28 abril 2011

Zumo de poesía


Conocí a Leticia Herrera a principios de octubre del 2008, cuando me invitó a participar en el XII Encuentro Internacional de Escritores, en Monterrey (México), dedicado esa vez al tema “Sexualidad y Literatura”.  Allí presenté algo de mi poesía y una ponencia sobre erotismo y literatura, titulada “El origen del mundo” (en homenaje al cuadro de Courbet), que se publicó después en la revista boliviana La Lagartija Emplumada (otoño 2009) y en la mexicana Replicante (febrero 2011) . 

Leticia Herrera con Fernando Arrabal
Leticia Herrera era entonces Directora de Literatura del Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León (CONARTE) y tenía bajo su responsabilidad desde hace varios años la organización del evento, convocando a narradores y poetas de primer orden. Me tocó compartir esas jornadas con colegas como el español (afincado en Francia) Fernando Arrabal, el poeta chileno Raúl Zurita, el brasileño Ledo Ivo, el argentino Rodolfo Alonso, y la mexicana Dolores Castro, entre otros.

Fue entonces que Leticia me obsequió un pequeño libro titulado Vivir es imposible (2000), donde encontré Soledad, que me cautivó. Tres versos tan sencillos como misteriosos: “ayer me fui a cortar el pelo / necesitaba que alguien me tocara / auxilio”. Esos versos de un poema tan breve como infinito fueron una llave para leerla. Así descubrí su poesía fresca y crujiente al oído como el pan recién salido del horno.

En 2010 me pidió escribir el prólogo de su “antología provisional” Sólo digan que fui y acepté con gusto la oportunidad de presentar esa revisión poética precoz. Toda antología es un balance, en este caso uno que se hace a medio camino, como para cerrar una etapa y mirar hacia delante.

El libro se acaba de publicar en México (febrero 2011), en la editorial La Tinta en el Espejo. En mi prólogo me adentro en las etapas de la poesía de Leticia Herrera, bien representadas a través de los poemas seleccionados de varios libros:  Pago por ver (1984), Canto del águila (1985), Poemas para llorar (1985-1990), Caracol de tierra (1996), Vivir es imposible (2000), Hace falta que llueva (2002), y Por nosotros también vendrán (2006).

Leer a Leticia Herrera constituye una mezcla de placer, curiosidad y de dolor compartido, porque en su poesía hay fibras que nos tocan a todos los que de alguna manera sentimos ese mismo vértigo de estar “a la altura de las circunstancias” (de la pasión y del amor) “sin el paracaídas de la razón”.

Desde Pago por ver (1984) la poesía de Leticia Herrera rezuma erotismo y sensualidad, que a mi juicio es uno de sus atributos principales. No puede uno pasar impunemente los ojos sobre versos como estos: “amo tus besos mojados / empapados chorreantes tus labios abiertos / tu piel que se rompe / bajo el filo de mis dedos”, escritos desde la experiencia ciertamente, una experiencia sublimada por el ejercicio poético.

En Canto del águila (1985), nos dice que “Un sexo que se abre / es como un alba sin estrenar” y otra vez, el libro está recorrido por el nervio del deseo y del dolor. Amar físicamente es una manera de estar vivo, aunque ello conlleve siempre el dolor de la pérdida, que en Poemas para llorar (1985-1990) se convierte en un prolongado duelo de ausencias, recuerdos y sustituciones.

La poesía es un refugio, un caparazón para protegerse de los desamores, como en Caracol de tierra (1996), donde “era tan frágil que al llorar / se deshidrataba”.  Leticia Herrera tiene esa capacidad de decir mucho con pocas palabras, no hay nada que sobre porque sus palabras son como llaves que abren otros sentidos, como pistas que uno puede seguir invirtiendo la propia memoria.

La sexualidad es un tema permanente en la poesía de Leticia Herrera. Aparece a veces como si fuera a su pesar, y otras veces explosivamente, como una reivindicación de mujer que no quiere callar, y que se propone decirlo todo con todas sus letras en un acto liberador. Así, no hay la menor perversidad en escribir un poema de un solo verso que dice: “cojo ergo sum”, porque el coger por el puro placer en los seres humanos es tan humanizante como escribir poesía, y de eso ya nos dijo cosas hermosas Octavio Paz.

