29 abril 2021

El SUS-to

Dibujo de Abecor (Página Siete)

El coronavirus tiene la amarga virtud de poner al desnudo el precario sistema de salud que dejó como herencia la seguidilla de gobiernos de Evo Morales. Un régimen que estuvo 14 años continuos en el poder, con recursos que ningún gobierno anterior había tenido a su disposición, podía lograr avances significativos en los sectores más postergados: la educación y la salud. Sin embargo, no fue así. 

Durante catorce años se pasaron la salud por el arco, le negaron el presupuesto que necesitaba desesperadamente, y ahora en tiempos de pandemia la población siente en carne propia los resultados de esa política devastadora de un gobierno que tuvo mucho dinero y todas las posibilidades de invertir en salud y en educación, pero no lo hizo. 

El MAS solo se acordaba de la salud cuando se aproximaban procesos electorales, pero no iba mucho más allá del discurso y las promesas. 

En 2015 Evo Morales, en preparación de su campaña para cambiar la Constitución y aferrarse al poder, decidió por decreto la “salud gratuita para todos los bolivianos”. Anunció la construcción de 49 hospitales de segundo, tercer y cuarto nivel con una inversión de 1.624 millones de dólares. El “Plan Hospitales para Bolivia” prometía cuatro hospitales de cuarto nivel, 12 de tercer nivel y 33 de segundo nivel. Once en La Paz, nueve en Santa Cruz, ocho en Cochabamba, siete en Potosí́, cuatro en Tarija, dos en Oruro y tres en Chuquisaca, dos en Pando y dos en Beni. 

En noviembre de 2019, cuando renunció y huyó de Bolivia, solo diez de esos hospitales se habían entregado y no todos estaban equipados. Página Siete reveló que solo seis estaban en funcionamiento en condiciones precarias. Si un enfermo se presentaba en un hospital, los médicos le decían: “que venga pues el señor presidente y traiga algodón, jeringas y medicamentos, porque hasta ahora no nos han aumentado el presupuesto”. 

Al inicio del año electoral de 2019, cuando pretendía su cuarto mandato inconstitucional, Morales se inventó el Sistema Universal de Salud (SUS), un remiendo de la Ley 475, una broma de mal gusto y un verdadero SUS-to para médicos y pacientes. Tuvo el cinismo de decir que los beneficios se verían en los siguientes cinco años, es decir: “elíjanme otra vez si quieren ver resultados”. El chantajista de siempre.

“Es un sistema diseñado para el sufrimiento”, me dice una amiga. “Todo es penuria, como si lo hicieran a propósito: madrugar para sacar ficha, regresar a la hora en que deberían atender y no atienden, esperar en filas interminables al médico que nunca está a la hora porque tuvo otra cosa que atender, recibir el maltrato de las enfermeras si uno pregunta o protesta, programar exámenes, esperar, ir a recoger resultados y esperar de nuevo, volver al médico y esperar, ir a ver al especialista, y esperar, y en cada etapa firmar todo tipo de papeles, una burocracia incapaz de modernizarse”.

Dibujo de Abecor (Página Siete)

Cada vez los hospitales públicos amenazan con cerrar sus puertas y los médicos están en paro porque no llegan los desembolsos para el SUS (deberían hacerse a inicios de cada trimestre).  

Las cifras hablan del estado lamentable del sistema de salud en Bolivia luego de décadas de abandono, inexcusable en el periodo de bonanza 2005-2015. En diciembre de 2020, Bolivia solo tenía 490 camas de terapia intensiva (de las 1.160 que recomienda la OMS), apenas 210 especialistas de los 500 que se necesitan, la producción nacional de insumos para la salud alcanza apenas el 37%, solo 34 hospitales públicos de tercer nivel cuando deberían ser al menos 149 para 11 millones de habitantes, 1200 ítems para personal de salud, en lugar de los 3000 necesarios. 

Es cruel señalarlo, pero los propios masistas que idolatran al “Jefazo”, están sufriendo en carne propia las consecuencias. En las plataformas virtuales vemos pedidos desesperados de los familiares para que la gente contribuya con dinero o medicinas para salvar las vidas de los “hermanos” enfermos con Covid-19. Varios connotados militantes ya han muerto. 

