(Publicado en ANF, Brújula Digital y Público Bo el sábado 3 de agosto de 2024)
La ignorancia es atrevida, como dice el refrán. Con motivo de la representación de una bacanal dionisíaca en uno de los episodios artísticos de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de París 2024, las redes virtuales (que resisten todo porque cualquiera puede publicar impunemente) se llenaron de mensajes escandalizados suponiendo (mal) que la escena del festín de Baco o Dionisio es una ofensa a la religión católica ya que aparentemente se burla de una escena emblemática de los mitos cristianos. Algunos sectores radicales de la iglesia católica y anglicana, y de la ultraderecha francesa de Marine Le Pen, rechazaron la totalidad del espectáculo inaugural porque creyeron ver una parodia de la última cena en la bacanal teatralizada con música y danza sobre la pasarela peatonal Debilly, a la altura del Museo de Arte Moderno.
Se trata de una lectura poco informada, tal como han aclarado los organizadores del evento. Los ofendidos no entendieron nada y sólo han leído un libro en su vida, o algunas páginas, o escuchado algún sermón en la iglesia del barrio. Basta contar el número de personajes para desestimar cualquier referencia a los apóstoles cristianos, que por lo demás son parte de una leyenda pues no consta históricamente que la última cena hubiera sucedido realmente. La particularidad de este festín con Baco (Dionisio para los griegos) desnudo y pintado de azul (una imagen que quedará para la historia) es que fue una celebración de la diversidad y de la tolerancia que representa lo que es el mundo de 2024 en términos culturales (les guste o no les guste a algunos pero es así). Había de todo, más de cincuenta figuras de jóvenes, mujeres, hombres, gordos, flacos, enanos, negros, asiáticos, latinos, trasvestis, transgénero… y todo lo que la sociedad occidental tiene como representaciones de sus miembros.
El escándalo es tan desproporcionado que no merecería mayor comentario, pero la ignorancia y pacatería la hemos sentido también en Bolivia, con la aparición de algunos monaguillos y monaguillas que se golpean el pecho y publican símbolos casi fascistas (cruces negras sobre los anillos olímpicos): “Cristo es la única verdad” y cosas así. Hay mentes obtusas que creyeron ver testículos donde había una calza rota, otros vieron copulaciones, etc. Cada cerebro ve lo que quiere ver, de acuerdo a sus miedos. Esos aspavientos carecen de fundamento y pecan de ignorancia sobre la historia, la cultura y el arte. Para los lectores de un solo libro cualquier representación puede ser insultante, pero a lo largo de la historia el desnudo ha sido fundamental incluso en la pintura religiosa, y grandes maestros han simbolizado escenas de leyenda sin que por ello hayan sido quemados en la hoguera (otros sí, chamuscados por la “Santísima” Inquisición que se niega a desaparecer hasta ahora).
Entre las muchas
obras pictóricas sobre festines y bacanales en los que se inspiraron la
escenografía y coreografía parisina, destacan, por ejemplo, el de Jan Brueghel El
Viejo y Hans Rottenhammer (1602) y el de Jan Harmensz van Bilert (1635), para
citar solamente dos que datan de cinco siglos. Nuestros escandalizados ignaros
seguramente se persignarían y golpearían el pecho al pasar delante de esas
obras que figuran en grandes museos, pero no lo hacen porque es “pasado”, lo
que les irrita es el presente porque se sienten amenazados.
Los fanáticos religiosos creen que el mundo gira en torno a sus creencias. Pues no, sépanlo. Por suerte no es así. Hay mucho más mundo que el fanatismo ciego, venga de donde venga. Sin embargo, las reacciones de estos días muestran que el cártel de la religión tiene poder todavía, al extremo de que los organizadores, temerosos de perder algunos auspicios comerciales, tuvieron que aclarar que “lamentan” que algunos se hayan sentido ofendidos por la representación de una fiesta pagana (pero en ningún momento han pedido “perdón”, como dicen algunos titulares tendenciosamente, distorsionando y sacando de contexto esas aclaraciones).
Los que expresan rechazo con un meme gráfico o una frase indignada no se han tomado el trabajo de averiguar cómo se preparó la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Paris 2024. No saben (porque no les da la gana de averiguar), que un equipo de reconocidos historiadores y artistas estuvo trabajando durante más de un año en los episodios históricos, en la selección de la música y de las danzas, y en cada detalle de la ceremonia que disfruté durante cinco horas (en diferido, porque no tengo cable, sólo internet). Todo ello me trajo a la memoria mis ocho años parisinos de espíritu libertario, inmediatamente posteriores a la revuelta estudiantil de 1968. Gran época para desarrollar un pensamiento libre de prejuicios.
Si los Torquemada de turno se hubieran informado antes de poner el grito al cielo (donde reside ese señor de larga barba blanca), sabrían que las escenas del desfile inaugural tenían el propósito de rescatar episodios históricos vinculados a la cultura occidental. No abarca toda la historia mundial, pero sí la parte relacionada con Francia como heredera de Grecia, Roma y otros referentes occidentales. Los franceses tienen todo el derecho de rastrear esas raíces y nos han regalado un impresionante paseo por la memoria al recorrer seis kilómetros del Sena, pasando por lugares emblemáticos como la Conciergerie donde fue decapitada María Antonieta, el Museo del Louvre con ese maravilloso contraste de estilos (el imponente palacio barroco clasicista y la ligera pirámide de vidrio del arquitecto Pei), y la Torre Eiffel, que en su momento escandalizó a los más conservadores. La cultura francesa ha tenido siempre la virtud de sacudir la hipocresía de las “buenas conciencias”. Pienso en “El origen del mundo” de Courbet, “El último tango en París” de Bertolucci, el surrealismo y el dadaísmo. Y al borde de sus fronteras: “El jardín de las delicias” de El Bosco, “Los caprichos” de Goya, el papa “Inocencio X” de Francis Bacon, entre otros.
