14 julio 2013

Prehistoria de la Cinemateca Boliviana

La Cinemateca Boliviana, que acaba de cumplir 37 años de edad, fue creada el 12 de julio de 1976 a través de una ordenanza municipal del Alcalde de La Paz, Mario Mercado Vaca Guzmán, en los años finales de la dictadura militar de Hugo Bánzer Suárez. Un gran esfuerzo colectivo y sostenido hizo posible el sueño que abrigábamos no solamente los cineastas de entonces y los pocos que nos interesábamos en la historia del patrimonio fílmico nacional, sino también un sector importante de la población que aportó con pesos y centavos para que el sueño se hiciera realidad.

Carlos Mesa ha escrito una cronología imprescindible de la Cinemateca Boliviana desde sus orígenes hasta nuestros días. Ese texto debería figurar en la precaria página web de la Cinemateca que hoy por hoy se concentra en anunciar las películas que muestra en sus pantallas y en comercializar servicios (incluso tiene una página hackeada), pero relega a último plano los temas de patrimonio fílmico, la historia de la propia institución, la consulta vía web del archivo de publicaciones y del acervo fílmico, los grandes trabajos de restauración que realiza, los perfiles del personal que trabaja allí, enlaces con otras instituciones, concursos, etc.  

Cuando no se tiene capacidad propia, no cuesta mucho y no es pecado copiar las buenas ideas de otras cinematecas, como la Cineteca Nacional de México, la Cinemateca Peruana o la Cinémathèque Française.  La Cineteca mexicana es un ejemplo a seguir. Esta institución estatal tiene en su sitio web las secciones “Quiénes somos” con páginas sobre su historia, sus acervos, la programación, las investigaciones y publicaciones, etc. Otra pestaña de la barra de navegación es “Transparencia”, que incluye páginas sobre rendición de cuentas, participación ciudadana, indicadores de programas presupuestarios, normatividad, estudios y opiniones, etc.

Pero volvamos al tema central de este texto. Si bien la historia de la Cinemateca es ampliamente conocida (a pesar de su página web), se sabe menos de su prehistoria. Aunque la prehistoria pueda parecer anecdótica, la menciono porque tengo que ver con ella y este es el espacio en que puedo decirlo.

Un hecho clave en esa prehistoria es el artículo que publiqué a mediados del año 1975 en la página editorial del diario Presencia, titulado “Necesidad de una filmoteca”. En ese texto argumenté a favor de la creación de un archivo fílmico indicando que Bolivia era uno de los pocos países en la región que carecía de uno. Al final del texto coloqué una frase para interpelar directamente a Mario Mercado, Alcalde de La Paz, emplazándolo a tomar la iniciativa en su calidad de hombre sensible al cine y con experiencia cinematográfica propia.

Un par de días después Mario me llamó a su despacho en la Alcaldía y me reclamó en un tono un tanto divertido: “Me estás metiendo en un lío”. Me preguntó qué se necesitaba para crear la cinemateca ya que la Alcaldía de La Paz no contaba con recursos. Le dije que lo importante era tomar la decisión, crear la institución mediante ordenanza municipal y luego pedir donaciones de películas a embajadas, a los propios realizadores bolivianos, a las distribuidoras de cine y a cuanta persona tuviera rollos de película y documentos. Meses después Mario Mercado creó la Cinemateca de La Paz con el concurso de Amalia de Gallardo del centro de Orientación Cinematográfica y Renzo Cotta del Cine 16 de Julio. Pedro Susz, Carlos Mesa y Norma Merlo, fueron nombrados como ejecutivos a cargo de la nueva institución.

Mario Mercado
El gesto de Mario Mercado merece reconocimiento hoy y siempre. A pesar de las discrepancias políticas que uno pudiera tener con él por su militancia en las filas de Bánzer, Mario era un hombre muy abierto, muy receptivo y muy solidario. Doy fe de ello porque en el marco de una relación que siempre fue cordial, me ayudó generosamente cuando yo necesitaba una cámara de 16mm para la filmación de mi película sobre Luis Espinal. Muchas otras personas, entre ellos don Juan Lechín, recibieron la ayuda desinteresada de Mario.

Si bien mi artículo y la conversación con Mario Mercado son un antecedente directo en esa prehistoria que derivó en la creación de la Cinemateca Boliviana, hubo otros hechos que es importante recordar, porque no es justo que caigan en el olvido.

Tal como escribí más de 30 años atrás en mi Historia del cine boliviano (1982), ya en 1971 el Plan Cultural de la Federación de Mineros elaborado por Liber Forti en su calidad de asesor cultural de la FSTMB y de la COB (a quien apoyé con algunas iniciativas en el campo del cine y la fotografía), preveía la creación de una filmoteca, pero esa fue una de las actividades que no pudo concretarse debido al golpe militar de Bánzer el 21 de agosto de ese año.

Cuatro años más tarde, en febrero de 1975, varios cineastas presentaron al gobierno un proyecto de decreto para aprobar una ley de cine que también incluía la creación de una cinemateca y de un archivo fílmico dependiente de la Subsecretaría de Cultura del Ministerio de Educación y Cultura. A pesar de la importancia de la propuesta, el documento supeditaba completamente la cinemateca y el archivo fílmico a “los diferentes organismos del Estado para fines de educación y para la promoción del país en el exterior”. Una cláusula incluyó la figura del depósito legal obligatorio de una copia en 16mm de toda película producida en Bolivia.

La Cinemateca Boliviana, casi terminada en 2007
En septiembre de ese mismo año, Luis Espinal por una parte y yo por otra, coincidimos al presentar en el Segundo Simposio Nacional sobre Ciencia y Tecnología dos ponencias en las que insistíamos en la necesidad de una filmoteca y archivo fílmico para salvaguardar la riqueza cinematográfica del país.

Lucho Espinal merece figurar también en la historia de la Cinemateca Boliviana, porque él escribió varias veces sobre el tema y fue uno de los que propulsaron la idea original.

