31 marzo 2017

La pasión del navegante

A raíz del Premio Semilla del Cine Boliviano que me fue otorgado el 21 de marzo por la Cinemateca Boliviana, Carlos D. Mesa publicó un generoso comentario en el suplemento “Tendencias” del diario La Razón: “Alfonso Gumucio Dagron. Moro, La Pasión del Navegante”.

Carlos D. Mesa

Alfonso Gumucio ha recibido el 21 de marzo de 2017, el premio “Semilla” que otorga anualmente el cine boliviano a quienes han hecho aportes, a lo largo de su vida, en favor del séptimo arte en el país. Esta mi semblanza de Alfonso.

Moro, como lo conocemos todos, es un hombre incansable en su trabajo y en sus convicciones. La comunicación es su pasión, sí, pero sería insuficiente encuadrar al cineasta, al poeta, al narrador, al entrevistador, al teórico, al investigador, al académico, al docente, en esa definición: comunicador. Probablemente le cuadre, pero no le alcanza del todo.

Escojo su pasión inocultable: Bolivia. Moro no sería ‘el Moro’ sin su brújula referencial boliviana, no ciertamente la del nacionalismo chauvinista, la del sentimentalismo de himnos y banderas, sino la de un actor y un testigo crítico de su país, que busca, que desentraña que cuestiona. De su prolífica obra de miles y miles de páginas publicadas e inéditas, de horas y horas de imágenes, la que lo ata a Bolivia es la más intensa, la más valiosa, la que más sacude. Moro milita por Bolivia y por América Latina desde sus años de juventud, desde su formación parisina, desde su lucha frontal contra las dictaduras militares, desde la ácida y contundente escritura de sus poemarios. 

Mela Márquez y Alfonso Gumucio Dagron
Para quienes no vivieron los duros años de la Bolivia de la represión y el exilio, es fácil olvidar el tránsito que nos permitió conquistar la democracia. Moro es uno de esos bolivianos que se jugaron por la libertad y que se jugaron por un lenguaje alternativo que les dé voz a los sin voz, cuando el internet y las redes eran poco más que una quimera. Primero el cine comprometido, luego la posibilidad de otro cine desde las bases populares, finalmente la comunicación como un instrumento eficaz para el desarrollo.

En la investigación, riguroso como es, llevó a cabo la primera gran historia del cine boliviano, cuando esa aventura era una preocupación de unos pocos. Sigue hoy como el pilar fundamental de la bibliografía sobre el tema. La hizo (igual que su libro clásico sobre los cines de América Latina) mientras, disciplinado hasta la irritación, veía por lo menos una película diaria de la que escribía, imperturbable, una reseña crítica.

Digno heredero de su padre, Alfonso Gumucio Reyes, ha sido siempre insobornable. Insobornable por la libertad, algo que es tan difícil de entender para muchos que creen que la ciega obsecuencia a un partido o a un líder se debe entender como lealtad a algo o a alguien. La lealtad de Moro son sus principios, aquellos que guían a un ser humano más allá de la mezquina y miope mirada del ir y venir de la política mal entendida.

En la Cinemateca, con Paolo Agazzi
Pero todo ello no sería suficiente si no conociéramos su infatigable ruta por el mundo. Literalmente ha recorrido por lo menos medio centenar de naciones de los cinco continentes, lo que lo ha vinculado con una idea excepcional de la universalidad, no la de la globalización serial, por el contrario, la del conocimiento a través del rasgo más notable de lo humano, la amistad. Ha hecho amigos en todas partes. Pintores, cineastas, dramaturgos, novelistas, compositores, intérpretes, mujeres y hombres de diverso origen y diversas miradas, hacen el mosaico de sus relaciones que son algo más que contactos sociales de circunstancia para convertirse en vínculos hondos que permiten el descubrimiento enriquecedor de la otredad.

En lo personal hemos construido una sólida amistad que comenzó con una emulación intelectual en nuestros años tempranos de cine y Cinemateca, y que muy pronto se convirtió en una gran sintonía por tantos intereses comunes, por un respeto y una gran admiración hacia su compromiso intelectual, por la dimensión de su obra y porque –esto es lo esencial- su calidad humana y generosidad lo valen.

La premisa más importante de Moro parece ser no detenerse nunca, no rendirse nunca al cansancio, o al desaliento. Como el gran navegante, dice siempre en lo íntimo de su alma: “Vivir no es necesario, navegar sí es necesario”.


27 marzo 2017

La mirada cuestionada

Reflexionar sobre el cine boliviano es una actividad a la que pocos nos dedicamos: algunos críticos de cine y contados realizadores. Menuda paradoja: la mayoría de los cineastas bolivianos no reflexiona sobre el cine sino que lo produce en piloto automático como quien fabrica salchichas. Que se den por aludidos los que se den por aludidos.

