15 mayo 2017

Yevtushenko en busca del Ché

Al igual que Julio Cortázar, Yevgueni Alexandrovitch Yevtushenko tuvo cara de adolescente toda su vida.  Y al igual que Julio, era alto y desgarbado y tenía manos grandes y finas. Ambos eran magníficos escritores y grandes poetas, aunque la poesía de Cortázar se conozca poco.

Lo que me impresionó al conocer a Yevtushenko fueron sus camisas. Abrió su maleta en la habitación del Hotel Copacabana, en el Prado, y empezó a sacar camisas con enormes flores estampadas en vivos colores. Parecían confeccionadas con telas de cortina. Quizás no era la idea que me hacía de un ruso venido del frío.  Sus camisas eran como para caminar por una playa del Caribe. Le encantaban, mientras más chillonas mejor, y así las vistió toda su vida de manera extravagante y provocadora.

Era el martes 8 de junio de 1971. A las 2 de la tarde acabábamos de recoger a Yevtushenko en el aeropuerto de El Alto con Pedro Shimose, entonces Director de Extensión Universitaria en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), cargo que había ocupado antes Jaime Paz Zamora. El Hotel Copacabana quedaba a una cuadra de la universidad donde el viernes siguiente Yevtushenko iba a a ofrecer en el paraninfo un recital de poesía.

Recuerdo a Yevtushenko como un hombre sonriente, sencillo y campechano, que no adoptaba ninguna pose intelectual a pesar de ser ya considerado entonces como el más grande poeta ruso en vida.

El día anterior a su llegada devoré dos libros suyos, Entre la ciudad sí y la ciudad no, y  su Autobiografía precoz, un relato de su vida hasta entonces, publicado cuando apenas tenía 30 años de edad. Ya no encuentro en mi biblioteca el ejemplar autografiado, como me sucede con tantos libros que sufrieron las consecuencias de la persecución y el exilio.

La invitación de la universidad era una oportunidad para venir a Bolivia en un periodo previo al golpe militar del coronel Hugo Bánzer Suarez. El poeta siberiano quería visitar La Higuera, el lugar donde murió asesinado el Ché Guevara. Pedro Shimose me ofreció acompañarlos en ese peregrinaje y yo, estúpido (no hay otra palabra), le dije que no podía porque tenía bajo mi responsabilidad la página cultural de El Nacional, el diario del gobierno de Juan José Torres.

Me arrepentí poco después cuando mi padre me dijo que no haber aprovechado la oportunidad de visitar La Higuera con el gran poeta ruso me pesaría toda la vida. Así ha sido. No supe en ese momento ordenar mis prioridades.

Yevtushenko y Pedro Shimose partieron a Santa Cruz temprano al día siguiente, miércoles 9 de junio, en un vuelo del LAB vía Cochabamba, luego en jeep a Vallegrande y Pucará, hasta donde alcanzó el camino de tierra, para luego realizar el último tramo a La Higuera sobre el lomo de una mula y dos caballos, uno blanco y uno bayo, guiados por Beto, como cuenta Pedro en su bello artículo “Con Evtushenko en La Higuera”.  

Yevtushenko no había montado antes en su vida, pero no dudó en subirse al caballo bayo, mientras Pedro lo hizo sobre el caballo blanco. Con la cadencia del paso de los caballos montados por los dos poetas, fue surgiendo en la cabeza del ruso un poema sobre el Ché que tuvo la genial osadía de escribir directamente en castellano durante el vuelo de retorno. Pedro lo ayudó con pequeñas correcciones de estilo y gramaticales, pero Yevtushenko hablaba perfectamente castellano y escribió de un tirón “La llave del comandante”, 75 versos quebrados. El poema fue modificado después, pero la primera versión es la que se publicó, fresquita, en Difusión.

El título se inspiró en el hecho de que ya llegados a La Higuera, nadie parecía tener la llave de la escuelita, convertida en posta sanitaria. Al final alguien consiguió la llave, pudieron entrar al lugar, usar su imaginación, y retornar ese mismo día a Santa Cruz.

De regreso a La Paz nos reunimos en el pequeño departamento de Pedro Shimose en la calle Rosendo Gutiérrez casi esquina Ecuador, al lado de donde ahora se construye el edificio de la Fundación Patiño. Yevtushenko se recostó cuan largo era sobre la estrecha cama de Pedro mientras revisaba su poema sobre el Ché.

No recuerdo quién tomó las fotografías (probablemente Freddy Alborta) que luego publicamos con el poema y el artículo de Pedro el 30 de junio de 1971 en el número 4 de Difusión (de un total de siete), que hacíamos con el apoyo de Jorge Catalano, bajo la dirección de Pedro Shimose, una extraordinaria revista que, como tantas otras iniciativas, quedó en el olvido. El propio Jorge Catalano ha sido olvidado a pesar de su enorme contribución como editor, escritor de cuentos para niños y biógrafo de Chopin.  

Por mi lado, publiqué en El Nacional dos artículos en los días siguientes: el primero relatando la llegada de Yevtushenko y su encuentro con Rolando Costa Arduz, rector interino de la UMSA y otras autoridades universitarias. El segundo, un comentario sobre su Autobiografía precoz (1962) cuya primera edición en castellano se publicó en 1967.

El viernes 11, su recital en el paraninfo de la universidad fue memorable. Nunca olvidaré la belleza en la cadencia de su poema “Granizo”, recitado en ruso y probablemente difícil de traducir por su ritmo y música. Fue tan extraordinario que nos hizo sentir que granizaba en ese momento.  Esa misma tarde se fue a Chile. Nunca regresó a Bolivia. He encontrado luego de una ardua búsqueda en YouTube en ruso, ese poema que tanto me impresionó.  

Pocas veces he visto que el apellido de alguien se escriba de maneras tan diferentes, lo cual hace multiplicar al personaje, desdoblarse en varios. Los apellidos no se traducen, pero indudablemente de la escritura cirílica del ruso la única manera de obtener una versión en inglés, castellano o francés, es por una transcripción basada en la fonética.  De ahí que tengamos en castellano Yevtuchenko, Evtuchenko o Evtushenko, y en inglés Yevtushenko o en francés Evtouchenko. La paradoja es que heredó ese apellido de su madre y no de su padre, que apellidaba Gangnus y que era un geólogo que escribía poesía en su tiempo libre.   

Todo lo anterior, apretado por razones de espacio, para rendir postrero homenaje al gran poeta ruso fallecido el sábado 1 de abril en Tulsa (Oklahoma, Estados Unidos) a los 84 años de edad. Nacido el 18 de julio de 1932, fue numerosas veces candidato al Premio Nobel de Literatura, que al igual de Julio Cortázar se merecía con creces, pero que nunca obtuvo, como otros grandes escritores invisibles para la Academia Sueca. Su última voluntad, expresada una semana antes de morir, fue que lo enterraran no lejos de Moscú en Peredelkino, para estar cerca de la tumba de Boris Pasternak.
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Deja que la infamia me persiga,
el amor no es para los débiles.
El olor del amor es un perfume
pero no el de las manzanas compradas sino
el de las manzanas robadas.
—Yevgueni Yevtushenko


(Artículo publicado inicialmente en "Ideas" de Página Siete, el domingo 16 de abril 2017)