28 septiembre 2024

Llevarlos bien puestos

(Publicado el sábado 31 de agosto de 2024 en Brújula Digital, Público Bo, ANF y Cabildeo Digital)

Los pantalones, como los cojones (o los ovarios) hay que llevarlos bien puestos, como los tenía Víctor Paz Estenssoro cuando en su alocución televisiva del jueves 29 de agosto de 1985 le habló con entera franqueza y valentía al pueblo de Bolivia: “Bolivia se nos muere…”, una frase que marca un antes y un después no solamente en la economía contemporánea de Bolivia, sino en la política y el arte de gobernar.

Han pasado 39 años. El actual presidente de Bolivia, derivado a ese cargo por una suma de factores favorables (designado por Evo Morales como su sucesor, y heredero de una economía que estaba todavía en pie), sería incapaz de hablarle al país con la franqueza con que lo hizo Paz Estenssoro, precisamente porque le falta lo que al doctor Paz le sobraba: capacidad de liderazgo, solidez como hombre de Estado y cojones bien puestos.

Muchos nos opusimos en aquel momento, participamos en manifestaciones en contra del despido de miles de mineros de las minas estatales improductivas, hicimos documentales sobre la larga marcha de los mineros y otras acciones de repudio. El tiempo demostró que sin las medidas drásticas que se tomaron, no había salida “gradual” del profundo pozo. No era tiempo para medias tintas.

Bolivia ha tenido regímenes autoritarios de varias modelos: por una parte 18 tediosos años de dictaduras militares (Barrientos, Ovando, Torres, Banzer, García Meza…) entre 1964 y 1982, y por otra, casualmente, otros 18 años de autoritarismo del “Proceso de Cambio” (Evo Morales y Arce Catacora), entre 2006 y 2024, una impostura monumental para encubrir la corrupción y la estrategia de aferrarse al poder sea como fuere, por vías ilegales, fraudes y otras artimañas.

De dos mediocres no se hace uno. En este caso la suma resta.

Evo Morales llegó con la prepotencia del apoyo popular y pudo mantenerse en el poder distribuyendo billetes con ventilador para corromper a los “movimientos sociales” creados por su gobierno para quebrar la espina dorsal de nuestras (otrora) gloriosas organizaciones sindicales: la Central Obrera Boliviana, la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia y la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia.

Dibujo de Ahumada

El prebendalismo que destruyó a la COB, a la FSTMB y a la CSUTCB permitió la reelección de Arce Catacora, el “cajero” de Evo Morales, que continuó con la política del despilfarro, pero esta vez sin el respaldo del “boom” de las exportaciones de gas y minerales. Dilapidó su suerte y los últimos dólares aparentemente sin darse cuenta, lo que indica que como ministro de economía durante 15 años no supo cuál era el tema que tenía entre manos. En el ministerio se dedicaba a “pinchar” los teléfonos de sus enemigos, a ese extremo era desde entonces un personaje tan oscuro como inseguro.

Entonces, un demagogo y autoritario cocalero ignorante de los asuntos del Estado, y un pusilánime aprendiz de cajero igualmente ignorante de la cosa pública, sumieron a Bolivia en la espiral de un sumidero de alcantarilla, que es donde nos encontramos actualmente, aferrándonos a la rejilla para no ser arrastrados definitivamente por el turbión que lleva a las aguas fétidas de nuestros ríos contaminados.

Ni Evo Morales ni Arce Catacora le hablaron jamás al país con la verdad, sino con promesas (“seremos como Suiza…”) y con mentiras (“nuestra economía está blindada contra las fluctuaciones internacionales…”). Obviamente no los llevan bien puestos. Creo que el último presidente que le habló con sinceridad al país (y le costó muy caro hablar claro), fue Carlos D. Mesa, tratando de seguir la escuela de Paz Estenssoro.

Discursos similares no siempre calan de igual forma en la población. Paz Estenssoro nos dijo que estábamos en coma y que la sala UTI de recuperación tenía en la puerta el número 21060. Morales y Arce Catacora hablaron pestes del neoliberalismo, pero siguieron sirviéndose del 21060 como una biblia que no entendían porque ya no correspondía a este siglo. En cambio, nos regalaron propaganda abundante, pagada por nosotros mismos para que nos engañen a nosotros mismos, como si estuvieran en permanente campaña electoral para no perder acólitos. El presupuesto del ministerio o viceministerio de Propaganda (decir que hacen “comunicación” me parece un insulto), se multiplicó por diez desde 2006, al mismo tiempo que la burocracia estatal se multiplicaba por cuatro sin otro motivo que el de colocar a militantes obsecuentes en puestos para los que no estaban preparados profesionalmente.

En el borde del abismo en el que estamos, las mentiras son como resortes que en cualquier momento se rompen de tanto estirarlos. No pasa un día sin que nos mientan en grande, convencidos de que todos somos imbéciles o serviles funcionarios.

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A lie can travel half way around the world while the truth is putting on its shoes.
― Mark Twain

21 septiembre 2024

Papeles de un excombatiente


(Publicado el jueves 29 de agosto en Brújula Digital, Público Bo y la Agencia de Noticias Fides)

El preámbulo (sin fecha) de la obra Bajo la luna de Tarairí (2019) de René Ballivián Calderón, comienza de esta manera: “Hace cosa de dos meses, recibí de cierto combatiente anónimo las pequeñas crónicas ‘sueltas, desarticuladas’, como las califica su propio autor, que se consignan a continuación”. En la siguiente página añade: “No conozco, desgraciadamente, el nombre del autor de estas crónicas, la carta venía firmada con tres iniciales: AHL. Esperé a que el misterioso escribidor diera señales de vida, todo fue inútil. Atando cabos, quise identificarlo, pero no tuve éxito”.   

