05 octubre 2014

Jacobo

Hablé con Jacobo Libermann el domingo pasado, para felicitarlo por su cumpleaños. Lo sentí animado como siempre, con esa voz que vibraba de juventud. Y como siempre que hablábamos, rayaba rápidamente la cancha de la conversación recordándome cuán amigo había sido de mi padre y la satisfacción que sentía de que yo hubiese heredado la amistad y el cariño que se profesaban.

Jacobo Libermann, Victor Paz Estenssoro, y Alfonso Gumucio Reyes en Tipuani
Esta vez volvió a evocar una anécdota que en conversaciones anteriores simbolizaba esa amistad especial que tuvo con mi padre, más allá de la militancia política en el MNR, más allá del poder y el exilio, más allá de los ajos y carajos con que Jacobo se expresaba siempre sobre política, pícaro en la lengua y en la mirada.

Recordó la finca San Antonio, en Rosario del Tala, en Entre Ríos, que Jacobo administró cuando estuvo exiliado en Argentina a mediados de la década de 1960, hasta la muerte de Barrientos. Mi padre se recuperaba apenas en Buenos Aires de una operación de la que, en realidad, nunca se repuso totalmente, y Jacobo lo visitó varias veces primero en el hospital y luego en la pensión de Marilú Valdivia de Escobari, donde estaba alojado. En esas visitas solía encontrarlo deprimido, hasta que lo invitó a Rosario del Tala y lo acompañó en el viaje en tren hasta Zárate Brazo Largo y de ahí en ferry hasta Ibicuy sobre el Rio Paraná.

Bertha, esposa de Jacobo, y los cuatro hijos (Máximo, Kitula, Juan y Gilka) los recibieron en el aljibe de la casa con una bandera boliviana atada a una caña larga. Era como estar un poquito en Bolivia, donde por las sinrazones de la dictadura militar no podían estar. “Le dimos una inyección de nueva fuerza a la vida, porque estaba delicado. Ahí estaba él en ese crepúsculo, y la bandera y las vacas mugiendo… y nosotros cantando el himno nacional”.  Esa anécdota y otras las repetía Jacobo con fruición.  

En Rosario del Tala, en Buenos Aires o en el dormitorio de la casa de Obrajes en La Paz, las conversaciones entre Jacobo y mi padre duraban cinco o seis horas, nunca les faltó materia para dialogar y discutir a veces acaloradamente. La política era, por supuesto, uno de los temas que regresaba en las conversaciones. A veces se puteaban, con inmenso cariño.

Con Jacobo, en su casa (2004)
Jacobo era un gran conversador, se expresaba con una energía que podía a veces intimidar a sus interlocutores, porque su manera de afirmar era siempre contundente. Además, se expresaba en un castellano perfecto, con una dicción envidiable, regodeándose en particular con los adjetivos cortantes (las “malas palabras”, que no son necesariamente malas). Los once años de diferencia entre Jacobo y mi padre se borraban a medida que ambos envejecían, sólo que Jacobo tuvo más tiempo para envejecer, tener nietos y bisnietos, y ver cómo el país se convertía en otro país, mientras que mi padre murió a los 67 años, con Jacobo a su lado, pendiente de su último suspiro.

De las veces que visité a Jacobo para conversar, en por lo menos dos ocasiones lo entrevisté largamente, la última de ellas en video, en abril de 2001. La anterior, solo con sonido, fue el 22 de octubre de 1999. En su estudio, rodeado de libros, apoyaba cada uno de sus recuerdos y argumentos exhibiendo algún documento, artículo o fotografía. No había límite de tiempo en esas conversaciones en las que, faltaba más, quien monopolizaba la palabra era él.

Jacobo y mi padre en el puente de Lipari recién construido (1975)
Habría mucho que escribir sobre la personalidad y la obra de Jacobo Libermann. Espero que los especialistas en historia, arqueología, antropología y literatura le dediquen algo de su tiempo a rescatar su obra dispersa y devolverle algo de lo mucho que dio a Bolivia. 

