(Publicado
en Página Siete el domingo 19 de septiembre de 2021)
Si bien “Bolivia Siglo XXI” (2021) no es un
título muy “sexy”, el subtítulo es algo más llamativo: “De la república al
Estado plurinacional”. ¿Cómo cubrir un terreno tan vasto? Mediante la mezcla de
seriedad académica y habilidad narrativa de 21 autores que abordan todos los
aspectos de la vida nacional, bajo la batuta de Eduardo Quintanilla Ballivián,
del Harvard Club de Bolivia.
Los tres grandes bloques que componen esta
obra sólida y trascendente de 586 páginas, son un repaso urgente del contexto
histórico, de la economía y la política, y de la cultura y la comunicación. Por
supuesto que aún así no abarca todo, pero el libro basta para entender la
Bolivia contemporánea, gracias a autores de mucha trayectoria y calidad profesional.
Hay textos más académicos y densos que otros,
unos más entretenidos y creativos que otros, unos más provocadores que otros…
pero el conjunto permite apreciar el conocimiento compartido. Los capítulos
pueden leerse como Rayuela, en orden o en desorden, porque el orden de los
factores no altera el producto (dirían los matemáticos).
Cada persona lee el mismo libro con ojos
diferentes. Al recorrer las mismas páginas y las mismas palabras, cada lector
tamiza y selecciona “lo que le conviene”, es decir, lo que resuena en su
pensamiento, ya sea por afinidad o por oposición. De ahí que comentar esta suma
de ensayos es también un ejercicio de creación: mi lectura desafía las
interpretaciones de otros veinte autores sentados en círculo mirando la misma
fogata bajo una noche estrellada.
Cuando se aborda un libro tan amplio en su
contenido y tan vasto en su extensión no queda más recurso que dar cuenta de lo
que motiva o incomoda en la temática y en el estilo de la escritura. Quienes
digan que “faltan” textos tienen razón, pero no se puede escribir una obra del
tamaño del país (como el mapa en el cuento “Del rigor en la ciencia”, de
Borges), y los críticos deberían tratar de emprender esa titánica tarea, si
pueden. He estado por lo menos tres veces a cargo de tareas similares, y no ha
sido nada fácil.
Como dice José Antonio Quiroga en el prólogo, la
obra genera reflexiones en paralelo a uno de los periodos más largos de nuestra
historia: “…bajo el mando de una sola organización política y de un solo
caudillo, coincidente con el ciclo de mayor y más prolongada bonanza económica
derivada de los precios altos de sus materias primas. Pero esa permanencia en
el poder, lejos de ser una expresión de estabilidad institucional, se convirtió
ella misma en fuente de otra crisis política que comenzó a gestarse con el
desconocimiento gubernamental de los resultados del referéndum del 21 de
febrero de 2016 (21f) y culminó al finalizar el año 2019 con la inédita
movilización ciudadana que obligó a Morales a renunciar y salir
precipitadamente del país”.
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Dibujo de Abecor, en Página Siete |
Si bien casi todos los autores destacan por su
convicción democrática, las miradas sobre ese periodo difieren. Cada quien
describe la fiesta como le ha tocado bailarla, a algunos les tocó bailar con la
más fea y otros se acomodaron entre bambalinas.
De ahí que algunos omitan convenientemente
referirse al autoritarismo, en bien de la imagen de un país “en paz”, y otros
tomen el toro por las astas y llamen las cosas por su nombre. Unos miran las
cifras macro para describir la economía y la sociedad, y los más optan por
indagar cómo vive la gente en la realidad. El denso capítulo de Enrique García que
abre la primera parte y se ocupa fundamentalmente de la economía, evita emitir
juicios y señalar responsabilidades, es un sesudo ejercicio de caminar por la
orilla sin mojarse.