Es frecuente en la narrativa, atribuir un testimonio autobiográfico propio a un diario íntimo ajeno, a un manojo de cartas descubiertas o a textos encontrados por azar o recibidos de manera anónima. Este recurso literario permite incorporar hechos que no necesariamente pertenecen al autor, pero sí al “narrador” imaginario, en este caso el supuesto “AHL” que habría enviado esos papeles “sueltos y desarticulados”. Lo que es menos frecuente es que luego, en el transcurso de la obra, el relato se prodigue en pistas suficientes para concluir que el autor y el narrador son la misma persona.  

Sea cual fuere el recurso narrativo utilizado, este libro testimonial se une a otros que arman el mapa de la memoria sobre la guerra del Chaco que libró Bolivia con Paraguay en la década de 1930. Esa cartografía colectiva es como un rompecabezas con zonas tan precisas como un mapa y otras tan difusas como un poema que llama a la interpretación.

René Ballivián Calderón

Bajo la luna de Tarairí reúne 24 capítulos cortos que son como viñetas que se complementan, pero no obedecen a un orden riguroso. Aunque se mencionan lugares, personajes y batallas, no es el propósito de la obra ofrecer una reconstrucción de la guerra. No incluye croquis o mapas de las zonas aludidas o de los movimientos de tropas, porque no es el objetivo, sino la mirada de alguien que participó, una mirada sin duda tamizada por el tiempo transcurrido.    

A veces el autor evoca bucólicamente lugares (como Tarairí que da título a la obra), que simbolizan la destrucción de aquello que fue bello y cercano al narrador, y a veces describe de manera descarnada el horror de la guerra. En el primer caso la evocación se acompaña de las acuarelas del teniente Juan Valverde F., y en el segundo, podrían ser los dibujos de Raúl G. Prada (que no son parte del libro) que muestran los rostros turbados de los combatientes.  

En las primeras páginas, la torre de la iglesia de Tarairí, salvada milagrosamente de la destrucción, se yergue en el horizonte como una señal de esperanza. “El oro de los atardeceres serenos tejíase de sombras, y llegaba la noche con todo un cortejo de misterios. En la lejanía, los valles y las colinas llenas de reposo y de austera calma eran mudos testigos de sangrienta lid, pero no sé de qué manera, frente a que el panorama, todos habíamos olvidado la triste realidad de las horas que vivíamos, cuyo recuerdo surgía en nuestra mente recién al contemplar la línea de trincheras que se retorcía caprichosa entre árboles y arbustos”.

Dibujo de Raúl Prada

Pero también acecha la crueldad: “Iba a presenciar por vez primera en mi vida un fusilamiento, sin embargo, todo me parecía tan lógico y natural que miraba aquellos trágicos preparativos con soberana indiferencia”. A veces indiferente, otras veces asqueado y dolido por lo aquello que presencia, el personaje narrador vive las contradicciones anímicas propias de un refinado intelectual que enfrenta una situación extraordinaria y ajena a su vida civil.   

El narrador manifiesta sentimientos encontrados sobre la guerra y su participación en ella: “Nada hay tan bello, tan imponente; nada infunde más ánimo, más ardor bélico y patriótico que el escuchar un fuerte bombardeo”. Sin embargo, en otras páginas manifiesta su horror: “¡Qué espantosa matanza, matanza con saña, con furor, con una infinita sed de aniquilamiento y destrucción, es esta de la guerra! (…) He visto hombres con la faz deshecha, hombres con la cabeza decapitada por ráfagas de ametralladoras, hombres sin pies, hombres sin brazos, hombres con los intestinos afuera”.

No duda en cuantificar con rabia crítica el costo de una batalla donde se emplearon 3 mil granadas de artillería: “A 26 la granada, fueron £18,000 libras esterlinas las que se quemaron aquella mañana, o sea 1 millón 800,000 libras calculando la libra al precio del mercado libre. Ello sin tomar en cuenta las miles de granadas de mortero y los proyectiles de ametralladoras y fusilería. Es decir, que en una mañana se gastaron más de dos millones de pesos bolivianos, o sea: íntegro el presupuesto anual de Relaciones Exteriores; íntegro del presupuesto anual de Hacienda, Industria, Culto, Pensiones y Jubilaciones juntos; la mitad del presupuesto anual de Instrucción”.

Foto de Luis Bazoberry G.

A ratos se echa de menos en el relato el “yo” del supuesto narrador. Su ubicación espacial es con frecuencia errática, como si planeara a vuelo de pájaro sobre las trincheras, sin ofrecernos detalles sobre su involucramiento en las acciones, un testimonio de primera mano. Aunque los papeles son anónimos, no duda el narrador en ofrecer detalles sobre amistades y parentescos “de rancio abolengo” (p.52), relaciones por las que se revela como autor del libro y nos da a entender que, a pesar de su grado de “sargento” (p. 71), frecuenta a militares de alto rango y oficiales de mando, incluso aquellos delegados de países neutrales, como Chile y Brasil, que visitan el frente. El sargento tiene acceso a la carpa del coronel Olmos, con quien discurre sobre Keyserling, Spengler o la filosofía intuicionista de Bergson.    

