08 julio 2025

El corralito

(Publicado en Brújula Digital y ANF el sábado 5 de julio de 2025)

El miércoles 25 de junio se produjo una reunión entre tres candidatos presidenciales que acudieron prestos a la convocatoria de la Cámara Agropecuaria del Oriente (CAO), para participar en el Foro Agropecuario, sin saber sabiendo que en el curso de esa mañana iban a firmar compromisos bastante comprometedores. 

Los de la CAO, ni cortos ni perezosos, armaron un corralito perfecto para que cayeran ahí como borregos Tuto Quiroga, Manfred Reyes Villa y Samuel Doria Medina, y ante los ojos de la opinión pública mostraran de manera elocuente que su programa de gobierno toma en cuenta todas las exigencias que les fueron presentadas por los empresarios, una suerte de pliego petitorio de los cooperativistas mineros, que quieren todo sin dar nada a cambio, y que dejan detrás una estela de daños al medio ambiente. Sólo piensan en su sector, nunca en el país.      

Como no podía ser de otra manera, se elevaron voces y hubo reacciones de crítica frente a esos acuerdos que no comprometen solamente a los candidatos, sino a los que piensan votar por ellos. No sé cuántos votos aporta la CAO con sus afiliados, pero seguramente son muchos menos de los que necesitan los candidatos para llegar a la presidencia.

El agronegocio cruceño es uno de los grandes poderes fácticos de Bolivia. Lo es desde la época de Banzer, cuando la dictadura militar privilegió con créditos fáciles a numerosos empresarios, sobre todo en el sector algodonero, que nunca pagaron las deudas que habían contraído, pero sí les alcanzó para comprarse departamentos en Miami y en Buenos Aires y vivir como duques a costilla de los beneficios del Estado.      

Nadie duda que la agroindustria es uno de los sectores económicos de importancia en cualquier país (y antes de morir mi padre se sentía de alguna manera “culpable” de su desarrollo en Bolivia), pero no debe serlo en condiciones que no sean ventajosas para el país. 

Se dice que la agroindustria es beneficiosa para Bolivia, pero ¿cómo se mide eso? No me basta que me cuenten que representa un porcentaje de 16% del producto interno bruto (PIB) o una décima porción del total de las exportaciones. No me sirve el dato, si es que eso no incide en mejorar la calidad de vida de los bolivianos. Ya sabemos lo que significan los “per cápita”: unas cabezas son más grandes que otras cabezas. 

Veamos unas cuantas preguntas que quizás los candidatos presidenciales no quisieron considerar, ávidos como estaban de asociarse a los bien alimentados agricultores y ganaderos de Santa Cruz. 

¿Cuántos empleos estables genera la agroindustria cruceña? Cuando digo “estables”, me refiero obviamente a aquellos que cotizan en el sistema de pensiones y cuentan con seguro médico, no a los trabajadores “golondrina” que trabajan a destajo. Pero según la CAO, la agroindustria genera “un millón y medio de empleos”… Andá cantale a Gardel.     

¿Cómo se beneficia con el agronegocio el sistema nacional de salud o de educación? En otras palabras, ¿qué impuestos recibe el Estado a cambio de las ventajas que otorga a la agroindustria? 

¿Cumple el agronegocio con las leyes y regulaciones vigentes en el país, y con las recomendaciones de organismos internacionales sobre temas tan sensibles como el de los agrotóxicos o las semillas genéticamente modificadas? 

¿Qué incidencia tiene la agroindustria en la seguridad alimentaria de Bolivia? ¿Vamos a comer soya y palma africana, o pelearnos con los chinos por el precio de un kilo de carne?

Quiroga, Reyes Villa y Doria Medina

El corralito de la CAO terminó con muchas sonrisas que son un pésimo augurio para los defensores de la tierra en Bolivia. No es un secreto que el agronegocio ha sido uno de los principales beneficiados durante los veinte años de gobiernos depredadores del MAS y ahora pretende seguir siéndolo en el próximo gobierno.      

No perdamos de vista un hecho fundamental: la agroindustria extensiva de Bolivia es un negocio orientado a la exportación y sólo marginalmente a la seguridad alimentaria de Bolivia.

Detrás de los incendios y de la deforestación salvaje de millones de hectáreas en años recientes, no estaban solos los avasalladores “interculturales”, sino que detrás de ellos estaban los intereses del agronegocio de expandir la frontera agrícola no sólo con el propósito de producir más soya, palma africana o pastizales para ganadería vacuna (que consume millones de litros de agua dulce), sino por la estrategia de acumular y especular con el valor de la tierra. 

La voracidad y codicia de los acaparadores de tierras en el oriente de Bolivia no tiene límites. Aunque la Constitución Política del Estado en su Artículo 398 limita la posesión de tierra a 5.000 hectáreas productivas y restringe la doble titulación, las extensiones que poseen algunas familias de agroindustriales superan con creces esa extensión.      

No es la única preocupación: el Estado ha sido incapaz de regular el uso de transgénicos, y de sintonizar las normas nacionales con las recomendaciones internacionales. En Bolivia las semillas genéticamente modificadas se usan indiscriminadamente al margen de la poca reglamentación existente. Mientras en otros países se ha expulsado a compañías como Monsanto, aquí las semillas transgénicas han invadido incluso la agricultura familiar. 

Se equivocan quienes solamente ven en los transgénicos un problema para la salud. Los estudios realizados por instituciones internacionales especializadas muestran que el daño mayor es sobre la economía de los países, en la medida en que tienen que pagar de manera cíclica las patentes para el uso de semillas OGM, diseñadas de manera que no pueden generar nuevas semillas, como sucede con los cultivos nativos, que van desapareciendo a medida que se imponen los cultivos transgénicos. 

