10 diciembre 2021

Mis fotos pirateadas

(Publicado en Página Siete el domingo 3 de octubre de 2021)

 Los fotógrafos tenemos una vida difícil en Bolivia, porque en este país no se respeta esta profesión que está a caballo entre el arte y el testimonio. La piratería de fotos es y ha sido siempre, algo “normal”, incluso antes de que exista internet.

Jaime Saenz ©AlfonsoGumucio

Ahora que se cumple el centenario del escritor Jaime Sáenz, veo reproducido a diestra y siniestra el retrato que le hice, como si me hubiera muerto hace 50 años y mis derechos ya hubieran caducado.

De vez en cuando los fotógrafos nos sentimos reconfortados cuando nos escriben de países civilizados para comprar los derechos de reproducción de una fotografía, y generalmente pagan por ello. Cuando no pueden pagar, al menos piden permiso y colocan el crédito del fotógrafo.

Nada de eso sucede en Bolivia: cualquiera se apropia de las fotos de uno y las usa alegremente sin siquiera pedir permiso y menos aún poner el crédito respectivo. En otro país, uno podría hacer un juicio y ser resarcido económicamente por el abuso. Aquí no vale la pena siquiera intentarlo.

Luis Espinal ©Alfonso Gumucio

Mis retratos de Luis Espinal, Jaime Sáenz, René Zavaleta, Marcelo Quiroga Santa Cruz, Augusto Céspedes, Oscar Cerruto, Jesús Lara, Adolfo Costa du Rels, Ricardo Pérez Alcalá, Juan Lechín, Liber Forti, Pedro Shimose, Juan José Torres, José María Velasco Maidana, Walter Solon Romero y tantos otros, son usados, recortados y maltratados sin permiso, a pesar de que se han exhibido públicamente, por lo que no debería quedar duda sobre la autoría.

Me he cansado de pedir a los diarios que borren de sus archivos mis fotos, ya que no se dignan solicitar la autorización respectiva para publicarlas. Como siguen usándolas con la excusa de que “están en internet”, he decidido publicar aquí las más emblemáticas, por lo menos para que se sepa quien es el autor y se tenga más cuidado para poner el crédito respectivo.

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Todos los hombres tienen iguales derechos a la libertad,
a su prosperidad y a la protección de las leyes.
—Voltaire 

08 diciembre 2021

Matar al puma

(Publicado en Página Siete el sábado 4 de septiembre de 2021) 

El Transmilenio de Bogotá

En plena pandemia y cuarentena estricta en Bogotá, la entonces flamante alcaldesa de esa ciudad, Claudia López, decidió que el sistema municipal de transporte (Transmilenio) debía seguir prestando servicios 24 horas al día con todas sus unidades para que trabajadores del sector salud y de otros servicios esenciales pudieran desplazarse de manera gratuita. Gran ejemplo de una alcaldía que supo priorizar a los ciudadanos por encima de los centavos. 

A más de cien días de asumir su cargo en la ciudad de La Paz, el nuevo alcalde procede con una lógica contraria. Ha descubierto que si retira la mitad de los PumaKatari de la circulación, ahorra el 50% de gasolina… Es decir, cuando termine de liquidar el servicio, ahorrará el 100%. 

El equivalente en un núcleo familiar, sería que el jefe de familia, al haberse quedado sin trabajo, decida disminuir a la mitad las raciones alimenticias de sus hijos o servirles un plato vacío, en lugar de buscar nuevos ingresos para mantener el bienestar de su familia. 

La mezquina aritmética de cortar gastos (más ahorro = peores servicios) pone al PumaKatari, uno de los bienes más preciados de los paceños, en riesgo de extinción. 

PumaKatari

Con la excusa de la falta de carburante y los costos de personal se pretende justificar la liquidación del PumaKatari privatizando el transporte municipal, entregándolo precisamente a quienes se opusieron a su existencia desde el inicio, a los transportistas que apedrearon los buses, a los que bloquearon nuevas rutas, a los aliados del MAS que recibían por debajo de la mesa dinero proveniente del peaje de la autopista y a los que fueron cómplices de la quema organizada y premeditada de 64 PumaKatari en los días del fraude electoral de 2019. 

El sector de transporte privado es el principal enemigo del PumaKatari. A esos vándalos pretende el alcalde entregar el servicio impecable y moderno que era el PumaKatari. Digo “era”, porque para preparar el terreno de su extinción retiró unidades de circulación, redujo la periodicidad, aumentó la ocupación al 70%, canceló así el distanciamiento físico esencial en tiempos de Covid, anuló los asientos para adultos mayores, suspendió el internet en los buses y también la aplicación móvil que mediante GPS permitía saber con exactitud dónde se encontraba cada unidad. Ahora hay una “nueva” aplicación tan complicada (a propósito), que pone en desventaja al PumaKatari. Nada tenía de malo la anterior, ¿para qué cambiarla? Si antes había que esperar entre 7 a 10 minutos en la parada, ahora son 20 a 25 minutos, con la incertidumbre de no saber si llegará o no.   