Desde esa posición sin duda aventajada, no escatima palabras para calificar a quienes considera personajes cuya actuación en la guerra considera reprobable, entre ellos Bilbao Rioja y el “obeso coronel” David Toro, oficiales emboscados y médicos alcoholizados que no cumplían sus deberes. También hace apuntes críticos sobre la mezquindad, el egoísmo y la envidia entre bolivianos, sentimiento “propio de espíritus débiles y de cerebros poco evolucionados”. Se refiere a “la indiferencia tan grande como su flojera” de los tarijeños, y que “el beniano y el cruceño tienen a flor de labios aquello del “colla bruto”.  Y así, conceptos parecidos sobre los regionalismos lamentables de los oficiales y combatientes orureños o cochabambinos.

Diferente a todos, el mayor Germán Busch lo impresiona no sólo por la leyenda que lo precede, sino por su figura: “Los ojos de Busch son como el reflejo de azules aguas en reposo, aunque se adivina tras ellos ese fulgor que domina y electriza, cuando sucede a la calma la tempestad amenazante”. También ensalza las virtudes de su amigo el teniente Juan F. Valverde: “Magnífico ejemplar de hombre era este civil, al que la guerra le había impuesto heroísmos y condecoraciones”. Al abordar con desprecio a los emboscados y a los “matones”, menciona a Augusto Céspedes, quien le habría dicho: “Escribiré un libro que se titule La guerra del Chaco o el ocaso caso de los matones”. Son los intelectuales “con su complejo de inferioridad” los que rescata el narrador, ya que hacen un esfuerzo mayor de heroísmo para estar a la altura de lo que no se espera de ellos.

Dibujo de Gil Coimbra

A la par, los miles de indígenas cuyos cuerpos quedaron sembrados en el Chaco, merecen su reconocimiento: “Son los indios quienes han hecho la guerra. Esta afirmación, que no admite réplica, me sugiere una interrogante cargada de amenazas: ¿volverá el indio a la ultrajante esclavitud que soportara ayer? Un hombre que ha comandado a otros, que ha rifado cien veces la vida, ¿aceptará las duras imposiciones de cualquier impávido y malvado patrón? (…) Y el pobre indígena supo luchar bravamente por algo que ni siquiera comprendía, por unas tierras exóticas y enmarañadas perdidas en uno de los confines del inmenso país boliviano”.    

En algunas páginas el narrador se representa a sí mismo como un simple combatiente que no recibe un trato especial ni cuando enferma de paludismo: “Si hubiera sido el hijo de algún privilegiado, de alguno de esos cholos adinerados metidos en las ‘roscas’, seguro es que con mucho menos días habría sido transportado en avión hasta La Paz”. Aborrece a “hombres infames” que combatirá implacablemente “con la autoridad que para ello me da mi calidad de soldado…” Menciona a los hijos de los privilegiados que jamás han estado en la guerra para defender a la patria “a la que han explotado vilmente y a la que le deben sus riquezas, bien o mal adquiridas, siendo lo segundo lo más frecuente”. Y remata su manera de sentir sobre ellos: “Y privilegiados son en Bolivia los peores, porque ni siquiera, como en otras tierras, llevan en sus venas la sangre purificada de los bien nacidos. Estos privilegiados bolivianos son temibles porque tienen la traza de los mestizos y todas sus bajezas, y sus taras y su infinita ruindad”. Algunas de las expresiones, propias de aquellos años, serían cuestionadas hoy: “Cuanto más tiene de raza un hombre, es mayor también su potencia intuitiva para comprender y captar hasta los aspectos más sutiles, más ocultos y profundos de la esencia de las cosas. Es por ello que los guerreros y los estadistas han sido siempre hombres de raza”.

La guerra provoca en el narrador impresiones de dolor e impotencia que contrastan: “Cuán infinitamente solo me sentía, perdido en un mar de incomprensiones. Pero mi espíritu era co mo la roca, que en silencio soporta el batir de las olas; era como el árbol, que para vivir busca hacia adentro en la tierra, y hacia fuera sólo florece”. Sin embargo, unas líneas después, se refiere a la zozobra del “frágil velero de mi espíritu, muchas veces sin brújula…” 

Dibujo de Gil Coimbra

“Una de las características del combatiente es que durante la campaña ha idealizado su vida. En cierto modo, recuerda las cosas pasadas como el habría deseado que fueran”, afirma el narrador, sin excluirse de esa manera idealizada de ver su propia realidad, como sucede en el capítulo que refiere la visita al frente de batalla de una mujer (Amalia), con la que él protagoniza un encuentro erótico que todos los demás oficiales hubieran deseado. Aunque ese relato no es muy verosímil en el contexto de lo narrado, representa los sueños diurnos de los combatientes que durante meses no tenían contacto con mujeres.   

Llama la atención (quizás por mi somero conocimiento de la guerra del Chaco) que en un solo batallón hay varios oficiales chilenos con mando de tropa (Ten. Cnel. Contreras, Cap. Ochoa, Cap. Garretón, Ten. Cnel. Aliaga, mayor Barrientos), con los que el protagonista alterna, así como lo hace en una reunión del Comando de la División, con el adjunto militar de Chile, mayor Errázuriz (“mi buen amigo”), y el agregado militar de Brasil, mayor Renjel. La descripción de este último es una pieza de humor : “Usaba un enorme casco de acero, su uniforme era color gris azulino, cruzado en todas direcciones por grande y complicado correaje; sobre el bolsillo superior, en el costado izquierdo, ostentaba vistosas insignias de variadas con decoraciones; encima del hombro aparecían pintadas dos estrellas blancas y no sé qué otros signos cabalísticos, a más de una verdadera maraña de galones azules; sobre su pecho pendía un enorme anteojo de campaña; en una de sus manos llevaba la Kodak, y en la otra, un bastón, y en el ojo derecho un monóculo, y en el cuello más signos cabalísticos. Todo él era un signo cabalístico. No hablaba, permanecía enigmático y trascendental como un niño que fuma”.