Por otra parte, el uso intensivo de agrotóxicos representa un peligro comprobado para la salud. Muchos de los químicos que se utilizan están prohibidos en otros países, pero en Bolivia no existe ningún control. No es casual que quienes fumigan los cultivos tengan que vestirse con trajes y máscaras especiales (o “espaciales”), para evitar el envenenamiento por los químicos que se utilizan.      

A pesar de todo lo anterior, la CAO pidió más ventajas al próximo gobierno (subvención de combustibles, biotecnología sin restricciones, legalización de latifundios, menos impuestos, etc.), en detrimento de la tierra y del medio ambiente, y en beneficio del enriquecimiento de los capitanes del agronegocio, cuyo único argumento es la contribución al PIB. ¿Cómo beneficia concretamente ese aumento del PIB a la población aparte de atraer dólares para el mercado interno (si es que esos dólares no se quedan en las cuentas bancarias que todos los agroindustriales mantienen fuera de Bolivia)? 

Por todo ello, el corralito montado por la CAO a los dóciles candidatos fue una mala noticia para la democracia, contrariamente a lo que los políticos expresaron. De ahí la preocupación de organizaciones de la sociedad civil que hace mucho tiempo investigan estos temas, y que inmediatamente dieron a conocer sus reacciones, a contramano de las empresariales. 

Un foro nacional organizado por el Centro de Investigación y Promoción del Campesinado (CIPCA), llevado a cabo en La Paz entre el 26 y 27 de junio con participación de pueblos indígenas y campesinos, resolvió solicitar a las autoridades electas en agosto, apoyo para la agricultura familiar, la gestión y prevención de los incendios, así como garantizar la seguridad y la soberanía alimentarias mediante prácticas sostenibles y “desarrollar estrategias para aumentar la resiliencia de las familias y comunidades frente a la crisis, fortaleciendo circuitos cortos de comercialización y la economía local”. El agronegocio piensa en exportar, mientras el país piensa en comer.    

Mientras los tres candidatos daban las nalgas a la CAO, el foro “Desde el territorio con voz propia: Por una Bolivia sostenible e intercultural, hacia la transición ecológica justa”, demandó el “diseño e implementación de programas de apoyo técnico, financiero y comercial para fortalecer sistemas productivos en base a la agricultura familiar, agroecología, economía campesina e indígena”. Y en cuanto al medio ambiente, abogó por el “control de incendios, protección de bosques, sequías, biodiversidad, manejo sostenible del agua y adaptación al cambio climático” (todo lo que no le gusta al agronegocio). 

En coincidencia con el foro de CIPCA, la Coordinadora Nacional de Defensa de Territorios Indígenas Originarios Campesinos y Áreas Protegidas (CONTIOCAP) exigió a los candidatos que incluyan en sus propuestas la agenda de los pueblos indígenas, cuyo eje central es el cambio del modelo extractivista por otro sostenible. El vocero de la organización, Alex Villca, considera que esa agenda es opuesta a la que acordaron los candidatos presidenciales en el foro de la CAO porque “la política económica basada únicamente en el extractivismo de recursos naturales, está llevándonos al colapso medioambiental, con la destrucción de nuestras fuentes hídricas, despojándonos a los pueblos indígenas de nuestros medios de vida, sin haber sido una real solución económica para nuestro país”. Clarito. 

Una frase, pronunciada lamentablemente por Samuel Doria Medina, el candidato más “progresista” de todos (teóricamente ubicado en el centro social democrático), parece resumir el panorama sombrío que tenemos delante con el próximo gobierno (sea quien fuere). De un golpe de lengua Samuel les quitó la escalera y dejó colgados de la brocha a los ambientalistas que lo apoyan (que se han quedado sospechosamente callados): “Si en algún momento hay contradicción entre el medio ambiente y la producción, no voy a dudar de definir por la producción, porque eso es lo estratégico para el país”. Aclaremos que generalmente la visión “estratégica” de los empresarios privados se reduce a los próximos cinco o diez años, o en el mejor de los casos a su propio tiempo de vida. Jamás consideran a nuestro pequeño y frágil planeta, del que Bolivia es un apéndice importante por su naturaleza.        

Tal parece que entre depredadores masistas y depredadores empresariales (ambos populistas conservadores), las nuevas generaciones no tendrán un futuro prometedor a mediano plazo. Mientras tanto, el reloj ambiental nos acerca cada día más a un punto de no retorno. 

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The world has enough for everyone's need, 
but not enough for everyone's greed. 
― Mahatma Gandhi 
 

03 julio 2025

Última edición

(Publicado en Agencia de Noticias Fides y Brújula Digital el sábado 28 de junio de 2025)

Me produce desazón pasar delante de algún puesto de venta de periódicos y ver que no hay más de tres o cuatro diarios, alguno de los cuales ni siquiera se imprime todos los días. Los pocos quioscos que quedan están llenos de revistas frívolas o sensacionalistas, cuadernos con crucigramas o sudoku, y algún pasquín financiado por el gobierno y dirigido por un vividor que luego de ser furibundo seguidor de Evo, se convirtió en el infaltable fantasma de los pasillos de la cancillería.       

Hubo épocas en que leer la prensa diaria en Bolivia era un disfrute. Contábamos con Presencia, el mejor periódico durante muchos años, sobre todo mientras lo dirigía don Huáscar Cajías Kauffmann. Teníamos Ultima Hora, el vespertino que pasó por muchas manos, etapas y directores ilustres. Hoy, que fundó y dirigió Carlos Serrate, era otro diario respetable con una buena planta de periodistas y colaboradores. El decano El Diario sobrevivió (gracias a sus columnas de avisos), a disputas familiares y a una toma por los periodistas, y aunque apoyó a la dictadura de García Meza, sigue siendo hoy un referente de nuestra prensa diaria, y uno de los pocos que sigue circulando en papel. JornadaEl Nacional, tuvieron sus momentos, y más tarde llegaron Prensa y La Razón.