Caos de minibuses

La alianza tácita del alcalde con los transportistas privados es una puñalada por la espalda. Los minibuseros no acatan normas, no tienen paradas fijas, recogen pasajeros en medio de la calle, a veces en segunda fila, no ofrecen seguridad ni bioseguridad, no respetan los semáforos ni la velocidad, y provocan el mayor caos vehicular en la ciudad. El alcalde ya declaró que “modificará” las rutas del PumaKatari para dejar la plaza abierta al transporte privado (que en otras ciudades de América Latina ya desapareció, pero que en La Paz tendrá un nuevo aire de vida), en detrimento del transporte municipal y de los ciudadanos. 

Pareciera que la verdadera motivación del alcalde Iván Arias es no dejar en pie ni la sombra de su predecesor. La argucia de echar la culpa al anterior, es la que utiliza Arce Catacora con Añez para justificar su incapacidad en la gestión pública. La paradoja es que Arias fue ministro del gobierno constitucional de Añez, pero ahora poco se acuerda. 

"Trameaje”, una práctica que continua 

Los usuarios del PumaKatari nos sentimos traicionados porque pusimos el voto en el lugar equivocado, era mejor anularlo. No supimos ver que la alianza entre Arias y los transportistas del MAS existía durante la campaña y se confirmó con el nombramiento del encargado de movilidad ciudadana. 

El PumaKatari nos hace sentir un poco menos “tercer mundo”, menos atrasados y más cerca de las ciudades que se modernizan. Ciudades con normas que se respetan, donde la educación, la responsabilidad y la disciplina ciudadanas mejoran gracias a proyectos como el PumaKatari o las cebras. Vamos a perder eso por la miopía del alcalde y sus alianzas políticas. 

(Desde la publicación de este artículo hace tres meses, poco ha cambiado. La periodicidad del PumaKatari es lamentable (entre 30 y 40 minutos), la aplicación de GPS aparece y desaparece de manera fantasmal, la Policía Municipal no evita que vehículos particulares se estacionen en plena parada reservada al Pumakatari, y el proyecto de entregar la gestión a la mafia de transportistas se mantiene).

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Una ciudad es desarrollada cuando la gente deja su auto
para usar el transporte público.
(Frase que se atribuyen muchos)
 

30 noviembre 2021

Bolivia Siglo XXI: disección colectiva

(Publicado en Página Siete el domingo 19 de septiembre de 2021)

Si bien “Bolivia Siglo XXI” (2021) no es un título muy “sexy”, el subtítulo es algo más llamativo: “De la república al Estado plurinacional”. ¿Cómo cubrir un terreno tan vasto? Mediante la mezcla de seriedad académica y habilidad narrativa de 21 autores que abordan todos los aspectos de la vida nacional, bajo la batuta de Eduardo Quintanilla Ballivián, del Harvard Club de Bolivia.

Los tres grandes bloques que componen esta obra sólida y trascendente de 586 páginas, son un repaso urgente del contexto histórico, de la economía y la política, y de la cultura y la comunicación. Por supuesto que aún así no abarca todo, pero el libro basta para entender la Bolivia contemporánea, gracias a autores de mucha trayectoria y calidad profesional.

Hay textos más académicos y densos que otros, unos más entretenidos y creativos que otros, unos más provocadores que otros… pero el conjunto permite apreciar el conocimiento compartido. Los capítulos pueden leerse como Rayuela, en orden o en desorden, porque el orden de los factores no altera el producto (dirían los matemáticos).

Cada persona lee el mismo libro con ojos diferentes. Al recorrer las mismas páginas y las mismas palabras, cada lector tamiza y selecciona “lo que le conviene”, es decir, lo que resuena en su pensamiento, ya sea por afinidad o por oposición. De ahí que comentar esta suma de ensayos es también un ejercicio de creación: mi lectura desafía las interpretaciones de otros veinte autores sentados en círculo mirando la misma fogata bajo una noche estrellada.

Cuando se aborda un libro tan amplio en su contenido y tan vasto en su extensión no queda más recurso que dar cuenta de lo que motiva o incomoda en la temática y en el estilo de la escritura. Quienes digan que “faltan” textos tienen razón, pero no se puede escribir una obra del tamaño del país (como el mapa en el cuento “Del rigor en la ciencia”, de Borges), y los críticos deberían tratar de emprender esa titánica tarea, si pueden. He estado por lo menos tres veces a cargo de tareas similares, y no ha sido nada fácil.