Enfermos en el piso y Arce en avión hacia Brasil

El “jefazo” no mueve un dedo por ellos.  Él está bien protegido y cuando enferma tiene invitaciones generosas de Cuba, de Argentina o de Venezuela (donde no hay ni medicinas). Y si lo hace en Bolivia, es en una clínica privada, no va a arriesgarse en un hospital público de los que despreció a lo largo de 14 años. Tampoco se preocupa por los centenares de personas a las que ha contagiado en sus mítines sin barbijo, entre abrazos y besamanos. 

La hipocresía de Arce es similar: dice que hace mucho por la salud pública, pero cuando enferma se va a Brasil. Reprocha al gobierno transitorio no haber comprado vacunas cuando ni siquiera estaban en venta. Prometió vacunar a todos los bolivianos hasta abril de 2021, pero ya estamos muy lejos de sus ofertas electorales para las subnacionales, cuando con 20 mil dosis prestadas de Argentina (con cláusula secreta) hizo una costosa gira triunfal por todo Bolivia cacareando una “vacunación masiva” inexistente. 

(Publicado en Página Siete el sábado 17 de abril 2021)

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La investigación de las enfermedades ha avanzado tanto
que cada vez es más difícil encontrar a alguien que esté completamente sano.
—Aldous Huxley

 

25 abril 2021

Los Goya mas cercanos

Durante muchos años Bolivia ha enviado películas a los Premios Goya de España sin que hayan sido tomadas en cuenta. También ha enviado al Oscar, a los Premios José María Forqué y a los Premios Platino. Casi siempre sin posibilidades de ganar.

Daniela Cajías 

Hay varios factores que explican la marginación de Bolivia, y no tienen que ver con la calidad de las películas, que a veces han sido mejores que las seleccionadas y premiadas de otros países. Uno de esos factores es que los jurados ni siquiera miran las películas bolivianas, pues entre tantas propuestas cinematográficas, suponen que las de Bolivia no valen la pena. Para decirlo de otra manera: Bolivia sigue siendo considerada una pinche cinematografía de cuarta, mientras que Brasil, Chile, México, Colombia o Argentina, e incluso Ecuador y Guatemala, hace años que ya están en la mira.

Las políticas nacionales de promoción del cine en esos países (y la ausencia de las mismas en el nuestro) explica también la maltrecha condición de Bolivia a la hora de concursar en las grandes ligas. Las películas bolivianas suelen obtener premios en festivales poco conocidos, pero pocas veces en los más emblemáticos, donde tendrían que medirse con grandes obras del cine internacional.

Sin embargo, esta vez un premio Goya ha venido a casa, por lo menos a casa de Daniela Cajías, jefe de fotografía que hace su carrera en España luego de haber estudiado cine en San Antonio de los Baños, en Cuba, donde aprendió a iluminar, según su testimonio. Ganar el premio de Dirección de Fotografía en un certamen tan importante (el equivalente español del Oscar o del Cesar francés), no es poca cosa. Y mayor orgullo aún que sea la primera mujer que obtiene el galardón en los 35 años de existencia de los Goya.

Las niñas, de Pilar Palomero

Hasta los jerarcas del MAS la felicitaron, como si hubieran contribuido en algo. Nos enorgullece Daniela, aunque lo cierto es que tuvo que irse de este país para lograr sus objetivos. Ahora todos nos sentimos premiados por su esfuerzo, en este ambiente opresivo y retrógrado, donde nadie es profeta en su tierra. Los bolivianos que han destacado, es porque pudieron hacer una carrera internacional. Todos hinchamos el pecho por Daniela Cajías cuando se anunció que había ganado. Todos celebramos, incluso el ex presidente Morales y su actual delfín, a quienes la educación les importa un pepino.

Más aún, la película en la que trabajó Daniela, “Las niñas” de la zaragozana Pilar Palomero, se alzó también con el Goya a la Mejor Película, el Goya a la Mejor Dirección Novel, el Goya al Mejor Guion Original y fue nominada en tres categorías más. Fue la gran triunfadora de la noche.