Si tan solo nos pusiéramos a revisar los números de la Revista de Arte y Letras Khana que él fundó cuando era Oficial Mayor de Cultura de la Alcaldía de La Paz, tendríamos una medida de su enorme aporte a la cultura y a la identidad nacional. Sin sesgo político y sin favorecer capillas ni feudos culturales, cada tres meses Khana abrió sus puertas a los investigadores más serios de este país, y allí se publicaron textos de Teresa Gisbert, de José de Mesa, de Carlos Ponce Sanginés, de Julia Elena Fortún, entre otros. No está por demás añadir que la calidad de la revista decayó rápidamente cuando Libermann dejó la dirección.

Desde la Alcaldía de La Paz impulsó a mediados de los años 1950 el primer Festival Anual de Música y Danzas Nativas, creó la biblioteca paceña y también el Salón Anual Pedro Domingo Murillo, un espacio privilegiado para los artistas plásticos. Y mientras tanto escribía poesía, poco conocida todavía.

Hombre cercano a Paz Estenssoro, no tuvo tan buena “química” con Siles Zuazo quien al llegar a la presidencia en 1956 lo cesó sin mayor trámite, nombrando en su lugar en el cargo de Director Nacional de Informaciones, a José Fellman Velarde. Sin ingresos para mantener a la familia, abrió una pequeña librería en la Imprenta Artística, en la calle Ayacucho que pertenecía a Jaime Otero Calderón, amigo y partidario político. La pequeña librería se llamaba Humaniora, como se leía en un gran letrero decorado por Luis Luksic. No les fue bien: “Fue un maldito negocio, más nos robaban los libros que lo que vendíamos”, recordaba Jacobo.

Luego de exilios y peregrinajes durante el régimen de Barrientos, regresó a Bolivia y fue director del vespertino Última Hora y también columnista de varios diarios en los que colaboró hasta años recientes.  Sin embargo la memoria de ese océano virtual que es internet es tramposa, porque depende mucho de cómo se etiqueta la información. Por ello no es fácil encontrar el rastro de los varios centenares de artículos que publicó Jacobo. Yo conservo algunos que me interesaron especialmente, como aquel que escribió a fines de 2013 sobre los chipayas que migran a Chile en busca de mejores oportunidades.

El primer párrafo da una idea del vigor de su lenguaje de cronista: “A nadie le importa si están aquí, allí, en cualquier lugar o desaparecen. Los miran sin ver y son transparentes como el vidrio. Parecen estar y no están. Su tiempo pertenece a un ayer sin fecha. En la estructura social, desde las oscuras edades del pasado, existe una escala de servidumbres de los indios chipayas que fueron subalternos de los aymaras y éstos, a su vez bajo el dominio de los incas, hasta llegar al sistema colonial hispanoamericano y sus jilakatas mestizos provistos de chicote. Habría que estudiar el papel de los cholos en el mundo de la explotación india. ¡Ahora lucen sombreros negros de ala ancha!”.

Su interés por la figura fundacional de Bolívar lo llevó a dedicar varios años de investigación entre los documentos y cartas del Libertador y a convertirse en uno de los mayores especialistas de América Latina. Su obra Tiempo de Bolívar: 1783-1830, publicada en 1989 en dos tomos, tiene más de mil páginas que son la mejor prueba de esa dedicación. Paradójicamente, esa obra magnífica no se publicó en Bolivia.  La primera edición se hizo en Colombia y la segunda, dos años más tarde, en Venezuela, auspiciada por la presidencia de la república. Su incorporación a la Academia Boliviana de la Historia el 17 de febrero de 1993, no fue sino un reconocimiento de su enorme capacidad y erudición. Ocupó desde entonces la silla “Z” con la que empieza su segundo apellido, Zelonka. Como resultado subsecuente de esa misma investigación publicó, también en Caracas, Sucre, desde el ápice a la adversidad (1995).