Foto de Luis Bazoberry

El libro concluye con el armisticio, esa palabreja equívoca que lo mismo subraya (o esconde) la victoria de unos como la derrota de otros. La noticia del final de la guerra le llega el 9 de junio de 1935 mientras estaba en Tarija, ciudad “sumida en el letargo de su indiferencia”, en el club social donde la burguesía vive en un universo paralelo. Las vidas de jóvenes que responden a apodos como Matuco, Patico, Nataco, Nanin, o Cotolo, transcurren hablando frivolidades y repitiendo “chistes fósiles”. El narrador participa de esas reuniones, pero observa una distancia crítica, al menos a posteriori.  

Estaba en el espíritu de la época “celebrar” el final de la guerra, aunque mucho se hubiera perdido en vidas y territorio: “El silencio de la reconciliación tendió un velo de paz y de olvido sobre el extendido escenario de la guerra”.

“El sino de Bolivia era perder la guerra, de suerte que los buenos militares eran borrachos, y los sobrios, de nada servían” concluye de manera lapidaria. El resentimiento del narrador hacia los emboscados en la “rosca” del Comando Superior se expresa sin ambages: “Pero nada había que hacer si no resignarse y procurar serle lo más simpático posible. Esa fue mi conducta y así obtuve que me arrojaran algunos mendrugos de su mesa espléndida, opulenta, en comparación a la que conocía yo en aquellas tierras de aventura y de esfuerzo. Pocas cosas habrán tan desagradables como el verse excluido de las fiestas a las que uno se siente con legítimos derechos para concurrir. (…) Mi pobre espíritu, lleno de humanas debilidades, sentía infinito despecho. Creo que experimenté un poco de lo que siente el proletario ante las andanzas de los ricos. Simpaticé con el comunismo”.

Se han publicado valiosos ensayos sobre esa guerra que perdimos (una más), con precisiones históricas que son resultado de sesudas investigaciones, y por otra parte hay importantes obras literarias y testimoniales que describen desde diversas perspectivas la vivencia de las trincheras. Sangre de mestizos (1935) de Augusto Céspedes, Aluvión de fuego (1935) de Oscar Cerruto, Repete (1937) de Jesús Lara, Prisionero de guerra (1936) de Augusto Guzmán, Laguna H.3 (1938) de Adolfo Costa du Rels, Chaco (1936) de Luis Toro Ramallo, son algunas de las más notables, a las que a través de los años se han ido sumando muchas otras, a veces tardíamente. Bajo la luna de Tarairí de René Ballivián Calderón pertenece a estas últimas y deja flotando una pregunta: si fue escrita cuarenta años antes, como sugiere el epílogo, ¿por qué no se publicó en su momento, en vida de su autor?    

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They wrote in the old days that it is sweet and fitting to die for one's country. But in modern war, there is nothing sweet nor fitting in your dying. You will die like a dog for no good reason.
—Ernest Hemingway

 

14 septiembre 2024

Azules y celestes

(Publicado el sábado 24 de agosto de 2024 en Brújula Digital, Público Bo, ANF y Cabildeo Digital)

Hace dos décadas, una mayoría aplastante de mi generación con trayectoria en la llamada “izquierda” de entonces, se encandiló con Evo Morales y lo endiosó. Yo nunca pisé el palito. Antes de que asumiera su primer gobierno en 2006, publiqué artículos en los que fui crítico de ese personaje nefasto porque su calidad humana me parecía cuestionable, lo cual ha quedado ampliamente demostrado con el tiempo.

Evo Morales endiosado

Hoy, los que creyeron en el “camello” (como dicen en Colombia) del “proceso de cambio” prefieren olvidar su entusiasta adhesión al caudillo del Chapare. Mis críticas a la impostura del personaje y a la falsedad del discurso que enarbolan (hasta ahora) sus colaboradores o seguidores en las dos corrientes del MAS (la misma chola con la misma pollera), me han costado el distanciamiento de algunas amistades. Quizás no les gusta que los mire a los ojos para recordarles que apostaron por un proyecto viciado desde su origen, ahogado en estulticia y demagogia barata.    

Ana María Campero y Evo Morales

Desde el primer año no se podía esconder la corrupción propiciada por el gobierno, pero mis amigos masistas querían convencerme de que Evo Morales estaba rodeado de “unos cuantos” corruptos, pero que él era impoluto, casi virgen. Tuve alguna vez un amigable intercambio con mi querida Ana María Campero, quien trataba de defender al cacique chapareño con cierto paternalismo (o maternalismo): “Tienes que darle tiempo para que pueda aprender”. Ya sabemos que aprendió mucho: a ser más mañoso, a desbancar al Estado y a manipular todos los poderes para su beneficio personal y de aquellos que lo apoyaron con un poco de ingenuidad y un mucho de oportunismo. Tengo la convicción de que Ana María, con la honestidad que la caracterizaba, no hubiera sostenido por mucho tiempo su adhesión voluntariosa al presidente cocalero.     