En Cochabamba siempre destacaron Los Tiempos y Opinión, como en Santa Cruz El Deber, que sigue siendo el más importante, pero también El Mundo (del que fui el primer corresponsal en La Paz), El Día, y varios otros más. Es ejemplar el caso del Correo del Sur, que se publica en Sucre, todavía en papel. En Oruro destacó siempre La Patria, y en Tarija El País. Muchos de esos diarios tuvieron su mejor época en las décadas de 1960 a 1990, coincidiendo con mis primeras armas en el periodismo, hasta que me convertí en colaborador regular en alguno de ellos. De los mencionados, llegué a publicar en casi todos algunas colaboraciones. Guardo los recortes ya amarillentos pero llenos de buenos recuerdos.      

Colaboré en Presencia, a veces en la página editorial y muchas más en los suplementos, particularmente en Presencia Literaria que dirigía Monseñor Quirós y luego Jesús Urzagasti.  Mis páginas sobre cine y literatura en el suplemento Semana de Ultima Hora darían para varios libros, pues se trataba de largos análisis en profundidad sobre cine o literatura. De hecho, mi primer libro, Provocaciones, es el resultado de largas conversaciones con 14 escritores bolivianos con quienes cultivé amistad. Se publicaron primero en ese suplemento.   

En El Nacional, a pesar de su corta historia durante el gobierno del general Juan José Torres, publiqué todos los días una plana completa sobre temas culturales. Desde que me contrató Ted Córdova Claure, su director, le puse como “condición” que quería una página entera, sin publicidad. En lugar de mandarme de paseo, accedió a mi petición y eso significaba que cada día comentaba un libro o una película, hacía una entrevista o una crítica sobre una exposición de arte. Nunca faltó mi página cultural, donde me ocupaba hasta de crear los logos de mis columnas y un suplemento cultural dominical que me empeñé en sacar. Esa fue la primera experiencia como periodista de planta, en 1970-1971, y luego vendría otra en la sección internacional del diario Excelsior, cuando el exilio me expulsó a México en 1980.      

No obstante, mi colaboración más prolongada y prolífica con un diario, fue la que establecí con Página Siete desde el año 2013 hasta el cierre del periódico. Mi amigo y colega Juan Carlos “Gato” Salazar dirigía este gran diario independiente cuando regresé a Bolivia y comencé a colaborar con una página de cine los domingos, pero además mantenía sábado de por medio una columna sobre temas políticos: “Quien calla otorga”. No tengo la cifra exacta, pero creo haber publicado en diez años más de 500 artículos bajo la dirección del “Gato” Salazar, y luego de Isabel Mercado y de Mery Vaca, que lo sucedieron en la dirección. Página Siete fue mi experiencia más prolongada y me permitió mantener flexible el músculo de la columna semanal, un buen ejercicio para cualquiera que pretende hacer de la escritura un oficio. 

Todo lo anterior para recordar que hace exactamente dos años, el 29 de junio de 2023, cerca del mediodía, los colaboradores regulares de Página Siete recibimos un correo electrónico donde el dueño avisaba que ese mismo día se acababa la vida del diario. La misma carta se publicó en línea a las 15:01 h para que todos los lectores lo supieran.     

Aunque se había comentado muchas veces que Página Siete atravesaba momentos difíciles y que el gobierno del MAS lo hostigaba de diferentes maneras, no suponíamos que acabaría tan pronto y de manera tan torpe y artera. 

Todas las razones que se expusieron para el cierre son legítimas, pero no era la manera de hacerlo. No cabe duda de que el MAS “bloqueó sistemáticamente la pauta publicitaria”, “presionó a empresas privadas del sistema financiero para que no publiquen sus avisos”, “puso en marcha una estructura de hostigamiento público por redes sociales”, “auditorías y multas recurrentes de una diversidad de instituciones del Estado se ensañaron año tras año contra Página Siete”… además del Covid, el alza en el precio del papel, la falta de suscriptores, etc. Todo eso no justifica el maltrato a los trabajadores que había puesto su parte trabajando durante varios meses sin recibir compensación. 

Si lo colaboradores regulares nos enteramos al medio día, los periodistas de planta recibieron la noticia a primera hora de la mañana, como un desayuno envenenando y sin anestesia. Fue aún más duro para ellos, que dependían económicamente del diario, quedarse sin trabajo de un día para otro. Los colaboradores escribíamos (y seguimos haciéndolos en otros medios) “por amor al arte”, pues no nos pagaban (como es usual en todos los países del mundo), ni nos agradecían siquiera con un canastón de Navidad o una tarjeta a fin de año. Pero la manera como dejaron en el aire a los periodistas de planta, no tiene nombre: el dueño y presidente del directorio huyó inmediatamente del país (según parece, por varios temas dolosos además de Página Siete), y dejó colgados a más de 70 trabajadores a los que 908 días más tarde, hoy, no les ha pagado ni beneficios ni sueldos (devengados incluso antes del cierre del diario).     

Fue una puñalada trapera, sin que se abriera la posibilidad de dialogar en busca de una solución conjunta o de un cierre gradual, dando tiempo a los periodistas para ubicarse en otros espacios de trabajo. Muchas publicaciones periódicas con problemas económicos han suspendido sus versiones impresas pero manteniendo su presencia en plataformas digitales. Con Página Siete se ejercitó una ejecución sumaria, la forma más despótica de la cesantía, y por ello los extrabajadores continúan reclamando lo que les corresponde por derecho.       

Algo que agrava aún más la forma como se produjo la clausura de Página Siete es que todo el archivo de las ediciones anteriores se desvaneció y no es accesible para consulta. Ni siquiera los columnistas regulares tienen acceso a sus propios artículos. Toda la memoria de 13 años del diario está bajo candado en algún lugar de “la nube”. Eso se llama mezquindad, pues no representa un costo muy alto mantener abierto el acceso público a un archivo digital. 

