25 septiembre 2020

Muertos en el closet

Técnicamente se llama “exceso de muertes” pero yo les llamo “muertos en el closet”, y no me refiero a los que pesan sobre los 14 años de autoritarismo de Evo Morales, sino a los fallecidos no contabilizados desde que comenzó la pandemia del coronavirus. No es un tema exclusivamente boliviano, sino global como la pandemia: durante meses las mediciones sobre contagios y muertes por Covid-19 han sido mentirosas porque los gobiernos solo contaban a los pacientes detectados, mientras en asilos de ancianos y en casas particulares los fallecidos quedaban escondidos en el closet de la estadística. Los cementerios estaban abarrotados y los carpinteros ya no tenían madera para fabricar ataúdes. Las familias enterraban a sus muertos en cementerios clandestinos o simplemente los dejaban envueltos como paquetes en los parques para que los recogieran los servicios municipales de salud. Nos conmovieron las imágenes de Guayaquil pero, para ser justos, lo mismo sucedió en otros países.
La gente se muere en su casa, y como no tiene acceso a pruebas de Covid-19, las causas de mortalidad son atribuidas a cualquier falla orgánica, como si de pronto a todos se le hubiera ocurrido morirse al mismo tiempo por afecciones a los riñones o al corazón. Los operadores de crematorios y cementerios revelan que se ha multiplicado por cinco el número de muertos con relación al año anterior. Son muertos sin etiqueta. Los gobiernos no los cuentan.
Para rechazar críticas, algunos gobiernos dicen que se conocen más casos porque se hacen más pruebas, pero no es cierto: España ha realizado tantas pruebas como Portugal (por millón de habitantes), pero tiene tres veces más muertes por Covid-19 que su vecino país. Se habla del “milagro” sueco que venció el coronavirus sin confinamiento, pero no es cierto, pues el país nórdico tiene 580 fallecidos (por millón de habitantes), igual que Italia o México, y cien muertos más que Francia o que Colombia. En número de contagios, Chile y Perú tienen alrededor de 23 mil (por millón), más que Brasil, aunque las cifras totales hacen aparecer a Estados Unidos, India y Brasil encabezando la lista de la ignominia. El cristal estadístico es siempre tramposo, porque depende de cómo se mira.
Para Bolivia es un
grave problema estar acorralada entre los países que más contagios diarios han tenido en semanas recientes, como Argentina donde el número aumenta exponencialmente. Las fronteras permeables con Brasil, Perú, Chile y Argentina ponen a nuestro país en un riesgo muy grande, porque no hay manera de controlar varios centenares de pasos fronterizos clandestinos por los que circulan contrabandistas y narcotraficantes portadores del virus. Somos el caso diametralmente opuesto de Nueva Zelanda, que no tiene casos porque es una isla. El subregistro de muertes era tan grosero, que universidades y otras instituciones científicas decidieron comparar todas las muertes con estadísticas de años anteriores en las mismas fechas. Recién ahora los gobiernos han aceptado “revisar” sus cifras de muertos por Covid-19 que, como ahora se sabe, no afecta solo a los pulmones con su “hipoxia silenciosa”, sino a cualquier órgano del cuerpo. Los países están “sincerando” sus cifras con base en modelos estadísticos. La verdadera curva de muerte es la que proyecta, entre otros, el estudio realizado por la Red de Epidemiólogos EuroMOMO, difundida por el New York Times y The Economist, que han medido el “exceso de muertes”. Es decir, han comparado el número de muertes totales de un país en el periodo del coronavirus, con las muertes totales de los tres años anteriores. El resultado es escalofriante, porque el incremento de muertes en algunos países de Europa llega a 350%.
Países con dirigentes políticos irresponsables, como Estados Unidos, Reino Unido, Brasil y México se negaron a imponer medidas drásticas y por ello muestran una escalada de contagios. España y Francia relajaron las medidas de confinamiento para pasar buenas vacaciones de verano y ahora vemos las consecuencias, porque el virus no toma vacaciones. Hay un nuevo tipo de vandalismo en el mundo, que no se limita a los que organizan “fiestas Covid” para contagiarse y contagiar a otros. La irresponsabilidad radica también en los “normales”, en esos miles de manifestantes en Alemania o Estados Unidos que se niegan a usar tapabocas. Si ellos fueran los únicos afectados, qué importa que se mueran, pero el problema es que infectan a otros que tratan de cuidarse. Lo único claro en esta pandemia de la que aprendemos todos los días, es que el virus entra por la boca, la nariz y los ojos, y si uno actúa con responsabilidad y se cubre esas tres mucosas, las posibilidades de contagiarse en la calle, en la casa o en el trabajo, son mínimas.
(Publicado en Página Siete el sábado 19 de septiembre 2020)

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La turbulencia de los demagogos derriba los gobiernos democráticos.
—Aristóteles