La mayoría de mis ex colegas de la ex izquierda progresista pisaron el palito de las promesas del MAS, aunque muy pronto pudieron ver cómo ese movimiento político deforme fagocitaba a las organizaciones sindicales históricas (la COB, la FSTMB, la CSUTCB), en beneficio de mineros cooperativistas (privados) y de otras organizaciones espurias. Quizás querían creer ciegamente en lugar de examinar su conciencia y mirar con los ojos bien abiertos el proceso de destrucción social, económica y política que se estaba llevando a cabo. En todo caso, nunca fue un tema ideológico: se olvidaron rápido de la ideología para abrazar con ilusión sus anhelos incumplidos.

Dibujo de Abecor

Luego de dos décadas y un tortuoso camino, el color azul intenso del MAS, ha ido perdiendo intensidad, a la par que Bolivia ha sido tragada por una espiral de arbitrariedades irreversibles. No es un círculo vicioso que un protón valiente podría romper, es una espiral que fagocita lo poco de honra y de dignidad que queda en el país.    

En la escala del azul al celeste, puedo distinguir varios grupos de entusiastas y (ex) seguidores del masismo:

1. Por una parte, hay colegas que tenían una trayectoria de izquierda reconocida (lucha política, represión y exilio en dictaduras militares), que creyeron sinceramente en el discurso ofertado, pero en los tres primeros años (antes de la Asamblea Constituyente) se dieron cuenta de que no podían seguir apoyando la corrupción galopante y el engaño político. Pienso, por ejemplo, en Filemón Escobar, quien presentó a Morales pruebas de la corrupción imperante en el gobierno, y este, sin una palabra, tiró al basurero los papeles y luego se las arregló para acosar al ex dirigente minero, a quien debía toda su formación política, porque Evo Morales no era más que un mediocre trompetista de banda y dirigente deportivo cocalero, antes de devenir jefe divinizado de una nueva agrupación política con sigla comprada a la Falange Socialista Boliviana.

2. Hay otro grupo de amigos que tardó un poco más en desmarcarse del proyecto prebendal marcado por la cooptación de organizaciones sociales. Acompañaron en 2009 la Asamblea Constituyente vistiendo los colores del MAS, hasta que se dieron cuenta de que la nueva CPE era un cheque en blanco (a la medida de Evo y aprobada en un cuartel militar), para que el autoritarismo se instalara en el poder indefinidamente. Salieron esquilmados políticamente, pero salieron. Hay en este grupo ex funcionarios de Estado, ex asambleístas de la Constituyente y periodistas emblemáticos, que reconocen con honestidad que se equivocaron y ahora se enfrentan públicamente y con valentía al MAS.

3. El oportunismo y las mieles del poder hicieron que otros azulinos y celestinos se aferraran al “proyecto” del MAS a pesar de la creciente corrupción, del manejo arbitrario de la bonanza (2005-2015), del despilfarro de 70 mil millones de dólares de ingresos por las exportaciones de gas y minerales, y la desaparición de 15 mil millones de US$ de reservas internacionales. De estos, algunos optaron por un perfil más bajo, pero no dejaron de medrar del Estado. En lugar de ocupar cargos de ministros, que son demasiado visibles, se atrincheraron como fantasmas en los directorios de instituciones del Estado (ENTEL, por ejemplo) o en puestos diplomáticos menos visibles. No ejercieron más el discurso de la impostura, pero igual recibieron calladitos sus cheques cada mes.  A veces me cruzo en la calle con algunos de ellos y esquivan la mirada, avergonzados por haber apoyado un proceso político empapado de corrupción y de impostura. Están ahora calladitos y quisieran que desaparezcan los artículos o declaraciones donde apoyaban fervientemente a Evo Morales.

4. Tres olas sucesivas de masistas arrepentidos se desmarcaron silenciosamente (pero demasiado tarde), cuando el proyecto político de Evo Morales se resquebrajó después del NO en el referendo del 21F de 2016, del voto nulo masivo y mayoritario en las elecciones judiciales de 2017, y finalmente del fraude electoral de 2019. Como en la guerra, estos “izquierdistas” se dispararon en el pie para replegarse con los emboscados. Sin embargo, no manifestaron públicamente su desacuerdo, sólo se escurrieron ladinamente y algunos reaparecieron con el gobierno de Arce, apostando al caballo ganador y convirtiéndose en cómplices de una corrupción generalizada en todos los niveles del Estado y de la empresa privada que obtiene contratos mediante coimas.

Achacollo, Arce Zaconeta, García Linera, Lydia Paty, Zapata

Los transfugios en este grupo son notables. Un caso emblemático es Héctor Arce Zaconeta, aferrado ahora a Arce como embajador en la OEA porque eso le garantiza impunidad por sus hechos de corrupción. Hay muchos otros que han cambiado de bando y siguen lucrando del Estado, calladitos, como Hugo Moldiz (circulando por Cancillería), Amanda Dávila, el “Satuco” Torrico, Nardi Suxo, Diego Pary, varios periodistas mercenarios (aliados de Neurona Consulting) y artistas funcionales al poder (como los Kjarkas o “Etiqueta azul” de Kala Marka, y más), y una larga comparsa de oportunistas agazapados en las empresas del Estado que contribuyen a quebrar, eso sí, sin dejar de cobrar sus salarios (y coimas). Nunca les ha faltado ingresos durante el masismo. Muy frescos dicen “ya no soy del MAS”, o “nunca fui”, después de haberle sacado el jugo a contratos con instituciones del Estado, escribiendo anónimamente editoriales de La Razón o Ahora el Pueblo, preparando leyes a medida del MAS o incrustándose en organismos internacionales, fundaciones y ONG cercanas al poder.   

