De pronto, al verla tuve una epifanía, aunque el término pueda parecer exagerado y medio místico. Suena menos religioso decir que tuve una revelación: me pasó lo mismo que me había pasado hace cinco décadas con Jaime Sáenz cuando una tarde en su casa le pedí que eligiera algunos de sus versos enigmáticos y me explicara el origen.
Claro que es un pecado pedirle eso a un poeta, pero Jaime lo hizo de buena gana. Eligió “Ni una palabra”, un breve poema del libro “Al pasar un cometa”, y me dijo que los versos (“Unos ojos miran con fijeza, el olvido amanece en la penumbra…) habían surgido durante una visita a la morgue en el Hospital de Clínicas de Miraflores: “Estaba declinando el día, insinuándose la noche. No había tenido yo cuenta de eso y de pronto me dio un cierto resquemor, una cierta cosa”. Y sigue el relato de Jaime para terminar: “Y me salí, desconcertado. Y salió el poema. Es una descripción totalmente objetiva de esa situación”.
Sucede a todos los que escribimos poesía: para el poeta cada verso es de una claridad meridiana pero el lector tiene que desentrañarlo o simplemente disfrutarlo e intuirlo sin llegar a sus rincones más profundos. El ejercicio de poner los versos en imagen los hace más explícitos y accesibles, sin que por ello pierdan su belleza original.
Por eso hablo de la crisálida, de larva transfigurada. Al ver la obra creí que el texto original –que Oscar García compartió conmigo hace unos meses, había cambiado. Volví al texto luego de ver la obra y encontré cambios mínimos. Todo está allí, pero es una obra diferente. La poesía se transfiguró en teatro. Teatro poético, si se quiere, pero con el enriquecimiento de la escenografía, de las luces, de los movimientos y sobre todo de las voces de los actores, la entonaciones que elevan una palabra, que hacen volar los versos, que organizan el ir y venir de las réplicas. Es una experiencia verdaderamente reveladora.
El título del libro de cuentos de Mario Benedetti en el encabezado de mi comentario me viene bien para hablar de esta obra que adquiere una nueva dimensión e impregna en la retina con la evocación de imágenes de la muerte. No cualquier muerte. No la muerte como complemento de la vida. No la muerte natural y tantas veces bienvenida. Esta es la muerte innoble, traicionera y cruel. La muerte de las mujeres violadas, las masacres y los desaparecidos, la muerte de un león africano en las alturas inhóspitas, la muerte de los bosques y los indígenas que los habitan, la muerte de un niño maltratado o la de Marcelo Quiroga Santa Cruz… Son todas muertes que la violencia cruza como un látigo que subleva nuestra indignación.
Y sin embargo no hay nada truculento en la obra, ni una imagen ni un verso fuera de lugar, torpe. “Tanatologías” es un poema visual sobre la muerte en muchas de sus apariciones y al final no importan tanto las historias reales a las que alude. Lo que importa es el tema: la muerte, la parca, la guadaña, o como dirían en México donde la quieren con devoción: la pelona, la catrina, la huesuda, la fregada, la cargona, la tiznada… entre las 100 maneras de nombrarla.
“Tanatologías” habla de las muertes, en plural, aunque en singular se refiera a cinco o seis muertes concretas sucedidas en Bolivia. A mi juicio, su dimensión poética simbólica no requiere de amarres. No es necesario anclar las referencias en una realidad concreta y por eso me parece que hay palabras que sobran, como el niño “Alexander”, “Bolívar o “el Tigre”.
Sobran porque el contexto no importa. Cuando se habla de feminicidios, cuando se habla de la tortura y muerte causada a los niños, no importa el contexto, no importa la fecha, ni la referencia exacta, ni la crónica policial. Eso está bien para el periodismo, no para la poesía. No fue necesario mencionar a Marcelo Quiroga Santa Cruz por su nombre, ni la caída de un árbol específico para hablar de la devastación de los bosques, otra forma de muerte en la que todos morimos poco a poco, no solo los indígenas que viven en ese territorio.
Si asociamos a otra forma de las artes, la pintura, “Guernica” no necesita tener nombre y fecha. El título nos remite al contexto de la Segunda Guerra Mundial, pero la obra habla de la atrocidad humana en cualquier época, en cualquier lugar. Por eso cuando los inquisidores alemanes llegan con una foto del mural en blanco y negro para preguntarle a Picasso de manera autoritaria: “Quién hizo esto”, él responde con mucha tranquilidad: “Ustedes lo hicieron”.
La obra (y el texto poético original) está organizada en nueve cuadros independientes, con personajes diferentes, pero todos cosidos por el hilo de la muerte en una escenografía que sufre cambios mínimos porque no necesita más: la fuerza radica en la interpretación del texto. Al volver a leerlo noto algo más que no había notado inicialmente: Oscar García usa tipos de letra de diferente tamaño y características, como si estuviera escribiendo una partitura, para señalar las palabras y frases que deben ser dichas o cantadas con mayor o menor vehemencia. Es realmente una partitura, pero no supe distinguirlo hasta escuchar su música.
“El tiempo lo devora todo” dice uno de los personajes en el cuadro que empieza con Cronos (Saturno) que devora a su hijo. Ese cuadro es particularmente importante porque está lleno de referencias históricas que demuestran que la crueldad entre los seres humanos a lo largo de la historia. Somos herederos de esa deshumanización. En la estructura del texto que conocí, este cuadro estaba inmediatamente después de la introducción, lo cual tiene mucho sentido porque ofrece un contexto intemporal. Sin embargo, en ese mismo cuadro se introduce la historia local, específica, del bebé Alexander, que podía tener un espacio propio y aparte en la obra.
En principio era el verbo… Es decir, en principio era un texto poético que parecía anunciar un montaje escénico depurado y minimalista, donde la voz de los intérpretes debía poner los énfasis al texto. “Tanatologías” se fue enriqueciendo hasta levantar el vuelo que tiene ahora: es una obra compleja y sorprendente, donde se han incorporado elementos de escenografía muy acertados, pero donde el texto poético sigue siendo el eje. Probablemente la luz y el sonido ya estaban en la cabeza de Oscar García, pero nadie más lo sabía.
(Publicado en Página Siete el domingo 3 de febrero 2019)
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La muerte es algo tan tremendamente airado,
que sólo la desnudez, la elemental desnudez,
puede escindirla del ridículo.
—Camilo José Cela