28 febrero 2025

Miradas sobre Bolivia

(Publicado el miércoles 26 de febrero de 2025 en Brújula Digital, Público Bo, ANF y EjuTv)

Bolivia es uno de los pocos países de la región que cuenta con una Cinemateca bien establecida, con edificio propio, cuatro salas de cine y sobre todo un verdadero tesoro en lo que yo llamo “el vientre de la ballena”: las bóvedas especialmente acondicionadas para conservar un acervo de varios miles de rollos de película. El Archivo Fílmico Marcos Kavlin, que reúne películas bolivianas que son parte de una colección mucho más amplia, fue debidamente catalogado durante la gestión de Mela Márquez y constituye un atractivo para investigadores que llegan a nuestro país para contribuir con sus pesquisas al mismo tiempo que aportan en la sostenibilidad de las actividades de la Cinemateca. 

David Wood

David Wood 

En febrero nos visitó una vez más David Wood, académico inglés que vivió 16 años en México, donde lo conocí cuando era investigador a tiempo completo en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, luego de obtener una maestría en Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Cambridge, un doctorado en Estudios Culturales Latinoamericanos en el King’s College de la Universidad de Londres y un posdoctorado en la UNAM (México). Es autor de varios libros, entre ellos El espectador pensante (2017) sobre el cine de Jorge Sanjinés y el Grupo Ukamau, cuyo prefacio escribí. En coautoría con el historiador mexicano Aurelio de los Reyes, David ya había publicado Cine mudo latinoamericano. Inicios, nación, vanguardias y transición (2015), resultado de un coloquio donde me invitó a presentar una ponencia (luego incorporada en el libro) sobre José María Velasco Maidana, pionero del cine boliviano. Otros textos suyos han sido publicados en libros y revistas especializadas, por ejemplo “Cine documental y revolución mexicana. La invención de un género”, en el libro Fragmentos (2010), una estupenda edición de Pablo Ortiz Monasterio sobre la obra de Salvador Toscano. Esos son los títulos que tengo a mano, pero tiene otros más recientes.      

David regresó a Bolivia con un nuevo proyecto, “Internacionalismo en la pantalla”, que desarrolla como becario de investigación del UK Research & Innovation (UKRI) en el University College de Londres, que puedo resumir como un estudio crítico sobre la perspectiva cultural e ideológica de ciertos documentales de cine realizados en América Latina en la década de 1950 por cineastas europeos y estadounidenses. Como parte de esa investigación, la Cinemateca Boliviana ha digitalizado recientemente dos cortometrajes (por primera vez subtitulados en castellano por el propio David Wood y Elizabeth Carrasco): Artículo 55 (1951) fue dirigido por Leo Seltzer para el Servicio de Información de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y Miles como María (1958) que dirigió el inglés Harry Watt, es parte de una serie auspiciada por la Organización Mundial de la Salud y tiene la particularidad de haber contado con la participación de Jorge Ruiz como camarógrafo (y más que eso, como veremos). Wood ha tenido el rigor de buscar otras copias de este último documental en archivos de Europa, de manera que su hallazgo se complementa con el material que forma parte del archivo de la Cinemateca.      

La importancia de la investigación de David Wood, en lo que corresponde a Bolivia, radica en el análisis de las miradas sobre nuestro país. ¿Cómo nos veían en 1951 o 1958? ¿Qué país representaban esos cortometrajes que se difundieron ampliamente en la televisión de Europa y de Estados Unidos? ¿Qué podemos decir hoy sobre ellos los bolivianos?

Conscientes de la importancia de que estos documentales sean vistos y debatidos por el público boliviano, la Cinemateca y David Wood organizaron el pasado viernes 21 de febrero una sesión especial, de acceso libre, durante la cual se proyectaron ambas obras seguidas por un intercambio entre especialistas en cine, historia y antropología como Raquel Romero, Gabriela Paz, Cristina Machicado y Ramiro Molina, con la moderación del propio David Wood y una breve presentación mía. 

Artículo 55

La brevedad de las intervenciones no me permitió profundizar en el análisis de las dos películas que yo había mencionado en mi Historia del cine boliviano (1982), pero la oportunidad de verlas casi 25 años más tarde me permite un abordaje crítico más consistente, o por lo menos abrir paso a nuevas preguntas de investigación y que en su momento podía quizás haber esclarecido con el propio Jorge Ruiz durante nuestras conversaciones sobre su cine.

Artículo 55, la película de Leo Seltzer, un cineasta con limitada experiencia, pero narrada por José Ferrer, un prolífico y reconocido actor de cine y televisión de Estados Unidos, fue filmada en Bolivia en 1951 durante la presidencia de Mamerto Urriolagoitia, aunque difundida recién después de la Revolución Nacional de 1952, pero no en Bolivia porque no había aun televisión, y estos cortos estaban hechos para la televisión. En los créditos Leo Seltzer aparece como director y autor de la fotografía, y Doris Ransohoff como autora del guion. El título, bastante burocrático, remite al artículo 55 del Capítulo IX de la carta de las Naciones Unidas:       

Con el propósito de crear las condiciones de estabilidad y bienestar necesarias para las relaciones pacíficas y amistosas entre las naciones, basadas en el respeto al principio de la igualdad de derechos y al de la libre determinación de los pueblos, la Organización promoverá: niveles de vida más elevados, trabajo permanente para todos, y condiciones de progreso y desarrollo económico y social; la solución de problemas internacionales de carácter económico, social y sanitario, y de otros problemas conexos; y la cooperación internacional en el orden cultural y educativo; y el respeto universal a los derechos humanos y a las libertades fundamentales de todos, sin hacer distinción por motivos de raza, sexo, idioma o religión, y la efectividad de tales derechos y libertades”.

Aunque no era la intención original, el documental sobre la visita a Bolivia de los 14 expertos de la Misión Keenleyside de las Naciones Unidas, es un breve diagnóstico (en 10:27 minutos) sobre la situación social y económica de Bolivia, país enteramente dependiente de la producción minera en condiciones precarias, con agudos problemas sociales y demográficos, desvinculado territorialmente y volcado sobre el altiplano. La frase “Bolivia is in trouble” (“Bolivia está en problemas”), pronunciada dos veces durante el documental, parece resumir lo anterior. Hay varios errores en el comentario, indicación de que la redacción no contó con la asistencia de algún boliviano que supiera diferenciar entre “incas” y aimaras, o entre coca y cocaína. Se dice literalmente: “la coca es una droga”, “los indígenas la mastican porque contiene cocaína”, lo cual no es cierto ahora ni era cierto entonces. Que la cocaína es uno de varios alcaloides que contiene la hoja de coca, es otro tema, y es mucho más grave en este siglo que 70 años atrás, porque el país ha sido avasallado por el narcotráfico.      

