22 noviembre 2015

La paloma más blanca

Colombia se viene preparando para la paz desde que comenzó la violencia. Durante siete décadas ha vivido bajo presión tanto desde Estado como desde los grupos armados violentos, lo que no ha impedido que sea un país de extraordinaria vitalidad, donde las cosas se hacen a pesar de la adversidad.

Se han fortalecido las organizaciones de base, se multiplican proyectos y propuestas, y la sociedad civil en su conjunto avanza hacia ese horizonte de paz que se mueve constantemente (como decía Eduardo Galeano de la utopía: “sirve para caminar”). Siempre que estoy en Colombia me contagia el optimismo y la capacidad de respuesta de los ciudadanos, ajenos a cualquier pose plañidera.

Ahora que la utopía de la paz parece más cercana, al menos en términos formales, los colombianos y colombianas se interrogan sobre los efectos que puede tener la firma de documentos oficiales y su impacto en la vida cotidiana. ¿Qué es lo que realmente puede cambiar? ¿Qué puede mejorar? ¿Cómo abordar los desafíos de una nueva convivencia? ¿Cómo actuar colectivamente a favor del desarrollo y los cambios sociales? ¿Cómo encarar los temas de justicia?

Esta semana que termina, invitado a dar la ponencia magistral en el I Encuentro Nacional de Comunicación Solidaria “Dejando huella y pacificando territorios”. En San Gil, departamento de Santander, me reuní con redes de cooperativistas colombianos interesados en debatir el tema de la comunicación para la paz. Su himno alude, desde hace muchos años, a “la paloma más blanca” clara señal de que la paz ha estado en su agenda desde hace mucho tiempo.

El papel de la comunicación en Colombia es fundamental en el proceso de reconstrucción del tejido social. Es un país en el que abundan experiencias que están dejando una huella profunda en el proceso de pacificar territorios.

He tenido el privilegio de conocer muchas de esas experiencias desde hace una década. Recorrí regiones en conflicto como el territorio el río Magdalena Medio para visitar la red de emisoras comunitarias y con el apoyo en la producción de Amparo Cadavid, que conoce su país palmo a palmo, realizar una película documental, Voces del Magdalena (2006). 

Tuve la oportunidad extraordinaria recorrer ese caudaloso río en chalupa parando en cada una de las radios que están en el camino de agua: primero San Vicente Chucurí, y ya sobre el río a partir de Barrancabermeja, Puerto Wilches, Simití, Santa Rosa, Gamarra, Agua Chica, etc. hasta llegar a Mompox y luego subir a El Carmen de Bolívar donde fue estremecedor y revelador conocer las acciones de comunicación participativa que lleva adelante el Colectivo Montes de María, con poblaciones de desplazados por la guerra. 

En las alturas que rodean la ciudad de Medellín he conocido las comunas tradicionalmente caracterizadas por la violencia, donde ahora grupos de jóvenes llevan adelante procesos de comunicación participativa a través de la elaboración de programas de radio, publicaciones periódicas (Tinta Tres, Visión 8, Signos desde la 13), videos (Pasolini en Medellín) y fotografía, entre otros. Son decenas de ejemplos de esa comunicación comunitaria que le quita carne fresca a la guerra. Cada uno de ellos vine trabajando por la paz y la convivencia desde mucho antes que se pensara en las negociaciones paz.

En el oriente antioqueño, desde Río Negro hasta Guatapé, he podido conocer de cerca procesos de comunicación y cambio social derivados de los Laboratorios de Paz. 

En Granada estuve en el “Salón del Nunca Más”, un espacio de la memoria que mantienen las mujeres y familiares de las víctimas de la violencia. 

He escrito anteriormente en este espacio sobre todas esas experiencias vividas, una por una:  el Salón del Nunca Más, las comunas de Medellín y sus multiples procesos comunicativos, el Proyecto Pasolini, las emisoras comunitarias del Magdalena Medio, el Foro Nacional de Comunicación Indígena, el Colectivo Montes de María, el Laboratorio del espíritu, y tantas otras que en cada viaje a Colombia tengo el privilegio de conocer. 

También participé en el Foro Nacional de Comunicación Indígena, en Popayán, hace tres años exactamente, en noviembre del 2012, donde las organizaciones indígenas se planteaban “reflexionar sobre el sentido de la comunicación indígena, sus formas propias, así como los medios y las tecnologías apropiadas; pensar el papel de la comunicación indígena como eje transversal en los procesos organizativos y en todos los aspectos de la vida comunitaria y colectiva en el territorio”. Los indígenas tienen muy clara su posición y su papel en la defensa del territorio y no le hacen juego ni al Estado ni a la guerrilla.

En agosto de este año participé en Cali, en un evento organizado con  poblaciones afrocolombianas, el Encuentro de Comunicación y Patrimonio del Pacífico Colombiano sobre “Comunicación, cambio social y construcción de territorio”.

Otro espacio importante que se ha abierto para apoyar la reconstrucción de territorios de paz está constituido por las emisoras universitarias. Colombia cuenta con una importante red de radios universitarias que prueba que es mejor una universidad abierta a la ciudadanía, que una universidad cerrada sobre sí misma, mirándose el ombligo. En agosto pasado me invitaron a su XII Encuentro nacional en Cali: "Paz al aire, un aire para la paz". Colombia cuenta con una importante red que me hace pensar que es mejor una universidad abierta a la ciudadanía, que una universidad cerrada sobre si misma, mirándose el ombligo.

Cuando la universidad se cierra sobre sí misma y levanta muros que la separan del resto de la sociedad, la radio suele comportarse de la misma manera. La expresión “torre de marfil” se ha usado tradicionalmente para referirse a esas universidades que consideran que están por encima de la sociedad, como ciudadelas medievales del saber que miran desde su atalaya a la ciudadanía de a pie.

La radio universitaria es tan buena o tan mala como la comunidad universitaria a la que representa. Puede ser una radio que se ocupa sobre todo de los temas académicos, para acompañar la función  de enseñanza, o puede ser una radio que contribuye en la generación de conocimiento nuevo (para cumplir con la segunda función primordial de las universidades), y puede ser una radio que se proyecta sobre la sociedad. Si la responsabilidad de las universidades no es solamente educar, la de las emisoras universitarias no es solamente informar.

Todos los esfuerzos de comunicación para la paz mencionados son los que conozco, pero hay muchos más, se cuentan por miles, desde la sociedad civil pero también desde el Estado, que trabajan codo a codo preparándose para el pos-conflicto, porque todo colombiano sabe que no se acaban los problemas con la firma de los acuerdos de paz en La Habana.
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Se requieren nuevas formas de pensar
para resolver los problemas creados
por las viejas formas de pensar.
Albert Einstein