Como jurado de los Premios José María Forqué tuve la fortuna de visionar las cinco películas nominadas al premio de Mejor Película, mucho antes de los Goya, y otras nominadas en otras categorías. Desde hace meses ya tengo una opinión formada sobre “Adú” de Salvador Calvo, “Ane” de David Pérez Sañudo, “La boda de Rosa” de Iciar Bollain (que dirigió en Bolivia “También la lluvia” sobre la guerra del agua), y “Sentimental” de Cesc Gay.

Las niñas, de Pilar Palomero

“Las niñas” es un drama narrado de manera sencilla, nada espectacular, más bien intimista: el paso de la niñez a la adolescencia en las mujeres (de)formadas en un colegio de monjas en la España de la década de 1990, que corresponde a la generación de la realizadora del filme. La virtud que tiene es mostrar desde adentro, desde la mirada de las niñas, esa etapa llena de dudas e incertidumbres, y es ahí donde la fotografía de Daniela Cajías es eficaz y tiene un papel importante: logra acercarse a los personajes sin intimidarlos, haciendo casi invisible la cámara en mano que se adapta a las situaciones y a los movimientos de los personajes, para dejarles mayor libertad de interpretación y subrayar el tono testimonial. Las adolescentes descubren que sus senos crecen, fuman a escondidas, juegan con condones, disputan protagonismos efímeros, y ejercitan la irreverencia como pasaporte para perder la inocencia en una sociedad de moral reprimida, sin oxígeno, marcada por la burda intolerancia religiosa. En lugar de que las jóvenes actrices se acomoden a la rigidez de la iluminación y de la fotografía, la cámara se adapta a las necesidades expresivas de ellas. 

Ane, de David Pérez Zañudo 

 

En “Ane” de David Pérez Sañudo, el eje es la contradicción y la paradoja, un tránsito sin buen puerto de llegada, sin ancla de salvación. Ane es una joven de 17 años, hija de una esforzada madre separada, que lucha por la sobrevivencia de ambas sin saber lo que Ane oculta: la joven está metida, por idealismo, por rebeldía y por amor, en una célula de ETA en país vasco, que prepara atentados contra una empresa privada que construye la vía para el TAVE, tren de alta velocidad que expropiará las casas de familias de bajos recursos. La madre trabaja en esa empresa, sobrevive con lo que allí le pagan, y mantiene con ello a esa hija que desaparece por largas temporadas y atenta contra el trabajo de su madre. El drama no es el de la hija irresponsable, sino el de la madre que tiene que sacar fuerzas para conservar a su hija con amor y conservar la cordura y la fuente de empleo.

La boda de Rosa, de Iciar Bollain

Otra película realizada por una mujer y sobre mujeres es “La boda de Rosa”, que en tono de comedia ayuda a reflexionar sobre el papel de la mujer en el seno de una familia que le exige mucho y le da muy poco. Costurera en un estudio de cine y televisión donde es explotada, Rosa cuida los hijos de un hermano, riega las plantas de los vecinos y siente el desprecio de una hija que se ha alejado geográfica y emocionalmente. En la mitad de su vida toma una decisión hermosa: casarse en una playa de Benicasem… consigo misma, es decir, hacerse un juramento de por vida que significa adquirir su libertad y mandar a todos al cuerno. Y no le va mal, porque recupera con su jugada excéntrica el respeto y cariño de los suyos. 

“Sentimental” es una comedia muy divertida, pero que debió quedarse como la obra de teatro que era inicialmente. Figura en la lista del Goya por su actor estrella, Javier Cámara, pero no está a la altura de las otras. Julio (profesor de música frustrado) y su esposa Ana invitan a cenar a Laura (sicóloga) y Salvador (bombero), sus vecinos del piso superior que suelen explayarse ruidosamente cuando tienen sexo individual o grupal. Es en torno al sexo y todas sus variantes que tiene lugar una conversación con diálogos sarcásticos muy incisivos y de agresividad contenida, que sacan a la luz los problemas de la pareja a un punto sin retorno.

