(Publicado en Brújula Digital, Público Bo y ANF el sábado 8 de junio de 2024)
El agua es caprichosa e indócil, adquiere
la forma que su entorno le permite adoptar. A veces se muestra pacífica y otras
violenta. En pocos minutos estalla colérica cuando no encuentra una salida. El
agua es imprevisible, sobre todo cuando no se han tomado las medidas de
previsión necesarias para domarla, encaminarla, apaciguarla.
Me presto el título del filme de Guillermo del Toro para referirme otra vez a la dramática situación que vivieron algunas ciudades Bolivia como consecuencia de las lluvias (y de la torpeza edilicia), y en particular La Paz, “maravillosamente” frágil y descalabrada, surcada por más de 250 ríos de diferente caudal, que confluyen en una misma cuenca, afectada en meses pasados como no se había experimentado antes.
Tiene suerte la alcaldía de La Paz
porque, al parecer, ya pasó la temporada de lluvias, pero miente groseramente cuando
dice que “en 60 años no se habían producido lluvias tan torrenciales”. A todos
nos consta que fueron lluvias cortas, pero destructivas porque en la época seca
no se habían tomado las medidas de prevención necesarias. El alcalde andaba de
parranda durante dos años, en campaña de mil colores y guirnaldas demagógicas,
poniendo su penosa foto en todas partes (como hacía el autócrata Evo Morales).
Nos consta a los ciudadanos que no se hicieron labores de limpieza de alcantarillas, de rejas, tragantes y sumideros del sistema de desagüe. De hecho, como cualquiera puede constatar, siguen obstruidos, aunque la propaganda municipal dice que (finalmente) se les ha ocurrido limpiarlos. No lo hicieron cuando debían hacerlo, y pudimos sufrir las consecuencias.
El alcalde estaba más ocupado en pavimentar
de nuevo avenidas ya pavimentadas, dejando en el abandono las que realmente
necesitan una capa de asfalto, o en maquillar plazas que no necesitan
maquillajes, empeorándolas con “árboles” de cemento (esa adicción estúpida al
cemento) en lugar de dejarlas como estaban. Dicen que ahora quiere estropear la
plaza Bolivia, persiste en sus majaderías mientras es incapaz de pintar los
pasos de cebra fuera de las avenidas principales. Sólo hace “obras” en los
lugares más visibles (y donde es menos necesario).
Sin embargo, vayamos más lejos en la
distribución de responsabilidades, ya que hay quienes con poca visión y mucho
oportunismo, sacan réditos políticos echando toda la culpa a este alcalde (ya
desahuciado políticamente), cuando los problemas son de larga data.
1. Es cierto que el Negro Arias tiene mucha responsabilidad. No hizo trabajos de mantenimiento, se dedicó a inaugurar tonterías, no hizo obras de envergadura que podían quedar como un sello de su gestión. Sus “súperobras” son bobadas. Carece de visión de largo plazo, sólo estaba pensando en una reelección de la que ahora puede despedirse, porque no llegará con los huesos sanos a ningún otro destino político. En el manejo de cuencas, Arias pudo hacer lo que hizo Luis Revilla en el rio Choqueyapu (doble embovedado) o en el rio Irpavi (muros de contención) de manera que el agua no erosione los márgenes y se desborde. En dos temporadas secas pudo colocar por lo menos gaviones en los lugares de mayor fragilidad. Pudo entubar las partes más peligrosas o reforzar los puentes y pasarelas en riesgo. No lo hizo y como alcalde ha quedado muy por detrás de Revilla.
2. La ciudad de La Paz se ha fragilizado por
muchos años debido a su crecimiento caótico, a los avasallamientos, a los
cerros que han sido aplanados, a los miles de árboles que han sido cortados, a
todas las construcciones ilegales, a veces barrios enteros que emergen en
suelos que no son aptos para construir. La responsabilidad no es de un solo
alcalde, sino de la corrupción generalizada en la sociedad. Los propios
concejales del Gobierno Autónomo Municipal de La Paz (por ejemplo, bribones
como Sogliano y Chaín, que pretendían autorizar construcciones sin normas, de
cualquier altura y en cualquier lugar, un cheque en blanco para traficantes y
estafadores).
Sucesivos alcaldes y funcionarios de Palca, trúhanes y corruptos, especulan desde hace muchos años con terrenos en Chasquipampa, Achumani y Calacoto. A cambio de coimas otorgan permisos para edificar, sin respeto de las normas, a constructores que especulan y lavan dinero mal habido (Loritas y otros). Tampoco son inocentes los ciudadanos que actúan en la ilegalidad, y encima reclaman con prepotencia el “derecho” de instalarse en cualquier terreno baldío, ya sea municipal o privado, para construir sin planos, sin normas, sin permisos. Basta abordar el teleférico para ver desde arriba el caos negligente que reina en la “ciudad maravilla”, un caos indefendible. Por encima de los corruptos mencionados está el gobernador de La Paz, dipsómano empedernido cuya gestión es la más nefasta en la historia del departamento.
En un nivel más amplio, desde el Estado
nacional, la política abiertamente ecocida de los gobiernos del MAS ha derivado
en la destrucción de varios millones de hectáreas de bosques y el
envenenamiento y desvío de cauces naturales de agua por la minería ilegal, con
consecuencias para el equilibrio ambiental y las comunidades indígenas o
urbanas. La pérdida de cobertura vegetal altera las condiciones climáticas regionales,
no solamente locales. El calentamiento global es una realidad apremiante: los
fenómenos de El Niño (tormentas y vientos hacia sur cuando las aguas del Pacífico
se calientan), y su violento retorno, La Niña (vientos tempestuosos hacia el
norte cuando esas aguas se enfrían), responden a procesos de deterioro ambiental
causados los seres humanos en el poder o en la sociedad.
3. Nuestra vida cotidiana también es
responsable de todo lo malo que está sucediendo con el medio ambiente. Más allá
de los grandes villanos que destruyen bosques, aplanan cerros y envenenan ríos,
y de los especuladores angurrientos de dinero fácil (narcotraficantes,
avasalladores, loteadores, constructores, contrabandistas, chuteros, ganaderos,
soyeros, etc.), están los ciudadanos irresponsables e inconscientes.
Todos somos culpables del deterioro del medio ambiente. No somos conscientes de la manera como disponemos de la basura ni del uso indiscriminado de bolsas y botellas de plástico de un solo uso (plástico que no se destruirá en 120 años y que terminará en el mar). Cada vez que consumimos carne vacuna deberíamos al menos sentir un poquito de culpa por los bosques destruidos para el pastoreo y los miles de litros de agua dulce desperdiciados por cada kilo de carne que se produce. El agua que dejamos correr en la ducha o en el lavamanos, los detergentes químicos que usamos, los alimentos ultra procesados envasados que compramos en los supermercados, el motorizado que utilizamos en lugar de caminar unas pocas cuadras, el envoltorio estañado que tiramos en la calle… todos esos actos cotidianos nos están matando. (Además de los pésimos alcaldes).