04 agosto 2019

El mundo de Aray

Edmundo Aray
Era cineasta y era poeta, como otros trabajadores de la imagen que se expresan con palabras o con películas. No sé si pesan más en la memoria de este amigo venezolano sus libros o sus filmes, pero creo que sobre todo era poeta de imágenes escritas. No solo en sus libros sino en su correspondencia.

Por ejemplo, tenía la costumbre o quizás la virtud, de responder a los correos en versos. Varias veces intercambiamos sobre diferentes temas: el colectivo de documentalistas de América Latina (EnDoc) o la posibilidad de presentar en Venezuela la revista mexicana Archipiélago, realizada por nuestro amigo común Carlos Véjar Pérez Rubio, algo que no pudo concretarse.

Solía comentar de vez en cuando mis notas de blog, cosa que uno siempre agradece porque son pocos los amigos que lo hacen, y menos aún los que las leen. Cuando publiqué un texto sobre Yolanda Bedregal en ocasión del centenario de su nacimiento, me escribió por supuesto en verso celebrando a la escritora boliviana:

Recibo la mañana con tu delicada
crónica sobre Yolanda. ¡Nobleza
de los recuerdos cultivados!
Algunos nombres me son familiares.
Percibo que los personajes han
formado parte de tu vida.  Parecieran
detenidos en el tiempo,
Me complace leerte. Es tuya la palabra,
su templada y sabia escritura.
Un abrazo.
                     Edmundo 
Tuvimos mucho que ver cuando la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (FNCL) con sede en La Habana, cuyo presidente era entonces Gabriel García Márquez, me pidió coordinar el libro “Cine comunitario en América Latina y El Caribe”. Venezuela se ofreció a imprimir la primera edición y Edmundo fue uno de mis principales interlocutores.  
Esa primera edición (de las tres que tuvo el libro, en Caracas, Bogotá y Quito), debía hacerse durante el V Festival de Cine Latinoamericano y Caribeño de Margaritas, en octubre del año 2012, pero algún burócrata del gobierno venezolano decidió que había que quitar del capítulo de ese país (que había sido escrito por Pocho Álvarez) algunos nombres que no le caían bien al régimen, de modo que la presentación se hizo recién en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, en diciembre del mismo año, con el capítulo cambiado. Edmundo no tuvo que ver con ese absurdo acto de censura y en los años siguiente replegó su actividad a Mérida.
Edmundo Aray (a la derecha), junto a Sergio Trabucco, Roque Zambrano y Alfonso Gumucio 
El cine era una parte importante de su vida, no en vano estuvo entre los iniciadores de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y fue fundador del Comité de Cineastas de América Latina, así como director de la Escuela Internacional de Cine y Televisión en San Antonio de Los Baños. En su filmografía destacan las películas “Pozo muerto” (1968), “Venezuela tres tiempos: fragmentos del anti-desarrollo” (1973), “Simón Bolívar, ese soy yo” (1995), y varios trabajos más. 
Publicó varios poemarios, entre ellos “La hija de Raghú” (1957), “Nadie quiere descansar” (1961), “Tierra Roja, Tierra Negra” (1968), “Cambio de soles” (1969), “Libro de héroes” (1971), “Cantata del Monte Sagrado” (1983). Y obras de narrativa de corte biográfico: “Los cuentos de Alfredo Alvarado, alias el Rey del Joropo” (1997); “Bolívar, de San Jacinto a Santa Marta”; Antología Poética (La vida a la muerte unida: 1958-1999); “Manuela Sáenz, ésa soy yo” (2000); “Simón Rodríguez, ése soy yo” (2000); “José Martí, ése soy yo” (2002); “Sucre, ése soy yo”, entre otras. 
Me obsequió su antología “Laberinto de amor” que reúne los poemas escritos entre 1991 y 2006, con una dedicatoria generosa: “Para Alfonso Gumucio, unidos por el hecho creador”. En ese libro le dedica hermosas páginas de prosa poética a Bolívar y a Manuela Sáenz: “Me mandó a llamar, a su mujer de alma y cuerpo y corazón, hermoso cuerpo desnudo y perfumado con agua de verbena; tierra generosa, de raso y seda, y hamaca y alfombra y terciopelo y piedra blanda y volcán y lava y deliciosa miel… la suya y la mía, y mucha, inolvidable pringamosa, y las 24 horas de mi vulva que su alicaído humor retuvo para saciarse cualquier día de mayo…” 
Edmundo falleció a los 83 años de edad en la ciudad de Mérida, el 26 de junio de 2019. Estas líneas son para la memoria, para la mía, por supuesto.
(Publicado en Página Siete el domingo 21 de julio 2019)

___________________________
Pensar es doloroso
El alma hierve y se ahoga.
Edmundo Aray