Como si dos o tres semanas de permanencia en el país bastaran para entenderlo, la narración del documental sugiere que la “asistencia técnica” es la solución para todos los males, pero los productores del filme no sabían (o no quisieron mencionar) que los problemas tenían su raíz en un sistema político y económico injusto y excluyente, donde la tierra productiva y las minas estaban en manos de pocos, la educación llegaba a una minoría, así como el ejercicio de otros derechos fundamentales. Los intentos de revertir esa situación después de la guerra del Chaco habían fracasado en parte por imposiciones externas. No necesitaba el breve documental ofrecer soluciones mágicas en nombre de la Organización de Naciones Unidas: ya existían planes ambiciosos desde la década de 1940, como el informe de la misión Bohan (muy completo), pero no serían tomados en serio e implementados (y mejorados), sino a partir del proceso revolucionario de 1952 con amplio apoyo popular.

A pesar de las limitaciones y de su enfoque sesgado, las imágenes muestran una realidad que no necesita una voz en off  para ser entendida, aunque algunas líneas del texto son reveladoras para el espectador de aquella época, por ejemplo cuando se refiere a la incapacidad de Bolivia de producir suficiente algodón para fabricar vestimenta, o a la precariedad del trabajo de mineros y palliris en la Patiño Mines (aunque no muestra las condiciones privilegiadas de vida de los ingenieros y ejecutivos de la empresa).      

La mirada miserabilista del cineasta revela rasgos importantes, pero omite datos básicos de lo que ya existía en aquella época, de manera pública y reconocida: la lucha de sectores mineros sindicalizados. No olvidemos que la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) había sido fundada durante el gobierno de Gualberto Villarroel (en 1944) con 60.000 miembros, y que la Tesis de Pulacayo era un análisis muy avanzado para su época, que hubiera podido inspirar el guion del documental si la intención hubiera sido realmente alentar cambios estructurales en el país. La tesis de inspiración trotskista del congreso extraordinario de la FSTMB en 1946 fue curiosamente publicada por dos diarios de la oligarquía, La Razón y El Diario, con la intención de mostrar los peligros que aguardaban si triunfaba el comunismo en Bolivia.  

Miles como María

Miles como María, escrita y dirigida por Harry Watt (según los créditos del film), es parte de una serie de tres documentales de aproximadamente 10 minutos cada uno, filmados en Bolivia, Nigeria y Birmania (hoy Myanmar), para la Organización Mundial de la Salud (OMS). La copia que conserva la Cinemateca Boliviana incluye los segmentos de Bolivia y Birmania (25:17 minutos), y es fácil constatar la enorme diferencia de contenido y de calidad entre ambos, al extremo de que uno duda que Harry Watt haya realmente escrito y dirigido ambas. Me queda la duda, inclusive, de que Watt haya llegado a Bolivia, ya que Ruiz hubiera conservado alguna foto con él, como hizo con John Grierson o con Willard van Dyke. La diferencia entre ambos guiones es notoria, tanto en el argumento como en la pertinencia de la narración, que en el caso de Bolivia es paternalista y ajena a la realidad, mientras que en el caso de Birmania parece existir una mayor compenetración y comprehensión del país. 

Desde el inicio hay en el comentario apuntes paternalistas y exóticos sobre las imágenes de Jorge Ruiz: “En un país remoto de América del Sur” y “esto es Bolivia, esto no es la luna, hay gente que vive aquí”, mientras la cámara muestra en los alrededores de La Paz el cañón de las Ánimas, paisaje turístico por excelencia. Más adelante, el relato sigue en primera persona con el personaje de María, representado por la actriz Rosario del Río, vestida de traje sastre y con zapatos altos en medio de un árido paisaje altiplánico, posando como enfermera citadina, tal como en La vertiente(1958), ese mismo año, representó a una profesora rural. La diferencia es que el largometraje de Jorge Ruiz, La vertiente, era una obra de ficción y el personaje era más verosímil en el ámbito tropical, mientras que el cortometraje de Harry Watt pretende ser una obra documental o al menos semi-documental.      

El maniqueísmo de la representación salta a la vista, y no solamente ahora, más de seis décadas después. Ya entonces se hacía cine con dignidad y conocimiento de la realidad, como lo prueba Vuelve Sebastiana (1953) del propio Jorge Ruiz (con guion de Luis Ramiro Beltrán). La mirada de Watt (si es que fue la suya) se detiene en objetos que pretenden subrayar el lado salvaje de ciertas tradiciones indígenas: el primer plano de los fetos de llama o del yatiri que balancea una lagartija tomada por la cola, se subraya con música de suspenso. “Yo podría hacer tanto por esta gente si me lo permitieran”, dice la enfermera, mirando compasivamente a las mujeres indígenas. Se lo permiten, “después de seis meses” de intentarlo, cuando una indígena embarazada deposita su confianza en ella. El discurso paternalista (o maternalista) idealizado se prolonga a lo largo de los 10 minutos del segmento filmado en Bolivia. 

Harry Watt, que introdujo el segmento de María en una sala de edición en Londres, vuelve a aparecer para decir que la OMS trabaja en muchos países e introduce entonces el segmento de Birmania, sin que aparezca otro título, de manera que el título general de ambas películas termina siendo Miles como María. La historia birmana es mucho más ágil, menos sombría y mejor narrada. ¿Se trataba de otro guionista? ¿O quizás la producción local tuvo más independencia en el proceso creativo?      

El episodio birmano parte de un principio similar que el boliviano, pero toma una dirección diferente. En lugar de la enfermera boliviana, un joven médico se enfrenta a la desconfianza de los pobladores de pequeñas aldeas, hasta que un brote de peste bubónica que él logra detectar, lo hace merecedor de la confianza de todos. No hay un intento de ridiculizar o denostar las tradiciones propias del país. El personaje del joven médico Aung Tan está integrado en la población local, no es culturalmente ajeno, viste como todos y habla la lengua local. Las imágenes de la comunidad son más realistas que en el segmento de Bolivia. Otra vez, el relato que comienza con la voz en off de Harry Watt, pasa a un relato en primera persona del personaje principal. En la imagen y en la narración hay un mejor ritmo, una progresión dramática que no deja al margen el humor e involucra mejor al espectador.  

La escena de la señora que visita regularmente al médico para quejarse de sus males y pedirle más pastillas de las necesarias, y el grupo de niños que observa divertido la escena, es un ejemplo de guion menos maniqueo y más creativo. La secuencia del caballo le otorga al falso documental un aire de aventura. Hacia el final, Harry Watt presenta las conclusiones. Luego de los 12 minutos del episodio birmano, Watt aparece en el mismo estudio de edición donde empezó, nuevamente para añadir un comentario sobre los países donde la OMS hace un trabajo de educación para la salud: “Por primera vez en la historia la salud se considera un derecho humano”. Con sus palabras se cierra el documental, y empiezan los créditos.      