Un delicado erotismo a veces, y a veces una descarnada sexualidad, afloran rompiendo el cascarón de los poemas. No son incompatibles “viñeta de tus manos / donde atisbo / huellas de mí / pecaminosa”, y “a la mayoría de las mujeres / nos da vergüenza decir / que nos gusta que nos la metan / aunque si nos guste que nos la metan”. La sexualidad aparece como en la vida cotidiana, en diálogo con otras cosas sencillas, agitando deliciosamente esas partículas de placer que libera el cuerpo, y que algunos reprimen y otros dispersan generosamente.

La vida está llena de búsquedas y la poesía es búsqueda permanente, por lo que estos poemas son testimonio de ese itinerario de mujer marcado por la curiosidad. El amor y el sexo no son rutas paralelas, son la misma ruta, por eso estos versos: “si no fuera por el falo / no querría a los hombres”, o “la melancolía es un perro azteca / mordiendo mi vagina”. Para el lector, es refrescante leer poemas de mujer que no están amordazados por la culpa y que son como una respuesta al machismo mexicano.

Leticia Herrera y Alfonso Gumucio, en Monterrey, octubre 2008
Si bien mis predilectos son los poemas eróticos, Leticia Herrera aborda otras manifestaciones de la cotidianeidad y lo hace con la misma entrega, naturalidad y desgarradora sinceridad. Por contrapeso al poema más corto de un solo verso (citado anteriormente), Leticia inicia los 50 poemas de “Vivir es imposible” con el más largo, “Desde el nido”, 380 versos que describen su memoria desde los 5 años hasta los 14 en que empieza a sufrir ese desgajamiento de la adolescencia que la hace pasar de niña a mujer, sin perder la inocencia necesaria para escribirlo muchos años más tarde.

No sería esta una antología completa si no incluyera también poemas inéditos, es decir, aquellos que los poetas conservan en la sombra a veces por pudor y a veces porque es necesario que descansen un tiempo. Los poemas inéditos de Leticia Herrera son una manera de decirle al lector “aquí estoy hoy, ahora”. Se mantienen los versos breves, ingeniosos, esa manera de jugar con las palabras para darles nuevos sentidos, y en términos vivenciales hay una mirada un tanto escéptica sobre la vida, sobre esa necesidad de adaptarse a las circunstancias para sobrevivir y sobrellevar el peso: “muda el alma de piel / y el cuerpo / de lo tenso a lo rugoso / de lo inocente a lo perverso”.


22 abril 2011

Testimonio de Paz

Tengo tres o cuatro amigos que a lo largo de sus vidas han mostrado una pasión admirable y una paciencia infinita en la labor de rescatar la memoria de nuestra historia contemporánea, para que los bolivianos aprendamos a recordar y para que personajes y hechos históricos dejen una impronta que la ventisca coyuntural no nos pueda quitar más.

Eduardo “Pachi” Ascarrunz es uno de ellos, y luego de muchos años de acumulación, publicó La palabra de Paz: un hombre, un siglo (Plural, 2008), un testimonio sobre su relación con Víctor Paz Estenssoro, de lejos el hombre de Estado más importante que ha habido en Bolivia en el último siglo.

Como el mismo “Pachi” afirma, el libro es “algo más cercano a la artesanía que a la literatura, como lo hacía mi abuela Rita: confeccionar una colcha con retazos sobrantes de otras confecciones; en este caso con trozos restantes de los retazos de memoria que, finalmente, componen el puzzle que es esta obra en su totalidad”.  La colcha de retazos se teje alrededor de un episodio histórico: las elecciones generales de 1985 en las que el Paz Estenssoro calificó para ser electo presidente de Bolivia por cuarta vez. Pachi llevó adelante una creativa e ingeniosa campaña electoral que aportó a la victoria del jefe histórico del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y al reposicionamiento de su imagen pública, deteriorada a raíz de su apoyo al golpe militar de Coronel Bánzer en 1971.

Suma de entrevistas, conversaciones, comentarios y observaciones, la obra rescata la dimensión humana de Víctor Paz Estenssoro, es un “atisbo del alma” de un hombre de por sí críptico y poco dado a abrir a los demás sus facetas íntimas. Su reticencia a las entrevistas era bien conocida, no sólo aquellas sobre política, más aún sobre su vida personal.

Victor Paz en la Revista "Zeta", 1979
Quizás por la especial relación de amistad que tuvo mi padre con Paz Estenssoro, pude conversar con él varias veces, la última poco tiempo antes de su muerte, en su casa en San Luis, Tarija, aunque ese episodio lo reservo para otro momento.

Años antes, cuando me recibió a mediados de la década de 1970 y le pregunté sobre la historia “secreta” del MNR, me dijo que todavía no podía hablar de ello porque creía que iba a tener aún participación en la política boliviana, como efectivamente la tuvo durante muchos años más.