Durante 37 años la Cinemateca Boliviana se ha consolidado gracias al esfuerzo de quienes fueron sus directores y administradores, sobre todo Pedro Susz, Norma Merlo y Carlos Mesa que han sido indudablemente pilares sobre los que se ha construido lo que existe ahora. Me consta que fueron años duros aquellos en que la Cinemateca funcionaba en la calle Pichincha en la sala de cine del Colegio San Calixto. Desde la empedrada calle Indaburo yo solía estirar el cuello para ver a través de las ventanas si en las pequeñas oficinas estaban Pedro o Norma. Y siempre estaban para visitarlos y conversar.

Muchas instituciones y personas contribuyeron para que la Cinemateca Boliviana sea la institución que es hoy, ya sea involucrándose directamente en la gestión, diseño, donaciones de películas y documentos, como aportando con algo de dinero en la campaña de los ladrillos para construir la nueva sede.  

Filmando a Dámaso Eduardo Delgado y a José María Velasco Maidana en 1980
En varias etapas de esta aventura colectiva me ha tocado contribuir. Considero que no es menor mi aporte a través de la investigación sobre la historia del cine boliviano y el empeño que invertí hasta encontrar y entrevistar a pioneros del cine nacional como José María Velasco Maidana (a quien redescubrí en Houston), Donato Olmos Peñaranda, Dámaso Eduardo Delgado, Mario Camacho, José Jiménez, Raúl Durán, Marina Núñez del Prado, Raúl Montalvo, Marcos Kavlin, Dorothy Hood y otros.

Hoy es relativamente fácil investigar y escribir sobre la historia de nuestro cine, pero no lo era a principios de la década de 1970, cuando empecé mi investigación sin tener precedente alguno, cuando las únicas fuentes eran los testimonios de quienes aún vivían y los archivos de periódicos. Como no había fotocopiadoras, usaba mi cámara para fotografiar todo lo que encontraba en diarios de la Biblioteca Municipal, y pasaba noches enteras revelando rollos y haciendo copias en papel.

La Guerra del Chaco (1936), de Luis Bazoberry García
Por otro lado, menciono como una contribución mi gestión para propiciar la recuperación de La guerra del Chaco (1936) de Luis Bazoberry García. El hijo de Bazoberry, que era mi dentista, me había comentado su intención de vender la película a alguna institución en Estados Unidos ya que en Bolivia “nadie se interesaba”. Poco a poco, mientras me sometía a la tortura de arrancarme muelas en su consultorio en la Calle Comercio, lo convencí de que era mejor ceder ese patrimonio a la Cinemateca Boliviana.

He contribuido también con la donación de mis colecciones de revistas de cine de Francia y otros países, y la cesión en depósito de mis películas (Señores Generales, Señores Coroneles, en 16mm, entre otras) que ahora están, según entiendo, bien catalogadas gracias al empeño constante de Elizabeth Carrasco.

Como toda historia, la de la Cinemateca Boliviana está llena de anécdotas que no siempre quedan registradas en la historia oficial, ya sea por falta de espacio o de memoria. Son muchos los que pueden ofrecer su anecdotario personal antes de que se pierda. 

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Somos nuestra memoria,
somos ese quimérico museo de formas inconstantes,
ese montón de espejos rotos.
—Jorge Luis Borges 

06 julio 2013

La maleta mexicana

"Muerte de un miliciano" (1936) de Robert Capa
Hay fotos que resumen la historia. La foto de la guerra civil de España que más notoriedad ha adquirido es la que muestra el preciso instante de la caída de un miliciano republicano. Ninguna otra imagen de la guerra española ha circulado tanto y ningún otro fotógrafo de esa guerra se hizo tan famoso con una sola foto. Pero como nada es lo que parece y toda historia es revisable y nunca definitiva, la foto de Robert Capa y algo de su prestigio se han visto mancillados por meticulosas investigaciones que pusieron al desnudo la verdad histórica.

A fines de mayo evoqué de nuevo la larga controversia cuando visité en París, en el Musée d’art et d’histoire du Judaisme, la exposición “La maleta mexicana”. Mientras recorría con mi hija Sybille la imponente muestra pensaba en ese debate que ya ha sido zanjado aunque Capa ya no está entre nosotros para defenderse, y el punto de vista ético ya no parece ser tan importante en esta sociedad fácilmente acostumbrada a la manipulación de la fotografía por medios electrónicos.

Musée d'art et d'histoire du Judaisme
La maleta mexicana, además del bonito nombre, existe. Son tres cajas con 4 500 negativos de Robert Capa (nacido en Budapest con el nombre de Endre Ernö Friedmann), Gerda Taro (nacida en Stuttgart como Gerta Pohorylle), David ‘Chim’ Seymour (nacido en Varsovia como Dawid Szymin) y algunos negativos de Fred Stein (nacido en Dresden). Es importante recordar que Friedmann y Pohorylle decidieron crear el personaje del “fotógrafo americano” Robert Capa, para poder vender mejor sus fotografías de guerra, tomadas indistintamente por ella o él, lo que hace aún más picante la historia.

La trayectoria de la maleta mexicana es tan fascinante y rocambolesca como la de los tres fotógrafos de guerra y podría ser la trama de una novela de Hemingway. De hecho, ya ha resultado en una película documental y en un libro, que se suman a la extensa filmografía y bibliografía que se ocupa de Robert Capa.

La parte más conocida de la historia de estos valientes fotógrafos antifascistas, refiere que entre 1936 y 1939 arriesgaron sus vidas para cubrir el frente de guerra en España desde las filas de los combatientes republicanos que defendían la legitimidad y la legalidad de la República contra la subversión de militares fascistas encabezados por Francisco Franco. Capa, su compañera Taro y ‘Chim’ Seymour tienen el mérito de haber recogido ese testimonio fotográfico, publicado a lo largo del conflicto bélico en revistas de Francia y Estados Unidos. No fueron los únicos, pero sí los más notorios.