Los diarios impresos seguirán desapareciendo en este país que no da para ningún proyecto de larga duración. Algún día los historiadores e investigadores se volcarán a revisar las colecciones en papel, que todavía hay en una decena de hemerotecas, aunque incompletas y masacradas por imbéciles que cortan con navaja lo que les interesa. Con navaja también cortaron la línea de vida de Página Siete.

Triste destino de la prensa independiente en Bolivia y mucho más lamentable en el caso de Página Siete, cuya luz fue apagada arbitraria y traicioneramente. 

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Una prensa libre puede ser buena o mala, 

pero sin libertad, la prensa nunca será otra cosa que mala. 

—Albert Camus 

 

28 junio 2025

Alimentación y extractivismo

(Publicado en Brújula Digital y ANF el sábado 21 de junio de 2025) 

Mi padre solía decirme que un país que no se alimenta a sí mismo no puede ser soberano. No era un comentario de cualquier ciudadano interesado en el tema, sino de alguien que tuvo bajo su responsabilidad el desarrollo de Bolivia durante más de una década y fue el autor de proyectos de integración nacional fundamentales, ya que permitieron que se abrieran las compuertas de la Bolivia altiplánica hacia el oriente, con los resultados de crecimiento que conocemos medio siglo más tarde.      

La seguridad alimentaria era una de sus preocupaciones principales y mientras otros seguían insistiendo en políticas económicas extractivistas que dañan al medio ambiente irreversiblemente y crean mayor dependencia de la explotación de recursos no renovables, él pensaba en un país que produjera leche sana y buena para la población, que dejara de importar carne o azúcar, y que integrara geográfica y económicamente los inmensos territorios de los llanos y de la cuenca amazónica, por entonces despoblados. De ahí sus obras emblemáticas como la PIL de Cochabamba, la importación y adaptación de ganado Nelore en el Beni, el ingenio de Guabirá, y las carreteras 1 y 4 a Santa Cruz a través del Chapare, algunas antes soñadas o plasmadas sobre papel, pero nunca realizadas por falta de voluntad política. Es que otra cosa es con guitarra. 

Ahora que se vienen las elecciones generales, quisiera encontrar en las propuestas electorales algunas ideas innovadoras y planes de gobierno que tomen en cuenta la seguridad alimentaria, pero las que escucho son magras, les falta sustancia. La ausencia de programas concretos sobre esta temática es aún más sorprendente en estos tiempos en que Bolivia cuenta con un capital humano e institucional que no existía en la década de 1950. Los diagnósticos sobre la situación de la seguridad y de la soberanía alimentaria abundan y han sido realizados con la mayor calidad científica y académica por investigadores especializados que publican sus hallazgos y propuestas en instituciones como CIPCA, CEDIB, la Fundación Tierra y CEDLA, entre varias otras.        

A nivel nacional, departamental y municipal hay una pléyade de organizaciones de la sociedad civil, redes de activistas y colectivos ciudadanos, como la Fundación Alternativas, Ríos de Pie, Cosecha Colectiva, Nómadas, La Brava, o el Comité Municipal de Seguridad Alimentaria (en La Paz), para no citar sino a unas pocas que desde hace años luchan en varios frentes, desde perspectivas que convergen en el cuidado del agua y de la tierra para que produzca alimentos libres de agrotóxicos y aptos para el consumo humano. Pero es mucho más que eso. 

La comprensión madura que tienen las instituciones y organizaciones de la sociedad civil sobre el sistema complejo indisociable que constituyen el medio ambiente y los recursos naturales, la tierra y el territorio, la alimentación y la nutrición, la agricultura familiar y la agroindustria, la preservación de la biodiversidad en los bosques y cuencas de agua dulce, entre otros, y la profusión de datos que ahora, como nunca antes, están disponibles en las investigaciones que se realizan de manera continua y actualizada, deberían ser insumo suficiente para que los candidatos entiendan ese sistema complejo que también incluye el tejido de relaciones de poder y de intereses creados, las necesidades urgentes y una visión de futuro.        

Esa comprensión parece ausente del discurso electoral y de los programas de los candidatos. En lugar de propuestas sobre políticas de desarrollo con dimensión humana lo que tenemos son sobre todo slogans capciosos que se lanzan en la plaza pública para atraer votos irreflexivos. Peor aún, tenemos más propuestas de extractivismo como solución mágica para obtener recursos fáciles, hipotecando el futuro, como siempre se ha hecho en Bolivia: despojar a la tierra de sus minerales e hidrocarburos, dejando detrás una infinidad de deshechos químicos que envenenan el agua y los alimentos que consumen las comunidades rurales y urbanas, es decir, todos nosotros. El pescado de los ríos y lagos contaminados con el mercurio que bota la minería ilegal no sólo afecta la salud de los pueblos indígenas de las zonas aledañas, sino a cualquier consumidor.       

La mentalidad extractivista sigue primando en Bolivia. No aprendemos de las lecciones del pasado: la plata, el estaño, el petróleo y el gas se acaban. La industria del litio no va a despegar porque dentro de cinco años las baterías de sodio y los motores impulsados con hidrógeno habrán reemplazado a las actuales baterías de litio que usan los vehículos eléctricos. Ya están hablando de explotar las “tierras raras”, 17 minerales escasos en el planeta, usados en la fabricación de componentes electrónicos, en catalizadores y en aplicaciones militares. Sería una desgracia seguir con la obsesión extractivista.