En la última conversación que sostuvimos por teléfono el día de su cumpleaños, el domingo 28 de septiembre, me dijo que ya no quedaba nadie de su generación para charlar, y que veía cercana la posibilidad de seguir conversando con mi padre más allá de la vida. Quizás por eso cuando el corazón volvió a traicionarlo hace unos días y los médicos recomendaron que fuera internado en una clínica, él, con la plena lucidez que lo acompañó hasta el último minuto, dijo que prefería quedarse en la casa. Y el viernes al mediodía, casi entre sueños, decidió que ya era tiempo de irse.
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Es peligroso tener razón cuando el gobierno está equivocado.
—Voltaire


30 septiembre 2014

Oro para el Moro

Francisco Sierra, de Ciespal, y Luis Ramiro Beltrán
A Doña Betshabé Salmón de Beltrán su esposo la llamaba cariñosamente “Morita”, de ahí que a su hijo, Luis Ramiro Beltrán, algunos amigos lo conocemos como Moro. Yo le digo respetuosamente Moro mayor, porque compartimos el apodo. En Bolivia, hasta prueba de lo contrario, somos los únicos moros, además de algunos caballos árabes.

Luis Ramiro tuvo el humor de recordar nuestro común parentesco morisco en sus palabras de agradecimiento al finalizar el homenaje que se le hizo en La Paz. Ambos nos hemos ocupado del campo de la comunicación más desde las políticas y estrategias, y desde el desarrollo y el cambio social, que desde los medios de información o desde la academia. De todo lo que tenemos en común hay algo que nos diferencia y es la enorme deuda que tengo con él.

La del martes 23 de septiembre fue una celebración múltiple dedicada a este hombre que tanto nos ha dado con su pensamiento, su obra crítica y creativa y su manera de ser generosa y sencilla. La iniciativa surgió de Francisco Sierra Caballero, el nuevo Director General del Centro Internacional de Estudios Superiores en Comunicación para América Latina (CIESPAL) que tuvo la feliz idea de otorgar a uno de los grandes comunicólogos de América Latina la Medalla de Oro como reconocimiento a sus aportes durante más de seis décadas. A ello se añadieron como cascada otros homenajes y distinciones.

Como Luis Ramiro no estaba en condiciones físicas de viajar a Quito para recibir los honores, la delegación de CIESPAL vino a La Paz, donde el Servicio de Radio y Televisión para el Desarrollo (SECRAD) de la Universidad Católica Boliviana y el Instituto de Investigación, Posgrado e Interacción Social en Comunicación (IPICOM) de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), se unieron para preparar el homenaje. José Luis Aguirre por el SECRAD y el equipo de investigación del IPICOM, hicieron lo necesario para que en el acto central que tuvo lugar en la Universidad Católica Boliviana san Pablo estuvieran lado a lado, entre Luis Ramiro y Francisco Sierra, los rectores de las dos universidades. Waldo Albarracín, el rector de la UMSA, recordó que conoció a Luis Ramiro a través de Ana María Campero, cuando ella cumplía las funciones de Defensora del Pueblo, cargo que Albarracín ocupó después. 

Esa, la parte oficial del acto. Pero aún mejor: la sala estaba llena de amigos de Luis Ramiro, los muy antiguos, entre los que me incluyo, y los de las nuevas generaciones., También los que lo quieren por su obra y por su dimensión de investigador y los que querían ver de cerca a esta icónica figura latinoamericana. Para celebrarlo llegaron especialmente delegaciones del interior de Bolivia y también de Perú. 

En el acto de homenaje no podían faltar las alusiones y elogios sinceros a Nohora Olaya de Beltrán, compañera de vida indispensable de Luis Ramiro, cuyo trabajo de recuperación y clasificación de la obra del Moro mayor ha sido fundamental. Cualquiera que conozca de cerca a ambos sabe lo que Nohorita significa para Luis Ramiro.

Además de la Medalla de Oro la comitiva de Ciespal se trajo bajo el brazo ejemplares de un nuevo libro con textos publicados en la revista Chasqui: Luis Ramiro Beltrán. Comunicación, política y desarrollo, que reúne tres artículos de Luis Ramiro, tres entrevistas realizadas por Patricia Anzola, Juan Braun y Jucara Brittes, y dos semblanzas, la de Erick Torrico y la que escribí para el número especial de Chasqui que se publicó en 2009. Ciespal anunció la creación de una cátedra itinerante sobre "comunicación y buen vivir" que llevará el nombre de Luis Ramiro Beltrán.