La diferencia creativa entre los dos episodios, el de Bolivia y el de Birmania, plantea, por supuesto, otras preguntas. ¿Fue Jorge Ruiz el encargado de dirigir el segmento boliviano, con las deficiencias señaladas? Es muy probable, en la medida en que su forma narrativa es similar a muchas otras películas semi-documentales que realizó. ¿Aparte de su voz en off y de su breve aparición en un estudio de cine en Londres, qué papel jugó Harry Watt? ¿Quién supervisó la filmación en Bolivia y en Birmania? Mi hipótesis es que Harry Watt, cineasta conocido por producciones argumentales sobre la Segunda Guerra Mundial, como Target for tonight (1941), Nueve hombres (1943) o The overlanders (1946), sólo prestó su nombre y unos minutos de su tiempo para que esta serie de la OMS tuviera una mejor difusión. Miles como María es como un pelo en la sopa en su filmografía, algo ajeno a la coherencia del resto de su trayectoria. No es improbable que ese tipo de arreglo de conveniencia se hubiera producido. Jorge Ruiz me dijo años atrás que el guion de Miles como María había sido escrito por Paul Rotha, pero su nombre no aparece en los créditos.

Si bien una nueva mirada a Miles como María me ha servido para ratificar su carácter paternalista y maniqueo, no deja de sorprenderme lo que escribí sobre el documental en mi Historia del cine boliviano, hace nada menos que 45 años:      

“En 1958 hizo la fotografía de la película Miles como María, dirigida por Harry Watt por encargo de la Organización Mundial de la Salud. La primera parte de esta película de 30 minutos transcurre en Bolivia, y es la parte filmada por Ruiz. La segunda, en Birmania. En la parte boliviana se muestra el trabajo esforzado de una bella enfermera (Rosario del Río), que lucha por imponer entre los campesinos del altiplano algunas normas de higiene y salubridad. En monólogo interior la enfermera cuenta sus desventuras, mientras ensucia sus tacos elegantes y su pulcrísimo uniforme blanco en esas tierras inhóspitas. La mirada sobre el campesino altiplánico es paternalista, pero ello no es lo peor, es una mirada que no alcanza a comprender al campesino, y por lo tanto lo califica de buenas a primeras como un ser incomunicativo, hosco, incivilizado, que ‘no entiende que se lo quiere ayudar’. Miles como María obtuvo en la categoría de Televisión el Gran Premio en el Festival de Venecia 1958”.

En otro párrafo hice una comparación entre la perspectiva respetuosa de Jorge Ruiz cuando filmó a los chipayas en 1953, y la caricatura en Miles como María “donde un yatiri aparece como pariente próximo de Lucifer”. No recuerdo si mis apreciaciones críticas fueron parte de mis conversaciones con Jorge Ruiz. Sin duda, Jorge mismo filmó imágenes de las prácticas tradicionales (el yatiri, los fetos de llama, etc), y que en la edición que se hizo en Londres, con apoyo de música incidental y con el comentario de Harry Watt, se haya dramatizado excesivamente esos aspectos para subrayar el exotismo.     

El trabajo de investigación de David Wood, que para los estándares latinoamericanos puede parecer excesivamente especializado, nos ayuda a reflexionar sobre las miradas externas sobre Bolivia, particularmente en dos periodos clave de la historia nacional: inmediatamente antes del estallido revolucionario del 9 de abril de 1952 y siete años más tarde, en pleno proceso de la Revolución Nacional. Y desde el punto de vista de la historiografía del cine boliviano, nos permite hacernos nuevas preguntas. 

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Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho. 
Todo lo que vemos es una perspectiva, no es la verdad. 
—Marco Aurelio 
 

25 febrero 2025

Coartadas

(Publicado en Brújula Digital, Público B y ANF el sábado 15 de febrero de 2025) 

La verdad se ha convertido en un enunciado caprichoso que cada quien filtra con el cernidor de intereses sesgados. 

Insisto mucho en este tema porque cada vez tengo menos paciencia con la gente imbécil. Me cansan, por ejemplo, aquellos que salen en defensa de la corrupción masista con el manido argumento de que “siempre hubo corrupción en Bolivia” o “en todos los países hay corrupción”. Y cuando quieren defender al cacique del Chapare: “en la iglesia católica también hay pederastas”, o “es parte de la cultura indígena que las mujeres despierten a la sexualidad cuando son adolescentes”, y otras estupideces del mismo estilo.       

Me hartan esas coartadas porque son cómplices de la decadencia moral y ética que se ha convertido en la norma en esta sociedad. Sería más honesto que los abogados de la corrupción del MAS, locales e internacionales, confesaran que no quieren reconocer que se equivocaron, que apostaron por un proyecto no solamente fallido en lo político y en lo económico, sino corrupto y carente de valores. Pero no tienen el valor de reconocer sus errores y se aferran a una mirada idealizada de la mayor impostura de nuestra historia. 

La “reserva moral de la humanidad” siempre fue una patraña. La única reserva que hay en el Chapare es la de los precursores químicos, las pozas de maceración de hojas de coca y la “línea blanca” de lavadoras y secadoras (los electrodomésticos más vendidos en el trópico de Cochabamba) que se utilizan para procesar la droga. 

La Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico (Felcn), aprehendió el 26 de noviembre de 2024, por casualidad, en un control de rutina, a ocho mujeres de pollera que transportaban paquetes con 20 kilos de cocaína adheridos a sus cuerpos, en las partes íntimas. El vehículo en el que viajaban fue interceptado en Roboré, Santa Cruz, cuando las sospechosas provenientes de Chimoré se dirigían a Puerto Quijarro para cruzar la droga a territorio brasileño.         

Ese es apenas un botón de muestra de lo que sucede todos los días, multiplicado por mil. Una semana antes, en otra frontera, las autoridades chilenas arrestaron a una persona que llevaba en un atado nada menos que 1.200.000 US$ (un millón doscientos mil dólares). Procedencia: Cochabamba. Así es, cada dos o tres días otra noticia similar. ¿Cómo es que cada mes se destruyen decenas de fábricas de cocaína en el Chapare y la producción y exportación no disminuye? Lo anterior nos da una dimensión de la enormidad de ese negocio ilícito tan íntimamente ligado a la política. El narcotráfico no es sino una de las formas de corrupción en Bolivia. 

Lo repetiré hasta la saciedad: la corrupción ha penetrado la sociedad boliviana porque ha sido alentada con el paradigma desde el poder durante los gobiernos del MAS. Hay que ser claros, para aquellos que insisten que “siempre hubo”. No señores, nunca antes hubo en Bolivia una corrupción tan extendida en los poderes del Estado y en la sociedad, nunca. Mientras que los casos de corrupción en los cien años anteriores (incluyendo a las dictaduras militares) se limitan a unas decenas, en los 20 años del MAS se multiplicaron de manera que ya es difícil llevar la cuenta. Además, hay una diferencia en la dimensión de lo robado, por eso, meter a todos en la misma bolsa es la coartada para justificar al MAS.         

Aunque lo subrayo cada vez que puedo, a nadie parece escandalizar el caso del diputado suplente masista José Rengel Terrazas (que sigue siendo diputado, algo que cuesta entender), imputado (no solamente acusado) de haber hecho transferencias a nueve bancos internacionales por un total de 51 millones de dólares (la parte que se conoce…). El tipo sigue merodeando por la plaza Murillo y asistiendo impunemente a las sesiones de la Asamblea Legislativa. No ha negado los cargos, peor aún, afirmó que ganó ese dinero ingresando a Bolivia autos “chutos”… Si eso fuera cierto deberían juzgarlo además por contrabando, pero es improbable que con ese tráfico haya acumulado tanto en tan poco tiempo: ¿cuántos autos chutos hay que contrabandear para acumular 51 millones de dólares? 