Como dice José Antonio Quiroga en el prólogo, la obra genera reflexiones en paralelo a uno de los periodos más largos de nuestra historia: “…bajo el mando de una sola organización política y de un solo caudillo, coincidente con el ciclo de mayor y más prolongada bonanza económica derivada de los precios altos de sus materias primas. Pero esa permanencia en el poder, lejos de ser una expresión de estabilidad institucional, se convirtió ella misma en fuente de otra crisis política que comenzó a gestarse con el desconocimiento gubernamental de los resultados del referéndum del 21 de febrero de 2016 (21f) y culminó al finalizar el año 2019 con la inédita movilización ciudadana que obligó a Morales a renunciar y salir precipitadamente del país”.

Dibujo de Abecor, en Página Siete

Si bien casi todos los autores destacan por su convicción democrática, las miradas sobre ese periodo difieren. Cada quien describe la fiesta como le ha tocado bailarla, a algunos les tocó bailar con la más fea y otros se acomodaron entre bambalinas.

De ahí que algunos omitan convenientemente referirse al autoritarismo, en bien de la imagen de un país “en paz”, y otros tomen el toro por las astas y llamen las cosas por su nombre. Unos miran las cifras macro para describir la economía y la sociedad, y los más optan por indagar cómo vive la gente en la realidad. El denso capítulo de Enrique García que abre la primera parte y se ocupa fundamentalmente de la economía, evita emitir juicios y señalar responsabilidades, es un sesudo ejercicio de caminar por la orilla sin mojarse. 

El capítulo “Coronavirus: América Latina, el día después” de Gustavo Fernández, es un texto brillante de introspección, un fascinante ejercicio de síntesis, ágil y eficiente, que no ha perdido actualidad a pesar de que fue escrito al comenzar la pandemia. Es un ensayo desafiante porque el autor se ve obligado a especular ante lo desconocido, imaginando escenarios posibles como en una película de ciencia ficción. Su capacidad analítica haría quedar como párvulos a casi todos los “analistas” de la televisión. El autor no se somete al pragmatismo de la neutralidad, sino que toma posición inequívocamente. Fernández escribe como economista, sociólogo, politólogo, experto en relaciones internacionales y brujo improvisado.

El expresidente Carlos D. Mesa cierra el primer bloque con un recuento detallado de la batalla que se perdió en La Haya, y lo hace con la responsabilidad de quien fue parte de ese proceso, aún sin comulgar con el régimen del MAS. Mesa considera que la derrota fue inesperada porque había “fundadas esperanzas” de que el fallo fuera favorable a Bolivia. El valor de su testimonio personal es insustituible, se eleva por encima de la politiquería barata y de las kilométricas banderas azules que pretendían servir causas personales antes que nacionales. No es posible olvidar la patética foto de Morales y su cohorte levantando el puño en los estrados de La Haya, sonrientes y empachados -por adelantado- de un rédito político que no les tocó. Mesa no analiza los entretelones de ese triunfalismo teñido de cálculo oportunista. Su relato es técnico y sobrio (demasiado para mi gusto, porque la historia no es únicamente lo que aparenta ser).

En la sección sobre “Estado, economía y política” diez autores abordan con profundo conocimiento de causa una variedad de temas que definen la situación de Bolivia luego de la bonanza económica de 2005-2015.

Wanderley, Vera y Benavidez firman un capítulo que abre los ojos sobre la otra cara de la moneda del “éxito económico”, cuando analizan el extractivismo salvaje, la (in)justicia social y los daños al medio ambiente. La deforestación, la pérdida de la biodiversidad y de los recursos naturales “en contra ruta a los avances legales y normativos”, ponen en evidencia la enorme contradicción de un gobierno que de boca para afuera (o en el papel, que todo resiste) se proclama defensor acérrimo de la Pachamama, mientras el 21% del total de especies (aves, mamíferos y anfibios) está amenazado de extinción. Narcotráfico, minería salvaje, agroindustria y ganadería son factores coadyuvantes. El extractivismo parece no preocupar al gobierno del socialismo del Siglo XX, pero tampoco a la empresa privada ni a los ciudadanos, ni siquiera a la mayoría de indígenas que antes defendía su territorio 

Con 84% de su población económicamente activa en la informalidad, Bolivia encabeza la lista en la región, además de tener el menor índice de productividad por trabajador. Nuestro país es el que menos invierte en investigación y educación de calidad. Muchos otros datos contradicen el discurso triunfalista de gobiernos que no tienen control alguno sobre la economía subterránea del país. Ecuador y Bolivia retrocedieron más que el resto, a pesar de su discurso político. Hay que decirlo: este es un capítulo deprimente. La ilegalidad abierta o disfrazada atraviesa todas las actividades e involucra no solo a mafias internacionales sino a empresarios locales que se enriquecen a costa de hipotecar el futuro.

