciembre, en Venezuela y Panamá y otros países de la región el domingo de Resurrección, como manifestación del sincretismo religioso.

El próximo año estaré en la quema del judas en México, este año me despido del diablo y de Antigua, Patrimonio de la Humanidad (UNESCO 1965), lo cual explica esta nota.