Telegrama que anuncia la muerte de Gerda Taro
Por desgracia la guerra avanzó sobre ellos (literalmente, en el caso de Taro, que murió aplastada por un tanque) no solamente en el frente español sino también en Francia, ocupada por las tropas de Hitler. Capa, que se había refugiado en París, tuvo que salir precipitadamente en 1939 hacia Estados Unidos, dejando cajas de negativos y fotografías impresas en su estudio de la calle Froidevaux 37 (a un paso del cementerio de Montparnasse donde están enterrados Julio Cortázar y César Vallejo). 

Antes de que llegaran las tropas nazis su leal amigo húngaro Csiki Weisz –el mismo que había revelado magníficamente todos esos rollos- acomodó los negativos en tres cajas de chocolates (de color verde, beige y rojo), las puso en una mochila y se las llevó en bicicleta hasta Burdeos, donde supuestamente un contacto las haría llegar al consulado mexicano. Allí se perdió la pista de esos negativos, desaparecidos durante 68 años.

Una de las cajas de "La maleta mexicana"
Recién en el año 2007 apareció sorpresivamente en México la maleta con 126 rollos de negativos fotográficos en 35mm, la obra fundamental de Capa, Taro, Seymour y Stein durante la guerra civil española. Las cajas habían estado primero en manos del General Francisco Javier Aguilar González, embajador de México ante del gobierno de Vichy entre 1941 y 1942. Poco antes de morir en 1992 su hija Grace Aguilar entregó al mexicano Benjamin Tarver la maleta pero éste no le dio mayor importancia hasta que descubrió años más tarde el valor de su contenido. Doce años duraron las negociaciones con el Centro Internacional de Fotografía en New York (fundado por el hermano de Robert Capa) hasta que el 19 de diciembre del 2007 la curadora y cineasta Trisha Ziff (que en 2011 haría un documental sobre el tema) llevó personalmente los negativos y copias vintage y los entregó en mano propia a Cornell Capa, apenas cinco meses antes de la muerte de éste. Cornell murió con la tranquilidad de que había conseguido rescatar la obra fotográfica de su hermano Robert, quien había fallecido en 1954 al pisar una mina antipersonal durante la guerra de Indochina.

Hoy, al recorrer esta gran exposición en París, uno tiene el sentimiento de que de pronto se abrió una ventana secreta hacia el pasado, permitiendo filtrar nuevos rayos de luz que revelan aquello que la historia registró de manera incompleta. Para los historiadores y los amantes de la fotografía, es como descubrir los secretos de Houdini o el testamento según san Judas. Una novedad preñada de historia.

Copias contacto cuidadosamente clasificadas
La museografía de la exposición es estupenda, un gran mapa de España y Francia muestra con precisión los lugares y las fechas donde los tres fotógrafos y amigos realizaron su trabajo, avanzando o retrocediendo con el frente republicano. La muestra incluye primeras impresiones realizadas por Csiki Weisz, copias contacto de los rollos más significativos, ejemplares originales de las revistas (Regards, Nova Iberia, AIZ, Ce Soir, Vu, Life, etc), donde se publicaron las fotos por primera vez, así como telegramas y cartas que completan los datos históricos. La muestra es un regalo para quienes aprecian tanto la fotografía como la historiografía.

La polémica en torno a la fotografía más emblemática de Capa es similar a la que rodea todavía a la famosa foto “Beso en el Hotel de Ville” de Robert Doisneau, que algunos afirman que fue montada, que la pareja del beso fue contratada para ese fin, etc. En el caso de Capa, lo que se ha descubierto es que el miliciano no murió ese 5 de septiembre de 1936, que ni siquiera había sido herido en ese momento porque no hubo combates en esa fecha. Detalladas investigaciones indican que Capa, o probablemente Taro, tomó esa serie de fotos en un día relativamente tranquilo, mientras los milicianos jugaban a la guerra. 

Lo reconoció en parte el propio Capa, aunque insistió en que su foto era verídica:

Robert Capa
-Estaban haciendo payasadas-dijo él-. Todos estábamos haciendo el tonto. Lo estábamos pasando bien. No había disparos. Bajaban corriendo por la ladera. Yo también corría. 
- ¿Les pediste que escenificaran un ataque?- preguntó Mieth. 
- En absoluto. Estábamos contentos. Puede que estuviésemos un poco locos. 
-¿Y entonces? 
- Entonces, de repente, se convirtió en algo real. Al principio no oí el disparo. 
- ¿Dónde estabas tú? 
- Allí mismo, un poco adelantado y al lado de ellos.  (Wehlan, 1985)

Para José Manuel Susperregui, Carles Querol y otros que han estudiado en detalle la foto, el acontecimiento histórico, el personaje, la distancia del fotógrafo, el tipo de cámara (Leica) y de película, el ángulo de la sombra, la hora y el lugar de los hechos, allí no hubo un hecho de sangre. No hubo muertos allí hasta fines de septiembre. El miliciano de Alcoy (Alicante) Federico ‘Taino’ Borrell no cayó ese día a las 5 de la tarde en el Cerro de la Coja, en la localidad de Cerro Muriano (Córdoba), sino meses después, en otro lugar. Es más, estudios forenses de las características de su rostro indican que el miliciano de la fotografía no era Borrell.

Capa prefería no hablar de esa fotografía y la tira del negativo se ha extraviado (o los herederos no quieren que se conozca). El título de la foto en inglés, “The falling soldier” (“El soldado que cae”), se cuida de utilizar la palabra “muerte”. El biógrafo Richard Wehlan murió protegiendo hasta el final la versión de Capa (aunque no lo conoció), sin embargo, el meticuloso documental La sombra del iceberg de Hugo Domenech y Raúl M. Riebenbauer, que aquí se puede ver en su integridad, confirma que se trata de una foto preparada. Recoge testimonios como el del cineasta Patrick Jeudy en cuya película L’homme qui voulait croire a sa legende (2004) no pudo utilizar ni una imagen de Robert Capa porque los propietarios de los derechos se lo prohibieron, es más, le hicieron juicio para que no hablara del tema de la foto del miliciano.