Primer bribón: Santos Ramírez 

La corrupción del MAS empezó desde el mismo día que Evo Morales asumió el gobierno en 2006. Esto no les gusta escuchar a los masistas de la primera camada ni a los actuales, porque son cómplices por su silencio. El primer caso sonado de corrupción fue el de Santos Ramírez, amigo “de cama y rancho” de Morales, un profesor rural al que nombró nada menos que presidente de la principal empresa del Estado: YPFB. La corrupción del sujeto (que ahora está libre disfrutando los millones robados) saltó a la vista cuando sus cuñados asesinaron a un joven empresario (igualmente corrupto), que se aprestaba a entregar 400 mil dólares de coima por un contrato.      

El desfalco descarado del Fondo de Desarrollo Indígena (Fondioc), que enriqueció a una veintena de dirigentes de los “movimientos sociales” prefabricados por Evo Morales, es otro botón de muestra. No se trata de pillaje en pequeña escala, sino de un verdadero asalto al erario: entre 300 y 600 millones de dólares, supuestamente destinados a un millar de proyectos productivos, fueron depositados en las cuentas personales de Nemesia Achacollo, Melva Hurtado, Damián Condori, Juanita Ancieta, Hilarión Mamani, Julia Ramos, y otros bribones de la “reserva moral” indígena-originaria. El denunciante, Marco Antonio Aramayo, murió preso con 256 procesos encima, luego de haber transitado durante siete años por 57 cárceles de Bolivia.      

Evo Morales y Gabriela Zapata 

También está el caso de Gabriela Zapata, una de las amantes conocidas de Evo Morales, cuyo poder de facto le permitió hacer negocios con la empresa china CAMC (que no tenía registro legal) por valor de 557 millones de US$ (perforadoras para YPFB, San Buenaventura y ferrovía Bulo-Bulo). Luego de unos años de cárcel, Zapata vive muy bien en Cochabamba, sin trabajar. Teresa Morales, que firmó uno de esos contratos y luego quebró Enatex, está muy bien, gracias.       

Se han publicado libros enteros sobre la corrupción del MAS, de modo que aquí no vamos a gastar más espacio señalando los centeneres de casos registrados y debidamente documentados (muchos de ellos procesados por la propia justicia impuesta por el MAS, tan difícil que era esconderlos). A quienes afirman que “siempre hubo corrupción” los convoco a mostrar casos precisos de gobiernos anteriores, con nombres y montos, para ver si son equiparables a las sumas astronómicas robadas por dirigentes del MAS y malos bichos afines a Evo Morales, todos impunes. 

Lo curioso es que algunas personas “progresistas” que han tenido una trayectoria intachable desde el punto de vista ético, justifiquen la corrupción de la “izquierda” (que no es tal), mientras se espantan de la corrupción neoliberal, que fue indudablemente menor según todos los parámetros. Sucede lo mismo en Argentina, donde los seguidores de los Kirchner, conocidos bribones que ostentaron el poder, justifican su corrupción con el argumento de que ellos representan más al pueblo que esa mayoría que votó por el energúmeno y desaforado Milei. En su irracionalidad, el despecho político se parece mucho al despecho amoroso.             

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Il n’y a pas longtemps, c’étaient les mauvaises actions qui demandaient à être justifiées, 
aujourd’hui ce sont les bonnes. 
—Albert Camus 


22 febrero 2025

Achachi 95

(Publicado el miércoles 12 de febrero de 2024 en Brújula Digital, Público Bo y ANF) 

Este martes 11 de febrero del 2025 Luis Ramiro Beltrán Salmón habría cumplido 95 años de edad. Diez años atrás, meses antes de su muerte, solía bromear sobre su edad con sus amigos: “ya soy achachi 85”. Tomaba su vejez con buen humor y sabiduría. Qué casualidad que este lunes 10 de febrero recién pasado, la Real Academia Española eligió como “palabra del día” precisamente el bolivianismo achachi, “persona de avanzada edad”.      

Dibujo de Pepe Luque

A sus 85 años estaba bastante disminuido, los últimos tiempos se desplazaba con dificultad, más flaco que nunca, sus trajes le quedaban demasiado grandes y era una pelea cotidiana convencerlo para que se alimente. Su esposa Nohorita Olaya sobrellevaba con el infinito amor de siempre las nuevas obsesiones de Luis Ramiro, su temor por la inseguridad o su extrema preocupación por la limpieza. Cerraba con doble llave todas las puertas de su departamento cuando salía, aunque fuera por un par de horas, y se limpiaba las manos con alcohol repetidas veces durante el día. Esto, cinco años antes de la pandemia del coronavirus. Probablemente hubiera sufrido mucho con la incertidumbre que nos tocó vivir a todos en 2020.     

Envejecer es siempre un proceso difícil, que unos viven con mejor fortuna que otros. La vejez nos cobra la factura de todo lo que hicimos mal o lo que no hicimos bien en la vida cuando podíamos hacerlo, y a veces cuando queremos comenzar a cuidar nuestro cuerpo en la recta final, ya no sirve de mucho. El organismo se deteriora, las tuberías fallan, los cimientos ceden y el sistema eléctrico hace corte circuito. 

Luis Ramiro fue un intelectual completo, un pensador acucioso, profundo y comprometido, cuyos aportes a los estudios sobre comunicación fueron fundamentales, sobre todo en el campo del desarrollo y de las políticas públicas. Su permanencia en la Unesco fue seminal por la contribución a las reuniones que derivarían a fines de la década de 1970 en la conformación de la comisión internacional encargada de elaborar el Informe MacBride, un monumental diagnóstico de la información global con 82 valientes recomendaciones que pusieron muy nerviosos a los grandes centros del poder mundial, sobre todo a Estados Unidos, que se retiró de la Unesco como represalia. Si bien Luis Ramiro no fue miembro de la comisión presidida por el premio Nobel de la Paz Sean MacBride, produjo insumos clave que fueron incorporados en el informe final, publicado en 1980. Gabriel García Márquez fue la cara latinoamericana en ese selecto grupo de 16 personalidades mundiales, junto al chileno Juan Somavía.  

Durante las más de tres décadas en que forjé mi estrecha amistad con Luis Ramiro, admiré siempre su dedicación absoluta al trabajo, su integridad a toda prueba y su minuciosidad en los detalles. En el tiempo que estuvo en Quito como asesor regional de Comunicación de la Unesco, apoyó numerosos proyectos innovadores, varios de ellos en Bolivia. No se limitaba a distribuir salomónicamente los pocos recursos con que contaba, sino que hacía un seguimiento esmerado del contenido y de la ejecución de cada uno de los proyectos. A ratos, era tan minucioso para que todo fuera correctamente implementado, que se convertía en un “pain in the ass”, locución gringa que es más expresiva que su equivalente en castellano: “dolor de cabeza”. Mi primo hermano Mariano Baptista Gumucio, otro gran amigo suyo desde la década de 1950, lo llamaba con cariño “fatiguillas”, en alusión a su perfeccionismo.           