El capítulo “Coronavirus: América Latina, el
día después” de Gustavo Fernández, es un texto brillante de introspección, un fascinante
ejercicio de síntesis, ágil y eficiente, que no ha perdido actualidad a pesar
de que fue escrito al comenzar la pandemia. Es un ensayo desafiante porque el
autor se ve obligado a especular ante lo desconocido, imaginando escenarios
posibles como en una película de ciencia ficción. Su capacidad analítica haría
quedar como párvulos a casi todos los “analistas” de la televisión. El autor no
se somete al pragmatismo de la neutralidad, sino que toma posición
inequívocamente. Fernández escribe como economista, sociólogo, politólogo,
experto en relaciones internacionales y brujo improvisado.
El expresidente Carlos D. Mesa cierra el
primer bloque con un recuento detallado de la batalla que se perdió en La Haya,
y lo hace con la responsabilidad de quien fue parte de ese proceso, aún sin comulgar
con el régimen del MAS. Mesa considera que la derrota fue inesperada porque
había “fundadas esperanzas” de que el fallo fuera favorable a Bolivia. El valor
de su testimonio personal es insustituible, se eleva por encima de la
politiquería barata y de las kilométricas banderas azules que pretendían servir
causas personales antes que nacionales. No es posible olvidar la patética foto
de Morales y su cohorte levantando el puño en los estrados de La Haya,
sonrientes y empachados -por adelantado- de un rédito político que no les tocó.
Mesa no analiza los entretelones de ese triunfalismo teñido de cálculo oportunista.
Su relato es técnico y sobrio (demasiado para mi gusto, porque la historia no
es únicamente lo que aparenta ser).
En la sección sobre “Estado, economía y
política” diez autores abordan con profundo conocimiento de causa una variedad
de temas que definen la situación de Bolivia luego de la bonanza económica de
2005-2015.

Wanderley, Vera y Benavidez firman un capítulo
que abre los ojos sobre la otra cara de la moneda del “éxito económico”, cuando
analizan el extractivismo salvaje, la (in)justicia social y los daños al medio
ambiente. La deforestación, la pérdida de la biodiversidad y de los recursos
naturales “en contra ruta a los avances legales y normativos”, ponen en
evidencia la enorme contradicción de un gobierno que de boca para afuera (o en
el papel, que todo resiste) se proclama defensor acérrimo de la Pachamama,
mientras el 21% del total de especies (aves, mamíferos y anfibios) está amenazado
de extinción. Narcotráfico, minería salvaje, agroindustria y ganadería son
factores coadyuvantes. El extractivismo parece no preocupar al gobierno del
socialismo del Siglo XX, pero tampoco a la empresa privada ni a los ciudadanos,
ni siquiera a la mayoría de indígenas que antes defendía su territorio
Con 84% de su población económicamente activa
en la informalidad, Bolivia encabeza la lista en la región, además de tener el
menor índice de productividad por trabajador. Nuestro país es el que menos
invierte en investigación y educación de calidad. Muchos otros datos
contradicen el discurso triunfalista de gobiernos que no tienen control alguno
sobre la economía subterránea del país. Ecuador y Bolivia retrocedieron más que
el resto, a pesar de su discurso político. Hay que decirlo: este es un capítulo
deprimente. La ilegalidad abierta o disfrazada atraviesa todas las actividades
e involucra no solo a mafias internacionales sino a empresarios locales que se
enriquecen a costa de hipotecar el futuro.
Cecilia Requena, analiza las perversas
políticas de desarrollo que han provocado la crisis climática actual, un
círculo vicioso alimentado por la deforestación y la pérdida de hábitats, la
contaminación del agua, aire, suelos y alimentos, la pérdida de suelos y
desertización, entre otras. Hasta el Banco Mundial se preocupa por la situación
creada por el extractivismo salvaje y recomienda impulsar energías renovables,
la eficiencia energética, la recuperación de tierras contaminadas, el
tratamiento de aguas y la infraestructura para vehículos eléctricos. Este
panorama apocalíptico parece no inmutar a la empresa privada ni a los
gobiernos. “La trama de la vida” es para ellos un lujo del que habría que
ocuparse después de exprimir al máximo a la naturaleza, hasta dejarla agotada,
muerta.