Cecilia Requena, analiza las perversas políticas de desarrollo que han provocado la crisis climática actual, un círculo vicioso alimentado por la deforestación y la pérdida de hábitats, la contaminación del agua, aire, suelos y alimentos, la pérdida de suelos y desertización, entre otras. Hasta el Banco Mundial se preocupa por la situación creada por el extractivismo salvaje y recomienda impulsar energías renovables, la eficiencia energética, la recuperación de tierras contaminadas, el tratamiento de aguas y la infraestructura para vehículos eléctricos. Este panorama apocalíptico parece no inmutar a la empresa privada ni a los gobiernos. “La trama de la vida” es para ellos un lujo del que habría que ocuparse después de exprimir al máximo a la naturaleza, hasta dejarla agotada, muerta.

Los capítulos de Juan Antonio Morales y de Carlos Miranda Pacheco profundizan el análisis sobre las políticas de Estado del gobierno del MAS, causantes de un descalabro anunciado. J.A. Morales recuerda oportunamente que el MAS no alteró el modelo neoliberal anclado en el Decreto 21060 de 1985. A pesar de la retórica agresiva “los hechos no fueron tan lejos como las palabras”. La supuesta nacionalización de hidrocarburos, tan publicitada, no nacionalizó activos como en 1938 y en 1969, sino que solamente aumentó la participación del Estado en los ingresos. La errática política frente a la empresa privada dio lugar a un “capitalismo de camarilla”, añade. Las empresas públicas deficitarias recibieron préstamos del Estado, pero no despegaron. El Banco Central, se convirtió en caja chica de esas empresas. El número de empleados públicos aumentó en 12 años de 237 mil a casi 403 mil. Un Estado más frondoso, pero menos eficiente.

Miranda hace apuntes breves pero contundentes poniendo en relieve las mentiras sobre la “nacionalización”, las supuestas reservas de gas, el fracaso de las nuevas perforaciones, la poca capacidad de almacenamiento, el rendimiento bajo de las refinerías obsoletas, el fiasco de la planta de urea, la disminución de exportación de gas, etc. Se trata de otro texto demoledor.

Fascinantes también las reflexiones de Carlos Hugo Molina sobre “Vivir en las ciudades”, algo cada vez más pertinente en la medida en que la población mundial abandona las áreas rurales para instalarse en áreas urbanas que no soportan la presión poblacional. El 75% de la población boliviana vive en las ciudades, un dato que desnuda el discurso del Estado “originario, indígena, campesino” del MAS. El año 2032 el 90% de la población boliviana será urbana. Carlos Hugo es uno de los que más ha reflexionado sobre la importancia de las ciudades intermedias para un desarrollo humano equilibrado. El gobierno del MAS “en su infinita inocencia” no tiene la menor idea del problema de la migración a las ciudades, no tiene planes ni proyecciones hacia el futuro. Las reflexiones sobre la participación popular son imprescindibles, ya que Carlos Hugo Molina fue uno de sus artífices. Aunque el MAS quiso echar barro sobre la Ley 1551 del 20 de abril de 1994, Molina demuestra que sin ella Evo Morales no habría podido concentrar tanto poder.

Es difícil abarcar todo lo que este libro ofrece a lectores que quieren ejercer su pensamiento crítico. Raúl Peñaranda aborda la libertad de expresión desde los convenios internacionales que, aunque firmados y ratificados por el gobierno del MAS, no han sido respetados. A pesar de que la Constitución Política del Estado (2009) constituye un avance con respecto al derecho a la comunicación y a la información, el hostigamiento del gobierno de Evo Morales a periodistas y medios contradice en los hechos lo que está en el papel. La falta de transparencia de las instituciones del Estado, la arbitrariedad en la asignación de publicidad, la difamación y calumnia a través de medios estatales, agravan la situación. 

Es una situación similar la de la violencia contra las mujeres, la trata y tráfico de personas, y la supuesta “paridad de género”. A pesar de una batería de leyes, disposiciones y normas, la situación ha empeorado. Elizabeth Salguero se ocupa de la despatriarcalización en su capítulo, pero se cuida de subrayar el machismo y la misoginia en el MAS. En la realidad, la paridad es decorativa, no existe educación sexual y reproductiva, el trabajo infantil está legalizado, y persiste la pobreza en hogares encabezados por mujeres.