El extractivismo está en el “chip” de nuestros políticos debido a su mirada de corto plazo y a su incapacidad de proyectar el país hacia el futuro. Vuelvo a mencionar algo que decía mi padre: “Aún en la agricultura hay una mentalidad minera”. Se refería al extractivismo agroindustrial que despoja a la tierra de sus nutrientes. Una cosa es producir azúcar, soya o carne vacuna para el consumo interno, y otra muy diferente es depredar en gran escala cientos de miles de hectáreas desmontadas a fuego y maquinaria para la producción extensiva de soya, palma africana, azúcar o carne vacuna para la exportación. Los millones de hectáreas de bosques y pastizales que se han quemado desde 2017, con el MAS en el gobierno, para ampliar la frontera agrícola y especular con el valor de la tierra, significan un endeudamiento obsceno que pagarán varias generaciones en el futuro.      

Los candidatos no parecen ser conscientes de la complejidad del desafío ambiental y alimentario. Su incapacidad de articular un discurso que pondere los múltiples factores en la ecuación del desarrollo salta a la vista. En el mejor de los casos, estos políticos profesionales o improvisados miran de manera aislada los problemas: prometen “regular la minería del oro”, “prohibir los incendios”, o “cuidar la naturaleza” sin una visión de conjunto, que es imprescindible cuando realmente se piensa en la colectividad, en todos los ciudadanos bolivianos.      

Ningún candidato muestra una sensibilidad clara sobre los derechos de los consumidores, parece un tema marciano para la mayoría. Este es uno de los pocos países de la región que todavía no cuenta con un sistema de señalización para guiar a los consumidores sobre los alimentos ultraprocesados. Desde México hasta Argentina, casi todos nuestros vecinos latinoamericanos han optado por “semáforos” (Ecuador) que indican el grado de peligrosidad de los alimentos, o el sistema de hexágonos de etiquetado frontal, (en fondo negro y letras blancas) donde se indica si el producto tiene “Exceso en grasas saturadas”, “Exceso en azúcares”, “Exceso en calorías”, “Exceso en sodio”, entre otros. Es un primer paso importante para darnos cuenta de los mínimos cuidados que debemos tomar para consumir alimentos que no dañan la salud. El siguiente paso es una mayor transparencia en los ingredientes (que apenas se leen en la letra pequeña de las etiquetas de los productos). 

Bolivia tiene tierra suficiente para alimentarse a sí misma con productos de buena calidad y precio, pero hemos padecido la ausencia de políticas de promoción de la agricultura ecológica para una alimentación sana y sostenible que garantice nuestra seguridad alimentaria y también nuestra soberanía. El resultado es que exportamos soya, carne o azúcar, pero importamos papa, trigo, cebolla, frutos frescos y arroz, entre otros. Nuestras exportaciones de quinua hacia el millonario mercado internacional de “comida saludable” hace que los pequeños productores hayan dejado de consumir ellos mismos su quinua, remplazándola por fideo de mala calidad. No es una paradoja menor.     

El uso no regulado de semillas transgénicas y de agrotóxicos ya no es un problema causado solamente por las grandes empresas agroindustriales, a las que les importa un rábano el cuidado del medio ambiente o la preservación del agua dulce cada vez más escasa, sino que ha llegado también a la agricultura familiar, frente a la ausencia de políticas y a su poca capacidad para competir en el mercado inundado de productos de contrabando. ¿Veremos en las propuestas de los candidatos una oferta de regulación del uso de agrotóxicos o de semillas genéticamente modificadas? Por el contrario, me temo que la presión de las grandes agroindustrias (que, hay que decirlo, se beneficiaron mucho durante los 20 años del MAS), ya se empieza a sentir cuando exigen a los candidatos promesas para su sector. Nada bueno para el país puede salir de esos compromisos electorales.        

“Si el altiplano estuviera mil metros más abajo, sería un vergel”, solía decir mi padre. Él pudo, hace más de siete décadas, hacer realidad grandes proyectos de desarrollo, con la seguridad alimentaria en mente, pero en 2025 ¿cuáles son las propuestas de gobierno sobre seguridad alimentaria que presentan las diez alianzas y candidatos a las elecciones generales del próximo 17 de agosto? ¿Serán tan deslucidas y limitadas como los discursos electorales? Ese análisis lo dejo para un próximo artículo. 

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Realmente ningún ser humano indiferente ante la comida es digno de confianza.
—Manuel Vázquez Montalbán 
 

22 junio 2025

El mal mayor

(Publicado en Brújula Digital y ANF el sábado 14 de junio de 2025) 

Un Estado que no controla toda la extensión de su territorio, es un Estado no solamente débil y fallido, sino también cómplice de poderes paralelos ilegales que controlan territorios donde las fuerzas de orden público no tienen siquiera pisada. 

Sucedió eso durante muchos años en Colombia, cuando la alianza entre la guerrilla de las FARC y el narcotráficocontrolaba una parte sustancial del territorio por donde se establecieron los corredores de trasiego de la droga. Todo esto estuvo cubierto de un discurso político de impostura: las FARC seguían hablando del “pueblo” mientras protegían al narcotráfico y se beneficiaban económicamente para comprar armas, vehículos, medios de información, parlamentarios, policías, etc. 

Lo mismo sucede en el Chapare bajo la conducción del cacique Evo Morales, que protege a narcotraficantes bolivianos, brasileños, mexicanos o colombianos en una zona inexpugnable. Morales está pertrechado detrás de barricadas de gente que sabe que el negocio de la droga puede acabarse si penetra el ejército. Recordemos que Morales es autor intelectual directo de la tortura y el asesinato del teniente de Policía David Andrade (26 años), de su esposa Graciela Alfaro (19 años), y de los sargentos Silvano Arroyo y Gabriel Chambi asesinados después de haber sido secuestrados por cocaleros comandados por Evo Morales y su pareja Margarita Terán. Toda la familia Terán ha estado involucrada en narcotráfico.       