5. Finalmente, está el grupo de los recalcitrantes, los que siguen fielmente a Evo Morales, capaces de amarrar huatos y de apostar por el cacique chapareño todo o nada, con bloqueos, atentados y otras acciones que sirven para crear un clima de inestabilidad (Juan “Camión” Quintana, Carlos Romero, Wilma “Molotov” Alanoca Mamani, Adriana “Tractor” Salvatierra, Miss Gravetal, etc.). No sé si admirarlos por dar la cara abiertamente en favor del caballo perdedor o execrarlos por seguir apoyando empecinadamente una propuesta claramente vinculada al narcotráfico, al avasallamiento de tierras y al fraude electoral de 2019.

Así, los azules del MAS vienen en varias tonalidades, de azul intenso al celeste con disimulo. Los azules se distinguen claramente por la manera pública y agresiva que tienen de aferrarse al gobierno, y los celestes son más disimulados, se han beneficiado del MAS durante casi dos décadas, pero se esconden hábilmente, agazapados a la sombra del poder. El arte del mimetismo caracteriza a los celestes. Algunos fueron más azules en su momento, pero el color se fue destiñendo con el tiempo, no así su avidez por los beneficios que otorga medrar del poder.    

Los celestes tragan sapos grandotes, pero se quedan mudos. No son tontos, conocen los hechos de corrupción, y saben que el aparato de justicia está actuando como brazo represor del régimen de Arce. Algunos tenían incluso conciencia ambientalista y conocen lo que significan millones de hectáreas de bosques calcinadas por decreto, el envenenamiento de los ríos con mercurio de la minería ilegal cooperativista o china, el tráfico de especies animales exóticas, etc. Pero no dicen nada, se quedan calladitos, por lo tanto, son cómplices. De una manera perversa, es admirable el hígado que tienen. Imagino ese hígado verde y bilioso, pero quizás me equivoco. Quizás es normal, rosadito y sedoso, porque los celestes ya son insensibles a la destrucción de Bolivia mientras a ellos no les falten contratos.

Hermano lobo, ¿cuántos siguen medrando del Estado, es decir, de nuestros impuestos y del endeudamiento? Uuuuuuu…     

(Hermano Lobo era una gran revista satírica española que burlaba la censura bajo la dictadura de Franco, aconsejo vivamente revisarla en internet).

¿Cuántos “celestes” desteñidos conoces? ¿Y en qué grupo te reconoces, lector?

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Para el que no tiene nada, la política es una tentación comprensible,

porque es una manera de vivir con bastante facilidad.

—Miguel Delibes

 

07 septiembre 2024

Victoria olímpica

(Publicado el jueves 22 de agosto de 2024 en Brújula Digital, ANF y Público Bo)

Contra el pronóstico pesimista (de mal augurio) de quienes hubieran deseado que los Juegos Olímpicos de París 2024 fueran un fracaso, los indicadores señalan lo contrario. Como dijo en la clausura Tony Estanguet, presidente del Comité Organizador, se batieron récords de audiencia, de asistencia a los estadios, de medallas para Francia y “récord de propuestas de matrimonio entre atletas” (para lo que se presta esa ciudad como ninguna otra). Se vendieron 9 millones de entradas, superando los 8.3 millones de Atlanta en 1996 y los 8.2 millones de Londres en 2012 (datos de Statista). Se rompieron 20 récords mundiales en diferentes disciplinas. Se fabricaron 2000 antorchas olímpicas idénticas para todo el recorrido que comenzó meses atrás y pasó por territorios y ciudades emblemáticas de la cultura francesa.   

París es una fiesta… y lo fue ahora para el deporte. La ciudad entera como escenario, y no cualquier ciudad, sino una de las más bellas del mundo. Para garantizar el éxito del evento, se contó con 45 mil voluntarios (cuatro veces más que el número total de atletas), además de un despliegue de seguridad tan gigantesco como invisible (ejército, policía, bomberos, etc.) que hicieron que no se produjera ningún incidente grave en la ciudad luz.

Quedaron molestos algunos vecinos de los lugares donde se produjeron los eventos deportivos, sobre todo cerca de la Torre Eiffel, ya que por razones obvias e inevitables su entorno fue afectado por los organizadores que instalaron cercas de madera y andamios para los espectáculos y para su seguimiento en televisión en todo el mundo. Hubo daños al medio ambiente, por la cantidad de espacios de celebración y de turistas que recibió la ciudad, pero menores que en otras olimpiadas.    

La huella de carbono en Rio de Janeiro 2016 fue de 4.55 millones de toneladas métricas de CO2, la de Londres 2012 alcanzó 3.4 millones, y la de Tokio 2020 fue de 1.96 millones (en este caso porque no hubo público debido a la pandemia). En París 2024 se estima que no sobrepasó la marca de 1.75 millones, lo cual constituye otra victoria olímpica.

Desde 1896 Estados Unidos había acumulado más galardones que cualquier otro país en los Juegos Olímpicos de verano, con un total de 2.655 medallas (1.070 de oro, 841 de plata y 744 de bronce), a las que se suman las obtenidas en París. Durante sus 36 años de participación (de 1952 a 1988) la Unión Soviética fue la segunda potencia deportiva, con 1.010 medallas (395 de oro, 319 de plata y 296 de bronce). Gran Bretaña (930), Alemania (797), Francia (773), China (636), Italia (632) y Australia (541), dominaron el medallero a lo largo de más de un siglo. En América Latina sólo Cuba destacó con 235 medallas, seguida de lejos por Brasil con 150.