Su nivel de exigencia y su perfeccionismo se fueron agudizando con los años. Cuando a mediados de la década de 1980 otorgó un pequeño apoyo a CIMCA (la institución que fundé en 1984 y dirigí hasta 1990) para realizar actividades de apoyo a las radios mineras de Bolivia, estuvo “encima” de nosotros desde Quito con una impaciente persistencia. Con los recursos que obtuvimos, hicimos en Potosí el primer Coloquio Internacional sobre las Radios Mineras de Bolivia, publicamos afiches, folletos y el primer libro sobre el tema: Las radios mineras de Bolivia (1989), que coordiné con Lupe Cajías. Luis Ramiro seguía cada paso y era tremendamente exigente con el rendimiento de cuentas: no debía faltar ni una factura original (en tiempos en que en las minas no era común que se extendieran facturas).        

Era igualmente riguroso y exigente consigo mismo, lo cual explica en parte la calidad de sus textos sobre comunicación, que siguen siendo un referente internacional para las nuevas generaciones de estudiantes y de estudiosos. Para escribir un nuevo artículo o ponencia para un evento, reunía meses antes toda la información sobre el tema. No quería dejar pasar ni un detalle o referencia. Cierta vez que iba a escribir sobre comunicación y desastres naturales (creo recordar que ese era el tema), me escribió con meses de anticipación para solicitar referencias que yo pudiera tener. Por suerte, ya era la época de San Google y pude enviarle algunas, sumadas a las que tenía entre mis papeles y libros. 

Ya he contado alguna vez en otro espacio lo que sucedió cuando su buen amigo Manuel Chaparro, profesor en la Universidad de Málaga, lo invitó a dar varias conferencias en España. Si preparar una conferencia significaba para Luis Ramiro meses de trabajo y mucho sufrimiento físico, varias conferencias se convertían entonces en un atentado a su salud. Al poco tiempo de viajar a España a mediados de noviembre de 2006, al cabo de la primera conferencia en Madrid, fue internado de emergencia y operado allá de una úlcera que había reventado. Nohorita tuvo que viajar de urgencia para acompañarlo.        

Era aún peor cuando se trataba de sus libros. En realidad, casi todos son colecciones de sus textos académicos dispersos, pero hay uno muy importante que desde su incepción fue pensado como libro: La comunicación antes de Colón (2009), concebido, investigado y escrito en estrecha colaboración con Karina Herrera-Miller y otros colegas bolivianos que participaron en el proyecto tangencialmente. También aquella vez me escribió para que le enviara desde Guatemala referencias sobre la comunicación en la sociedad maya precolombina. Le dedicó toda su energía a ese proyecto porque era consciente del enorme aporte que sería estudiar la comunicación en América Latina antes del desembarco de los españoles. A todas luces, es un libro valioso y es una pena que no haya tenido una nueva edición de lujo, con todas las ilustraciones que de manera modesta presentaba la primera. Viajamos juntos al XII Encuentro de Felafacs en La Habana, a fines del 2009, donde Luis Ramiro presentó el libro mientras yo presentaba la edición en castellano de la Antología de comunicación y cambio social (2008). Días después hicimos lo propio en Ciudad de México, lado a lado con dos importantes académicos mexicanos: Beatriz Solís Leree y Raúl Trejo Delarbre, que presentaron nuestras obras en el Centro Cultural Casa Lamm, una hermosa casa de 1911. 

Luis Ramiro pudo completar el proyecto y publicar la obra La comunicación antes de Colón en buena parte con el apoyo comprometido de Karina Herrera-Miller, pero nunca pudo culminar otro proyecto que era muy cercano a su vida personal: un libro donde iba a narrar la historia de la muerte de su padre durante la Guerra del Chaco en el fortín Florida y la búsqueda de sus restos que emprendió su madre, doña Becha, años después. Esta iba a ser quizás la obra más personal e importante para Luis Ramiro, a juzgar por el tiempo que le dedicó y la cantidad de información que reunió sobre la Guerra del Chaco. Una enorme sección de su biblioteca, en el departamento del piso 17 del edificio El Escorial, reunía centenares de libros y varios miles de artículos que debían servir de base para la escritura de esa obra tan íntimamente ligada a su existencia y a su forma de ser. Su pesquisa era equivalente a la de doña Becha cuando se lanzó a Paraguay hasta recuperar los restos de su marido. Pero Luis Ramiro nunca pudo terminar su libro más querido porque la obsesión por investigar los detalles fue retrasando la escritura misma de la obra y nunca llegó al final del camino.       

Karina Herrera-Miller y LR Beltrán 

Su paso como presidente del Tribunal Supremo Electoral de Bolivia le otorgó a ese organismo credibilidad y seriedad, pero a un costo muy alto para la salud de Luis Ramiro, que empezó a declinar desde entonces. Largas jornadas de trabajo y desagradables enfrentamientos con la politiquería cotidiana de baja ralea no podían resultarle indiferentes a un hombre cuya integridad estaba fuera de toda duda. Su cuerpo sufrió más porque no tenía una actividad física que pudiera compensar esas tensiones y presiones políticas.       

Aunque no practicaba ningún deporte ni hacía ejercicio, era un fiestero impenitente. Muchos que lo conocieron no saben que compuso con Raúl Shaw Moreno (orureño como él) el bolero “Contéstame”, que fue grabado por el puertorriqueño Johnny Albino y el Trío San Juan. Bastaba reunir a unos cuantos amigos para que empezaran a aparecer maracas, charangos minúsculos, zampoñas, quenas y percusiones de diversa índole, todos instrumentos artesanales porque lo importante era el ambiente que contribuía a crear Luis Ramiro como animador principal, intérprete y director de orquesta de la “jocoriza”. Su ocurrente conversación y su buen humor hacían las delicias de los amigos. Esas veladas inolvidables hablan de una faceta que complementa de manera armónica la figura del pensador y académico que fue. 

Gumucio, Beltrán y Martín-Barbero 

Algo que recordamos varias generaciones de amigos y discípulos suyos es su inmensa generosidad. Contrariamente al deporte nacional de “yo mimé conmigo” y a las capillas que se crean en el mundillo cultural de Bolivia a la manera de logias masónicas, Luis Ramiro abría las puertas de su casa y compartía todo lo que sabía y lo que tenía. Su voluntad de servicio a los demás y su apertura a las nuevas generaciones no tenía límite. Alguna vez lo he visto pasar días o semanas escribiendo el prólogo para el libro de alguien que apenas conocía. Lo hacía siempre con palabras generosas, como un regalo inmerecido.        

Nohora Olaya y LR Beltrán 

Luis Ramiro comenzó a escribir su propia biografía y llegó a publicar el libro Mis primeros 25 años. Memoria ilustrada y breve (2010) donde cubre menos de un tercio de su vida, hasta 1955, la época en que participó como guionista en la película de Jorge Ruiz, Vuelve Sebastiana (1953), y comenzó a vincularse con la comunicación para el desarrollo a través de su trabajo en el Servicio Agrícola Interamericano (SAI), mientras colaboraba como corresponsal para algunos medios y agencias de otros países. De ahí para adelante conocemos su vida profesional y la importancia de su trabajo teórico, reflejado en numerosas publicaciones y semblanzas escritas por colegas.        