Me queda claro que Robert Capa fue avasallado por una fotografía que en cuanto fue publicada por la revista Vu, se convirtió instantáneamente en una leyenda. Su carrera como fotógrafo quedó atrapada sin salida en una sola instantánea. No se atrevió al principio a contar las verdaderas circunstancias porque ello no convenía políticamente a la causa republicana, y más adelante la leyenda había crecido tanto, que cualquier desmentido hubiera podido destruir su carrera.

A su muerte en 1954, su hermano Cornell mantuvo la leyenda en complicidad con el biógrafo oficial y a través del control de la propiedad de las imágenes. Esa foto no figura en ninguna de las muestras “oficiales” (las únicas que hay) que se han hecho sobre la obra de Capa. El tema no se discute, pero en las subastas (y este no es un dato menor) una copia original de la fotografía de las que se hicieron muchas inmediatamente después de la guerra, puede llegar a venderse por 60 mil o 70 mil euros.

La historia se escribe a veces caprichosamente, como muestra Clint Eastwood en  Letters from Iwo Jima (2006) la película donde desentraña la verdad y los tejemanejes políticos detrás de la famosa y tan publicitada fotografía de un grupo de soldados plantando una bandera de Estados Unidos en lo alto de la isla japonesa durante la Segunda Guerra Mundial. Los héroes a veces no lo son, y hay otros héroes anónimos cuyas vidas nunca afloran en la historia. Eso lo vemos todos los días.

La polémica tiene su propia dinámica, pero no le quita mérito al impacto que tuvo la fotografía en su momento para que la atención se volcara sobre el frente republicano. Como fotografía no me parece extraordinaria pero es el símbolo de aquello que estaba sucediendo en la España acosada por el fascismo de Franco, y por ello es muy importante. Es una fotografía eficiente, que simboliza un periodo histórico fundamental de la historia contemporánea y el hecho de que hubiese sido un montaje no disminuye su valor ni la importancia de la carrera de Capa.

Lo que importa en el arte no es cómo se hace, sino para qué. Preparada o no, esa foto de Robert Capa (o de Gerda Taro) es una magnífica obra de expresión cultural y política, y la exposición sobre “La maleta mexicana” —aunque evite referirse a ese episodio— es una muestra de la importancia de estos tres fotógrafos de guerra.

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Si tus fotos no son lo suficientemente buenas,
no estabas lo suficientemente cerca.
—Robert Capa


30 junio 2013

De donde vino el vino

Ribadavia es una población pequeña a cien kilómetros al sur de Santiago de Compostela, y es el centro de la región vitivinícola de Ribeiro, denominación de origen con una superficie de 2.685 hectáreas de viñedo. Los invitados al XIII Congreso de IBERCOM tuvimos, a fines de mayo, la oportunidad de visitar esa región guiados por quienes conocen bien su historia y su cultura.

La Denominación de Origen Ribeiro fue una de las primeras en establecerse en España, en 1932, pero la historia de estos vinos gallegos se remonta a siglos atrás. Uno de los datos más significativos es que el primer vino que llegó a América en la naos y carabelas de Cristóbal Colón en 1492, procedía precisamente de esta región. Los historiadores lograron encontrar en el Archivo de Simancas (Valladolid) la referencia exacta en los folios XVIII  XIX del Testimonio de Salaya.

Los principales párrafos de ese testimonio permiten armar la historia de ese primer viaje del vino a tierras del nuevo continente.

… venían algunas personas al Almirante (Colón) dolientes e que delante de todos dezía… ‘Dobos a Dios, dales a todos estos todo lo que ubieren menester’, pese a lo cual, en un alarde crueldad luego se entraba a la casa de los bastimentos e dezía: ‘sy habemos de estar al apetito de todos estos, no hay bastimentos para un día’, y ordenaba recortarles de nuevo sus raciones.

Item, dize que a un clérigo gallego le fue tomada una pipa o dos de vino de Ribadavia e que estando (…) enfermo pidió una arroba o dos de vino porque la ración que le daban era poco para su dolencia, e no qe lo quisieron dar e lo vio morir e demandar dicho vino.

Que un clérigo gallego murió e que no le dieron de una pipa o dos de vino que le fueron tomadas.

Esos fragmentos, interpretados por quienes nos explicaron la anécdota, significan que Colón se apropió de unas pipas de vino destinadas a un clérigo gallego moribundo, y se las llevó en su viaje a las Indias, dejando morir al clérigo por falta de vino. La historia es un poco confusa, pero en Galicia están muy orgullosos de que aunque fuera a las malas, su vino haya sido el primero en cruzar el Atlántico. Se dice que más adelante, hacia 1595, el Virrey de la Nueva España Gaspar López de Zuñiga Acevedo y Velasco, habría llevado las primeras vides gallegas al nuevo continente.  


De lo que sí puedo dar fe por experiencia personal, es de la calidad de los vinos, sobre todo los blancos. Nuestros anfitriones en Ribadavia nos llevaron a recorrer el casco antiguo de la ciudad, con sus estrechas callejuelas peatonales sin aceras, no aptas para vehículos. Las casas con arcos de piedra y plazas con pórticos bajo los que los habitantes se guarecen de la lluvia, las pequeñas iglesias románicas, el reloj de sol en la Praza Maior, el barrio judío, y el mirador desde el que se abarca el río Avia.