A nadie en Bolivia le queda la menor duda (hay datos oficiales de Naciones Unidas) de que el Chapare es la zona de mayor producción y tráfico de cocaína en Bolivia. Ahí ha construido su imperio Evo Morales, que cuenta con la red de emisoras Kawsachun Coca (financiada por el Estado, es decir por todos nosotros), un aeropuerto de nivel internacional (también financiado por el Estado), y otras instalaciones que garantizan la autonomía de esa zona frente a los intentos de intervención del gobierno, que sin embargo ha logrado asestar algunos golpes en años recientes: varios centenares de fábricas de cocaína destruidas, decomiso de toneladas de droga y precursores, incautación y destrucción de pistas clandestinas, etc. Apenas se ha rasmillado un poco.      

Ni un solo “pez gordo” del narcotráfico ha sido apresado en el Chapare, apenas unos cuantos empleados de bajo rango, y algún traficante pequeño o piloto de avioneta colombiano, brasileño o paraguayo. Es como si existiera un “pacto de no agresión” entre el gobierno de Arce y Evo Morales. Y las consecuencias de no haber actuado a tiempo las estamos viviendo ahora, porque con el dinero del narcotráfico y con la impunidad territorial, Morales está golpeando en varios lugares del país al mismo tiempo y el gobierno de Arce solo acierta a poner en evidencia su carácter pusilánime.      

La descomposición social que ha vivido Bolivia en la segunda semana de junio está directamente relacionada al intento desesperado del cacique del Chapare de mantener su impunidad en su zona de seguridad, con el argumento de que su candidatura presidencial ha sido vetada. 

Llallagua es el ejemplo más cercano y emblemático en estas semanas: cuatro oficiales de policía asesinados (tres con disparos y uno masacrado a golpes), dos muertos en la población civil, numerosos heridos, asaltos a comercios, casas e instituciones del Estado. La población de esa ciudad está amenazada y aterrorizada por campesinos violentos con armas de fuego, que siguen consignas de Evo Morales. Cuando llegó finalmente el ejército el jueves, la gente aplaudía. Pero no es sólo esa ciudad minera. En todo el país, pero sobre todo en zonas que controla Evo Morales, hay bloqueos de carreteras y grupos peligrosamente armados, que pretenden impedir que arribemos en paz social al día de las elecciones generales.      

Todos los bolivianos saben que Evo Morales está legalmente inhabilitado, y no por una sola razón, sino por varias. Para empezar, no tiene sigla partidaria porque Pan-Bol (la que compró) obtuvo menos del 3% de la votación en las anteriores elecciones generales. Segundo, porque el tribunal constitucional falló claramente en contra de una nueva reelección de este sujeto. Tercero, porque Morales tiene sentencia y mandamiento de apremio por pederasta. 

A lo anterior deberían sumarse, de una vez, procesos por uso indebido de bienes del Estado, cooperación con el narcotráfico, malversación de fondos cuando era presidente, asesinato de los esposos Andrade, encubrimiento de corrupción (Fondo Indígena y otros), y más de un centenar de causas absolutamente probables y probadas, que son las mismas por las que se aferra al último resquicio de poder que tiene. Al igual que Cristina Fernández de Kirchner, que quería ser nuevamente candidata a la presidencia de Argentina para liberarse de las sentencias por enriquecimiento ilícito, Evo Morales quiere forzar su candidatura para conseguir unos años más de impunidad. No tiene otra motivación.         

Con la cara de cemento de siempre, Evo Morales dice en su radio Kawsachun Coca que él no está alentando la violencia que ya ha causado muertes, destrozos y daños económicos. Niega que sea su voz la que se escucha en la grabación de WhatsApp que fue difundida por uno de sus propios acólitos, el dirigente Rudy Capquique, donde instruye bloquear rutas para la “batalla final”. Varias instituciones verificadoras han comprobado que no se trata de una fabricación con inteligencia artificial, como afirman sus vasallos, sino de la voz de Evo Morales. Lo mismo sucedió en 2019, cuando se reveló el audio y video donde instruyó “cercar las ciudades” después de haber digitado el fraude original: Morales se negó cobardemente, pero tres diferentes peritajes, el último de ellos en la fiscalía de Colombia, probaron la autenticidad de su voz. Traje personalmente ese peritaje desde Bogotá para entregarlo a la canciller Karen Longaric. Lamentablemente el ex fiscal general, Juan Lanchipa, escondió los peritajes que le fueron entregados. ¿Dónde está Lanchipa ahora y cuándo pagará sus culpas?        

Morales tiene costumbre de dar instrucciones por teléfono, y las dos que he mencionado arriba no son sino una pequeña muestra de su discurso de odio. Hay centenares de grabaciones que no han sido todavía reveladas, pero ya saldrán a la luz cuando las últimas ratas abandonen el barco del evismo. 

Mientras el cacique cobarde no sea apresado y encarcelado en cumplimiento de la sentencia y del mandamiento de apremio que pesa sobre él, el país seguirá convulsionado, con un costo muy alto de víctimas y daño económico. Y peor aún, el riesgo de sabotear las elecciones. 

