Jean-Claude Garoute, Tiga |
Este 9 de diciembre Tiga habría cumplido
80 años de edad pero no pudo porque se le ocurrió morirse antes, el 14 de
diciembre de 2006, cuando tenía 71 años de edad. Yo lo conocí y frecuenté en Port-au-Prince
cuando era diez más joven, a finales de la década de 1990. Construimos una
amistad discreta, con base en nuestras raíces culturales diferentes y en la
curiosidad que ambos sentíamos por el trabajo y la experiencia de vida del
otro.
No solo me interesaba su arte (le compré
seis cuadros) sino el personaje que encarnaba Jean-Claude Garoute, a quien
llamaban Tiga porque petit gars
(pequeño hombre) se pronuncia en creole p‘ti-ga.
Era, en efecto, menudo y delgado, lo que no le impedía expresarse a través de
una pintura vigorosa y sugerente.
Cuando empezó su actividad artística no
era fácil para un pintor haitiano despegarse de una tradición tan fuerte como
la que habían impuesto los pintores ingenuos y hacer una propuesta
contemporánea diferente. La pintura de la isla había destacado hasta entonces, desde la década de 1940, a través de artistas genuinamente ingenuos como Wilson Bigaud, Préfète Duffaut, Alexandre Gregoire, André Pierre, Philippe Auguste
(entre muchos otros).
Aquellos que decoraban sus casas con espontaneidad, inspirados en la naturaleza y en sus creencias religiosas, de pronto fueron descubiertos a mediados del siglo pasado por los marchand de arte que les pidieron hacer las mismas obras sobre lienzos, para poder exportarlas. A todos los que acabo de mencionar, ya fallecidos, tuve
la suerte de conocerlos en vida, gracias a mi amigo chileno Carlos Jara,
siquiatra, coleccionista y marchand de arte que
adoptó a Haití como país de residencia para el resto de sus días (falleció el 9 de mayo de 1999).
Filmando a Tiga en su taller |
Tanto me interesó Tiga durante los años
que viví en Haití, que filmé varias horas con él en su taller. A otros pintores
los fotografié, pero a Tiga lo filmé. Lo visitaba con frecuencia, lo filmaba
mientras realizaba sus obras, o nos sentábamos sobre su cama a conversar. Algún
día tendré que revisar ese material audiovisual y quizás editar esas
entrevistas e imágenes en un documental que recupere su figura para las nuevas
generaciones de artistas haitianos.
No empezó Tiga su actividad de artista
pintando, sino trabajando en cerámica. Quizás por ello los cuadros que tengo
parecen pintados con barro, con trazos gruesos. Luego de su paso por el Centro
de Cerámica de la Dirección de Educación Nacional, comenzó a dar clases en
colegios entre 1956 y 1958, hasta que fue nombrado director del establecimiento
donde había estudiado y en 1959 director del Museo de Cerámica. Pero la parte
institucional no era lo que más le gustaba, de ahí que en la década de 1960 integró
y alentó movimientos de artistas que tenían propuestas innovadoras.
Una de esas fue Poto Mitan, que fundó en
1968 junto al escultor Patrick Vilaire y al pintor Wilfrid Casimir. El movimiento planteaba la educación por el
arte, a partir de un manifiesto titulado “Nueva escuela de arte moderno”, un
laboratorio formidable de innovación artística con niños que adoptaban la
“rotación artística” de todas las artes para desarrollar su vocación y
habilidad creativa. Este fue el
precedente directo de la experiencia de Saint-Soleil.
Conversaciones sobre la cama de Tiga |
Tiga me contaba muchas cosas de la
experiencia de Saint-Soleil que animó junto a Maud Gerdes Robard durante varios
años desde su fundación el 3 de diciembre de 1972 (otra vez diciembre). El
movimiento artístico reunió a pintores cuyas obras pretendían explorar la espiritualidad
haitiana y el vudú en lugar de seguir por el camino del arte naif, que si bien
fue original y sincero en sus fundadores, se había comercializado y masificado
al punto de perder toda legitimidad.
En 1973 la comunidad Saint-Soleil
trasladó sus actividades a Soisson-la-Montagne, un terreno amplio y abierto a
unos veinte kilómetros de Puerto Príncipe, donde el contacto con obreros y
campesinos de la zona enriquecía la obra experimental del grupo. Por eso decía
Tiga que había aprendido su arte “en la escuela del pueblo” (“J’ai appris mon art à l’école du
peuple”), lejos de la capital republicana, o si no
tan lejos, por lo menos en un balcón elevado sobre el Caribe alejado del
bullicio de Puerto Príncipe.
Para él, que había pasado su primera infancia
en la tranquila Jéremie, en el departamento occidental de Grande’Anse, era una
especie de retorno a la naturaleza y a las fuentes de inspiración
sobrenaturales: los tambores, los cantos, los mitos y los símbolos del vudú. Todas
las expresiones artísticas en convergencia espiritual a través de un proceso de
iniciación. En Saint-Soleil no había estudiantes sino adeptos, como en una congregación religiosa, y las obras de arte
eran ofrendas.
En los años siguientes los artistas de
ese movimiento iniciático se fueron independizando, cada uno con su estilo y su
proyecto propio. Louisiane Saint Fleurant, Denis Smith, Dieuseul
Paul, Levoy Exil et Prospère Pierre Louis, fundadores de la
experiencia, se retiraron y fndaron el grupo “Cinq soleils”.
Alguna vez acompañé a Tiga a
Soisson-la-Montagne en las alturas de Petionville cerca de Kenscoff para
inaugurar una de sus muestras y para enseñarme ese lugar sobre el que André
Malraux había escrito en 1975 en su libro El
intemporal (el último que publicó en vida) caracterizándolo con un halo de
mística. Malraux hizo en realidad una
visita muy breve a Haití, de modo que buena parte de lo que escribió (como
sucede con muchas de sus obras) era más bien producto de su imaginación y tenía impacto por su prosa vigorosa. Tiga me contó que cuando el escritor
francés le preguntó a boca de jarro: “Tiga, ¿qué es el arte?”, se había quedado
mudo varias horas.
La respuesta de Tiga vino veinte años más
tarde en una conferencia que ofreció en Bruselas: “Contrariamente a los otros
países colonizados en el pasado, Haití se sobrepone a su fatalidad histórica
hecha de imposturas y de luchas permanentes hacia un estado de derecho. Haití
vive y se afirma principalmente por la creatividad, o dicho de otro modo, por
su expresión cultural casi excepcional en el Caribe”.
Al igual que otros grandes artistas
haitianos que conocí, Tiga vivía humildemente. No recuerdo en su casa-taller
ningún lujo, todo lo contrario, aquello estrictamente necesario para seguir
pintando.
No tenía conciencia de haber estado con
Tiga fuera de Haití hasta que revisando unos archivos encontré una carta
fechada el 1 de diciembre de 1998 (todo parece suceder en diciembre en la vida
de Tiga), donde menciono un encuentro casual en Santiago de Chile. Como me ha
sucedido otras veces, me enteré de la muerte de Tiga mucho después, por
casualidad, y no había tenido hasta ahora la oportunidad de rendir homenaje a
nuestra amistad.
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Le peintre naïf est appliqué,
celui de Saint-Soleil est visité.
—André Malraux.