Por su lado la Universidad Católica aprovechó la oportunidad para otorgarle la Medalla San Pablo y la Asociación de Periodistas de La Paz decidió llamar a su auditorio con el nombre de Luis Ramiro Beltrán. Lo propio hizo la Carrera de Comunicación de la Universidad Técnica de Oruro (UTO) con su edificio de cinco pisos que está en proceso de construcción. Llovieron los mensajes en texto y en video enviados por comunicólogos de América Latina. Estos se sumaron a los videos, que no fueron mostrados en esta ocasión, realizados recientemente por otras instituciones como Uniminuto (Colombia). Desde Ecuador su amigo Pepe Luque, el dibujante boliviano radicado en Guayaquil, le hizo llegar un retrato. En suma, el homenaje fue una fiesta. Una fiesta un poco larga, pero así son las buenas fiestas. 

Luis Ramiro según Pepe Luque
Los aportes de Luis Ramiro a la comunicación tienen un carácter pionero. Fue uno de los actores principales en el proceso que condujo al Informe MacBride de la UNESCO y al Nuevo Orden Mundial de la Información y de la Comunicación (NOMIC) una propuesta que irritó a Estados Unidos por el control que ejercía sobre los flujos de información en el mundo. Recordemos que la ira de Estados Unidos llegó al extremo de abandonar la Unesco, arrastrando en su salida a Inglaterra y dejando a la organización con un magro presupuesto, a pesar de lo cual y contra los pronósticos de la potencia del norte, sobrevivió. 

Beltrán fue uno de los primeros que planteó la necesidad de que los países cuenten con políticas de comunicación acordes a sus necesidades de desarrollo. Esto lo hizo a mediados de la década de 1970 y sin embargo sigue siendo parte de la agenda pendiente en muchas regiones sometidas por la comunicación globalizada. Todavía nuestros países no entienden lo que es una política de comunicación que garantice su independencia, aunque en Bolivia, por ejemplo, somos expertos en comunicación política, que no es lo mismo.

Otra faceta fundamental de su trabajo está referida a la comunicación para el desarrollo, concepto que impulsó no solamente con su reflexión sino a través del apoyo concreto a programas y proyectos que buscan transformaciones sociales y una mayor participación de las comunidades en las decisiones que afectan sus vidas. Junto a otros especialistas en comunicación de esos años, apoyó el planteamiento de una comunicación horizontal, basada en los principios que Paulo Freire elaboró para la educación. Son muchos sus textos recogidos en libros y revistas especializadas, donde propone una visión crítica e innovadora de la comunicación, apartada del mero ejercicio instrumental del periodismo y de los medios. Aunque ejerció el periodismo desde muy joven, casi niño, su comprensión de la comunicación como proceso de interacción y de participación constituye el eje fundamental de su pensamiento. Por ello, reducir a Beltrán a un rol de "periodista" es un enorme error de percepción y de conocimiento. 

Gracias al apoyo que nos dio desde su puesto de Consejero Regional de Comunicación de la UNESCO, con sede en Quito, pudimos organizar en noviembre de 1988 el primer evento internacional sobre la experiencia más emblemática de comunicación participativa que hemos tenido en Bolivia. Convocamos a especialistas y trabajadores de las radios mineras al “Simposio realidad y futuro de las radioemisoras mineras de Bolivia”. Luis Ramiro ofreció un aporte que, aunque relativamente modesto en términos de dinero, nos permitió organizar el evento en Potosí y además publicar con Lupe Cajías el libro Las radios mineras de Bolivia (1989) el primero sobre el tema.

A lo largo de su trayectoria profesional en organizaciones internacionales Luis Ramiro no ha cesado de aportar con su pensamiento al campo de las ciencias de la comunicación. Incluso después de su carrera institucional ha seguido produciendo pensamiento. Su contribución más reciente es el libro La comunicación antes de Colón, resultado de una investigación que realizó junto a los bolivianos Karina Herrera-Miller, Erick Torrico y Esperanza Pinto.

En este libro, como en ningún otro anterior, Beltrán se introduce en la cultura visual para revelar los códigos de comunicación usados por culturas precolombinas. En la literatura sobre historia de la comunicación, esta es también una obra pionera y de referencia.