Al fin y al cabo, ¿a quién le importa nuestro cine? Al gobierno casi nada, si comparamos con otros Estados de la región, bien dotados de políticas que favorecen con dinero contante y sonante la producción y difusión del cine nacional. ¿Al público le interesa? Menos. Los espectadores se han convertido en masas dóciles capaces de tragarse El nieto de Terminator o Batman regresa por enésima vez, con la misma facilidad con que se tragan un balde de pipocas con olor a mantequilla rancia y sorben ruidosos una soda de agua negra.

Entonces, la reflexión sobre el cine boliviano y sobre el cine en general parece estar limitada a un grupo tan pequeño como selecto, donde por desgracia no abundan los más jóvenes. Estos se sienten superiores por el solo hecho de tener en las manos un teléfono más inteligente que ellos. Podría decir mucho más sobre esa generación de autistas colectivos, pero como no leen periódicos, tampoco se enterarían.

Hace unos meses coordiné para el Servicio Intercultural de Fortalecimiento Democrático (SIFDE) del Órgano Electoral Plurinacional (OEP) un ciclo de “Cine y democracia” en el que programamos cinco buenas películas sobre temas de democracia y participación: El coraje del pueblo, No, Milk, Las sufragistas y El acto de matar. El ciclo se presentó en la Cinemateca Boliviana durante una semana y tuvo un público diverso como el que frecuenta esa casa del cine.

La semana siguiente, el ciclo se programó en la Universidad Pública de El Alto (UPEA) y a pesar de nuestras expectativas de ver a los estudiantes alteños llenar el auditorio, lo que constatamos fue una apatía cavernaria. De nada valió la publicidad, la impresión de carteles y la entrada gratuita, los estudiantes llegaron como con cuentagotas, poco interesados. Mucha universidad para tantos apáticos que preferían bailar caporales en el patio en lugar de ver cine (o leer un libro, pero ya es mucho pedir).

Algo grave está pasando con el cine boliviano, porque tenemos una nueva generación de cineastas, algunos talentosos y otros mediocres, y un público que le da la espalda no solamente al cine nacional sino también a todas aquellas películas que los hacen pensar en la vida. La flojera de pensar es tremenda en los jóvenes, sobre todo en los que han sido catalogados como millennials (nacidos entre 1981 y 2000), permanentemente conectados a prótesis electrónicas a través de las cuales reciben ingentes cantidades de información que son incapaces de procesar. Sus implantes de audífonos me hacen pensar en los burros con orejeras: solo ven en una dirección.

Alfonso Gumucio y Paolo Agazzi
Me invade un sentimiento contradictorio luego de esta semana intensa de las Jornadas del Cine Boliviano. La mirada cuestionada, dedicada al cine boliviano y a Luis Espinal, organizada por la revista virtual Cinemascine y la Fundación Cinemateca Boliviana con el apoyo del Centro Cultura de España (CCE) y la Cooperación Española.

Me contagia el entusiasmo de los organizadores y de los participantes en las actividades que se desarrollaron de lunes a viernes, incluyendo el Día del Cine Boliviano en que la Cinemateca Boliviana tuvo la iniciativa de otorgarme el Premio Semilla (no precisamente por mi juventud si no por unas semillas plantadas hace cuatro décadas).

El resto de los días estuvo dedicado a mostrar cine boliviano para todos los gustos, y las noches fueron consagradas a debatir temas de cine, es decir, a reflexionar colectivamente sobre el lugar que el cine ocupa en la vida de los bolivianos.

Umaturka, de Giovanna Miralles y Peter Wilkin
Pude ver el estreno de un documental de corto antropológico, Umaturka: el llamado del agua (2017) de Giovanna Miralles, orureña radicada en Inglaterra cuyo esposo, Peter Wilkin, registró meticulosamente una tradición que conserva la comunidad del Santuario de Quillacas, muy cerca del lago Poopó. Es importante pensar que los ritos pueden tener alguna influencia, si no en las nubes por lo menos en la identidad comunitaria que a veces se seca, como el lago.

Las mesas de diálogo abordaron temas diversos con el concurso de especialistas de experiencia y nivel, gente que piensa. El lunes “Pedagogía de la mirada en Bolivia” reunió a Liliana de la Quintana, Beatriz Linares y Rafael Velásquez, con la facilitación de Sergio Zapata. ¿Cómo miramos y qué aprendemos de nuestras miradas de la realidad a través del audiovisual? ¿Cómo enseñamos a mirar a los más jóvenes? Seguramente Liliana de la Quintana, que trabaja con jóvenes desde hace tanto tiempo, fue más positiva que yo  con relación a las nuevas generaciones.