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The sad truth of the matter is that most evil is done 
by people who never made up their minds 
to be or do either evil or good.
—Hannah Arendt 
 
 

18 junio 2025

El sainete de las 24 horas

(Publicado en ANF, Brújula Digital e Inmediaciones el sábado 7 de junio de 2025)

“Andrónico le da 24 horas a Evo para que pruebe que es candidato de la derecha y que renunciará si lo hace”, “Evistas dan 24 horas a Andrónico para ir al trópico y dicen que le mostrarán pruebas de sus acusaciones”, “Mineros dan 24 horas a Huarachi para que convoque a ampliado llame a congreso de la COB”, “Morales da 24 horas a Arce para que cambie ministros si quiere mantenerse como presidente”, “Ponchos Rojos amenazan con marchas y bloqueos si el Gobierno no da soluciones a la crisis en 48 horas”, “Alcaldes de 87 municipios de La Paz dan 24 horas para que el Legislativo apruebe el PGE reformulado”, “Cívicos dan 48 horas para cese de bloqueos, de lo contrario se viene asamblea de la cochabambinidad”, “Sectores dan 24 horas de plazo para levantar el bloqueo de K’ara K’ara”, “Marcha por las Reivindicaciones Sociales de El Alto da plazo de 48 horas para que Presidente los atienda”, “Diputado evista da 48 horas a Claure para retractarse por ofrecer recompensa por la captura de Evo”, “Evismo da 24 horas para cambiar a ministros y resolver el problema del combustible”, “Jueces de Chuquisaca dan 24 horas para que se vaya Molina y se anule convocatoria para transitorios”, “Productores del Norte Integrado dan 24 horas para desbloquear carreteras, garantizar diésel y revocar el veto a las exportaciones”, “Organizaciones de La Paz dan 48 horas al TSE para revertir nueva cartografía de la Circunscripción 7”, “Suspenden audiencia de Evo Morales por trata y le dan 48 horas para demostrar enfermedad”, “Transporte pesado da 24 horas al gobierno para solucionar falta de diésel”, “Transportistas dan 48 horas a la Gobernación para aprobar la nivelación de pasajes”….     

Boca grande pene chico. Amenazas sin respaldo, patadas sin fuerza, manotazos de ahogado. Vemos esos titulares casi todos los días y ya sabemos que pasadas las 24 o las 48 horas no pasa absolutamente nada de nada, nihil, niente, niet, mana, janiwa. Las amenazas se hacen con el peso de la lengua, sin más respaldo que el tono vociferante en el que se suelen proclamar los pliegos petitorios que salen de alguna asamblea con treinta sellos, firmas y huellas dactilares. Y no pasa nada, nada. Es un sainete en el que todos los actores parecen haberse puesto de acuerdo en el momento en que harán una maroma para provocar la risa de los espectadores.       

¿Hay alguna diferencia entre otorgar 24 o 48 horas de plazo? En apariencia, 48 horas es un plazo más generoso, mientras que 24 horas es ipso facto (o “luego luego”, como dicen en México), es decir, inmediatamente. Rara vez dicen “72 horas”, a menos que sea un lunes, porque sea cual fuere la amenaza, difícilmente van a cumplirla en un sábado o un domingo. Los fines de semana, todos descansan de su ejercicio de belicosidad permanente.       

“Caso contrario, las instalaciones del Legislativo serán cercadas”, “ya tienen un plan de acciones a desarrollar, en caso de no recibir respuesta”, “iniciarán acciones legales si no lo hace”, “bloqueos de caminos en la siguiente semana”, “de lo contrario, los transportistas bloquearán las rutas en todos los departamentos”, “las organizaciones asumirán medidas”.…

Cada ultimátum lanzado con el estruendo de un cañonazo de mistura suele conllevar acciones de represalia, porque de otra manera no tendría sentido fijar un plazo. De no cumplirse el plazo perentorio se puede iniciar una demanda judicial, comenzar un bloqueo de carreteras, una huelga de hambre, alguien será expulsado de alguna organización, a un alcalde lo vestirán de mujer y a otro lo agarrarán a chicotazos con quimsacharani.         

Todo eso es parte de la farándula verborreica que en la realidad tiene menos duración que el tiempo que se tarda en pronunciar las intimidaciones. Pasan las horas (y los días) y ya nadie se acuerda, ni siquiera los que escupieron las terribles amenazas con sus rostros enrojecidos por la furia, fruncidos de ira. 

Cada uno de esos plazos fue dictado con la severidad de quien controla la palanca de la silla eléctrica o de la guillotina. Los potenciales cancerberos consiguieron un titular que ahora ya no cuesta ni la tinta y el papel que costaba antes, porque es digital. El eco digital se pierde en el espacio infinito de internet dejando menos huella que una lluvia en invierno. 

La descomposición que vivimos en Bolivia nos proporciona cada día novedades risibles (pero al mismo tiempo dramáticas para el país). Nuestra política es como la caja de Pandora, cualquier cosa puede salir de ahí en cualquier momento. Ya nada nos sorprende. 

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Les conquêtes sont aisées à faire, parce qu’on les fait avec toutes ses forces ; 
elles sont difficiles à conserver, parce qu’on ne les défend qu’avec une partie de ses forces.
—Montesquieu
 

14 junio 2025

Diego Morales, sin concesiones

(Publicado en ANF y Brújula Digital el miércoles 4 de junio de 2025) 

La pintura de Diego Morales no es decorativa. No es esa pintura que adorna los pasillos de los hoteles internacionales, que parece uniformada porque combina con el color de las paredes y los muebles, sin molestar a nadie. Cada vez más las galerías de arte se llenan de pintura “amable”, que sirve como objeto visual inofensivo, donde están ausentes dos fuerzas indispensables del arte: la propuesta innovadora y el compromiso del artista, tanto con la sociedad como con el arte.       

Tampoco es una pintura al servicio del poder, todo lo contrario. Los artistas que se acomodan con los gobiernos de turno tienen un tufillo de oportunismo que ha separado a Diego Morales incluso de algunos amigos suyos que apostaron por el autoritarismo de los últimos veinte años. Ni murales colorinches para adornar palacios, ni obras alegóricas a la Pachamama para estar de moda con el discurso oficial. El sentido ético de Diego Morales y su vivencia personal, lo mantienen al otro lado de la orilla del poder.