Todo ello contenido en un entramado de no más de 20 calles tejiendo un óvalo de apenas 200 metros de diámetro. Caminar en esas condiciones y bajo un día soleado es una delicia. Por ahí he leído que le atribuyen a mi tocayo Alfonso X El sabio la frase: “Cruzar las puertas de la muralla y degustar un buen vino de Ribeiro es todo un placer”. Cómo será… Cada vez me gana el escepticismo sobre las frases que se atribuyen a personajes históricos y sobre la manera como se escribe la historia.  Ni siquiera en los testimonios “de primera mano” se puede creer, desde que supimos que los testamentos de la Biblia cristiana se escribieron no menos de 200 años después de Jesucristo, cuando sus supuestos autores llevaban mucho tiempo enterrados. Sin contar con todas las ediciones corregidas y aumentadas que tuvo el famoso libro a lo largo de su historia. Pero ese es otro tema.

Con Miquel de Moragas, en "nuestros" viñedos
Otros 300 metros de caminata hacia el sur, por la Rua Extramuros, lleva a la confluencia entre los ríos Avia y Miño, donde inmediatamente aparecen viñedos y “pazos”, las casas de piedra ancestrales. Me encontraba fotografiando unas vides cuando se abrió un ventana y un buen vecino comenzó a increparme: “No debe fotografiar esas vides, son el peor ejemplo, ya no dan buen vino”. Y me explicó acerca de los viñedos llenos de maleza, abandonados por quienes migraron a otros lugares de España o a América en busca de otras oportunidades. Él mismo había estado, me dijo cuando supo mi procedencia, en Bolivia.

De regreso al casco viejo abrieron las puertas de una antigua iglesia que ya no cumple funciones litúrgicas y nos sorprendieron con una larga mesa en la que se exhibían 36 botellas de los mejores vinos de denominación Ribeiro, las mejores bodegas de la región, marcas que no se conocen siquiera en otras regiones de España pues se consumen sobre todo en Galicia. Cada botella venía acompañada de un rótulo con información sobre el vino: cepa, año de producción, región, características del vino, etc.

Aunque generalmente no son los vinos blancos los que prefiero, debo decir que nunca había degustado mejores que estos. Menos de cincuenta invitados internacionales al evento de IBERCOM dimos fin en un par de horas con las 36 botellas, al paso de pequeños tragos de cada una, comenzando por la producción de 2012, siguiendo con la de 2011 y terminando con las pocas botellas de tinto que había para degustar. Esos sensuales sabores y delicados aromas acompañados por quesos, jamones y panes locales. Ya sé, a mí también se me hace agua la boca en este momento.

El grupo en el que yo estaba decidió por unanimidad que la mejor botella que pudimos probar antes de que apareciera misteriosamente vacía, fue la de Cuñas Davia 2012, una mezcla de cepas Treixadura, Albariño, Godello y Lado, de vino blanco suave y delicioso producido por Adegas Valdavia. Esta bodega tiene apenas 2 hectáreas de viñedo propio y produce en ellas 8 mil litros cada año. Pero las otras botellas no quedaron muy lejos en nuestras preferencias: Gran Alanis, Eduardo Bravo, Gran Leiriña, Máis de Cunqueiro, Gran Reboreda, en fin, no había manera de decir que alguna era realmente mala, pues había para todos los gustos.


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Pas mauvais écrivain peut devenir un bon critique,
pour la même raison qu'un vin moche
peut aussi être un bon vinaigre.
                          —François Mauriac




24 junio 2013

Camino de Santiago

Menos de dos años atrás, en noviembre del 2011, tuvimos el XII Congreso Iberoamericano de Comunicación (IBERCOM) en Bolivia; nos recibió la Universidad Privada de Santa Cruz de la Sierra (UPSA) y fuimos acogidos por Ingrid Steinbach, la organizadora del evento. En ese congreso me tocó ofrecer a los participantes la conferencia magistral de inauguración  sobre “El derecho a la comunicación, articulador de los derechos humanos”, y recibir de manos de Martha Paz y de Mary Torrico el Premio ABOCCS.

En un contexto muy diferente, bajo una lluvia fina participé a fines de mayo en el XIII Congreso de IBERCOM en Santiago de Compostela, "la ciudad-símbolo del viaje como transformación", donde nos esperaba Margarita Ledo, organizadora y anfitriona impecable, como suelen ser buenos anfitriones los gallegos. De esas atenciones y la fuerte identidad cultural de Galicia me gustaría escribir más adelante, por ahora me limito a referirme a IBERCOM. 

El congreso organizado por tres universidades gallegas —Santiago de Compostela, Vigo y La Coruña— se desarrolló sobre el tema general de “Comunicación, cultura y esferas de poder” con sesiones plenarias en las mañanas y trabajos de las Divisiones Temáticas de IBERCOM (DTI) en las tardes. 

El propósito del evento era analizar “el ejercicio del saber como forma de poder, la reconfiguración de la esfera pública como lugar para la diferencia, la interculturalidad y la construcción de la igualdad” como retos para los investigadores iberoamericanos.

Miquel de Moragas, Muniz Sodré, Moisés de Lemos y Guillermo Orozco  


Me tocó intervenir en dos momentos del programa, la primera vez para presentar el libro Cine comunitario en América Latina y el Caribe, resultado de la investigación que coordiné para la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (FNCL), y la segunda vez, al cierre del congreso, para rendir un homenaje a la memoria de Octavio Getino, fallecido el 1º de octubre del 2012.

Durante la presentación del libro me referí a la investigación como el primer y por ahora único estudio que aborda la situación regional del cine y el audiovisual comunitario a través de un recorrido por 14 países, para desentrañar el pasado y el presente del cine comunitario desde sus raíces históricas más profundas hasta sus proyecciones actuales. Destaqué la importancia del cine comunitario como una manifestación del derecho a la comunicación y no solamente como partícipe del séptimo arte, señalando que su referente principal no es la industria cinematográfica sino la comunicación como reivindicación de los excluidos y silenciados.

En el homenaje a Octavo Getino me limité a mencionar algunos hitos de nuestra amistad de casi 40 años y a mostrar diez minutos de una larga conversación que tuvo Octavio con Daniel Desaloms en 2011 en el programa “Vidas de película”. Esa es probablemente la última entrevista de fondo que Octavio concedió.