El miércoles hubo un debate en torno a las “Representaciones sociales en el cine boliviano” donde, me dicen, María Galindo del grupo Mujeres Creando, llevó la voz cantante (no necesariamente para complacer a los oídos mejor dispuestos). Pablo Barriga y Hanan Callejas acompañaron ese panel moderado por Eduardo Paz.

De izquierda a derecha: Alfonso Gumucio, Pedro Susz,
Sebastián Morales, Ricardo Bajo, Alba Balderrama y Santiago Espinoza
Me tocó participar en los dos conversatorios finales. El jueves abordamos “La crítica de cine” en una mesa variada, con críticos de mi generación, como Pedro Susz y otros más jóvenes como Ricardo Bajo, Alba Balderrama, Santiago Espinoza y la moderación de Sebastián  Morales. Las perspectivas generacionales no impidieron establecer acuerdos básicos sobre el empobrecimiento de la capacidad crítica de los espectadores bolivianos y el facilismo en el que caen muchas veces los nuevos directores de cine, muy pagados de si mismo pero no siempre a la altura de los desafíos.

La última mesa, del viernes, abordó a “Jorge Sanjinés en el cine boliviano” y mi primera sorpresa fue constatar que Jorge no había sido invitado, lo cual me pareció un gran fallo, y lo dije cuando me tocó hablar. Compartí esa mesa moderada por Santiago Espinoza, con Andrés Laguna que ha regresado de Europa bien armado de instrumentos teóricos, con Verónica Córdova que habló del contexto del Nuevo Cine Latinoamericano en el que Jorge Sanjinés surgió internacionalmente, con Diego Mondaca que ha trabajado con Sanjinés en los dos largos más recientes, aunque habló poco de esa experiencia. Yo me limité a narrar mis 45 años de relación episódica con Jorge, los proyectos en los que participé, nuestras distancias y acercamientos.

En fin, una semana bien llena de ideas, aunque no tan llena de público. El cine boliviano está en la cuerda de los equilibristas.
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La tarea de un crítico consiste en escribir notas que nadie lee acerca películas que nadie ve.
—Pedro Susz


22 marzo 2017

Memoria del Hueso

Desde que era muy joven los amigos le decían “Flaco”, pero Jorge Vignati era más que flaco, y por eso durante la filmación de Fuera de aquí en Ecuador, yo empecé a llamarlo “Hueso”.

En Lima, el 11 de mayo 2016 
Hizo honor a este apodo extremo durante los últimos años de su vida. Cuando estuve por última vez con él en Lima en mayo de 2016 para festejar su cumpleaños 76, era piel y hueso, pero no se lo notaba disminuido físicamente. Comió con apetito el adobo arequipeño que cocinó su amigo Quico y durante toda la velada no dejó de fumar en la terraza de Gerardo Calle, donde los amigos lo celebraron como lo hacían cada año.

Era un hombre querido por todos por su capacidad de empatía, su bondad y su solidaridad a toda prueba. Son cosas que se suelen decir de los que mueren, pero en su caso se lo dijimos en vida, porque así era, un ser excepcionalmente cálido y bueno.

Sonia Llosa, su compañera de siempre, y todos los amigos, nos cansamos de decirle que dejara de fumar. Hacía oídos sordos, simplemente nos ignoraba completamente. Me cuenta Pancho Adrianzén que fumó hasta que ingresó al hospital dos semanas antes de morir.

Para su cumpleaños le llevé de regalo los primeros ejemplares de mi libro Diario ecuatoriano: cuaderno de rodaje, recuento cotidiano de la filmación de Fuera de aquí que se mantuvo inédito desde 1975 hasta que el Consejo Nacional de Cinematografía (CnCine) del Ecuador decidió que valía la pena publicarlo cuatro décadas después en una edición de lujo, con varias entrevistas, entre ellas una con Vignati, que fue jefe de fotografía en ese largometraje dirigido por Jorge Sanjinés.

Dos días después salimos a Larcomar él y Pancho Adrianzén, en el antiguo Volvo Amazon 1966 de este último. Ambos me contaron la increíble historia de este hermoso modelo de Volvo del que llegaron a tener cada uno dos ejemplares, un modelo de colección que parecía llegar a ellos a través de un suerte de casualidades.

Jean-Marcel Milan, Jorge Vignati y Alfonso Gumucio en Ecuador, 1975
La experiencia de filmación de Fuera de aquí en condiciones muy precarias en las comunidades indígenas de Tamboloma y Río Colorado forjó una amistad indisoluble con el Hueso Vignati, con quien tuve oportunidad de trabajar más adelante en un par de proyectos propios, al igual que con otros compañeros del equipo de producción, como Jean-Marcel Milan, Efraín Fuentes o Germán Calvache.