La actuación del grupo roquero Gojira en los balcones de la Conciergerie, la canción entonada en francés por Lady Gaga vestida de cabaretera del Moulin Rouge, la Francia feminista representada por las figuras que emergen del Sena a la altura del puente Alexandre III, la riqueza de los ritmos y danzas del mundo sobre una barcaza (durante tres horas), la polémica bacanal griega, Juana de Arco al galope sobre el río en un hermoso caballo de plata (Secuana, diosa del Sena), el encendido del pebetero olímpico suspendido de un Montgolfière en el jardín de las Tullerías, o la vibrante interpretación de Edith Piaf en la Torre Eiffel por Céline Dion, luego de su prolongada ausencia de los escenarios, son todos momentos que tienen alguna significación cultural (pero los mojigatos no vieron nada de eso).
La cultura es el conjunto de las representaciones simbólicas de la sociedad y no se reduce a lo “bonito” de las expresiones artísticas porque entonces tendríamos solamente un folclor vaciado de contenido, o “descafeinado”, como dicen algunos. El arte es bello aunque no sea “bonito”, porque representa pulsiones humanas de todo tipo y procedencia. Los valores sociales y culturales no son idénticos de una cultura a otra. Las representaciones de la inauguración de los Juegos Olímpicos son absolutamente pertinentes a la cultura occidental (que se remonta a Grecia y Roma). Quizás un reclamo que podría hacerse es que no se haya tomado en cuenta a otras culturas entre los 206 países participantes, pero en este caso los franceses estaban en absoluto derecho de representar aquello relacionado directamente con el espacio geográfico e histórico, y por lo tanto cultural y social, donde se realizan los juegos.
Nada fue improvisado, todo tiene un sentido, desde el desfile fluvial que comenzó en el puente de Austerlitz (la batalla ganada por Napoleón I el 2 de diciembre de 1805) y terminó en el puente de Iéna (otra batalla ganada por Napoleón I el 14 de octubre de 1806). Para cualquiera que sepa un poco de historia, los guiños eran frecuentes en todo lo que vimos: una avalancha de hechos narrados sin palabras, con emociones.
El historiador Patrick Bucheron ha explicado ese proceso en el que participó, donde hicieron el esfuerzo de incluir episodios de la historia de Francia que nos remiten a periodos tan antiguos como Grecia y más recientes como la Exposición de París de 1900, pasando por la Revolución Francesa. Bucheron afirma que fue la “primera y la última vez” en su vida, que imaginó la historia sin usar palabras.
Lo que en realidad molesta a los pacatos y pacatas es el festín de la diversidad y de la tolerancia, y no sólo de la diversidad sexual (que es lo que más les escandaliza por el miedo a cualquier persona diferente a ellos) sino de la diversidad que somos como seres humanos: gordos, flacos, jóvenes, viejos, negros, asiáticos, latinos… todos cada vez más mezclados pues de ese crisol de pertenencias culturales emerge siempre la renovación creativa, y no del conservadurismo que se estanca y no genera nada. Podemos estar o no de acuerdo con aspectos artísticos y plásticos (los colores, la escenografía, la música, etc.), pero descartar una representación artística por razones morales es una majadería.
Si de ética se trata, o de moral, deberíamos estar escandalizados por la hipocresía europea que ha permitido que Israel esté en los Juegos Olímpicos, mientras Rusia y Bielorrusia han sido vetados. Vladimir Putin es tan criminal como Benjamín Netanyahu, aunque este último le lleva amplia ventaja en el número de muertos palestinos (casi 40 mil hasta ahora) y la sistemática destrucción de Gaza, metro a metro. La memoria nos alcanza para recordar que Sudáfrica fue vetada entre 1964 y 1992 por el racismo y la discriminación durante el apartheid. Y Afganistán sufrió una sanción similar durante el despótico régimen talibán, el año 2000. Pero como Israel sirve los intereses de las potencias occidentales en Medio Oriente, el genocidio de palestinos no parece ser motivo suficiente. Sobre este tema, no se muestran ofendidos los fanáticos religiosos. Hay ingenuos que dicen que los Juegos Olímpicos no deben politizarse… Despierten, desde antes de la II Guerra Mundial han estado politizados.
El arte siempre ha reflejado la realidad y la imaginación y ambas son compatibles y complementarias. Nadie se escandaliza de los horrores que narra la Biblia (que podrían considerarse “un insulto” a los derechos humanos) porque sabemos que es una obra de ficción escrita más de 200 años después del ajusticiamiento de un rebelde llamado Jesús. No son pocos los seres humanos esclarecidos (profetas o científicos) que fueron llevados a la cruz o a la hoguera porque se adelantaron a su tiempo. Mientras unos se adelantan, otros quisieran mantenernos sumidos en el oscurantismo. No lo han logrado en miles de años, y menos ahora.
Y para mojigatos
y gatas un regalito especial: una colección de sátiras de la “Última cena” en
famosas películas y series de televisión: Gordon Ramsey, Los Soprano, Mash,
Lost y Los indestructibles. Apuesto que no hicieron tanto escándalo cuando esas
imágenes aparecieron en la televisión.