25 diciembre 2018

Pocho Álvarez, documentalista

Pocho Álvarez
 No tenemos en Bolivia un cineasta autor de documentales a la altura del ecuatoriano César “Pocho” Álvarez. Su trayectoria es un ejemplo de creatividad cinematográfica y compromiso social. A través del documental ha dado a conocer en su país no solo las luchas de su pueblo sino también la obra de personajes que han sembrado arte, cultura y pensamiento. 

Conocí a Pocho en 1988 durante el X Festival Internacional de Cine Latinoamericano. Estábamos invitados a La Habana por el Instituto Cubano de radio y Televisión (ICRT) como miembros del jurado de video. Desde entonces nos ha unido una gran amistad y ha crecido mi admiración por su obra. Pocho no descansa. En estos 30 años ha realizado una docena de documentales de importancia y más de 50 “travesuras”, como las llama: breves cápsulas de apoyo a causas justas, que filma y edita rápidamente para ponerlas al servicio de todos, sin esperar nada a cambio. 

Entre sus documentales más reconocidos están los que muestran las luchas contra el extractivismo de las multinacionales depredadoras del medio ambiente y de los territorios indígenas. 


“A cielo abierto, derechos minados” (2009, 78 minutos) es un emotivo testimonio de las comunidades que en Ecuador resisten a riesgo de sus vidas a la penetración de compañías mineras. “El agua vale más que el oro, vale más que el cobre”, dicen al oponerse a los proyectos extractivos. Se enfrentan con palos y piedras a paramilitares de las empresas mineras y militares del gobierno, que a pesar del discurso de la “revolución ciudadana”, es cómplice y reprime. Además de violar la Constitución Política del Estado, para favorecer a las grandes empresas el gobierno de Rafael Correa aprobó sin debate ciudadano una “Ley de Minería” que no respeta el medio ambiente ni la consulta previa en las comunidades afectadas.  

Pocho hace seguimientos minuciosos de las luchas de resistencia, revelando la legitimidad de dirigentes locales lúcidos y comprometidos con sus pueblos. La cámara establece una relación solidaria con la gente y de enamoramiento con la naturaleza amenazada. 


Dos años antes, en “Tóxico Texaco Tóxico” (2007, 35 min), el cineasta se unió al Frente de Defensa de la Amazonía para apoyar el juicio en contra de la empresa petrolera responsable de uno de los grandes desastres ecológicos de América del Sur, que contaminó durante 30 años las tierras y los ríos de la Amazonía ecuatoriana. La codicia de las empresas y de los gobiernos de turno durante la “fiebre del oro negro” dejó sin protección a comunidades y territorios indígenas que entre 1964 y 1992 padecieron enfermedades y pobreza por el impacto ambiental. 

Sus luchas recientes han acompañado a los pobladores de la isla de Muisne, excluidos después del terremoto de abril 2016, a los de Yasuni, cercados por el extractivismo, y a los de Intag, con obras que denuncian a la gran minería contaminante respaldada por el vociferante Rafael Correa. En “Sitio y ocupación a Intag” (2014, 25 min) y “Javier con Intag” (2015, 53 min) narra la resistencia de las comunidades, la defensa de sus territorios y la represión del régimen del entonces presidente y hoy prófugo de la justicia. Además, los documentales son procesos que en el camino van dejando huellas, breves cortos que llaman a la acción, realizados al calor de las luchas. 

Tengo particular estima por sus retratos de personajes, como “Luar Trocas” (1987) donde filma en La Habana a Oswaldo Guayasamín pintando a Raúl Castro, es decir, un doble retrato de dos grandes del siglo pasado. “Ale y Dumas” (2008) es también un doble retrato de la sabiduría popular de dos personajes que cultivan una relación entrañable a pesar de la diferencia de edad. Y en “El conejo Velasco” (2014, 127 min), retrata al intelectual, académico y activista (fallecido cuando tenía apenas 29 años de edad) a través de una pléyade de amigos. 


Jorge Enrique Adoum
El retrato que más me toca, porque conocí al personaje, es “Jorgenrique” (2010, 118 min) un hermoso testimonio del poeta Jorge Enrique Adoum (fallecido en julio del 2009), a quien entrevistó largamente junto a su hija Alejandra. El resumen de las 40 horas grabadas constituye para el Ecuador un legado extraordinario de su poeta más importante, quien habla con tanta sabiduría como modestia del “camino maldito de la literatura” (pero también dice que “la poesía es el nivel más alto de la humanidad”), y rememora desde su linaje libanés y su infancia en el Ambato, hasta su visión crítica actualizada del país, pasando por etapas importantes que le tocó vivir, muy joven en Chile como secretario privado de Neruda, luego como funcionario internacional en China y Japón, y como poeta en el exilio en el París que alumbró la revolución de los jóvenes en Mayo de 1968. Allí lo conocí yo a principios de los 1970s. 

Como Pocho Álvarez es un poeta de la imagen, el tema le vino como anillo al dedo, pues no hay nada mejor que tratar la poesía con poesía. La fotografía es límpida y la edición es precisa e ingeniosa, con el leit motiv de las teclas de una antigua máquina de escribir Remington Rand que permite rescatar del discurso y de los poemas, algunas palabras clave. 


Cada documental lleva su sello inconfundible. Pocho alterna diferentes texturas (fotos, dibujos, documentos), con frases que aparecen sobre fondo negro para subrayar su importancia, o citas de autores que ayudan a contextualizar  a los personajes. El contexto está siempre presente, por supuesto en los documentales sobre luchas sociales, pero también en los retratos. 

Pude ver su película más reciente, aún no estrenada: “Gartelmann, la memoria” (2018, 126 min), retrato del fotógrafo y cineasta alemán, un testigo y viajero “curioso” (como se autodefine) que filmó durante la década de 1970 en comunidades indígenas amazónicas –particularmente con los waorani, siekopai, achuar, secoya, shuar y kofán, y las de la sierra ecuatoriana alrededor de Latacunga, con la intención de preservar tradiciones y festividades que estaban desapareciendo, y formas de vida cotidiana alteradas por el ingreso de colonos, la “modernidad” y la explotación de petróleo.  Este documental reúne preocupaciones permanentes de Pocho: la cultura y la naturaleza dilapidadas por el extractivismo. 


Karl Gartelmann
El documental rescata al personaje y lo hace construyendo el relato con base en entrevistas donde Karl Gartelmann, con mucha lucidez, sencillez y lenguaje poético, expresa sus motivaciones y su amor por su país de adopción. Las secuencias finales que reconstruyen el encuentro con una tribu waorani nunca antes contactada son maravillosas.  

Pocho Álvarez documenta el proceso de construcción de su documental, desde que Gartelmann lleva a la Cinemateca del Ecuador los rollos de 16mm (filmados con una Bolex Paillard de cuerda) que tenía arrinconados, para digitalizarlos y “descubrir” de nuevo lo que solo conservaba en su memoria, y lo acompaña hasta su regreso a las comunidades indígenas para una devolución cultural cuatro décadas más tarde. Es un doble descubrimiento: el de Gartelmann como ser humano y el de su obra indispensable, que Pocho reproduce con la calidad y tonalidad original. 

Más allá del valor antropológico del trabajo de Gartelmann, Pocho Álvarez rescata la ternura y el compromiso del cineasta, similares a su propia experiencia como documentalista. 
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El pasado nunca está donde crees que lo dejaste. 
– Katherine Anne Porter