Prometió ganar a mano alzada con el 70%
de los votos pero perdió la sonrisa en el canto de las urnas. Se le cayó el
blindaje y ahora, en lugar de pedir explicaciones a otros como suele hacer
siempre, tendrá que darlas él pues el mal resultado del SI en el referendo
tiene sobre todo un responsable: Evo Morales.
No me refiero únicamente a las causas más
recientes: el escándalo de los oscuros contratos con la empresa china CAMC y
las mentiras sobre su vida privada, que ha hecho que el colega Rafo Archondo
sugiera en un artículo una operación de vasectomía. La “doble moral” que
Morales atribuye el ex presidente Carlos D. Mesa se aplica bien al ámbito
público y privado del presidente boliviano.
Más allá de la coyuntura que cada día nos
trae sorpresas y disgustos, todo lo
que pasa en el país bajo este régimen autocrático, todo lo bueno y todo lo
malo, es responsabilidad directa del presidente, porque nada hace el gobierno y
sus instituciones, sin la venia y el conocimiento de Evo Morales. Por ello, es
hora de rendir cuentas y de no seguir exigiendo explicaciones a otros.
Por su investidura y por su estilo de
conducción del gobierno, Morales es el director de escena en este periodo
histórico. Así como sus acólitos reclaman para él los méritos y la autoría de
obras públicas como si las hubiera hecho con sus propias manos (“Evo cumple”),
así tiene que asumir ahora la responsabilidad de todo lo sucedido durante la
década opaca: diez años sin transparencia, diez años sin rendición de cuentas,
diez años de autoritarismo y centralismo exacerbado, y diez años de culto a la
personalidad como no se había visto en toda la historia de Bolivia.
La opacidad de la gestión de Evo Morales
ha favorecido que en la sombra que proyecta desde su prominencia autocrática, se
teja como una hiedra de turbios negociados, tráfico de influencias, desvíos de
bienes públicos para campañas partidarias, y todo aquello que se genera cuando
se saltan las trancas de la transparencia, se eliminan los controles y los
contratos sin licitación pública pasan a ser la norma, y no la excepción.
Todo comenzó cuando Morales firmó un
decreto autorizando al presidente de YPFB, el “hermano” Santos Ramírez, a
firmar contratos directos por encima del monto permitido por la
superintendencia de hidrocarburos y por la Ley SAFCO, mecanismos de control de
gastos del Estado considerados “neoliberales” porque vigilaban la transparencia
de la gestión pública.
Ya sabemos lo que pasó con Santos Ramírez,
preso por recibir cuantiosas coimas de un empresario que acabó asesinado. La
primera reacción de Evo Morales fue salir en su defensa (como hace ahora con
implicados en otros casos de corrupción), pero la evidencia era aplastante.
De ahí para adelante una espiral de
corrupción. Desaparecieron de hecho las superintendencias, la Contraloría no
cuenta (ocupada ya seis años por un “interino” del MAS) y otros mecanismos de
control del Estado resultan superfluos. Los contratos sin licitación pasaron a
ser la norma en lugar de la excepción: avión presidencial, satélite millonario,
teleférico, vehículos de lujo de una marca cuyo gerente fue nombrado embajador
en Japón, y todo lo demás.
Así llegamos a los escándalos de
corrupción de estos meses, que dañan no solamente la economía del país sino los
valores de su gente. El mecanismo de depositar en cuentas privadas el dinero
del Fondo Indígena supuestamente destinado a proyectos productivos, laceró la
moral y ética de toda una camada de dirigentes de los llamados “movimientos
sociales”. La estrategia de corromperlos para someterlos funcionó.
La responsabilidad mayor no puede ser
solamente atribuida a Nemesia Achacollo, al canciller Choquehuanca, o al
ministro de finanzas, sino al propio presidente que supo tiempo atrás lo que
estaba pasando.
Hay mucho más en la punta del iceberg:
narcotráfico galopante (el Chapare, San Matías, narco-amauta y narco-alcaldes),
tráfico de influencias y mentiras presidenciales (CAMC y Zapata), contrabando
masivo y burbuja de construcciones que se pagan en efectivo con maletas llenas
de dólares. Mucho, mucho más que lo que sabemos hasta ahora.
Así es la década opaca, autoritaria y sin
transparencia. Pero se cayó el blindaje presidencial. El rey está desnudo.
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La
lucha del hombre contra el poder
es la
lucha de la memoria contra el olvido.
--Milan Kundera
(Artículo publicado en Página Siete el sábado 27 de febrero)