SUMI (Foto: La Razón)

El capítulo de Guillermo Aponte Reyes Ortiz sobre los servicios de salud, demuestra con mucho detalle estadístico que no se avanzó durante el gobierno del MAS. El gasto en salud como porcentaje del PIB es parecido al de África, y desde el punto de vista de las políticas no se superó las bases creadas el año 2002 con el Seguro Universal Materno Infantil (SUMI) y con el Seguro de Salud para el Adulto Mayor. La Ley 1152 de 2019 con la que se creó el Servicio Universal de Salud (SUS) no aportó ni un peso más al sistema, fue una medida publicitaria, demagógica y electoralista. El gobierno de transición de Añez tuvo que enfrentar la pandemia sin recursos, con el Decreto 4272 de junio de 2020, que elevó al 10% el aporte del Presupuesto General del Estado.

La tercera y última parte del libro agrega capítulos sobre comunicación y cultura, empezando por el mío sobre comunicación y desarrollo, que no voy a comentar. Lupe Cajías escribe sobre prensa y poder develando las amenazas contra la libertad de expresión, la concentración de medios en manos del MAS y las presiones sobre los periodistas. En términos de transparencia gubernamental, el país retrocedió diez años.

El capítulo de Cecilia Barja sobre la confianza analiza factores difíciles de cuantificar porque están ligados a las percepciones. Su propuesta por el optimismo y la ética ciudadana quedan sin respuesta, como una utopía lejana. Por su parte, Pedro Susz hace un recuento apretado y muy eficiente de la cronología del cine en Bolivia desde sus inicios hasta la proliferación actual, no siempre acompañada de calidad conceptual y técnica.

Con su estilo característico Oscar García aborda, en “Territorios sonoros”, la música desde sus orígenes en Bolivia y lo hace rompiendo mitos como el del “lenguaje universal”, para dar cabida a todo tipo de sonidos cuyos códigos no se pueden compartir porque no hay para ellos lecturas fáciles. Su intento de revisión exhaustiva deja a un lado algunos nombres importantes.

Ana Rebeca Prada aborda en “Hurgar el olvido” el rescate de autores y obras literarias que quedaron en la penumbra del tiempo, un esfuerzo colectivo que parece demostrar que en Bolivia se escribía mejor hace cien años. El rescate y reedición de obras del siglo XIX y principios del siglo XX marca la “era de los rescatiris” como un acto de justicia académico. “Tal vez el pasado, efectivamente, nos dice más”. En su contextualización, no rehúye posicionarse críticamente con relación tanto al “desierto neoliberal” como a la “mentira populista” del MAS. 

Carlos Villagómez y Roberto Valcárcel defienden respectivamente la “estética chola” sui generis y posmoderna de la arquitectura de los cholets (“arquitectura de rasgos confusos y delirantes”, “obra de comerciantes y contrabandistas”), y el arte contemporáneo en contra de la masificación de la cultura, con el argumento de que los críticos de ambos no están preparados para entender esas expresiones revolucionarias y novedosas, aunque en la realidad como fenómenos artísticos no son tan innovadores. El primero sucumbe a la fascinación populista y el segundo reniega de todo el arte anterior que “contamina” a los observadores, como si la historia no ofreciera múltiples ejemplos de revoluciones artísticas cada cierto tiempo, todas “contemporáneas” en su momento. También en periodos anteriores se culpó al observador “deformado” por el pasado o por su educación, y por no tener “subjetividad propia”. Cien años después de “La fuente” de Duchamp, los argumentos parecen repetidos y gastados. Warhol o Basquiat, incluso Banksy (a su pesar), son construcciones comerciales del arte, más que los surrealistas o dadaístas que en su momento lograban de verdad “épater la burgeoisie”.

Este es un país que no lee, eso ya lo sabíamos. Lo más grave es que tampoco leen sus autoridades. Este libro, un espejo frío que nos confronta a nuestra indiferencia, es una suma de conocimiento que haría mucho bien a cualquier tomador de decisiones que genuinamente sienta preocupación por el futuro de Bolivia en lo que resta del siglo.

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Qué extraños lectores son ustedes,
qué extraño país es éste.
—Orhan Pamuk 


27 noviembre 2021

Recuerdo de Mario Velarde Dorado

 (Publicado en Página Siete el domingo 12 de septiembre de 2021)

Cómo se puede explicar que una persona con trayectoria política, varias veces ministro de Estado y diplomático, autor de obras de narrativa, transite a través del espejo que lleva de esta vida a la otra sin que nadie se percate en su propio país, al que sirvió durante varias décadas.

Cuando me avisaron que había fallecido, busqué la noticia en internet, y no encontré nada, absolutamente nada. Lo único que hallé en las redes fue un tuit de Carlos D. Mesa: “Lamento la muerte de Mario Velarde Dorado, político y diplomático comprometido con el país, ministro de RREE del presidente Siles en el tiempo de la conquista de la democracia. Mi solidaridad con su familia”.  Por lo demás, silencio.