Los capítulos de Juan Antonio Morales y de
Carlos Miranda Pacheco profundizan el análisis sobre las políticas de Estado
del gobierno del MAS, causantes de un descalabro anunciado. J.A. Morales
recuerda oportunamente que el MAS no alteró el modelo neoliberal anclado en el
Decreto 21060 de 1985. A pesar de la retórica agresiva “los hechos no fueron
tan lejos como las palabras”. La supuesta nacionalización de hidrocarburos, tan
publicitada, no nacionalizó activos como en 1938 y en 1969, sino que solamente
aumentó la participación del Estado en los ingresos. La errática política
frente a la empresa privada dio lugar a un “capitalismo de camarilla”, añade. Las
empresas públicas deficitarias recibieron préstamos del Estado, pero no despegaron.
El Banco Central, se convirtió en caja chica de esas empresas. El número de
empleados públicos aumentó en 12 años de 237 mil a casi 403 mil. Un Estado más
frondoso, pero menos eficiente.
Miranda hace apuntes breves pero contundentes
poniendo en relieve las mentiras sobre la “nacionalización”, las supuestas
reservas de gas, el fracaso de las nuevas perforaciones, la poca capacidad de
almacenamiento, el rendimiento bajo de las refinerías obsoletas, el fiasco de
la planta de urea, la disminución de exportación de gas, etc. Se trata de otro
texto demoledor.

Fascinantes también las reflexiones de Carlos
Hugo Molina sobre “Vivir en las ciudades”, algo cada vez más pertinente en la
medida en que la población mundial abandona las áreas rurales para instalarse
en áreas urbanas que no soportan la presión poblacional. El 75% de la población
boliviana vive en las ciudades, un dato que desnuda el discurso del Estado
“originario, indígena, campesino” del MAS. El año 2032 el 90% de la población
boliviana será urbana. Carlos Hugo es uno de los que más ha reflexionado sobre
la importancia de las ciudades intermedias para un desarrollo humano
equilibrado. El gobierno del MAS “en su infinita inocencia” no tiene la menor
idea del problema de la migración a las ciudades, no tiene planes ni
proyecciones hacia el futuro. Las reflexiones sobre la participación popular
son imprescindibles, ya que Carlos Hugo Molina fue uno de sus artífices. Aunque
el MAS quiso echar barro sobre la Ley 1551 del 20 de abril de 1994, Molina
demuestra que sin ella Evo Morales no habría podido concentrar tanto poder.
Es difícil abarcar todo lo que este libro
ofrece a lectores que quieren ejercer su pensamiento crítico. Raúl Peñaranda
aborda la libertad de expresión desde los convenios internacionales que, aunque
firmados y ratificados por el gobierno del MAS, no han sido respetados. A pesar
de que la Constitución Política del Estado (2009) constituye un avance con
respecto al derecho a la comunicación y a la información, el hostigamiento del
gobierno de Evo Morales a periodistas y medios contradice en los hechos lo que
está en el papel. La falta de transparencia de las instituciones del Estado, la
arbitrariedad en la asignación de publicidad, la difamación y calumnia a través
de medios estatales, agravan la situación.
Es una situación similar la de la violencia
contra las mujeres, la trata y tráfico de personas, y la supuesta “paridad de
género”. A pesar de una batería de leyes, disposiciones y normas, la situación
ha empeorado. Elizabeth Salguero se ocupa de la despatriarcalización en su
capítulo, pero se cuida de subrayar el machismo y la misoginia en el MAS. En la
realidad, la paridad es decorativa, no existe educación sexual y reproductiva,
el trabajo infantil está legalizado, y persiste la pobreza en hogares
encabezados por mujeres.
