11 agosto 2013

Rina, acuarelista

Alguna vez mi amigo y gran acuarelista Ricardo Pérez Alcalá me dijo que lo más difícil en la acuarela era pintar los pisos, el suelo, y que en hacerlo bien o hacerlo mal estaba la diferencia entre un acuarelista maduro y otro con menos dominio de la técnica.

Ese mismo consejo, y seguramente miles más, le ha dado a lo largo de varios años a su discípula Mónica Rina Mamani, una joven pintora de El Alto cuya exposición visité, guiado por ella, en estos días en la Galería Arte 21, en calle Pankara No 1002 entre 21 y Montenegro zona San Miguel. La muestra cierra el 15 de agosto, razón para visitarla cuanto antes.

Hace poco más de un año Mónica Rina Mamani presentó su muestra anterior en las salas del Tambo Quirquincho, en La Paz, 41 cuadros reunidos bajo el título “Mi tiempo”.  Estuve la noche de la inauguración, acompañando a Mónica y a Ricardo Pérez Alcalá, su maestro y mentor, y escribí una nota saludando la emergencia de la joven pintora de El Alto. Ahora vuelvo a hacerlo para celebrar su consolidación como una de las pintoras más importantes de la novísima generación.    

No quiero decir mucho sino a través de las palabras de la propia Rina y de las imágenes de sus obras en esta muestra que reúne por una parte paisajes bucólicos, por otra naturalezas muertas y finalmente dos acuarelas que representan mujeres, una de ellas un desnudo muy bello. En el breve video Rina habla de su camino en la pintura y de las enseñanzas de su maestro, Pérez Alcalá. 



Tal como lo señalé en 2012, en los cuadros de Mónica Rina Mamani es clara la influencia de Ricardo Pérez Alcalá cuya tutela le ha permitido alcanzar la excelencia técnica, trabajando en un universo temático que sin duda está todavía contaminado por la mirada de su mentor. Al igual que Ricardo, Rina rehúye el facilismo de una pintura de poco detalle y técnica precaria, que con frecuencia esconde la arrogancia o la inseguridad de los artistas que comienzan con ganas de “cambiar la pintura” o de "cambiar el mundo". Como su maestro, Rina prefiere hacer un camino más pausado y más firme, y así ha logrado establecerse como una artista que domina la técnica y que puede pintar en acuarela ya sea un paisaje, una naturaleza muerta o un desnudo. La experimentación estilística y temática más allá de estas fronteras clásicas vendrá en su debido momento, una vez que los desafíos técnicos hayan sido dominados.

Las mazorcas de maíz, los viejos baúles de cuero, las marraquetas de pan, los quirquinchos o el brillo intenso amarillo de los membrillos o rojo de las granadas en una naturaleza viva aunque estática, guían el recorrido por la muestra. Quizás lo que más sorprende a los visitantes son los dos cuadros que representan a mujeres, los únicos donde los personajes son centrales. En esos dos cuadros se despliega la imaginación de Rina y trasluce su necesidad de no solamente representar la realidad como es sino de interpretarla con rasgos oníricos.

La trayectoria de Mónica Rina Mamani continua fortaleciéndose en la medida en que ella adquiere un mayor dominio la técnica. Sobre la solidez que ha mostrado hasta ahora en su pintura tendrá que ir construyendo paulatinamente una obra propia, como un gajo independiente que brotará en el terreno fértil abonado por Pérez Alcalá. Ambos son conscientes de que el tiempo los irá separando estilísticamente, poco a poco Mónica encarará los temas que prefiere y lo hará con su manera personal y única de mirar y pensar la realidad.  

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Yo no pinto lo que veo, pinto lo que pienso
                 – Pablo Picasso