Berlin 1976

Recuerdo que Mario y yo nos vimos en el exilio en 1976. Lo fui a visitar a Berlín, donde él y otros amigos bolivianos, como Oscar Zambrano y Ronald Grebe, radicaban. De ese Berlín anterior a la caída del muro conservo muy pocos recuerdos, entre ellos unas imágenes de Ronny en su casa, de Oscar en la calle, y un par de fotos mías en “check-point Charly”, el paso fronterizo controlado por Estados Unidos para pasar el muro entre Alemania Oriental y Alemania Occidental. Esa fue la única vez que vi a Mario fuera de Bolivia, y él se acordaba más que yo de aquel encuentro.

Mario Velarde Dorado (Foto: Alfonso Gumucio)


Muchos años más tarde lo volví a ver en Santa Cruz, donde residía. Lo entrevisté sobre mi padre, de quien tenía un alto concepto pues gracias a él había iniciado su carrera en el Estado: “En 1961, por recomendación del doctor Paz en su segundo período, don Alfonso me nombró director de la Oficina de Propiedad Industrial del Ministerio de Economía. El doctor Paz, muchos años después, cuando lo visité en San Luis en noviembre del 92, me dijo que lo había hecho movido por un asunto de su propia juventud, cuando se desempeñó como abogado y tramitador para el registro de marcas y patentes. (…) Cuando el ministro recibió mi informe, lo aprobó de inmediato y con una firmeza digna de los grandes administradores. Así, se multiplicaron los ingresos en favor del Tesoro General de la Nación, en medio de amenazas de demandas de inconstitucionalidad. El presidente apoyó al ministro y las cosas cambiaron hasta tal punto que la embajada norteamericana me entregó pasajes de ida y vuelta a Washington donde representé al país en un Congreso Internacional de Propiedad Industrial. Don Alfonso ordenó los viáticos y de este modo pude conocer la capital del imperio.”

Siles Zuazo y Paz Estenssoro

Ese fue el inicio de la carrera de Mario Velarde en el servicio público: “A mi retorno, gracias a don Alfonso, la Oficina cobró importancia y hasta notoriedad, a tal extremo que don Alfonso hizo aprobar un Decreto Supremo nombrando la Comisión de Revisión del Derecho Industrial e Intelectual (colegios de abogados, universidades, etc.) que tuve el honor de presidir. En enero del 62, el ministro Fellmann me invitó para desempeñar el puesto de Director General de Organismos Internacionales de la Cancillería, donde inicié la carrera a tanta velocidad, particularmente por mi especialidad en materia de relaciones con Chile (ya era catedrático de Derecho Internacional), que ya a fin de año, antes de cumplir 30 años de edad, fui embajador representante permanente en la ONU”.

Mario era una persona buena, generosa y honesta. Intervino en política sin pretender nada más que servir a Bolivia. Fue próximo a Paz Estenssoro y a Siles Zuazo, en cuyos gobiernos ocupó varios cargos dentro y fuera de Bolivia.

Fue también catedrático en la Universidad Católica de La Paz, en la Universidad Mayor de San Andrés  (UMSA) y en la Escuela de Altos Estudios Nacionales Eduardo Avaroa, así como director general de Organismos Internacionales en el Ministerio de Relaciones Exteriores, entre 1961 y 1962, embajador delegado de Bolivia en la Comisión Económica y Financiera de la ONU de 1963 a 1964, embajador Representante Permanente Alterno de Bolivia ante la ONU y en 1964 embajador de Bolivia ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Su carrera en el servicio público se prolongó todavía veinte años más. Durante el gobierno del general Juan José Torres fue ministro Secretario General de la Presidencia (1970-1971) y ministro interino de Relaciones Exteriores y de Educación en el mismo año. Ese periodo terminó con el golpe militar de Banzer. De 1982 a 1983, al retornar la democracia a Bolivia con el presidente Hernán Siles Zuazo, fue canciller de la república. Fue electo diputado nacional (1983-1986), y presidió las comisiones de Defensa y Policía Judicial. Finalmente, de 1987 a 1989, fue embajador de Bolivia en Moscú. 

Una faceta menos conocida de Mario Velarde Dorado es su actividad literaria. Según recuerda Giancarla de Quiroga, Mario ya había publicado el cuento “Sin sueños fue la vida de Amadeo” en 1958, muy probablemente en la revista Cordillera. Pero su obra más ambiciosa fue la novela de 477 páginas, “Benigno Arosa, de madre chola” (2017), una edición al cuidado de su sobrino Jaime Taborga, publicada por la Editorial 3600.  