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SUMI (Foto: La Razón) |
El capítulo de Guillermo Aponte Reyes Ortiz sobre
los servicios de salud, demuestra con mucho detalle estadístico que no se
avanzó durante el gobierno del MAS. El gasto en salud como porcentaje del PIB
es parecido al de África, y desde el punto de vista de las políticas no se
superó las bases creadas el año 2002 con el Seguro Universal Materno Infantil
(SUMI) y con el Seguro de Salud para el Adulto Mayor. La Ley 1152 de 2019 con
la que se creó el Servicio Universal de Salud (SUS) no aportó ni un peso más al
sistema, fue una medida publicitaria, demagógica y electoralista. El gobierno
de transición de Añez tuvo que enfrentar la pandemia sin recursos, con el
Decreto 4272 de junio de 2020, que elevó al 10% el aporte del Presupuesto
General del Estado.
La tercera y última parte del libro agrega
capítulos sobre comunicación y cultura, empezando por el mío sobre comunicación
y desarrollo, que no voy a comentar. Lupe Cajías escribe sobre prensa y poder
develando las amenazas contra la libertad de expresión, la concentración de
medios en manos del MAS y las presiones sobre los periodistas. En términos de
transparencia gubernamental, el país retrocedió diez años.
El capítulo de Cecilia Barja sobre la
confianza analiza factores difíciles de cuantificar porque están ligados a las
percepciones. Su propuesta por el optimismo y la ética ciudadana quedan sin
respuesta, como una utopía lejana. Por su parte, Pedro Susz hace un recuento
apretado y muy eficiente de la cronología del cine en Bolivia desde sus inicios
hasta la proliferación actual, no siempre acompañada de calidad conceptual y
técnica.
Con su estilo característico Oscar García aborda,
en “Territorios sonoros”, la música desde sus orígenes en Bolivia y lo hace
rompiendo mitos como el del “lenguaje universal”, para dar cabida a todo tipo
de sonidos cuyos códigos no se pueden compartir porque no hay para ellos lecturas
fáciles. Su intento de revisión exhaustiva deja a un lado algunos nombres
importantes.
Ana Rebeca Prada aborda en “Hurgar el olvido”
el rescate de autores y obras literarias que quedaron en la penumbra del tiempo,
un esfuerzo colectivo que parece demostrar que en Bolivia se escribía mejor
hace cien años. El rescate y reedición de obras del siglo XIX y principios del
siglo XX marca la “era de los rescatiris” como un acto de justicia académico. “Tal
vez el pasado, efectivamente, nos dice más”. En su contextualización, no rehúye
posicionarse críticamente con relación tanto al “desierto neoliberal” como a la
“mentira populista” del MAS.

Carlos Villagómez y Roberto Valcárcel
defienden respectivamente la “estética chola” sui generis y posmoderna de la
arquitectura de los cholets (“arquitectura de rasgos confusos y delirantes”, “obra
de comerciantes y contrabandistas”), y el arte contemporáneo en contra de la
masificación de la cultura, con el argumento de que los críticos de ambos no
están preparados para entender esas expresiones revolucionarias y novedosas,
aunque en la realidad como fenómenos artísticos no son tan innovadores. El
primero sucumbe a la fascinación populista y el segundo reniega de todo el arte
anterior que “contamina” a los observadores, como si la historia no ofreciera
múltiples ejemplos de revoluciones artísticas cada cierto tiempo, todas
“contemporáneas” en su momento. También en periodos anteriores se culpó al
observador “deformado” por el pasado o por su educación, y por no tener
“subjetividad propia”. Cien años después de “La fuente” de Duchamp, los
argumentos parecen repetidos y gastados. Warhol o Basquiat, incluso Banksy (a
su pesar), son construcciones comerciales del arte, más que los surrealistas o
dadaístas que en su momento lograban de verdad “épater la burgeoisie”.
Este es un país que no lee, eso ya lo
sabíamos. Lo más grave es que tampoco leen sus autoridades. Este libro, un
espejo frío que nos confronta a nuestra indiferencia, es una suma de
conocimiento que haría mucho bien a cualquier tomador de decisiones que
genuinamente sienta preocupación por el futuro de Bolivia en lo que resta del
siglo.
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Qué extraños lectores son ustedes,
qué extraño país es éste.
—Orhan Pamuk