Adú, de Salvador Calvo

Mi favorita es “Adú”, la epopeya de dos niños africanos en su arriesgado trayecto de salvación a Europa, a través de Senegal, Mauritania y Marruecos, luego de que su madre ha sido asesinada por traficantes de marfil en Camerún. Es un filme ambicioso, con interpretaciones formidables que le añaden fuerza testimonial al drama de los africanos empobrecidos que emigran hacia el norte en busca de oportunidades. Dos otras líneas narrativas se desarrollan en paralelo y terminan entretejiéndose al final: el ecologista protector de elefantes y los guardias fronterizos en Melilla. Es un relato desgarrador por su profundo contenido humano: la inocencia infinita de Adú, (Moustapha Oumarou interpreta al niño migrante) contrasta con un mundo violento y paradójico, donde salvar elefantes parece una tarea más noble que salvar vidas humanas. 

(Publicado en Página Siete el domingo 4 de abril de 2021)

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En el visor no solamente se selecciona,
sino que también se organiza el mundo exterior.
—Néstor Almendros  

20 abril 2021

Fronteras peligrosas


Pese a la presencia ya comprobada de la variante más peligrosa de la cepa de coronavirus y a la cercana tercera ola de contagios, el gobierno ha mantenido una posición errática e inconsistente en las fronteras. Primero eliminó inexplicablemente el requisito de pruebas negativas Covid-19 para ingresar a Bolivia y dejó abiertas las fronteras, y a última hora las cerró “parcialmente”, como si el virus supiera de horarios. Otros países vecinos han hecho más estrictos sus controles, pero Bolivia se adhiere a la actitud negacionista e irresponsable de Bolsonaro.

Mientras más gente muere con Covid-19, el MAS festeja su aniversario sin barbijos, sin distanciamiento y con mucho alcohol (el que se ingiere). El partido azul es fiel a su falta de ética y de conciencia cívica, y como pez lucio el delfín Arce simplemente baila la música que le ponga Morales. Ya no canta porque su desempeño como guitarrero es tan pobre como el de la folklórica Roxana Piza, de cuya existencia recién nos enteramos, aunque estuvo tres años al mando de la Orquesta Sinfónica, nada menos.

Concentración del MAS en plena pandemia

La peor variante del coronavirus es la irresponsabilidad de los gobernantes y la desidia de la gente. No es solo ignorancia acumulada, hay formas de ignorancia no relacionadas con el sistema educativo sino con la ineptitud para procesar información y unir los cabos para generar conocimiento.

La infoxicación (toxicidad por abundancia de información), ha hecho creer que los jóvenes son inmunes al coronavirus, pero en realidad son los causantes de la tercera ola de infecciones. Se creía que no se contagiaban y que se enfermaban menos, pero son portadores que contagian a los adultos al regresar a sus casas. La nueva tendencia de vacunación en algunos países es incluir a los jóvenes, porque mientras los viejos se cuidan y no salen, los jóvenes buscan la “normalidad” y acumulan una alta carga viral por sus intensas actividades sociales, incluidas las grotescas “fiestas Covid” clandestinas.

Bolivia, “el corazón de América del Sur” es el país más vulnerable por sus extensas fronteras con Argentina, Chile, Brasil, Perú y Paraguay que la hacen permeable al coronavirus, del mismo modo que son permeables al contrabando y al narcotráfico. Con un gobiernos tan cómplice como inútil, estamos siempre en riesgo de no poder controlar ninguna de las tres plagas.

Las fronteras peligrosas de Bolivia 

De acuerdo a datos actualizados, los países limítrofes con Bolivia están en peor situación que el nuestro en términos relativos: la proporción de contagios y muertes por millón de habitantes. Brasil no solo muestra las cifras absolutas más altas del mundo, con más contagiados y muertos diarios que Estados Unidos o India; nuestro peligroso vecino, autor de una cepa mortífera de coronavirus, encabeza también la lista de la vergüenza mientras su presidente negacionista descabeza ministros y mandos militares. Argentina le sigue en la lista de contagios diarios, pero Perú en la lista de muertes. Chile, nuestro vecino más “largo”, aparece en tercer lugar de contagios diarios a pesar de haber vacunado casi la mitad de la población. Todavía estamos mejor que nuestros vecinos, pero la falta de medidas y la fragilidad del sistema de salud, puede cambiar la situación en pocas semanas.