Hoy podemos decir que Luis Ramiro es finalmente profeta en su tierra (aunque en este caso lo sea porque no pudo desplazarse a Ecuador). En años recientes se han multiplicado los homenajes, se han publicado diversas ediciones de su obra o sobre su persona. No es para menos, tratándose de alguien que trasciende las fronteras de nuestro país con sus ideas pero también con su generosidad y ejemplo personal.  

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Para mí ser joven es por definición ser capaz de rebeldía, 
adicto al cambio, amante de la quimera, defensor de la justicia y retador de lo imposible…

—Luis Ramiro Beltrán

23 septiembre 2014

El carnaval de Beatriz Múnera

Tengo un cariño especial por el Carnaval de Barranquilla, quizás porque me dieron la oportunidad de bailar allí en febrero del 2004 en la comparsa “Disfrázate como quieras” liderada por Jaime Abello, director de la Fundación del Nuevo Periodismo Latinoamericano que presidía García Márquez. La comparsa, como se puede deducir por su nombre, permitía a cada quien escoger el disfraz de su preferencia.

Rafael Obregón, Jair Vega y el monocuco en Barranquilla
Ese año Jaime Abello encabezaba el desfile disfrazado de oso negro. En mi caso elegí uno de los personajes clásicos del carnaval y me disfracé de monocuco. Una comparsa de intelectuales y académicos no necesariamente complace al público, que nos gritaba “aprendan a bailar, cachacos”, pero nosotros nos divertimos bastante mientras duró nuestra travesía por las calles de Barranquilla.

Han pasado diez años y me queda un recuerdo tan grato, que cuando hace unos meses en Bogotá recibí de manos de Beatriz Múnera su libro de fotografías del Carnaval de Barranquilla, quedé agradecido y me prometí comentarlo como una manera de guardar memoria tanto del carnaval como del primer encuentro con Beatriz y el nacimiento de nuestra amistad.

La fotografía es una manera de mirar al mundo para decir dónde estamos parados y por qué nos importa esa mirada. No puede haber fotografía trascendente que sea producto de un instante de frivolidad porque para que una imagen permanezca no basta que sea técnicamente buena sino que además tiene que tener vida.

Este libro aborda diferentes aspectos del carnaval, a través de las 130 fotos de Beatriz pero también de los textos de Mariano Candela que hacen un recorrido histórico que se remonta a 1821 como probable origen de la celebración, aunque los primeros relatos testimoniales datan de 1829, cuando las agua del poderoso río Magdalena trajeron los primeros aires de música y baile para celebrar a Nuestra Señora de la Candelaria del Banco. Como las aguas del rio que mezclan sus limos y peces con los del mar, así es el carnaval, una mezcla sincrética que no cesa de evolucionar.

El carnaval es momento de revelación, espacio de creatividad y de desahogo. Como escribe Ernesto McCausland en el prólogo: “Si el resto del año llevamos una máscara virtual para mostrar quienes no somos, en el carnaval nos ajustamos una máscara de verdad para mostrar nuestra esencial”.

El Carnaval de Barranquilla fue declarado Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad por la Unesco, lo que eleva su categoría al nivel de otras fiestas y carnavales del mundo. Como todo carnaval es una vertiginosa fiesta de color, música y alegría, más aún en esa ciudad caribeña que de por sí es alegre y cálida.

Dicen que durante los tres días de carnestolendas dios mira hacia otro lado para no ver los excesos que se cometen durante la fiesta pagana, pero los ojos de Beatriz Múnera, en cambio, están bien abiertos para captar con la cámara todos aquellos detalles que trascienden lo descriptivo y nos permiten asomarnos al alma de quienes participan en la fiesta como parte de las diferentes comparsas y bailes: cumbiambas, danza de congos, danza del garabato, danza de negros, danza de paloteo, farotas, indios, aves y diablos.  

Además de esas danzas tradicionales, otras danzas “de relación” se han ido sumando a través de los años, representadas en las danzas del caimán, de los coyongos, del paloteo, de los goleros o gallinazos…

La cámara de Beatriz busca la mirada de quienes no por menos concentrados en su baile y en la fiesta, buscan también su mirada para establecer el diálogo, así sea asomando apenas detrás de las máscaras que portan. De lo más cercano, los ojos, al conjunto del carnaval que se mueve como oleaje de color.

