10 diciembre 2017

Poética y coprolalia

Mi primo hermano Mariano Baptista Gumucio me hizo hace algún tiempo este valioso regalo: un recorte del comentario (sin fecha) que publicó Augusto Céspedes sobre mi primer poemario "Antología del asco" (1979). Las palabras generosas de uno de los grandes narradores de Bolivia excedían con creces lo que yo podía esperar hace cuatro décadas.

Poética y coprolalia

Augusto Céspedes

El uso de las palabrotas que servían a la catarsis revolucionaria en los pasquines  de la Colonia y, permanentemente, en las inscripciones murales, ha ido poco a poco alcanzando a la literatura impresa, paralelamente a la liberación del lenguaje. No nos referimos solamente a la novelística en que los escritores del “boom” se han mostrado como maestros de “mal-decir”, sino a un género lírico que en estos tiempos de la protesta ha inundado nuestro continente verde y subdesarrollado.

Un siglo de opresión cultural había proscrito el uso del vocabulario popular en sus interjecciones más crudas  al extremo de que, por ejemplo, sólo se podía aludir a la palabra de Abaroa mediante una C seguida de cinco puntos suspensivos. Más, como ocurre con toda represión, ha sobrevenido sobre ella un desborde de “tacos” –en el sentido español- muchas veces forzadamente insertados a modo de recurso realista o expresionista. Abunda en la nueva literatura un excedente escatológico que ha convertido en estribillo lo que debía ser explosión apasionada de la protesta o el dicterio.

Donde se puede hallar equilibrio fuera del exceso verbal sin renunciamiento a la coprolalia es en una reciente Antología del asco de Alfonso Gumucio Dagron, poeta lírico que no deja de serlo entre ajos y otras yerbas olorosas que dosifica homeopáticamente. Su rigor estético, el lenguaje sencillo hasta el virtuosismo de su poesía comprometida, confieren a las palabrotas una función instrumental en la armonía de su cantata revolucionaria. Sus versos, brotan naturalmente, coinciden con su lógica emocional, tal como fogonazo inseparable del disparo.

Con medida de buen gusto, Gumucio Dagron revaloriza el potencial eufónico que en su semántica irracional encierra la palabrota, dotada de una fuerza lírica irremplazable por lo mismo que carece de significado explícito. Es un signo, una resonancia atesorada en el subconsciente colectivo que aflora ventajosamente en el verso, gracias a su brevedad silábica cuando es una interjección o a su sentido axiomático cuando es frase.

La mera sensibilidad no es título para hacer crítica literaria. Pero tampoco está prohibido transmitir al lector la impresión del comentarista ante esta rara obra de arte. No me animo a ilustrar una teoría al respecto citando ejemplos de su léxico en atención a mis pulcros  lectores. Simplemente les remito a la fuente original de esta Antología con cuya lectura podrán apreciar no solamente la vigencia poética de las palabras llamadas “malsonantes”,  sino ponderar la riqueza idiomática del poeta, su imaginación lúdica en la invención de neologismos y en el ensamblaje de dicterios sin desmedro de la armonía del contexto. Podrán igualmente admirar su calidad elegíaca en modelos como “Autopsia”, dedicada a Pablo Neruda y que éste podía haber rubricado sin mengua de su numen.