En 1979 lo entrevisté para uno de tantos proyectos que llevó adelante Pachi Ascarrunz, la revista “Zeta”, en cuyos 6 o 7 números (no recuerdo bien) colaboré. Paz Estenssoro me recibió en su departamento del Edificio Isabelita, en la Av. Arce de La Paz, y me habló del precio político que había pagado debido a su alianza con Bánzer en 1971. Sin embargo, defendió la decisión que había tomado entonces porque permitió levantar el veto militar que pesaba sobre el Movimiento Nacionalista Revolucionario desde el golpe militar de Barrientos:

Victor Paz entrevistado por Alfonso Gumucio en "Zeta"
“Nosotros entramos en esa conspiración por dos razones. Una de valor general: el país estaba en una situación caótica que, al empeorar día a día, podía tener consecuencias insospechadas para la existencia misma de Bolivia. Otra, desde el punto de vista del MNR, porque se había establecido un veto miliar para su actuación política. (…) Como jefe de ese partido yo tenía un interés vital para que ese veto desapareciese”.

Pachi le dedica también dos páginas a la relación política y de amistad entre Alfonso Gumucio Reyes y Paz Estenssoro. De una conversación que tuvo con él en mayo de 1985,  rescata lo que Paz le dijo sobre mi padre (que reproduciré en otra ocasión).

Pachi parece decir en todo momento en su libro: “Yo estuve allí, yo vi, yo escuché...”, como para subrayar el relato de primera mano y su propia voz, la de un periodista que al mismo tiempo que elabora un testimonio sobre el gran personaje de la política boliviana contemporánea, ofrece también de su propia vida en cuanto toca a la relación con la persona -y no solamente con el personaje- de Víctor Paz Estenssoro.

El “ninguneo” que se practica con fruición en Bolivia hace que la crítica ignore muchos libros escritos y publicados con enorme esfuerzo. Yo mismo comenté este libro a destiempo (Nueva Crónica, septiembre 2010), dos años después de haber salido de imprenta, a pesar del valor que tiene como testimonio de nuestra historia contemporánea y como producto de la voluntad de un cronista que trabaja para la memoria, una inquietud que lo ha caracterizado siempre.


15 abril 2011

Memoria mal honrada


Semanas atrás, cuando se publicó en Nueva Crónica 76 mi reseña sobre el libro Vesty Pakos y la sonrisa del tigre que escribió su amigo y colega naturalista Carlos Farfán Capriles, recordé la personalidad extraordinaria de Silvestre Pakos Sofro y me propuse visitar, luego de muchos años, el zoológico que él mismo diseñó poco antes de su muerte accidental y prematura.

Pues bien: Vesty Pakos se estremecería en su tumba si supiera que el zoológico de La Paz que lleva su nombre sufre el más grande abandono. No se entiende bien qué diablos hacen las sesenta personas que están en la nómina de empleados –“son más empleados que animales”, comentó mi hermano Pedro- porque a ojo pelado está claro que el lugar, en el Parque de Mallasa, no recibe la menor atención desde hace mucho tiempo.

No dudo que la excusa para tanta desidia será la falta de presupuesto del gobierno municipal de La Paz.  Pero si fuera cierto, los sesenta empleados deberían estar de cuatro patas limpiando el lugar y cortando la maleza que invade tanto las jaulas como los jardines. Viene al caso una inteligente respuesta atribuida al Papa Juan XXIII cuando le preguntaron: “¿Santo Padre, cuanta gente trabaja en el Vaticano?”, y él respondió muy serio: “Menos de la mitad”.  En el caso del Zoológico Vesty Pakos, parece que los únicos que trabajan son los que cobran las entradas. Pero seguro que los sesenta reciben su salario completo a fin de mes.

Mi hermano Pedro, que era muy amigo de Vesty, publicó en Presencia (6 de junio1993) la más completa –aunque apretada- semblanza biográfica que conozco, donde entre otras cosas habla de su generosidad y extraordinario desprendimiento y un carisma que todos reconocían inmediatamente. 

No se me había ocurrido antes asociar el apodo de Vesty a su nombre de pila, Silvestre, que sus padres le pusieron como si hubieran estado dotados de poderes clarividentes; ya que silvestre es la palabra que designa la naturaleza que crece indómita y libre, sin permiso ni compromiso, y él fue así, un hombre libre en una naturaleza que lo acogía fraternalmente. Son rasgos que subraya mi hermano en su texto.