Rodeados de vecinos con cientos de miles de contagios, con fronteras tan permeables como transparentes, y con un gobierno indolente, estamos fregados. Así como todos los días penetra el contrabando y sale el narcotráfico, con mayor facilidad puede ingresar el microscópico coronavirus, camuflado en los pulmones de aquellos miles que transitan las fronteras de ida y de vuelta, y que no lo hacen por los puestos fronterizos legales (donde muy poco se controla), sino por centenares de vías clandestinas.

Los militares bolivianos han consumido durante décadas recursos excesivos de los bolivianos para los malos servicios rendidos a la patria (guerras y territorios perdidos), y ahora no hacen nada para protegernos de un minúsculo virus. Deberían agradecer su privilegiada jubilación con el 100% cuidando las fronteras y ayudando a distribuir, custodiar y colocar vacunas, como se hace en otros países.

En Brasil, miles de fosas para muertos con Covid-19 

Las medidas del gobierno muestran su incapacidad para enfrentar la pandemia y no sirven para proteger las extensas líneas fronterizas que nos unen a Chile y a Brasil. Ambos países constituyen actualmente un enorme riesgo como fuente de contagio. El discurso triunfalista de Chile y el avance de la vacunación no ha impedido registrar las peores cifras.

Brasil tiene un presidente negacionista falto de inteligencia y empatía, que calificó al coronavirus como una “simple gripe” y llevó a su país al primer lugar del mundo con más casos detectados y más muertes por millón de habitantes. Las imágenes de los entierros masivos quedarán como testimonio de oprobio.

La irresponsabilidad de bolivianos tampoco tiene calificativo: cruzan a festejar del lado brasileño, las discotecas operan normalmente en fronteras de Pando, Beni o Santa Cruz. Un verdadero desastre. Luego lloriquean cuando se mueren los padres o los abuelos, como si fuera una maldición del cielo.

(Publicado en Página Siete el sábado 3 de abril de 2021)

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La ciencia es una ecuación diferencial.
La religión es una condición de frontera.
—Alan Turing

 

13 abril 2021

Los cuentitos de Elking

Los críticos literarios tienen la mala costumbre de ejercer su oficio casi siempre sobre libros cuya popularidad asegura la lectura de los mismos y la redundancia de otros comentarios. Pocas veces corren el riesgo (o encuentran el espacio en publicaciones) de comentar libros poco conocidos, casi secretos. El oficio de descubrimiento no suele ser una prioridad y por eso muchos libros, demasiados, que sin embargo tienen méritos suficientes, pasan desapercibidos.

Además, hay “clases” sociales en la literatura, categorías que imponen los editores en su afán de modelar el gusto de los lectores y de seguirle la corriente al mercado. Novela se escribe con mayúscula, cuento con minúscula, y mini-relato o microcuento en letras menudas, que requieren la asistencia de una lupa. Los hermanos menores de la literatura son maltratados por los mayores porque no se venden bien.

Muchos libros aparecen en ediciones de autores, como es el caso de “Sin pelos en la lengua (ni en otras partes)” (2017) de Elking Araujo, cuentista ecuatoriano al que conocí en noviembre de 2018 en Quito, y me pasó este librito muy suyo que llevé conmigo como un As que podía sacar de la manga en cualquier momento para leerlo de a poquito para que dure más.

Aunque está publicado por la editorial Cactus Pink, me pincha que es una edición tan casera como “Palabra Encendida”, la de mis primeros cuatro poemarios. Eso no le quita mérito, simplemente reduce su circulación inmerecidamente.

Unos atribuyen a Mark Twain y otros a Karl Marx la frase: “Lamento escribirte una carta tan larga, pero no tengo tiempo de hacerla más corta”. Todo escritor lo sabe, independientemente de quien lo haya expresado antes: escribir de manera concisa y precisa es más difícil que explayarse en largas parrafadas. Una amiga novelista sufre con ese problema: “Ya tengo 800 páginas, ¿qué hago?”, me dice angustiada. “Poda”, le digo, recordando el decálogo de Horacio Quiroga: “El cuento es una novela depurada de ripios”.