Este año del bicentenario sería justo rendirle homenajes a Luis Ramiro Beltrán por todas las contribuciones que hizo en la poesía, en el cine y sobre todo en la comunicación para el desarrollo. 

El próximo 11 de julio se cumplirán diez años de su muerte. Con Karina Herrera-Miller estuvimos a su lado en el hospital Arco Iris hasta las últimas horas de la noche, cuando se despidió de Nohorita, su esposa, con una mirada silenciosa.

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Para ser periodista hace falta una base cultural importante, mucha práctica, y también mucha ética. 
Hay tantos malos periodistas que cuando no tienen noticias se las inventan.
—Gabriel García Márquez 
 

17 febrero 2025

BoA que cojea

(Publicado el sábado 8 de febrero en Brújula Digital, ANF y Público Bo) 

Tenemos un reptil que cojea, algo único en este zoológico exótico o corte de milagros en que el MAS ha convertido a Bolivia. 

Dibujo de Abecor 

BoA, la empresa Boliviana de Aviación, es un animal que está dando mucho de qué hablar. Desde su creación fue un absurdo, una medida demagógica y costosa para el país. Evo Morales quiso adornarse malgastando el dinero que en ese momento le sobraba, pero la “línea de bandera” nunca despegó, a pesar del dinero invertido, de las deudas acumuladas y de las medidas que tomaron para aniquilar a la competencia nacional e internacional.        

¿Por qué en estos tiempos en que se utiliza más el transporte aéreo que hace tres o cuatro décadas la empresa estatal se ha convertido en un despojo? ¿Por qué cuando teníamos una verdadera línea de bandera, el Lloyd Aéreo Boliviano (LAB), las cosas funcionaban mejor a pesar de que otras líneas aéreas competían en Bolivia? 

La explicación está en la incapacidad de gestión y en la corrupción imperante en todo el aparato del Estado boliviano desde la llegada del MAS al poder. Para comenzar, BoA sólo tiene un avión propio, los otros 21 son fletados, lo que significa un alto costo de operación. Como todas las demás empresas del Estado en la era masista, BoA tiene personal en exceso y de mediocre calidad. Mientras las empresas aéreas de otros países tienen un promedio de 80 a 100 empleados por avión en servicio (el cálculo se hace sobre el número de asientos), en BoA hay el doble de empleados. Esa burocracia de militantes tiene impacto sobre los altos costos de operación y la incapacidad de contar con un servicio eficiente. La representación de BoA en Madrid está en manos de bribones que hacen negociados con sobreprecios en los alquileres de aeronaves, sin que exista supervisión ni auditorías, a lo que se suman bochornosos incidentes de tráfico de droga (que no son hechos aislados): por cada caso que se descubre, hay veinte que pasan desapercibidos.       

Los problemas técnicos en los aviones son prueba fehaciente de que no se hace un buen mantenimiento de las naves, como lo ha reconocido el propio gerente general de BoA, Ronald Casso. Se han presentado innumerables anomalías técnicas y operacionales que se traducen todos los días en retrasos de los vuelos, cancelaciones frecuentes y algunos accidentes de pista sin consecuencias graves por el momento. El 7 de febrero cambiaron a Casso por Mario Borda, y mientras lo posesionaban se produjo otro percance de un vuelo que no pudo llegar a su destino y fue desviado a Cochabamba. Como regla general, desconfío de esos sujetos que juran a sus cargos levantando servilmente el puño izquierdo, porque eso indica que están allí por cuota política y no por capacidad técnica o experiencia en el rubro. ¿Está esperando el bailarín ministro de Obras Públicas (un demagogo inútil de marca mayor) que se produzca un accidente con víctimas mortales? Al paso que vamos, puede suceder cualquier día. Cambiar al gerente o cambiar al inservible ministro Montaño no sirve para nada, porque lo que tiene que cambiar de raíz es el gobierno masista y el deterioro del Estado.        

Para volar en el territorio nacional no hay opciones (aunque todos los días vuelan centenares de avionetas cargadas de droga y no funcionan los costosos radares que compraron). El gobierno del MAS, el peor gestor de empresas públicas que haya conocido el país, se empecina en cerrar los cielos de Bolivia a la libre competencia. No se da cuenta de que en cualquier país normal, el ingreso de otras líneas aéreas permite que cada empresa se esfuerce no solamente en ofrecer un mejor servicio, sino también mejores precios, más convenientes para los usuarios. En este momento, viajar dentro y fuera de Bolivia tiene un costo altísimo. Los descuentos de BoA son puro cuento, así como la reducción de 40% en tarifas para la tercera edad, que rara vez se aplica porque las supuestas “ofertas” son más baratas.          

La privatización no es la mejor idea, la experiencia de privatizar el LAB fue desastrosa. Parecen mejores soluciones los acuerdos de código compartido o la fusión entre aerolíneas, donde las empresas de mayor capacidad operativa absorben a otras. Hay experiencias en nuestra región de fusiones entre aerolíneas de América Central, Colombia, Brasil, Chile y Perú, entre otras. Latam, Taca, Avianca, Gol, han sobrevivido mediante ese tipo de fusiones. Lo mismo ha pasado en América del Norte y Europa. La fusión entre KLM y Air France, es otro ejemplo.       

No siempre las fusiones brindan un mejor servicio a los viajeros (por ejemplo, Avianca es ahora una de las peores aerolíneas), pero ofrecen más seguridad en el aire. Los servicios que prestan las líneas aéreas en esta parte del mundo es deplorable. Según los rankings internacionales, las peores están en el continente americano, las intermedias en Europa y las mejores en Asia y el golfo pérsico. Cada año las aerolíneas orientales copan la lista de las diez mejores del mundo, con alguna que otra línea europea. En el ranking de Skytrax World Airline Awards 2024, las mejores del mundo fueron Qatar Airways, Singapore Airlines, Emirates, All Nippon Airways, Cathay Pacific, Japan Airlines, Turkish Airlines, EVA Air, Air France y Swiss Air.

Dibujo de Abecor 

Todo eso parece tan lejano de Bolivia. Es como un mundo ideal al que no tenemos acceso. Somos cada vez los peores en todas las listas, por eso no es sorprendente la calificación crediticia de CCC que nos dio Fitch recientemente. No tenemos nada que pueda orgullecernos, estamos en franco declive en todos los campos de actividad. Hablamos de turismo, de nuestros bellos atractivos, pero no vemos los problemas: una línea aérea deplorable, pésimas instalaciones de turismo, y sobre todo, una actitud perversa de la gente hacia los turistas: el maltrato desde que aterrizan en Bolivia es proverbial y ha sido muchas veces denunciado. Amigos extranjeros que viajaron a Uyuni, a Sucre o a Potosí sufrieron vejaciones, y me las contaron mientras movían la cabeza con lástima, como diciendo: “pobre país este”.        