Rostros, cuerpos, movimiento y color. Pero sobre todo cuerpos, porque Beatriz ha hecho del cuerpo un tema privilegiado de estudio. Sus ensayos publicados en revistas especializadas, sus ponencias en congresos y algunos capítulos en libros académicos, abundan sobre la relación entre la imagen artística y el cuerpo, y su tesis doctoral, realizada en la Universidad Complutense de Madrid, también se ocupa de un aspecto que tienen que ver con el tema: “La fotografía como herramienta para la creatividad y la inclusión en personas con diversidad funcional”.

Beatriz Múnera e Iñaki Chaves, en Bogotá
El trabajo académico de Beatriz Múnera continua en la Universidad Jorge Tadeo Lozano desde hace más de diez años, coordinando cursos y talleres que sin duda le quitan tiempo a su pasión por la fotografía pero permiten que nuevas generaciones se tomen en serio el oficio de revelar la realidad a través de la imagen. 

Como muchos otros carnavales del mundo, el de Barranquilla sufre también la invasión de los símbolos de la cultura hegemónica globalizada, en las comparsas aparecen personajes de las películas taquilleras de Hollywood, monstruos, vampiros y superhéroes que poco tienen que ver con la tradición local. Poco a poco, si se confirmara esta tendencia en América Latina, todos los carnavales acabarían pareciéndose y perderíamos las diferencias que enriquecen.

Por ello son importantes libros como estos, que en el texto rescata la historia de la tradición, y en las fotos congela un momento, un estilo, una forma que en el futuro permitirá decir “hemos conservado lo nuestro” o, en el peor de los casos “lo hemos perdido”.

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Una fotografía es un secreto sobre un secreto,
cuanto más te cuenta menos sabes.
—Diane Arbus


19 septiembre 2014

Red sin fronteras

A fines de agosto estuve invitado nuevamente a Bogotá para participar en la 8ª Semana Internacional de la Comunicación que organizó la Facultad de Ciencias de la Comunicación de UNIMINUTO, una de las universidades más progresistas de ese país. En el marco del evento se realizó además el Encuentro Internacional de Posgrados en Comunicación, Desarrollo y Cambio Social organizado por la Maestría en Comunicación, Desarrollo y Cambio Social de UNIMINUTO, que celebra 20 años de existencia.

El encuentro de maestrías reunió a veinte delegados de dieciocho posgrados de universidades latinoamericanas (Brasil, Argentina, Bolivia, Costa Rica, México y Colombia), norteamericanas (Estados Unidos y Canadá) y una asiática (Filipinas), la más antigua en estudios de esta naturaleza. En 2005 habíamos conformado precisamente en Filipinas la primera red de esta naturaleza, que funcionó mientras estuve en el Consorcio de Comunicación para el Cambio Social y luego se fue apagando hasta desaparecer. Todos esperamos que este segundo intento tenga más éxito.  

¿Por qué es importante esta red? Porque mientras en el mundo hay varios centenares de universidades con posgrados que ofrecen estudios de “comunicación social” cuyo contenido se reduce a la enseñanza del periodismo y de los medios de información, son apenas un puñado aquellas que trascienden una visión instrumental y mediática y que profundizan en los procesos de comunicación, desarrollo y cambio social que afectan a la sociedad más allá de los mensajes y de los medios.   

La reunión se inauguró con un homenaje a Luis Ramiro Beltrán, que no pudo asistir. Para difundir la importancia de su obra UNIMINUTO produjo un video documental con testimonios de colegas y amigos que han colaborado con él en diferentes etapas de su trayectoria. Comunicación para una vida mejor incluye material audiovisual producido en La Paz por el Servicio de Capacitación en Radio y Televisión para el Desarrollo (SECRAD) de la Universidad Católica Boliviana.

Como garantía de la especificidad de la red dejamos establecidas en Bogotá ciertas bases de intercambio y colaboración que deberían trascender la primera etapa declarativa. Acordamos hacer de la red un espacio que posibilite articular una plataforma con cuatro niveles de funciones.