Lo mismo se enredaba Vesty en un acto de amor con una gigantesca boa, que acariciaba el pelaje de una tarántula sobre su hombro, o se fundía en abrazos con un león que se comportaba como un gatito necesitado de afecto. Desde niño mostró que no tenía temor de las víboras o las arañas. Lo que para muchos son alimañas que erizan la piel apenas las vemos cerca, para él eran amigos que acariciaba y dejaba que recorrieran tranquilamente su cuerpo.  Los insectos menores, se los comía: proteínas…

Con una serpiente coral entre los dientes y con la sonrisa abierta que siempre lo caracterizó, aparece en la tapa del libro de Capriles que rememora su amistad y recuerda las aventuras que corrieron juntos en las selvas del Beni y los viajes que hicieron desde La Paz hasta San Borja, por ese camino estrecho que baja desde las cumbres hasta el sub-trópico andino. Desde el primer viaje por esa peligrosa “ruta al misterio, camino hacia la gloria”, con que comienza el libro, planea sobre el lector el presagio del desenlace fatal, porque allí murió Vesty en un accidente a fines de 1993.

Vesty Pakos, foto de Fernando Arispe
Leí el relato de Carlos Capriles con la familiaridad que se siente cuando los hechos descritos se confunden con la experiencia personal. De adolescentes, Vesty yo habitábamos en el mismo barrio de Obrajes, nuestra casas estaban a tres cuadras de distancia. El barrio era todavía un espacio relativamente aislado del centro de la ciudad.  Bastaba seguir hacia arriba en la calle 5 el cauce de un riachuelo rodeado de jardines frutales (de donde nos sacaban a hondazos) para llegar a la planicie de Alto Obrajes, donde no había ni una sola construcción, era una pampa abierta para excursiones y descubrimientos antes de convertirse en el “barrio del magisterio” a fines de los años 1960 y hoy en una ciudadela  poblada unida a la ciudad de La Paz.

Vesty y yo éramos “haraganes”, el club del barrio de Obrajes cuyo lema jocoso era “Si el trabajo da salud, que trabajen los enfermos”. El 1º de mayo de 1962, Día Internacional de los trabajadores, Los Haraganes develaron en la plaza principal de Obrajes una placa con ese lema. Los carnavales que organizaban Los Haraganes duraban dos semanas y eran proverbiales, más entretenidos que los del Splendid o del Country, los clubs de los pitucos de los barrios de Sopocachi o Calacoto. Era una época de picardía pero no de malicia, formábamos una comunidad unida que se divertía sanamente.

Doña Hilde, la mamá de Vesty, atendía a una cuadra de la iglesia de Obrajes una pequeña tienda de abarrotes, con quesos, carnes frías, y algunas latas de conserva. Todos en el barrio la conocían y apreciaban. Nos recibía siempre con una sonrisa melancólica.  Sus ojos claros condensaban la memoria de su pasado en Serbia y de los caminos sin retorno que había transitado a lo largo de su vida. Luego de Yugoslavia y Austria (donde nació Vesty), llegó a Bolivia el primero de enero de 1950, con un hijo de cuatro años y un marido que falleció tres meses después en un accidente de trabajo.

Capriles le dedica varios capítulos a la Estación Biológica del Beni (EBB), cerca de San Borja, que él administró un tiempo por encargo de la Academia Nacional de Ciencias, donde Vesty estuvo innumerables veces, tantas que se conocía todos los caminos y todos los pobladores lo querían por su trato siempre afable y optimista. En esa misma época visité la EBB, con mis hijos que eran todavía muy pequeños, y pasé varios días allí mezclando el trabajo con el placer-temor de disfrutar-padecer la biodiversidad.

Para nosotros citadinos, como para Macedonio Fernández (citado por Cortázar en “El libro de Manuel”), “el campo es ese lugar horrible donde los pollos se pasean crudos”; pero para quienes trabajaban en la Estación Biológica del Beni, la foresta casi virgen era un paraíso de diversidad inagotable de fauna y flora.

Vesty diseñó el hábitat de los inquilinos del nuevo zoológico de La Paz, para que cada uno disfrutara de espacio suficiente y de un paisaje natural con las características del piso ecológico del que provenían.  Pero lo que queda hoy es lamentable: las pozas y fosos no tienen agua; los osos jucumari, cóndores o jaguares, están escondidos detrás de un entramado de tupidas rejas, mal pintadas y torpemente colocadas, que impiden ver a los animales, sumidos en una indescriptible tristeza.