Durante los años que trabajé en Nigeria viví experiencias similares, al punto que a manera de catarsis escribí el libro The Nigerian Factor (que nunca publiqué, pero compartí con colegas que llegaban de otros países). Le dediqué un capítulo a los aviones y aeropuertos, donde narro anécdotas que parecen salidas de una película de suspenso. Eso fue hace 30 años, pero ahora los “influencers” viajeros que llegan a nuestro país publican videos en TikTok con similares apreciaciones críticas sobre Bolivia (cuando el internet, de pésima calidad, lo permite). A tal punto llegaba la incapacidad de los nigerianos para el mantenimiento de los aviones de sus cinco o seis líneas aéreas nacionales privadas (y una estatal), que tenían que contratar mecánicos de Filipinas para garantizar que sus aviones siguieran volando. Era una exigencia de las aseguradoras para concederles el permiso de volar. Creo que estamos llegando a ese punto en Bolivia, a un nivel de total incapacidad de mantenimiento y gestión de la línea aérea que tiene el monopolio sobre las rutas nacionales.         

Además de cielos abiertos y la cancelación de los privilegios de BoA (que tiene una deuda acumulada de 775 millones de bolivianos, de acuerdo al economista Julio Linares) creo que en el futuro debería existir una línea aérea como TAM, gestionada por la Fuerza Aérea, pero con estándares más altos. ¿Para qué sirve la Fuerza Aérea de Bolivia (FAB)? No sirve para nada por el momento, constituye un gasto inútil para los contribuyentes, pero podría servir para mantener una aerolínea que se ocupe de cubrir destinos nacionales abandonados, es decir, contar con una flota con aviones medianos que aterricen en las más de 50 pistas que hay en poblaciones de Bolivia a las que no llega nunca ningún vuelo. Recuerdo que la familia Canedo, pilotos de Cochabamba con larga tradición y experiencia, tenía un proyecto bien fundamentado para reactivar una flota de aviones Douglas DC-3, originales o convertidos a turbohélice, que podrían cubrir esas rutas a un costo más bajo. Hay otras iniciativas privadas que podrían prosperar, siempre y cuando exista seguridad jurídica en el país, y una supervisión adecuada. Cuando trabajé en Papúa Nueva Guinea me tocaba viajar de un lado a otro de la isla en aviones pequeños y avionetas, y realmente funciona, son rentables y permiten llegar a lugares remotos de difícil acceso, aislados por falta de caminos.            

BoA se arrastra y cojea. Ya no da más, es un fracaso total por su burocracia y su incapacidad técnica y de gestión. No parece haber solución en el mediano plazo, salvo abrir los cielos de Bolivia a la competencia y ofrecer seguridad jurídica para ello. 

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Los turistas no saben dónde han estado, 
los viajeros no saben a dónde van. 
—Paul Theroux   


12 febrero 2025

La memoria redimida

(Publicado el jueves 6 de febrero de 2025 en Brújula Digital, Público Bo y ANF) 

A fines de 2021 publiqué en Página Siete una primera reseña sobre La casa de sur (2020) película dirigida por Carina Oroza Daroca y Ramiro Fierro. Dije en aquella oportunidad que rara vez publicaba un comentario antes del estreno comercial de una obra cinematográfica, pero en ese caso quería hacer una excepción ya que, pandemia de por medio, la obra merecía el intento de despertar el interés de su público potencial para preparar el terreno para su exhibición en salas de cine. 

Carina Oroza y Ramiro Fierro

Era un momento de recuperación de los espacios ciudadanos por el regreso a una frágil normalidad. Tanto por la pandemia como por la evolución de la situación política, estábamos todos golpeados, acostumbrándonos de nuevo a vivir en comunidad. Creo que no lo hemos logrado, las circunstancias han pesado demasiado sobre los bolivianos, y una prueba de ello es que el estreno de La casa del sur se fue postergando hasta ahora. La película ha tenido un largo recorrido de silencio para finalmente estar a disposición de todos en las pantallas de cines de Bolivia, y desde estos humildes espacios en que nos expresamos todas las semanas, no quiero sino alentar a que los espectadores vean la obra y valoren el esfuerzo que significa hacer cine en Bolivia.      

En el caso de Carina Oroza Daroca, sólo el tesón, la constancia y una hermosa red tejida con familia, amigos y técnicos de cine ha permitido superar los desafíos que les puso delante la realidad. En la premiere de la película el martes 4 de febrero, sentí en el equipo de producción al mismo tiempo la emoción de haber finalmente llegado a la meta de ocupar las pantallas, y el cansancio y las ojeras por el largo y difícil camino recorrido. Tener una película guardada durante cinco años es como mantener a un recién nacido en la oscuridad durante ese tiempo, sin poder ver la luz y recibir los abrazos de las personas queridas. 

Condiciones similares afectaron la creación cinematográfica en todo el mundo, pero en Bolivia todo cuesta más, todo es más difícil, todo se agrava por este descenso vertiginoso de la pobreza a la nada, esta manera de vivir pendientes de un hilo que no sabemos en qué momento se cortará por el peso de las circunstancias. 

Piti Campos, Ernesto Fernández y Freddy Delgado

Dicho lo anterior, esta segunda oportunidad de ver la película y de compartir con los actores y con el equipo técnico, me hace redoblar el apoyo y expresar de manera más vehemente la invitación a ver el film en las salas de cine. La noche de la premiere Carina Oroza dijo algo impactante sobre la amarga condición de nacer en Bolivia y hacer cine, casi una maldición. Si volviera a nacer, dijo, probablemente usaría otros materiales más accesibles para expresarse. El largo trayecto ha agotado a la directora, pero la película es la prueba de que ha logrado el cometido de realizar una obra sensible, comprometida y necesaria para ayudarnos a reflexionar sobre la democracia, la libertad y la solidaridad, pero al mismo tiempo sobre sus sombríos contrarios: la violencia, la represión y el autoritarismo que tiene muchas caras feas.      

La casa del sur es un proyecto que Carina Oroza y Ramiro Fierro arrastraban desde 2010 y que se comenzó a filmar justo cuando se vino encima la pandemia. Guardé la nota de prensa del 11 de febrero de 2019 donde se anunció el inicio del rodaje, exactamente un mes antes del batacazo mundial. “Tenemos el gran desafío de aportar a la historia del cine nacional, llevando el foco de atención al sur de Bolivia y centrándose en historias de mujeres”, declaró en ese momento la directora y guionista, que anteriormente había dirigido el documental “Presentes en la historia” (2008).       

Esta es una historia de mujeres pero no se trata de un film intimista al margen de la historia del país, Bolivia, nombrado desde la primera secuencia para que el contexto sea claro. La narración está construida sobre dos ejes paralelos, separados por 25 años, que recorren los 89 minutos del filme en forma alternada: empieza en el presente (situado históricamente hacia el año 2005, aunque algunos detalles parecen posteriores), y de tiempo en tiempo nos devuelve al pasado de los mismos personajes, con la memoria desgarradora del cruento golpe militar de 1980, aunque podría ser de cualquier dictadura y gobierno autoritario, porque la violencia que ejercen es la misma.