Para empezar, un sistema de información y la consolidación de la nueva organización cuyo nombre, por votación, será Redecambio. La coordinadora de la red será Amparo Cadavid, Decana de la Facultad de Comunicación de UNIMINUTO, quien propició el encuentro de maestrías. El sistema de información contará en breve con una plataforma web y una lista de correos,  para vincular no solamente a las universidades que pudieron estar presentes en el encuentro, sino aquellas otras, en todo el mundo, que comparten los mismos objetivos.

Encuentro de maestrías en comunicación, desarrollo y cambio social


En segundo lugar se tomó en consideración la necesidad de articular investigaciones que permitan trascender el nivel de intercambio de información hacia una propuesta colaborativa con resultados académicos concretos. Aunque cada universidad tiene sus propios énfasis de investigación (medio ambiente, participación, ciudadanía, medios comunitarios, comunicación indígena, tecnologías, derecho a la información, etc), se establecerán temas transversales que permitan construir proyectos de investigación regionales, que involucren a dos o más universidades.

Se definió una tercera área de colaboración relacionada con publicaciones, ya sea para compartir aquellas ya existentes que producen las maestrías o preparar aquellas nuevas que podrían resultar de las investigaciones colaborativas.  Las revistas especializadas se abrirán a los autores de las universidades involucradas y en el horizonte cercano no se excluye la posibilidad de crear una publicación científica que difunda la actividad académica y las investigaciones de la red.

Ocho años más tarde, Dina Barragán y Karina Orozco
Finalmente, como cuarto espacio de colaboración se determinó la necesidad de realizar intercambios de estudiantes y de profesores a través de mecanismos de becas existentes en cada país, y de establecer una cátedra itinerante que permita mantener viva y activa la red a través de acciones concretas de movilidad académica.

El desafío es grande, porque este tipo de redes solamente sobreviven si se articulan en proyectos muy concretos de investigación colaborativa y de intercambio académico que trascienda el primer nivel de compartir información.

Le dedicamos dos días al encuentro de maestrías, y el resto de la semana al evento principal, la 8ª Semana Internacional de la Comunicación, entre cuyas numerosas actividades había que escoger pues se desarrollaban en paralelo en varios auditorios.

Entre las opciones elegí la presentación que hizo el Colectivo de Comunicación Pescado, Sombrero y Tambó. Me dio mucho gusto volver a encontrar, ahora como estudiantes de comunicación en UNIMINUTO a Dina Marcela Barragán y Karina Orozco, a las que filmé ocho años atrás para mi película Voces del Magdalena (2006) cuando eran niñas de 11 o 12 años en el grupo animado por la profesora Sofía Torrenegra en la pequeña población de Simiti.

María Fernando Peña en la presentación del libro
Una de las sesiones estuvo dedicada a la presentación de libros producidos por UNIMINUTO en meses recientes, entre ellos Pensar la comunicación desde la experiencia:  que Amparo Cadavid y yo editamos para dar a conocer las contribuciones académicas de los miembros del Grupo Temático Comunicación y Cambio Social en la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación (ALAIC).  Me tocó coordinar ese grupo desde su creación en 2006 durante el VIII Congreso de ALAIC que tuvo lugar en Sao Leopoldo (Brasil), hasta el XI Congreso que nos reunión en Montevideo el año 2012. A partir de allí, Amparo es la encargada de llevar adelante ese grupo temático durante cuatro congresos. La presentación de nuestro libro, el más reciente que he publicado, estuvo a cargo de María Fernanda Peña.

Con Rosa María Alfaro y Amparo Cadavid
En estos encuentros internacionales renovamos cada vez los lazos profesionales y de amistad con aquellos compañeros de ruta que desde sus países recorren caminos convergentes en el campo del estudio de las ciencias de la comunicación, de la comunicación estratégica aplicada al desarrollo y al cambio social, entre ellos Rosa María Alfaro (que ofreció la conferencia inaugural del evento), Sandra Massoni, Manuel Chaparro, Cicilia Peruzzo, Iñaki Chaves,  Jair Vega, Paco Sierra (que asumió recientemente la dirección general de Ciespal en Quito), y varios otros colegas, además de todo el equipo de UNIMINUTO, que cada vez que regreso a Bogotá encuentro más fortalecido.

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La poesía debe ser un poco seca para que arda bien,
y de este modo iluminarnos y calentarnos.
—Octavio Paz