IBERCOM es un espacio de diálogo importante para los investigadores ibéricos y latinoamericanos, donde pueden ponerse al día sobre sus investigaciones, intercambiar ideas o simplemente encontrarse, lo cual es de por sí vivificante.  Me consta porque mis re-encuentros con colegas y amigos del campo de la comunicación suelen ejercer en mí el mismo efecto que una pócima energizante.

Más de 370 ponencias fueron presentadas durante el congreso, distribuidas en la programación de las Divisiones Temáticas de IBERCOM (DTI): “Políticas culturales, tecnologías y esferas de poder”, “Estructuras y soportes de comunicación: producción, consumo y recepción”, “Comunicación estratégica, organizacional y publicitaria”, “Teoría y métodos de investigación”, “Educomunicación”, “Los discursos de la comunicación: migración, género, movimiento ciudadano, folkcomunicación”, “Estudios cinematográficos y audiovisuales”, e “Historia de la comunicación y de los medios”. Además se programaron diez mesas temáticas, presentaciones de libros y revistas, y otros eventos paralelos. Demasiado para escoger, uno tendría que multiplicarse para asistir a más de una docena de sesiones que se realizaban cada tarde en simultáneo. 

Una de las sesiones más interesantes, antes de la inauguración oficial del evento, fue sobre la definición de una agenda iberoamericana –científica y política- de cooperación con la Asociación Internacional de Estudios sobre Comunicación Social (AIECS), conocida como IAMCR por su siglas en inglés. Precisamente se habló de las limitaciones impuestas por la AIECS a la diversidad lingüística, lo cual coloca a los investigadores de nuestra región en una posición de desventaja en esa organización dominada por anglófonos.

Mientras los latinoamericanos hacemos el esfuerzo de hablar inglés y de leer en su lengua original los libros de nuestros colegas anglófonos, estos no le dedican la menor energía a aprender castellano, uno de los idiomas más hablados en el planeta, y todavía pretenden que nosotros traduzcamos al inglés nuestras obras porque de otro modo, armados de una coraza de soberbia, no nos leen. Al no leernos se pierden la oportunidad de acceder a las contribuciones más importantes en el campo de la comunicación contemporánea, pues América Latina es el polo más activo en la generación de un conocimiento renovador y comprometido con el cambio social, como se pudo constatar en los trabajos presentados durante este congreso de IBERCOM.

Entre Xosé Ramón Pousa y Marcelo Martínez Hermida
Los congresos, como todos sabemos, son importantes no solamente por las ponencias que se presentan o por las discusiones que tienen lugar, sino por los encuentros con nuevos colegas y los re-encuentros con colegas y amigos a los que a veces uno ha dejado de ver durante varios años. Me agradó por supuesto ver a Margarita Ledo Andión en su propia tierra, Galicia, y conocer a colegas tan estupendos como Xosé Ramón Pousa Estevez y Marcelo Martínez Hermida, a quienes cuento ya entre los amigos. Y los re-encuentros abundaron: Thomas Tufte, Miquel de Moragas, Paco Sierra, Clemencia Rodríguez, Gabriel Kaplún, Cicilia Peruzzo, Luis Humberto Marcos, Raúl Trejo Delarbre, Carlos Arroyo, Eliana Herrera y varios otros con los que he recorrido caminos ya sea en aventuras editoriales o académicas.

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Lo más importante de la comunicación 
es escuchar lo que no se dice. 
—Peter Drucker 

17 junio 2013

#YoSoy132, el libro

El 2 de julio del 2012 acompañé una de las marchas del movimiento #YoSoy132 en Ciudad de México. Estudiantes de varias universidades se unieron para  manifestar, como lo habían hecho en las semanas anteriores, contra el sistema político mexicano y las irregularidades del proceso electoral y contra la distorsión de la realidad y el poder manipulador que ejerce sobre la opinión pública el llamado “duopolio” televisivo: Televisa y Televisión Azteca.

Fotografié entonces pancartas en las que se leía: “Las instituciones tienen precio, nuestra dignidad no. Conciencia colectiva”, “IFE: Instituto de Fraude Electoral”, “Mexicanos al grito de guerra”, “Un minuto de silencio por el pueblo mexicano que no se rinde”, “Un pueblo ignorante es un pueblo sumiso”, “Los medios son de ellos, las paredes son nuestras”, “Peña Nieto, no pasarás”, “Lo único que me mantiene en pie es la conciencia”, “Un pueblo ignorante suele elegir a un gobierno ignorante”,  “Si no hay pan para el pobre, no habrá paz para el rico”, “Dejar de luchar es empezar a morir”, “Somos el pueblo informado y estamos en pie de lucha”, “Hoy estoy de luto”, “Murió la democracia, nació la revolución”, “No regresemos a la dictadura perfecta”, y varias frases del Ché.

Pocos días antes de cumplirse el primer año del nacimiento del movimiento #YoSoy132, a principios de mayo, pude refrescar mi memoria de aquellos hechos cuando asistí a la presentación del libro #YoSoy132 – Primera erupción visible, escrito a cuatro manos por mi cuate Jesús Galindo y José Ignacio González-Acosta, el primer libro que se publica sobre ese fenómeno social, político y cultural que durante algunos meses transformó a la sociedad mexicana. Hubiera querido escribir inmediatamente una crónica sobre el libro y su presentación, pero cinco semanas de viaje por cinco países y un virus porfiado e impenitente me lo han impedido hasta ahora.

La presentación se hizo en la Universidad Iberoamericana, en Santa Fe, en las afueras de la Ciudad de México. No es cualquier lugar para presentar una obra como esta, puesto que fue allí exactamente un año antes, 11 de mayo de 2012, cuando entre los muros de esa universidad privada y elitista germinó la semilla del movimiento de estudiantes #YoSoy132. Fue entonces cuando los estudiantes “de la ibero” le hicieron pasar un trago amargo al candidato a la presidencia, el priísta Enrique Peña Nieto, quien tuvo que refugiarse en uno de los baños para escapar al acoso.