Mantuve correspondencia esporádica con Mario a lo largo de varios años. En uno de sus mensajes, que guardo con especial aprecio, se refiere de esta manera a mi padre: “El visionario Alfonso Gumucio Reyes, incorruptible y decoroso, que quedó a cargo de la planificación del Oriente en general y de Santa Cruz en particular, diseñó́ el proyecto de la región integrada de cien kilómetros de largo por veinte de ancho, desde la ciudad de Santa Cruz de la Sierra hasta más allá́ de Montero y Portachuelo. Se instaló el Ingenio Guabirá́, se mecanizó mediante subsidios la agricultura, se trajeron “colonizadores” collas para sembrar caña de azúcar y todo cambió en Santa Cruz. Se terminó de construir la carretera asfaltada de Cochabamba a Santa Cruz y se trazó y construyó la firme y sólida carretera al norte. Las autoridades edilicias de esta ciudad, malagradecidas, no han rendido ningún homenaje real a este paradigma de patriota. Hasta hoy no existe, por ejemplo, ninguna buena calle, plaza o avenida que lleve el nombre de don Alfonso. Inconcebible, como también resulta increíble que Alfonso Gumucio Reyes muriera en la pobreza, zurcido el cuello de la camisa, después de haberse desempeñado como presidente y gerente general de la Corporación Boliviana de Fomento, titular por muchos años del ministerio de Economía Nacional y por último embajador en España para que descansara y terminase de actualizarse pues, según Paz Estenssoro, Gumucio en 1964 sería su sucesor en la presidencia. Como si se tratase de algún médico, sólo en Montero hay un hospital que lleva su nombre”. 

Muchos lo habrán olvidado pero los amigos tendremos presente a Mario. Falleció en Santa Cruz, la noche del sábado 28 de agosto. Unas pocas líneas para que quede algo en la memoria de los bolivianos, tan dados al olvido.

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La historia nunca dice adiós.
Lo que dice siempre es un hasta luego.
—Eduardo Galeano


24 noviembre 2021

Papelito habla

(Publicado en Página Siete el domingo 7 de febrero 2021)

Para quienes escribimos, el papel impreso tiene una importancia que los más jóvenes distan de apreciar. Lo que está en internet (en una “nube” en San Francisco o Hyderabad) se lo lleva el viento y con el tiempo muere porque cambian los URL (enlaces) o las plataformas desaparecen en la feroz competencia por el espacio cibernético. Nos pasó hace años a los que teníamos, por ejemplo, una página web en Geocities que los dueños de Yahoo decidieron aniquilar, dejándonos en el aire a millones de usuarios.

Un correo electrónico se pierde en la selva de ceros y unos y hace extrañar las cartas escritas a mano o en máquina de escribir. Un chat de amor electrónico es más frío que un cubo de hielo, aunque llegue acompañado de un corazoncito prediseñado que millones más utilizan. Si alguien conserva una nota de amor escrita y dibujada con la mano, conoce la diferencia. Los demás no lo pueden entender, peor para ellos.

Cada vez valoro más los libros y los recortes de periódicos que guardé durante décadas, no desaparecen como tantas páginas web en las que deposité mis escritos y mi confianza. Internet es útil para muchas cosas y encandila sobre todo a los que nacieron con computadoras y teléfonos más inteligentes que ellos, pero solo el papel tiene memoria de largo plazo.

No se sabe cuánto pervive la memoria digital. Hemos pasado del floppy disk, al minidisk 3.5, a los discos CD, DVD, BluRay, HDD (Hard Drive), USB y SSD (Solid State), y eso seguirá mutando aceleradamente. Perderemos todo lo anterior a menos que repetidamente copiemos nuestros documentos escritos y audiovisuales en los nuevos soportes que la industria impone. No en vano el Archivo Nacional de Gran Bretaña decidió imprimir los documentos más importantes de su colección en papiro, porque ese antiguo soporte vegetal ha podido resistir más de 2 mil años, mientras que ningún soporte digital dura más de 20 años.

La memoria de internet es como la memoria de la televisión y de la radio: lo que hoy vemos y escuchamos se desvanece en pocas semanas debido a nuestra frágil capacidad de retención. Lo olvidamos por completo o deformamos el recuerdo, que queda como la borra púrpura arenosa en el fondo de una botella de mal vino. Para saber lo que pasó hace años, solo queda acudir a los diarios, que con el tiempo aumentan su valor testimonial porque los periodistas y editorialistas trasladan por la palabra escrita una vivencia que tiene un lugar y un tiempo concretos. Podrá parecer una provocación de ateo, pero un diario tiene más valor testimonial que el Nuevo Testamento de la Biblia, que empezó a escribirse 170 años después de ocurridos los (supuestos) hechos, es decir: una novela sin base histórica fiable.