En París 2024, Estados Unidos empató con China con 40 medallas de oro, pero venció en el tablero general con 126 medallas contra 91 de China, 65 de Gran Bretaña, 64 de Francia y 53 de Australia.   

De entrada, los estadounidenses tenían algunas ventajas. Su delegación era la más numerosa con 592 atletas, mientras China ocupaba el sexto lugar con 388. Francia, el país huésped, participó con 573 atletas, Australia con 460, Alemania con 428 y Japón con 403. La organización World Atlas sugiere, en su página web, que hay una relación directa entre el número de participantes y el número de medallas obtenidas. Los 65 países que nunca han obtenido medallas son aquellos cuyas delegaciones eran siempre más reducidas. Bolivia participó esta vez con cuatro atletas y fue el país sudamericano con la delegación más pequeña, detrás incluso de Surinam y Guyana, que se hicieron presentes con cinco atletas cada uno, y muy por detrás de Uruguay (25), Perú (26), Paraguay (28), Venezuela (33), Ecuador (40) o Chile (48), para no mencionar Brasil (227) y Argentina (136). De ese tamaño es nuestro país.

La ventaja numérica de Estados Unidos hace que en competencias de natación o de atletismo, que son muchas, en una misma serie de ocho competidores puede haber cuatro de EEUU, una ventaja obvia. Estados Unidos se ha encargado a lo largo de la historia de los Juegos Olímpicos de nuestra era, de multiplicar natación y atletismo en numerosas subcategorías diferentes, por ello no es extraño que se haya llevado un total de 28 medallas en las competencias de piscina y otras 34 en la pista de atletismo. ¿Cuántas modalidades distintas pueden crearse?     

La ceremonia de clausura, esta vez en el Stade de France en Saint Denis, no fue tan grandiosa (ni polémica) como la inaugural, pero tuvo momentos estupendos, como el viajero dorado (Arthur Cadre), el piano vertical suspendido en el aire que tocó Alain Roche, o la interpretación de la canción “My way” (“A mi manera”) por Yseult Marie Onguenet, un recordatorio para el mundo entero de que la composición popularizada en inglés por Frank Sinatra es en realidad “Comme d'habitude”, obra de Jacques Revaux (música) y Gilles Thibaut y Claude François (letra), cantada por primera vez en 1967 por este último.

Tom Cruise

El traspaso de la bandera olímpica a Los Ángeles fue otro momento emblemático. Como cineasta me maravilló la continuidad impecable de la secuencia en la que Tom Cruise, el actor de la saga Misión imposible (pero también de Eyes wide shut de Kubrick) se lanza desde lo alto del estadio, recoge la bandera y se la lleva raudo en una moto que sale del estadio. Esa es la parte que ocurrió en vivo y en directo, pero las gigantescas pantallas (y la televisión) mostraron el resto de la secuencia, obviamente filmada antes pero perfectamente sincronizada: se ve a Cruise atravesar de noche las calles vacías de París y entrar a un avión militar con la moto. Minutos más tarde reaparece lanzándose en paracaídas sobre los Ángeles muy cerca del emblemático letrero de Hollywood, adornado con los colores de los anillos olímpicos. Esa secuencia sigue con una fiesta en vivo en la playa de Long Beach con actuaciones de Red Hot Chili Peppers, Billie Eilish, y otros. La vara está alta para la ciudad de Estados Unidos que acogerá a los deportistas dentro de cuatro años.    

Lamentablemente, hay un lado sombrío en esta victoria del deporte no comercial, porque mientras se celebra el culto a la paz mundial con actividades estimulantes para la salud y el bienestar, al menos dos guerras (y otros conflictos que no llegan a los titulares), muestran que la humanidad no está preparada para vivir en paz. Por una parte, el genocidio sistemático de la población civil palestina en Gaza por parte del Estado de Israel, y por otra, la invasión y los bombardeos de Rusia en territorio de Ucrania. La hipocresía de las potencias mundiales (Estados Unidos y Europa en general), hace que en estos Juegos Olímpicos se vetó la participación de Rusia, pero no la de Israel, cuyos crímenes de guerra son aún mayores.     

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In a controversy, the instant we feel anger we have already ceased striving for the truth,

and have begun striving for ourselves.

―Thomas Carlyle

 

03 septiembre 2024

Crueldad masista

(Publicado en Brújula Digital, Público Bo, ANF, Inmediaciones y Cabildeo Digital el sábado 17 de agosto de 2024)

Acaban los Juegos Olímpicos y volvemos a mirar la dramática realidad que vive el país desde hace casi dos décadas bajo el imperio de la impostura histórica del MAS.

En el medallero de la vergüenza de los peores gobiernos de Bolivia, los masistas son campeones en corrupción, campeones en destrucción de la naturaleza y campeones en violaciones de los derechos humanos.    

La cuantificación detallada de la corrupción está todavía escondida, pero sabemos que la suma total del dinero malgastado, desviado y robado por los dirigentes masistas supera los 70 mil millones de dólares (70 000 000 000 US$) que ingresaron al Estado por las exportaciones de gas. A ello se suma la venta de la mitad de las reservas de oro y un endeudamiento que supera los 8 mil millones de US$. 

Galería de ladrones del MAS (algunos)

Se necesitará una legión de auditores nacionales e internacionales para cuantificar con precisión los desfalcos (Fondioc, CAMC, Quiborax, etc), las inversiones en empresas públicas quebradas y elefantes blancos y azules (San Buenaventura, Bulo Bulo, sede de Unasur, Papelbol, Cartonbol, Mutún, museo de Orinoca, litio, etc.), y cada uno de los miles de proyectos inservibles del multimillonario programa “Evo cumple”.    