David Mondacca

Esos 25 años de distancia están contenidos en un mismo espacio físico, ese enorme caserón de hacienda en Tarija, un espacio cargado de energías al mismo tiempo positivas y negativas. Dos patios y una puerta de salida al campo, a las viñas, a los árboles frutales, a los corrales que encierran secretos innombrables, además de conejos inocentes. Es como una salida a la libertad, con una continuidad hasta el rio que fluye llevándose todo lo que no conviene retener en el pecho. Desde el título de la obra el espacio físico en que transcurre la historia es uno de los elementos más importantes: la misma casa cargada de memorias dulces y violentas, memorias desgarradoras contenidas y reprimidas durante 25 años. Hay una estética visual que marca los dos tiempos narrativos: al principio de la obra las escenas que remontan al pasado aparecen teñidas de sombras azules, en contraste con los días soleados del presente, hasta que el espectador entiende que se trata de dos momentos vividos en un mismo espacio. Poco a poco, las secuencias del pasado adquieren más color, se acercan al presente en la medida en que los personajes sufren un proceso de reconciliación consigo mismos y con la memoria que los mantenía aprisionados.           

El punto de vista narrativo es el de Ana, una mujer que salió de Tarija un cuarto de siglo antes, huyendo no sólo de una dictadura militar sino de sus propios fantasmas. Con el tiempo se convirtió en una bloguera “famosa” (la fama efímera de internet, que “siempre miente”), cuyo blog se ocupa de la cultura culinaria en muchos lugares del mundo. Esta vez regresa a su tierra natal, porque recibe la noticia de que la hermana de su madre ha fallecido. Su propósito es vender la casa de la tía y permanecer el mínimo tiempo posible en Tarija. Pero en la vida los planes no se ajustan a la realidad: Ana no sabe lo que le espera a su regreso. Nicolás, fiel servidor y amigo de la familia (interpretado por ese actorazo que es David Mondacca), le envió la noticia de la muerte de la tía para que Ana vuelva tentada por la ambición de obtener dinero con la venta de la propiedad y para cerrar de una buena vez el ciclo de 25 años de memorias dolorosas para ambos. Mientras tanto, Ana publicará unas cuantas notas de su blog, por ejemplo, sobre el ají de fideo, sofisticadamente rebautizado como “macarroni andino” para impresionar a sus seguidores. 

Entre escenas de humor ligero y de introspección severa, poco a poco el blog deja de ser importante en la historia y en la vida del personaje central, porque al prolongarse —contra su voluntad— su estadía en la sombría casa del sur comienzan a asaltarla los recuerdos, primero como piezas sueltas de un rompecabezas, y luego, al final, al colocar la última pieza, como una foto entera de su existencia, no solamente de su vida. El mismo puzle, dado la vuelta peligrosamente para que no caigan las piezas, completa el eje del pasado, aún menos amable. Todo esto contado de manera tan natural que parece vivida (el relato está basado en recuerdos de la abuela de la directora), porque como la vida misma, teje momentos de alegría y de dolor, sentimientos encontrados, frustraciones pero también respiros de libertad (la música, por ejemplo).           

Las canciones compuestas para el personaje de la tía constituyen un aspecto narrativo esencial porque contribuyen a completar el rompecabezas de Ana como si la vieja guitarra sin cuerdas hubiera comenzado a hablarle. Pero en desmedro de ese plano musical perfectamente integrado en el relato, la música incidental (especialmente cuando se oyen violines en pleno diálogo entre dos personajes), resulta discordante porque ocupa el primer plano, como si se divorciara de la imagen. 

E. Fernández, Alejandra Lanza y F. Delgado

No creo que adelantar algo sobre la trama sea un “spoiler”, como se dice ahora en inglés (ya que la traducción española “destripar” que recomienda la RAE es una sandez). No revelaré más de lo que leí en el material de difusión de la productora: el filme se inspira en un hecho real sucedido durante la dictadura militar en una casa de hacienda donde Anita y su tía Lu (Alejandra Lanza) son retenidas por un capitán y su tropa que busca a supuestos guerrilleros y pruebas de la complicidad de la madre de Anita con ellos. Ana detesta a la tía que no ha visto en 25 años porque la culpa de algo que la marcó por el resto de su vida, pero intuimos desde el inicio que se quedará en Tarija más de lo que había planeado, y que la casa donde vivió de niña la atrapará afectivamente, pero no diremos cómo transcurre ese itinerario de reencuentro con el pasado y cómo se produce su propia redención. En toda historia de ficción que se respete, no importa tanto lo que se cuenta sino cómo se cuenta, porque toda historia se complementa en el lector-espectador. Los méritos de la película de Carina Oroza están precisamente en esa manera de contar lo que comenzó como un testimonio familiar. 

Alejandra Lanza y Arwen Delaine 

La casa-hacienda donde se filmó el largometraje es un espacio bucólico que lo mismo sirve para recrear el miedo y la violencia de la dictadura, que los momentos de armonía familiar. Es un espacio ideal para que se desarrollen las relaciones entre las mujeres protagonistas, una casa con frutales y viñedos que se extienden hacia el rio, un río que se ha secado (como ha sucedido en la realidad con tantos ríos en Bolivia), una metáfora del país que se deteriora gradualmente en su naturaleza y en sus valores. La estructura de montaje temporal en paralelo funciona de manera eficiente. Hay dos artífices para que ello ocurra: el editor de imagen y sonido, coproductor y codirector Ramiro Fierro, y el director de fotografía Ernesto Fernández Tellería.       

 

Cristian Mercado

Otra fortaleza es la dirección de actores, en la que Cristian Mercado parece haber aportado más que en su propio personaje de macho acomplejado sin matices: Ana en sus dos versiones temporales, niña y adulta (interpretadas respectivamente por Arwen Delaine y Piti Campos, excelentes en la sutileza de sus expresiones), el extraordinario Mondacca (Nicolás, guardián de la memoria y de la ética), Alejandra Lanza (la tía creativa que lleva por dentro la procesión) y Cristian Mercado (el capitán Suárez). Frente a actores tan profesionales, algunas escenas resultan caricaturales por la sobreactuación de actores secundarios que tienden a hacer la parodia teatral de sí mismos. Quizás la idea de la directora era contrastar el humor superficial y la extroversión atribuida a los chapacos, con la densidad de una historia marcada por el dolor en la que progresivamente nos adentramos para quedar atrapados.       

La casa del sur es la casa simbólica en la que nos ha tocado vivir a todos los que hemos pasado por dictaduras y gobiernos autoritarios. Resuena en lo más profundo de quienes han (hemos) sido víctimas de la persecución y del exilio, pero además interpela a las nuevas generaciones que han vivido otro tipo de autoritarismo: la autocracia del MAS que ha dinamitado los valores de la ética y moral de la misma manera que las dictaduras destruyeron los cimientos de la sociedad democrática. En ese sentido la película de Carina Oroza es muy actual, porque su recuperación del pasado engarza perfectamente con un presente sombrío y poco esperanzador.


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Aprende las reglas como un profesional, 
para que puedas romperlas como artista.
—Picasso