Siempre admiré su calidad de camarógrafo, capaz de desplazarse con la cámara en la mano sin que la imagen temblara. Era como si el Hueso tuviera un steadicam incorporado a sus brazos, incluso antes de que el steadicam se inventara. Ya en 1972 había filmado en un solo plano envolvente de diez minutos (máxima duración de un rollo de 16mm) el documental Danzante de tijeras, supuestamente dirigido por Martín Chambi miembro fundador de la llamada ‘escuela cusqueña de cine’. Digo “supuestamente” porque tratándose de un solo plano, le quedaba difícil al director intervenir durante la filmación.

Jorge Vignati (a la derecha), con José Bozo, Sonia Llosa, Carlos Mesa,
Antonio Eguino, Pancho Adrianzén y Alfonso Gumucio Dagron
A Jorge Sanjinés le atrajo también esa cualidad de Vignati cuando lo incorporó al equipo de filmación de Fuera de aquí para narrar la historia a través de largos planos secuencia. Y sucedió algo parecido conmigo cuando dirigí el documental Derechos sindicales (1988) para una serie de la televisión de Holanda, y posteriormente mi proyecto fallido sobre Luis Espinal, donde necesitaba una cámara ágil y libre. En lugar de que las escenas tuvieran que ajustarse a la perspectiva de la cámara, el plano secuencia cámara en mano permitía que la cámara improvisara y se adaptara a cualquier tipo de situación.

Otra cualidad que yo valoraba en el trabajo con Jorge Vignati era su capacidad de resolver problemas técnicos de todo tipo, y su compromiso social. Podíamos filmar 12 o 14 horas diarias sin que mostrara ni cansancio ni inconformidad, todo lo contrario. Con Sonia a su lado y Pancho Adrianzén, su gran “pata” de siempre, hacían un equipo ideal para un director que trabaja bajo presión, como era mi caso.

Filmación de Fuera de aquí en Ecuador: Jorge Vignati, Jean-Marcel Milan,
Reynaldo Zambrano, Efrain Fuentes, Alfonso Gumucio Dagron
En Derechos sindicales (1988) tuve que comprimir tres semanas de rodaje en una, y para ello le dije al productor que solo podría lograrlo si tenía a Vignati como camarógrafo y a Lex Bolle como editor. Tuve una semana de rodaje y una de edición, y eso fue todo.

Werner Herzog y Jorge Vignati
Su habilidad con la cámara y su resistencia física hizo que Werner Herzog lo asociara a varios proyectos como asistente de dirección y como segunda o primera cámara. Con Herzog hizo varias películas, entre ellas Fitzcarraldo (Perú, 1982), La balada del pequeño soldado (Nicaragua, 1984), Grito de piedra (Antártida, 1991) donde sufrió un accidente al caer el helicóptero en el que viajaba, y Gasherbrum, la montaña radiante (1985) filmada en el Himalaya siguiendo los difíciles pasos de dos escaladores famosos, el italiano Reinhold Messner y el alemán Hans Kammerlander.

Esta fue otra experiencia extrema. El Hueso recordaba que Herzog y él siguieron a Messner, el pionero que puso sus pies en la cima de los catorce montes de más de 8.000 metros de altitud en el mundo: Everest, K2, Annapurna, Nanga Parbat, Kangchenjunga, Dhaulagiri y otros. “Yo quería subir hasta la cima y recibirlo desde allí con mi cámara, pero cuando pasé los 7.500 metros de altura ya no podía más. Hasta ahí llegué. Me volví con dos sherpas al campamento base y Reinhold continuó con Hans Kammerlander hasta coronar el monte.”

Con otros directores filmó en varios países africanos. Su habilidad como camarógrafo le permitió viajar por varios continentes y acumular una experiencia valiosísima en trabajos documentales para National Geographic y Discovery Channel.

De la gente de cine peruana, el Hueso era uno de los que mejor conocía su propio país, y donde iba formaba lazos entrañables. De esta forma lo recuerda Pancho Adrianzén:

“Fue fundamental para el cine peruano. Nadie como él supo registrar tan bien al país con su cámara pues su ojo siempre privilegió al ser humano que lo habitaba. Su generosidad con los cineastas no tenía límites y así apoyó, impulsó y promovió proyectos que no se hubieran concretado sin su aporte profesional, pero sobre todo sin su entusiasmo contagiante. Su obra como fotógrafo, camarógrafo, realizador y productor es de una coherencia única en nuestro cine”.

Durante el 16 Festival de Cine de Lima, en agosto de 2012, fue homenajeado y reconocido por su carrera. Como parte del reconocimiento, se presentaron dos películas en las que Vignati trabajó con Werner Herzog: La balada del pequeño soldado y Gasherbrum, la montaña radiante.

(Publicado en Página Siete el domingo 12 de marzo 2017)
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Nada grande se ha hecho en el mundo sin una gran pasión.
—Hegel