¿Cómo se puede promover la tolerancia y cómo
se puede revivir la memoria en un museo que pretende mostrar los horrores del
genocidio? Es un desafío muy difícil de llevar a cabo porque conlleva riesgos
técnicos y de contenido. El riesgo técnico es montar simplemente una muestra
fotográfica, y el de contenido, escribir mensajes lastimeros. El resultado
sería un museo del aburrimiento o de la angustia.
Conozco al menos dos museos que han
superado con creces esa apuesta. Visité hace algunos años el Museo del Apartheid en Johannesburgo y me sorprendió su creatividad y su manera de hacer
sentir la injusticia a través de una museografía inteligente y audaz. Por
ejemplo, para entrar al museo, a uno le toca (como en la vida) una ficha de
“blanco” o “negro”, y el recorrido está marcado por esa condición. A mi me tocó
ser negro.
Otro espacio que me impresiona cada vez
que lo recorro es el Museo de la Memoria y Tolerancia que se erige justo junto
a la torre de la Secretaría de Relaciones Exteriores en uno de los lugares más
prominentes de Ciudad de México, la Alameda. Ese dato no es menor, por el
contenido del museo.
Juegos olímpicos y masacre en México, 1968 |
Este museo no se visita, se vive. Su recorrido
es una experiencia vital organizada para que los sentidos y la conciencia ingresen
en una dimensión para muchos desconocida, sobre todo los más jóvenes. Aunque lo
he recorrido tres veces en años diferentes, mi impresión es cada vez mayor
cuando recorro el área de genocidio que comienza en el quinto piso y desemboco
en el área de tolerancia en el primer piso.
Todo el recorrido está planeado de manera
que uno ingresa en el túnel de tiempo de los horrores cometidos por seres
humanos que se convirtieron en monstruos. Lo primero que uno aprende es que no
se puede calificar de “genocidio” a toda masacre de gente inocente.
Desde el primer paso en la primera sala, a
uno lo embarga una sensación que no se disipa hasta salir nuevamente a la luz
del día. Las puertas corredizas se cierran dejando a los visitantes en la
oscuridad hasta que se enciende un árbol de pequeñas pantallas de video en las
que se muestra un adelanto del recorrido.
Los horrores del genocidio nazi |
La sistematización del exterminio masivo no
tiene parangón. Las cámaras de gas funcionaban como una industria eficiente. El
museo exhibe pertenencias de los judíos que fueron aniquilados, documentos
sobre la persecución de homosexuales, comunistas, religiosos, discapacitados, artistas
e intelectuales, sobre la quema de libros y hasta ha hecho el esfuerzo de traer
de Alemania un vagón de tren original en los que se transportaba a los que iban
a morir. “Ahí donde se queman libros, al
final se quemarán seres humanos”, había escrito el poeta Heinrich Heine un
siglo antes.
Ruanda: exterminio entre hermanos |
No es menos dolorosa y terrible la
siguiente sección del museo, que muestra los horrores cometidos en Ruanda por los
hutus contra los tutsis, a pesar de tratarse de una misma etnia. Aquí es importante
conocer el papel de “central de genocidio” que jugó radio Mil Colinas con sus órdenes
de “matar a las cucarachas”, y el no menos perverso del Consejo de Seguridad de
la ONU que, una vez más, retrasó la intervención porque supuestamente no se
ponía de acuerdo si había “genocidio”.
Camboya: dos millones de muertos |
El único país de América Latina que tiene
el espantoso “honor” de ser parte de este museo es Guatemala, por el exterminio
sistemático de 623 poblaciones mayas en la marco de la política de “tierra
arrasada” de las dictaduras militares de Romeo Lucas y Ríos Montt, que contaron
con el apoyo de Estados Unidos, cuya ceguera es proverbial cuando trata de no
ver las atrocidades de sus aliados políticos.
¿En qué idioma entenderemos la tolerancia? |
La segunda etapa del museo habla de la
tolerancia, del reconocimiento del otro yo, de los estereotipos y prejuicios,
del racismo y de la discriminación, de la no violencia y del altruismo, de los
derechos humanos y de la situación en México.
Fecha fatídica: 2 de octubre de 1968 |
El episodio del 2 de octubre de 1968 fue
fríamente planificado para destruir al movimiento estudiantil. El museo le dedica un espacio de museografía
estremecedora, con fotos documentales y objetos de los estudiantes atropellados
y asesinados. Los visitantes pueden llevarse una copia del volante del Consejo
Nacional de Huelga con las seis reivindicaciones que pedían los que
manifestaron en forma pacífica.
Poco ha cambiado desde entonces en el
oscuro aparato represor del Estado mexicano como lo prueban hechos recientes.
En homenaje a los 43 desaparecidos de Ayotzinapa se ha dispuesto una sala iluminada
de manera tenue, con un pupitre, unas flores rojas y un cuaderno abierto donde
se lee: “Quisieron enterrarnos pero no sabían que somos semilla”. Detrás del
pupitre las fotos de los 43 estudiantes mientras una grabación lee cada uno de
sus nombres.
Ayotzinapa: siguen faltando 43 estudiantes |
La muestra está actualizada al punto que
aparece un homenaje a Rubén Espinoza, el fotógrafo que registró las imágenes de
las manifestaciones por el esclarecimiento de Ayotzinapa, y que fue asesinado
junto a otras cuatro personas el 17 de julio de 2015. Tanta sangre y tan fresca todavía.
No puede uno sino salir estremecido de
este extraordinario Museo de la Memoria y Tolerancia, donde cada sala tiene su propio
tratamiento museográfico. “La fuerza del
olvido permite que el crimen surja de nuevo. Por el contrario, la memoria sirve
como instrumento de justicia y prevención”, reza un letrero a la entrada del museo.
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Los desaparecidos no desaparecen, ni
desaparecerán
mientras estén vivos en la memoria
de quienes se reconocen en ellos.
—Eduardo Galeano