Los asesores del ahora presidente de México cometieron el desliz de calificar a los estudiantes de agitadores infiltrados y eso abrió las puertas para que los aludidos se identificaran uno por uno con sus credenciales de universitarios, en un video que en pocas horas se convirtió en un fenómeno viral y dio nacimiento a #YoSoy132. El descontento de la población mexicana con el sistema político imperante fortaleció rápidamente este movimiento que tuvo la capacidad –inédita en México- de convocar a los candidatos presidenciales a un debate público en televisión.

Jesús Galindo Cáceres, Octavio Islas,  José Ignacio González-Acosta y dos estudiantes de la Ibero 
La “primera irrupción visible” es analizada por Galindo y González-Acosta en profundidad y en un lenguaje poco convencional que se corresponde con la propuesta principal del análisis. Según los autores el movimiento #YoSoy132 fue un movimiento “estético” diferente a otros movimientos sociales territoriales que se han producido regularmente en el país. Luego de una rigurosa investigación que acumuló 130 sesiones de grupo y encuestas en 22 ciudades mexicanas, los autores trasladan sus observaciones de marchas, entrevistas, testimonios y otras manifestaciones, a un texto sencillo y directo, escrito en un lenguaje cándido y coloquial con preguntas provocadoras y respuestas tajantes, como un diálogo de tú a tú –un tanto fragmentado- que interpela al lector para sumarlo a la reflexión.

El movimiento político, social, cultural y estético es abordado en 184 páginas por Galindo y González-Acosta, autores de generaciones separadas por más de tres décadas de distancia, pero unidos en una perspectiva renovadora de activismo intelectual del movimiento social que transformó el escenario político mexicano.

Un libro escrito a cuatro manos representa un desafío estilístico cuyo resultado es que algunos capítulos son mejores que otros, tanto en la reflexión como en la escritura. Más allá de los capítulos de análisis de contexto y de las descripciones detalladas de los hechos, quizás el texto más interesante es el que plantea la tesis de #YoSoy132 como un movimiento estético, lo cual podría aplicarse también a los indignados de España, a Occupy Wall Street, a los estudiantes chilenos, a los ciudadanos de Gezi park en Estambul, y a muchos otros movimientos sociales, en su mayoría constituidos por jóvenes, cuyo origen se remonta a los antiglobalizadores de Seattle en diciembre de 1999 y mucho antes, a los movimientos estudiantiles creativos de mayo 1968 en París.

Jesús Galindo Cáceres y  José Ignacio González-Acosta 
Los autores consideran que un movimiento social estético se diferencia de los movimientos tradicionales porque sus reivindicaciones tienen significan una elección entre “lo sublime y lo vulgar; lo honesto y lo deshonesto; lo bello y lo repugnante; lo legítimo y lo ilegítimo; lo justo y lo injusto; lo digno y lo indigno; la libertad y la opresión; lo moral y lo inmoral; la libertad y la coacción; la conciencia o la ignorancia; lo que ofende o enaltece; más de lo mismo o cambio; lo moderno y lo fuera de moda”.

Por ello, afirman, las comunidades estéticas no exigen exclusividad total sino que establecen relaciones con otras comunidades “pero no de modo rígido, exclusivo”. Por esas mismas características, las comunidades estéticas “son muy abiertas, muy inestables, frágiles…” Suelen potenciarse por el uso intensivo de múltiples sistemas de información y comunicación, tal como sucedió de manera viral y gracias a internet con #YoSoy132, y como había sucedido antes con el movimiento global de IndyMedia resultante de las manifestaciones de Seattle.

¿Ha sido #YoSoy132 un movimiento fundador o una llamarada de petate? En cuanto la fragilidad de los movimientos estéticos los autores son radicales en su análisis cuando afirman que el movimiento ya murió, a menos de un año de haber nacido, porque se institucionalizó: “… pasa a ser un movimiento social político, con fines y objetivos políticos definidos en la forma que lo conocemos aun hoy en día”.

Pero más allá de desaparecer como movimiento estético (lo que explicaría por ejemplo la poca asistencia de estudiantes durante la presentación del libro en la Universidad Iberoamericana), uno se pregunta si el movimiento #YoSoy132 no desapareció como tal al terminar la coyuntura electoral. “… la coyuntura política apagó parte de lo que se había encendido, y la forma del movimiento fue menor de lo que pudo llegar a ser. (…) … un movimiento así es posible, pero no tiene condiciones para poner en riesgo al sistema de orden y control vigentes de manera permanente o definitiva”.

La denominación de “comunidades estéticas”, con guiños a Oscar Wilde o a Lord Byron (también a Baudelaire y Rimbaud aunque pertenecen a la categoría de poetas “malditos”), es sin duda una apuesta arriesgada porque lo que cuenta desde el punto de vista histórico no es solamente la figura del dandy que sacude a la sociedad (épater la burgeoisie) sino la permanencia de su obra. Ninguna de esas “figuras” existe al margen de una obra importante que trasciende la manera de actuar coyuntural.

Queda también por verificarse la distinción generacional tajante que se hace entre “jóvenes” y “adultos” en el libro, no verificable en la realidad puesto que hay tantos jóvenes conservadores y “plásticos” para quienes lo mejor es que nada cambie, como adultos que sueñan y se comprometen día a día, sin aspavientos, en la transformación de la sociedad.

Marcha del movimiento #YoSoy132, el 2 de julio de 2012 en Ciudad de México
Durante la presentación del libro pregunté a Chucho y a José Ignacio cual era el “clic” que les había permitido recorrer juntos esta aventura editorial y ellos recordaron que fue una fortuita conversación de sobremesa (poco tiempo después de los eventos sucedidos en la Universidad Iberoamericana), cuando el editor del libro lanzó el desafío que ambos autores decidieron aceptar. José Ignacio (23 años de edad), estudiante de antropología y medios en la Universidad de Goldsmith en Londres, y Jesús, académico y promotor cultural con una trayectoria muy extensa, unieron fuerzas para sacar adelante el proyecto en menos de un año. A pesar de haber reunido miles de páginas de información y encuestas, el resultado es un libro relativamente breve, de fácil lectura, que consecuentemente con el aporte que representa, está disponible de manera gratuita en PDF a través de la revista Razón y Palabra que dirige Octavio Islas.

