Hoy se cumplen 25 años de la muerte de mi padre. Falleció el 17 de octubre de 1981 en La Paz, luego de varios años de padecer un enfisema pulmonar que lo dejaba sin oxígeno. Fumador empedernido desde sus 14 años, sufrió las peores consecuencias de esa costumbre. Su médico le había aconsejado dejar los inhóspitos 4 mil metros de altura y trasladarse a Santa Cruz para vivir. A él le encantaba Santa Cruz y durante su gestión en el Estado, de 1952 a 1964, le había dedicado –como Presidente de la Corporación Boliviana de Fomento y más tarde como Ministro de Economía- muchos de sus grandes empeños de desarrollo, entre ellos el ingenio azucarero de Guabirá, las carreteras al oriente, las migraciones de agricultores, el proyecto Todos Santos… Pero en esta ocasión le respondió al doctor: “Prefiero vivir 3 meses en La Paz, que 6 meses en Cochabamba y 9 en Santa Cruz”.
También le faltaba oxígeno por otras razones. Cuando en 1964 se produjo la traición y el golpe militar del Gral. Barrientos, mi padre sufrió otra pérdida: el país. Vio cómo muchos de sus proyectos de desarrollo eran abandonados. Regresó del exilio en 1967, sólo para que los esbirros de Barrientos le arriaran una paliza que le partió dos costillas. Lo metieran preso en el Panóptico durante tres meses y allí hizo amistad con los dirigentes de la Federación de Mineros que sufrían la misma suerte: Simón Reyes, Irineo Pimentel, Alberto Jara, Víctor Carrasco, otros, a quienes ofrecía charlas sobre la economía nacional.
Años después, otro golpe del Coronel Bánzer lo hizo distanciarse del MNR. Le dijo al Dr. Víctor Paz Estensoro, con todo el respeto y la amistad que los unía, que él no estaba dispuesto a aliarse con los militares. Para el Dr. Paz, sin embargo, esa alianza le iba a permitir revivir al MNR, según me dijo alguna vez. Desde la sociedad civil, mi padre trabajó hasta sus últimos años. Con una barba blanca y crecida que lo hacía parecer un patriarca de 90 años (pero murió cuando tenía apenas 67 años) trabajó como contratista de la Empresa Bartos en la carretera del Chapare que él había proyectado. Fue también director de una consultora, el Centro Boliviano de Productividad Industrial.
El golpe del militarote corrupto Luis García Meza impidió que yo acompañara a mi padre el día de su muerte, pues me encontraba en el exilio y no podía regresar al país. La última foto que conservo a su lado fue tomada en la Embajada de México en La Paz, donde estuve asilado un par de meses.
Los bolivianos honestos y dignos lo recuerdan como un visionario de la economía de Bolivia, que supo impulsar los grandes proyectos de desarrollo a través de una administración rigurosa e impecable, guiada por la ética y por la noción de servicio al país. Fue un funcionario del Estado que manejó cientos de millones de dólares para proyectos importantes, y uno de los dirigentes que nunca se enriqueció. Murió en la misma casa alquilada, en la calle 6 de Obrajes, donde había vivido desde 1954.