17 enero 2015

Gráfica de tiempos remotos


Sierra de San Francisco
Durante tres horas a lomo de mula, descendemos por el estrecho sendero que lleva de la Sierra de San Francisco al Cañón de Santa Teresa para visitar uno de los conjuntos de pinturas rupestres más importantes de México. Munidos del permiso del Instituto Nacional de Arqueología e Historia (INAH) y acompañados por un guía certificado (de otro modo no se puede ingresar al sitio), Jorge González, Mónica Carles y yo vamos ya saboreando el gustito del descubrimiento. 

El desierto es todo menos desierto
Al principio estábamos algo recelosos porque el camino es muy empinado, pedregoso y deleznable, pero Ángel, nuestro guía, tiene razón: las mulas no se caen, no resbalan aunque giren inseguras en curvas estrechas al borde del precipicio. Como tienen cuatro patas, si dos resbalan, las otras dos frenan. En eso y en otras cosas nos llevan ventaja, salvo que apareciera una serpiente cascabel reclamando territorio, pero sería de muy mal gusto. Ángel aconseja reclinarnos hacia atrás sobre la silla de montar para mantener el equilibrio, mientras sorteamos las espinas de los arbustos y cactus que aparecen en el camino.

Delante de las mulas van tres borricos cargando las vituallas, mochilas y carpas. El primero lleva un cencerro cuyo cascabeleo guía a las demás acémilas por el buen camino. Una vez abajo, podemos acampar en un espacio abierto junto al lecho del rio casi seco, y al anochecer calentar algo de comida alrededor de una fogata mientras nos esforzamos por atrapar estrellas fugaces que resbalan en la bóveda límpida del cielo.

El Cañón de Santa Teresa
“El desierto es todo menos desierto”, dice Jorge con justa razón. La riqueza de fauna y flora no se presenta en el desierto de manera lujuriosa como en la selva, pero enseña a mirar. Las variedades de cactáceas son numerosas: biznagas, cirios, torotes, nopales, cardones, pitahayas, choyas y otras cuyas espinas las defienden de la voracidad de las cabras.

Muy temprano a la mañana siguiente, caminamos durante varias horas por el lecho pedregoso del rio, sorteando desniveles y pasos estrechos por donde ni siquiera las mulas podrían aventurarse. Nos cuenta Ángel que en septiembre 2014 el huracán Odile hizo desaparecer las islas de palmeras que engalanaban de verde el cañón de Santa Teresa. Las aguas arrastraron enormes rocas que rodaban hasta encontrar un nuevo lugar, quedando más de una en delicado equilibrio.

Chamanes y guerreros en "Las flechas"
Luego de un par de horas llegamos a “Las flechas”, así llamada porque dos de las figuras humanas pintadas sobre la roca están atravesadas por flechas, una rara representación de la guerra entre grupos de cazadores. En el acantilado del frente, distinguimos “La pintada”, uno de los conjuntos de arte rupestre más emblemáticos de la Reserva de la Biósfera El Vizcaíno, en Baja California Sur. Con un millar de figuras que no es fácil descubrir porque algunas se encuentran debajo de la roca, “La pintada” constituye una de las concentraciones de figuras humanas y de animales más importantes del mundo, junto a las de la cueva de Lascaux, en Francia, que tiene cerca de dos mil figuras.

Las pinturas rupestres del cañón de Santa Teresa, junto a otras 250 de la Sierra de San Francisco y Mulegé, fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad el año 1993. Según el informe de inscripción de la Unesco, constituye uno de los conjuntos de pinturas rupestres más amplios y mejor conservados del mundo, gracias a su difícil acceso y a las condiciones climáticas.

La ballena y otras figuras en "La pintada"
Además de los animales terrestres que eran comunes en esa época, como venados, borregos, serpientes, pumas, liebres, aves, aparece en “La pintada” una gigantesca ballena, quizás el dibujo más interesante de todo el conjunto. En otros sitios más cercanos a la costa, como “La trinidad”, habíamos visto peces, pero la representación de la ballena en el Cañón de Santa Teresa, en medio de la Sierra de San Francisco, hizo volar nuestra imaginación.

Las figuras humanas en “La pintada” tienen extraordinaria fuerza porque representan chamanes y guerreros, y dan la sensación de haber sido pintadas mientras en las cuevas alguna fogata proyectaba sus sombras sobre la roca. La sensación de movimiento que producen esas imágenes es extraordinaria.  Es como el cine de la prehistoria, el juego de sombras y colores. Las figuras están hechas de negro, blanco, marrón y amarillo, en varias gamas y mezclas.

Los chamanes impactan por la gesticulación de los brazos, por los penachos que cubren sus cabezas. Uno adivina que tienen los cuerpos pintados y que posan para que las generaciones futuras sepan de su paso por allí, como si marcaran su territorio de manera definitiva. Son más misteriosos en la medida en que las cabezas no tienen ojos, nariz, orejas y otros rasgos. No tienen rostro.

Abigarramiento de figuras en "La pintada"
¿La superposición de figuras en un mismo espacio del mural será indicación de que en “La pintada” permanecieron mucho tiempo? Quizás era un juego de poder que acababa saturando el espacio. Chamanes y guerreros se disputaban quizás la representación, como los políticos de ahora que tratan de copar espacios de visibilidad. En aquellos tiempos remotos probablemente se trataba más de vanidad que de oportunismo.

Según los expertos de Unesco las pinturas rupestres de la Sierra de San Francisco tienen una antigüedad de mil a dos mil años, relativamente “jóvenes” si se comparan con las de Quinkan (Australia) que tienen cerca de 30 mil años o las de Chauvet (Francia), con 35 mil años de antigüedad (sobre estas hizo Werner Herzog un maravilloso documental: La cueva de los sueños olvidados).

Bip-bip, un correcaminos
A diferencia de las pinturas rupestres de Lascaux o Altamira, en Europa, las de la Sierra de San Francisco son menos conocidas en parte por la dificultad de acceder a algunas de ellas. Eso hace más interesante la visita y renueva la sensación de un descubrimiento. Según nuestro guía, Ángel, muy pocos se aventuran a realizar el recorrido por el cañón de Santa Teresa, y desde que Odile se abatió sobre Baja California Sur en septiembre, éramos los primeros que guiaba.

No todos los sitios identificados y registrados por el INAH en la reserva El Vizcaíno se pueden visitar, pero recorrimos cuatro, uno cerca de Mulegé y tres en la Sierra de San Francisco, dos de las cuales se encuentran frente a frente a ambos lados del cañón de Santa Teresa, a una altura de 50 o 60 metros encima del lecho del rio, lo que hace pensar que quizás el cauce del agua fue mucho mas elevado cuando los cochimís o guachimis habitaban la sierra.
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Cuando comienzas una pintura es algo que está fuera de ti.
Al terminarla, parece que te hubieras instalado dentro de ella.
—Fernando Botero