En la categoría medio ambiente, los masistas son campeones en la destrucción (alentada por los decretos de chaqueo de Evo Morales) de millones de hectáreas de bosques, de avasallamientos de tierras, de la ampliación irracional de la frontera agrícola para ganadería, soya o palma africana, y el envenenamiento de ríos y reservorios de agua dulce causado por la minería salvaje, que afecta también la salud de comunidades indígenas. Peor no podría ser la nefasta herencia del masismo, mientras impostores como Choquehuanca se siguen llenando la boca de palabras dulces sobre la Pachamama y la “madre tierra”.   

En cuanto a los derechos humanos, nunca tuvimos tantos y tan execrables campeones en el hundimiento del sistema de justicia, operadores serviles que permitieron extinguir por completo la noción misma de justicia en Bolivia, prostituyéndola todos los días como no sucedió ni durante las dictaduras militares. En 2017, más del 70% de los ciudadanos votamos nulo o en blanco para deslegitimar a candidatos espurios que luego de ser elegidos magistrados con porcentajes ridículos, demostraron su calaña servil, corrupta y cínica.

Gabriela Zapata, pareja de Evo Morales

El sistema de justicia administrado desde el poder Ejecutivo produce crueles cancerberos como los que mantienen en prisión a la expresidenta Jeanine Añez, al gobernador Luis Fernando Camacho, al dirigente cívico Marco Antonio Pumari, a candidatos y líderes políticos, a ex funcionarios del Estado y más de 200 ciudadanos bajo acusaciones inverosímiles. Varias decenas han optado por el exilio antes que caer en manos de un aparato represivo que ejerce la tortura de diversas maneras, y condena sin el debido proceso a ciudadanos por el solo hecho de denunciar a los corruptos.      

La crueldad masista se ensaña particularmente con algunos exfuncionarios de Estado, inventando juicios y acusaciones falaces, mientras los verdaderos bribones están sueltos (Evo Morales encabeza la lista de los impunes) o incluso ocupan posiciones en el gobierno.

Eidy Roca, exministra de Salud

Esta semana circuló una carta que en 24 horas firmamos cerca de 200 ciudadanos indignados por el trato cruel que recibe la ex ministra de Salud, doctora Eidy Roca, vinculada por el gobierno a una compra de 324 respiradores con sobreprecio, en tiempos de la pandemia. Al margen de que en la emergencia sanitaria de 2020 los insumos médicos escaseaban y la especulación internacional de precios era incontrolable, el gobierno pasó por alto el hecho de que la compra fue realizada por un funcionario masista del ministerio de Salud, quien seguramente goza de la protección de su partido político. Pero además, los serviles funcionarios judiciales, títeres del poder Ejecutivo, son insensibles a la circunstancia dramática de la doctora Roca, cuya salud se deteriora día a día debido a la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) que la aqueja desde hace varios años.   

José María Bakovic

El asesinato premeditado y ejecutado a través presiones sicológicas y físicas del aparato de (in)justicia ha sido perfeccionado por el MAS en el gobierno, quizás emulando a su maestro Vladimir Putin, que elimina a sus adversarios asesinándolos con técnicas parecidas.     

Algún día tendrán que pagar con cárcel los funcionarios masistas responsables de las muertes del ingeniero José María Bakovic y de Marco Antonio Aramayo, a quien por haber denunciado la corrupción en el Fondo de Desarrollo Indígena (Fondioc) le colgaron nada menos que 256 juicios, hasta acabar con su vida en abril de 2022. 

José María Bakovic, profesional de larga trayectoria que al regresar a Bolivia luego de una carrera internacional impecable, aceptó por patriotismo “servir al país”, lo cual le costó la vida el sábado 12 de octubre de 2013, a los 75 años de edad. Cuando dejó la presidencia del Servicio Nacional de Caminos (hoy Administradora Boliviana de Carreteras), el régimen masista lo acosó con 72 causas penales en diferentes juzgados del país. El ingeniero Bakovic se veía obligado a viajar de un extremo a otro de Bolivia para comparecer en audiencias que se suspendían a último momento, a propósito, para joder al acusado, quien tenía que pagar además sus propios pasajes, hoteles y gastos de alimentación, así como los de su abogada. De los 4000 metros de altura de El Alto a los 400 metros de Santa Cruz de la Sierra, y otras ciudades, las frecuentes descompensaciones cardiacas lo mataron.    

De ese asesinato con premeditación y alevosía son responsables directos Evo Morales Ayma y Patricia Ballivián. Además de la pareja citada, los fiscales, los médicos forenses de la Fiscalía y los jueces corruptos que llevaron adelante los 72 procesos.

Marco Antonio Aramayo

La crueldad masista es directamente proporcional al grado de corrupción nunca antes visto en la historia de Bolivia. Me queda claro que, como en la dictadura de Venezuela, los gobiernos masistas han implementado la persecución y el terror para amilanar a quienes se atreven a denunciar los actos de corrupción y desgobierno.   

Sin embargo, en el caso de la exministra Eidy Roca, quien no es una dirigente política que amenace al poder, parece tratarse de sadismo puro, una crueldad y falta de humanidad que caracteriza a los gobiernos más autoritarios y despiadados. Mientras más se aferran al poder, más crueles son.

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El que peca, peca contra sí mismo;

el que comete una injusticia, contra sí la comete,

y a sí mismo se daña.

—Marco Aurelio