Para Jesús “Chucho” Galindo, este es el libro número 30 que publica. No entiendo cómo administra su tiempo para hacerlo tan rentable intelectualmente, porque entre su trabajo en la Universidad de Puebla y todo lo que publica en una cantidad de redes sociales de las que forma parte (jazz, cocina, diseño, moda, deportes…), mi amigo Jesús Galindo Cáceres todavía se da tiempo para investigar y escribir libros.

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En los ojos del joven, arde la llama; en los del viejo, brilla la luz.  —Victor Hugo 


01 junio 2013

Miradas profundas

A mediados de mayo participé en Montevideo en una experiencia singular y renovadora, el taller de cine documental propiciado por la cadena de televisión Al Jazeera como parte de la iniciativa denominada Viewfinder, a su vez emparentada a un programa mayor, Witness.

De cómo llegué allí es una historia que quiero contar brevemente. Meses atrás leí una convocatoria de Al Jazeera para la producción de películas documentales en América Latina y decidí participar con un proyecto que tenía en cantera. A la convocatoria de los organizadores de Viefinder respondieron 530 proyectos y fueron seleccionados once, entre ellos el mío. De esos pocos, seis serán producidos por Al Jazeera y difundidos durante el año 2014 hacia los 250 millones de espectadores que la cadena televisiva con sede en Doha (Qatar) afirma tener en el mundo. 

El concepto de documental observacional que promueve Al Jazeera en sus programas Witness y Viewfinder, sin comentario en off y sin narrador “neutro”, coincide en buena parte con mi propia perspectiva en los documentales más recientes que he realizado. Tanto Mujeres de Pastapur (India, 2008) como Voces del Magdalena (Colombia, 2006) dan fe de esa orientación hacia un documental donde la realidad habla a través de sus protagonistas.

Jean Garner y Patricia Boero
Al Jazeera promueve a cineastas cuyas historias buscan “captar el impacto de la transformación a través de la lente de los que viven en el camino del cambio”. El sello distintivo de los documentales de Witness es “ir más allá de los titulares de la hora de llevar la narración en profundidad de los más afectados por los acontecimientos mundiales”. Del mismo modo en la serie Viewfinder se busca identificar nuevas perspectivas de cineastas que trabajan en regiones emergentes del mundo.

El desarrollo del taller fue una experiencia estimulante facilitada por Jean Garner, Rodrigo Vásquez, Keith Lynch y Patricia Boero, del programa Witness y Viewfinder de Al Jazeera. El equipo de DocMontevideo encabezado por Luis  González fue el anfitrión ideal tanto para las sesiones de trabajo de toda la semana como para en los momentos de esparcimiento.

Los once cineastas preseleccionados por Al Jazeera tuvimos la oportunidad de intercambiar los detalles sobre nuestros proyectos y sobre la realidad de nuestros países, acicateados continuamente por el alto nivel de exigencia de los organizadores del taller. Las discusiones, a veces apasionadas, permitieron enriquecer cada una de las propuestas. 

Si bien solo once proyectos fueron escogidos entre varios centenares para participar en el taller, son más los países representados en las temáticas propuestas. Por ejemplo, el proyecto de una joven de origen mozambiqueño-brasileño cuya propuesta es filmar a un niño haitiano que todos los días atraviesa la frontera para ir a la escuela en República Dominicana, o el proyecto de un colega brasileño que quiere filmar a inmigrantes haitianos en la ciudad fronteriza de Brasileia, territorio del Acre.

Los temas y los personajes son variados: un campeonato de ajedrez en una cárcel de Uruguay, una radio mapuche en la Patagonia, una artista de rap en la peligrosa Comuna 13 de Medellín, o la reconversión de una antigua prisión en un centro cultural en Honduras, las mujeres sin techo en Sao Paulo. En cada caso hay uno o dos personajes que conducen la historia y que permiten estructurar de antemano los guiones sin perder la frescura de la observación. La comunicación y la cultura constituyen en casi todos los proyectos el eje central articulado a cambios sociales en espacios de diálogo y de resistencia.

Los seleccionados, con el equipo de Viewfinder y Doc Montevideo
Este es el segundo año que se realiza el programa Viewfinder en América Latina.  Esto quiere decir que ya hemos visto los resultados concretos de la primera ronda, con producciones tan interesantes como Glances (Miradas) dirigida por Alfonso Gastiaburo, quien también participó en el taller para compartir su experiencia.

Montevideo es una ciudad apacible y Uruguay vive un momento político ejemplar en muchos sentidos. El contexto del país no podía ser más favorable para la realización de un taller de estas características.

No todo es trabajo en la vida, aunque el trabajo y el placer con frecuencia sean una misma cosa. En Montevideo aproveché para volver a ver a amigos de muchos años, cineastas como el “Flaco” Walter Tournier y Mario Jacob, director y productor respectivamente de esa gran película de animación que es Selkirk, la verdadera historia de Robinson Crusoe. Estuve también con mi colega Gustavo Gómez, especialista en legislación sobre comunicación, quien me contó algunos entretelones del proyecto de Ley de Servicios Audiovisuales que en estos días es discutida en el parlamento uruguayo a pesar de la oposición cerrada de los propietarios de medios de información privados y de las dudas del propio presidente Pepe Mujica. Y con Guilherme Canela, de Unesco, que como Asesor Regional tiene a su cargo el tema de comunicación en América del Sur.

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Un film es una cosa viva. No soy de los directores que se atienen a lo que hay escrito. Mis películas cambian enormemente durante el rodaje.

—François Truffaut