Elking Araujo no sufre las angustias de escribir largo sino las de escribir corto, para que sus microcuentos salgan del tamaño preciso cuando aparecen en su cabeza, bajan por los nervios del cuello y el brazo derecho hasta salpicar el papel. Sin saberlo a ciencia cierta, imagino que los escribe a mano, en minúsculas libretas, para que no desborden, o en servilletas de papel en algún café que frecuenta (pero esto es cuento mío). La tijera abierta que aparece en el centro de la tapa de su libro parece que hizo su trabajo de podar todo lo que sobraba.

Son brevísimos porque a Elking le gusta jugar con palabras y frases sueltas. Toma de la cola un dicho y lo agita en el aire hasta sacarle un grito. Las expresiones vivas que usamos cotidianamente casi sin darnos cuenta, las convierte en relatos misteriosos, nos hace pensar en ellas, en su origen, en sus escondidas intenciones.

Frases hechas como “el príncipe azul”, o cuando las cosas que se ponen “color hormiga”, “darle una mano” a alguien (y correr el riesgo de que no te la devuelvan), “perder la paciencia” o “a diestra y siniestra”, entre otras, adquieren una nueva dimensión en el pequeño libro de grandes sorpresas porque el cuentista usa las palabras como pie para elaborar una variación.  Es como un músico de jazz que a partir de un acorde musical improvisa una paleta de variaciones temáticas.

Como en cualquier colección de textos, hay unos más buenos que otros, pero todos ofrecen el intento de subvertir el lenguaje y de manipular incluso físicamente su contenido.

Algunos se meten con frases, otros con palabras sueltas, a veces con letras e incluso con la puntuación. Nada escapa a su mirada inquisidora sobre el lenguaje. En “Anorexia alfabética” parte de una “O” bien rellena que pasa a convertirse en una “d” alargada , luego en una “q” desnutrida para terminar en una “y” enfermiza. En “Puntito” se toma el trabajo de elaborar una historia de infidelidad quitándole los puntos finales a las oraciones, e incluso los puntos a la “i” y a las jotas. Y claro, no alcanza a ponerle punto final a la historia que narra.

Como suele suceder en estos ejercicios saltarines, hechos de precisión puntiaguda, el humor está siempre presente.  El microcuento es casi inexorablemente bromista, se burla de todos y de sí mismo. De ello es un buen ejemplo el que se dice más corto de todos, el de Monterroso, que introduce un dinosaurio que ya no está. En los de Elkin Araujo no hay dinosaurios, pero hay algunos ratones que fabrican bolas de billar y muchas sutilezas del lenguaje: “Sabía que había llegado a la madurez gramatical porque tenía los verbos conjugados en amarillo, los adjetivos superlativos de dureza y los sustantivos antepuestos de perfume y primavera. Solo le faltaba descubrir en qué fruto rojo, azul o dorado, se convertirían los puntos suspensivos que encontró al final”.

“Perder la paciencia” puede ser peligroso, porque luego de buscarla “bajo la cama, en los rincones de los sofás, en los bolsillos minúsculos de las carteras, terminó finalmente perdiendo la razón”.

El humor está muchas veces relacionado con el absurdo, y así como Cortázar, en un cuento, observaba científicamente a la mosca que volaba de espaldas, Elkin se complica la vida regando las plantas… de los pies de la gente con la que se topa.

En estas épocas en que cada vez son menos los que leen libros y donde las bibliotecas han desaparecido de las casas para convertirse en repositorios intimidantes que solo visitan los nostálgicos del libro-objeto, o estudiantes frustrados porque no pudieron encontrar en internet lo que buscaban, libros como este de Elkin Araujo pueden devolver el placer de la lectura.

(Publicado en Página Siete el domingo 14 de marzo 2021)

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Un cuento es una novela depurada de ripios.
—Horacio Quiroga