Su arte nace de las entrañas de su cuerpo, ese cuerpo que sufrió las consecuencias de la represión de las dictaduras. En enero de 1980, en el breve periodo democrático entre dos golpes militares, su exposición en el Salón Municipal Cecilio Guzmán de Rojas, con obras inspiradas en la llamada “masacre de Todos Santos” en noviembre de 1979, fue secuestrada por militares que se la llevaron en un camión “Caimán” al Estado Mayor del Ejército, donde seguramente siguen tratando de entender de qué se trata. Ese fue apenas el principio. Según un relato personal publicado en 2019, fue perseguido durante meses y apresado junto a su madre luego del golpe sangriento del general Luis García Meza y su cómplice el coronel Luis Arce Gómez. Detenido en el ministerio del Interior fue golpeado y torturado hasta que en un traslado logró evadirse, esconderse y asilarse en la embajada de Suiza que facilitó su partida a Europa, donde permaneció varios años.     

Se entiende así que el artista se exprese a través de una obra que evita la banalidad y que no intenta complacer a nadie. 

El arte de Diego tiene aquello que contribuye a avanzar en la expresión pictórica: el compromiso con el arte y con la historia. ¿Se puede acaso hacer arte al margen de la historia? Con frecuencia incluye además un ingrediente que ha sido fundamental en toda la historia del arte: la provocación. No me refiero a la provocación vacía de las instalaciones efímeras. No se trata de una banana pegada con masking tape en una pared blanca (vendida por 6 millones de dólares, ojo), ni un cúmulo de sal de Uyuni, ni la caja de fósforos de Fluxus o el famoso urinal de Duchamp (que tenía sentido hace cien años para “épater la burgeoisie”, pero no ahora). Pienso más bien en una provocación temática que hace reflexionar sobre el lugar de cada uno en el mundo, y no sólo en el espacio desperdiciado de una instalación que necesita un texto explicativo para guiar la inocencia (o malicia) del espectador-lector que observa.          

Con el título "Retazos de una vida" el Museo Nacional de Arte acoge del 21 de mayo hasta fines de junio, una breve retrospectiva de Diego Morales con obras en gran formato, conmemorando 56 años de trabajo. Es la primera muestra importante del artista desde su anterior exposición retrospectiva el año 2019 en el Salón Municipal. Diego no es de los que se precipita en mostrar y vender, esa no es su principal preocupación, sino crear una obra consistente, con fuerza expresiva, que invita a contemplarla detenidamente, con espíritu de descubrimiento. 

Las obras que reúne esta muestra no son nuevas, pero dibujan la continuidad del itinerario del artista en las diferentes etapas de su pintura. La que me marcó más es “El hombre enemigo del hombre” (como “homo homini lupus” del comediógrafo romano Plautus en el siglo III a.C., o como en “man is a wolf to other men” de Thomas Hobbes en 1651), un extenso mural sobre papel Kraft y soporte de cartón, de 28 metros de largo y menos de dos metros de altura (o ancho), cuyo recorrido visual debe hacerse obligadamente de derecha a izquierda, como en la escritura árabe. Es una obra impresionante, que data de 2004 pero nunca antes había sido expuesta en buenas condiciones de espacio e iluminación. Ahora sí, destaca en toda su riqueza ocupando tres muros de la sala, y permite recorrerla centímetro a centímetro, porque contiene tantos elementos y referencias visuales, que podría ser interpretada no solamente como una memoria personal del artista, sino como una historia de la pintura desde sus orígenes, desde la pintura rupestre hasta el vacío existencial, pasando por las más importantes manifestaciones creativas del arte africano, asiático, cubismo, dadaísmo, surrealismo, como se si tratara de una película donde han intervenido colectivamente con sus pinceles Braque, Miró, Bacon, Guayasamín, Siqueiros, Tamayo, Alandia Pantoja y quién sabe cuántos más que son indirectamente homenajeados. Hacia el final, luego de un grupo de personajes emblemáticos (un niño, un obispo, un militar, un zapatista…), el último metro es una suerte de vacío de incertidumbre: sobre un fondo oscuro se representa una fuga de líneas y sombras blancas.      

Entre las otras obras mejor conocidas de Diego, figuran en esta muestra dos en técnica mixta sobre papel y tela que destacan por su referencia a la realidad política y social: “Boquerón” (1993) y “No entiendo nada” (2010), ambos títulos tan misteriosos como “El hombre enemigo del hombre”. Ni siquiera el artista puede a veces explicar las motivaciones que lo llevan a nombrar las cosas de su universo creativo. En “Boquerón” distinguimos claramente referencias a la represión política en Bolivia a fines de 1979 y 1980, concretamente la masacre de Todos Santos durante el golpe del coronel Natusch Busch, y el asesinato de Marcelo Quiroga Santa Cruz. En la otra obra, una niña indígena con un pedazo de pan en la boca, mira fijamente al espectador en fundada en un ropaje que podría aludir sutilmente a los colores de la bandera boliviana, mientras a su alrededor todo parece amenazante, sus propias pesadillas y un entorno de seres oscuros y afilados dientes. Ambas obras están amarradas con cuerdas, roja en el primero y blanca en el segundo, como si los nudos fueran aquellos de la memoria que no deben deshacerse nunca.       

La técnica mixta de papel arrugado, tela, cuerdas, collage otorga a varios de estos cuadros un espesor significante: la historia no puede ser leída en una sola dimensión. Cada obra es un cúmulo de referencias y guiños, como en las grandes obras clásicas. Nada está librado al azar, la presencia de cada objeto corresponde a la parte armónica o contradictoria de un sintagma pictórico.  Ninguna lectura se funda en la inocencia.        

Nos hemos acostumbrado lamentablemente a ver exposiciones donde una obra no es más que una variación de la anterior o la siguiente, de manera que basta una mirada panorámica para abarcarla. Aquí no sucede lo mismo, porque cada cuadro exige una mirada distinta y una valoración crítica específica, aunque el conjunto tenga el sello de un estilo y sobre todo de una continuidad en el proceso de creación

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One eye sees, the other feels. 
—Paul Klee