18 enero 2014

Los Imaná

Qué gusto ver juntos a Gil y Jorge, los hermanos Imaná, que viven separados por 7385 kilómetros de distancia, el primero en La Paz, Bolivia, y el segundo –desde hace más de  cuatro décadas- en La Jolla, Estados Unidos. Qué bueno verlos unidos en un abrazo junto a sus obras, que se exhiben en el Salón Municipal Cecilio Guzmán de Rojas. 

Una ocasión como esta no se presentaba desde hace bastante tiempo, pero ahora fue posible por iniciativa del municipio paceño, que adquirió obras de ambos, así como de Inés Córdova y de otros artistas plásticos para incorporarlas en el acervo de la Casa de la Cultura y exhibirlas en la muestra Grandes Maestros Bolivianos del Siglo XX. 


Durante el acto que organizó el equipo de Wálter Gómez, oficial mayor de cultura del Gobierno Municipal de La Paz, rodeado por amigos y admiradores de su obra, Gil Imaná habló emocionado de la enorme importancia histórica que tiene para la cultura boliviana el Salón Municipal Cecilio Guzmán de Rojas donde él y tantos otros artistas pudieron exhibir por primera vez en La Paz cuando todavía eran poco conocidos: 

“En estas mismas paredes del espacio que considero un templo de la cultura boliviana, comenzamos a exponer desde 1950, a partir de entonces la galería acogió a los principales exponentes de la plástica nacional”.

Gil y Jorge Imaná pertenecen a una generación extraordinaria que esgrimió sus primeros pinceles en la capital de Bolivia. Ambos fueron discípulos de Juan Rimsa y miembros del Grupo Anteo. Recuerdo el relato de Wálter Solón Romero durante la visita que hicimos juntos al Colegio Junín de Sucre, donde se conservan los primeros murales que pintaron los jóvenes artistas del Grupo Anteo: los hermanos Imaná, Lorgio Vaca y el propio Solón Romero. Tanto terreno recorrido desde entonces. Quien haya ido a Sucre y no conozca esos murales, ignora un antecedente fundamental en el arte boliviano.

El solo hecho de ver juntos a Jorge y a Gil Imaná es un acontecimiento que abre en cada quien el baúl de la memoria, para sacar quizás fragmentos de recuerdos, fotos en blanco y negro, apuntes sin fecha.

En mi caso, recuerdo por ejemplo las visitas que le hacía hace muchos años a Gil Imaná en un taller en la calle Ayacucho esquina Potosí, en un segundo piso de una casa colonial que ahora amenazan con derruir para ampliar el palacio de gobierno (demasiado chico quizás para las aspiraciones de grandeza de los gobernantes actuales). Recuerdo también algún encuentro en París, a principios de los años 1970, en una exposición de arte boliviano de la que tengo o tuve una foto en blanco y negro que ahora no encuentro. Gil todavía con el cabello oscuro, una chompa con cuello tortuga.

Si todo va bien, veremos en unos años nacer un nuevo museo y centro cultural dedicado a la obra de los hermanos Imaná y de Inés Córdova, en el caserón de la avenida 20 de Octubre esquina Aspiazu. Allí estuvimos el martes 14 de enero brindando con Gil y Jorge para que ese sueño se haga realidad. 

Jorge Imaná estuvo de paso apenas pocos días. No lo vi irse pero quiero imaginar el abrazo de despedida que se dieron los dos hermanos cuando Jorge retomó su itinerario de regreso a California. No ha debido ser fácil para estos dos artistas siameses separarse nuevamente.

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Trato de aplicar colores como las palabras que dan forma a los poemas,
como las notas que dan forma a la música.
—Joan Miró