Estas reflexiones me vienen cada vez que entre mis archivos encuentro algún recorte o periódico guardado durante décadas o años, o incluso unos pocos meses. Si no los tuviera, no podría buscarlos en internet. Una de las grandes mentiras es que en la red “está todo”. Diarios como La Razón solo suben una parte de las noticias de su edición impresa, lo demás se pierde. Los diarios más influyentes del mundo no permiten acceso a sus archivos completos si uno no paga. La digitalización de sus ediciones diarias data de apenas 20 años, solo queda ir a una biblioteca, lo cual en Bolivia es doloroso, pues las colecciones no están completas o han sido brutalmente cortadas con Gillette por más de un imbécil. O una imbécil, para usar el lenguaje políticamente correcto.

Para una persona interesada en la política (ya no digamos la historia), la revisión de un periódico impreso le permitirá recuperar la memoria de dichos y hechos de personajes que con el tiempo sufrieron un proceso de metamorfosis, pretendiendo borrar con el codo lo que habían dicho o hecho apenas unos años antes.

Página Siete del 26 de agosto de 2019 

En estos días revisé ejemplares en papel de diarios conservados en meses anteriores a la pandemia: son una mina de oro cuando se los lee con este tiempo de distancia. Por ejemplo, el ejemplar del 26 de agosto 2019 de Página Siete, incluso anterior al fraude electoral del MAS, excepcionalmente tiene dos tapas (anterior y posterior) porque se ocupa de dos temas nacionales importantes: la inauguración de la ruta del PumaKatari de San Pedro a Achumani, (donde los vecinos tuvieron que defenderse y defender al medio de transporte público de las agresiones salvajes de los choferes), y los incendios forestales en la Chiquitanía, autorizados y avivados por el Decreto 3973 de Evo Morales.

Seis páginas (incluida la portada) se ocupan del primer tema: “Vecinos abren paso al Puma ante choferes vandálicos” y “Choferes ebrios, con piedras y gases muestran su peor cara”, entre otras notas, además de un dibujo de Abecor que pinta a los choferes de cuerpo entero, en minibuses destartalados, sucios y sin medidas de seguridad, a pesar de que, como se descubrió más tarde, los choferes recibían del gobierno por debajo de la mesa un porcentaje jugoso de los peajes. ¿También nos hemos olvidado de eso?

La contraportada hace alusión a una tragedia y lleva el titular: “Evo no solicita ayuda internacional y desoye clamor de afectados”. El diario de esa día le dedica al tema nada menos que 15 notas y 4 columnas de opinión: “Francisco expresa su preocupación por los incendios”, “Hay 1.817 familias afectadas por el incendio, según el gobierno”, “Suma rechazo a DS 3973 que autoriza quemas controladas”, “Marchas piden ayuda internacional”, y las opiniones “Supertanker busca apagar el miedo presidencial” de Javier Diez de Medina Valle, “Demostrado: son falsos pachamamistas” de Alejandro Núñez, “EvBolsonaro: depredadores y pirómanos” de Iván Arias, y “El MAS hace historia con el incendio” de Rafael Sagárnaga. 

Hay mucho más en esa edición. La doble página central está dedicada a “Bolivia: en 2018 se registraron 65 ataques a la prensa, el Estado es el principal agresor”, con profusión de datos concretos sobre las violaciones de la libertad de expresión en varios países latinoamericanos, según un informe sobre el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda para 2030 de las Naciones Unidas.

Otra nota ese mismo día informa sobre el fallecimiento de Genaro Flores, fundador y líder histórico de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia y la elección del Mallku como ejecutivo de la CSUTCB anti-oficialista y crítica al gobierno del MAS. Desde todo punto de vista, es una edición que no se lleva el viento fácilmente, pero ¿cuántos se acuerdan de ella si les preguntamos? Probablemente ni los propios periodistas y editores de Página Siete.

Y podríamos tomar al azar cualquier otro diario independiente para, de pronto, recuperar la memoria sobre un día o una semana de la vida política y social de nuestro país.

Mi consejo: guarden diarios o recortes de noticias que llaman la atención, como el anuncio triunfalista del gobierno (14 de enero) de que en abril de 2021 habría vacunas para todos los bolivianos. Falta menos de tres meses, veremos cómo cambia la historia en tan breve plazo.

(Después de publicado ese artículo, pasó abril, mayo, junio, julio, agosto, septiembre, octubre y… estamos a la cola en América del Sur con apenas 34% de vacunación completa).

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La ciencia y la tecnología revolucionan nuestras vidas,
pero la memoria, la tradición y el mito cercan nuestra respuesta.
—Arthur Schlesinger