En otros zoológicos del mundo, dirigidos por gente inteligente, se colocan vidrios para no bloquear la vista, pero aquí se han dedicado a construir espesas enredaderas de metal para que no se vea nada.  El serpentario, cuya forma alargada reproduce el cuerpo de una boa, parece que estuviera cambiando de piel, descascarado y envejecido por fuera, y muy pobre por dentro en número especies. En un país con una diversidad biológica tan grande, es incomprensible que el zoológico de La Paz se limite a unos pocos felinos, monos, llamas y serpientes.

Parafraseando a Diógenes (y a Lord Byron y Groucho Marx), Vesty solía decir “Cuanto más conozco a los políticos, más quiero a mi boa”. Y esa frase es la adecuada para los burócratas que han abandonado su zoológico. 

08 abril 2011

Museo Soumaya

Una sola noche, a fines de febrero, trescientos invitados pudimos admirar por dentro el edificio del nuevo Museo Soumaya y su contenido invalorable, pero luego cerró sus puertas hasta ahora que acaba de abrirse al público el 28 de marzo, para mostrar la colección privada de arte más importante de México.  

Tuve la oportunidad de estar en la noche inaugural cuando todavía los obreros trabajaban a contrarreloj para concluir los detalles de obra fina del museo que pertenece a la fundación de Carlos Slim, el hombre más rico del mundo, dueño de las telecomunicaciones de América Latina (un servicio caro y deficiente en México) y tantas cosas más, actualmente envuelto en una batalla campal contra el poder mediático de Televisa. Pero esa es harina de otro costal.

El edificio del Museo Soumaya –que lleva el nombre de la esposa fallecida de Slim, iniciadora de la colección de arte- es una estructura recubierta de metal que destaca como una escultura refulgente en el conjunto urbanístico de Plaza Carso (el nombre del grupo empresarial), un área extensa donde se asientan ahora los edificios de las oficinas de las empresas de Slim, un reciente desarrollo en el noroeste del barrio de Polanco, colindante a las vías del tren del ferrocarril de Cuernavaca.

En la arquitectura como en el arte, las comparaciones son inevitables. Así, el Museo Soumaya se inspira en grandes creadores de la arquitectura orgánica; por sus espacios internos, sus torsiones, sus curvas y su revestimiento, tiene algo de Frank Lloyd Wright, de Santiago Calatrava, de Oscar Niemeyer y de Frank Gehry. Por dentro, una rampa que permite desplazarse de un nivel al siguiente, recuerda el diseño similar de Lloyd Wright en el Museo Guggenheim de New York, mientras que por fuera el edificio diseñado por el joven arquitecto Fernando Moreno, está recubierto por 16 mil hexágonos de metal que remiten al efecto visual de Gehry en el Museo Guggenheim de Bilbao.

La estructura es un desafío a la fuerza de gravedad. Asentada sobre 28 columnas tubulares perimetrales, se proyecta como una gran ola suspendida por la tensión y el efecto de torsión de los materiales utilizados. Algunos dirán que se asemeja también a la chimenea de una central nuclear.

El presidente mexicano Felipe Calderón
Al lado de Carlos Slim, durante la inauguración, estaban no solamente el Presidente de México Felipe Calderón, sino amigos cercanos del magnate, como el escritor colombiano Gabriel García Márquez, y el periodista estadounidense Larry King, quien en sus palabras de apertura –luego de despojarse del saco para mostrar sus emblemáticos tirantes- afirmó en inglés: “Jamás habrán visto arte como este, mostrado de esta manera”. Según anunció Carlos Slim el ingreso al Museo Soumaya será siempre gratuito.

Las 16 colecciones del museo están distribuidas en los seis pisos que cuentan con 7.517 metros cuadrados de área de exposición.  Lo exhibido la noche de la inauguración fue un adelanto de la riqueza que encierra el acervo. Las 66 mil piezas de arte que representan las colecciones de pintura y escultura, tanto mexicana como europea corresponden al gusto ecléctico de una colección privada, que por lo mismo tiene la ventaja de abarcar una amplia gama de disciplinas del arte y muchas expresiones de la creatividad popular.

Rio Juchitán (1956), de Diego Rivera
Miniaturas y Relicarios, Artes Aplicadas, Monedas y Medallas, Moda de los Siglos XVIII a XX, Fotografía, Arte Comercial de la Imprenta, Auguste Rodin y Escultura Europea del Siglo XIX y XX, Antiguos Maestros Europeos, Retrato Mexicano del Siglo XX, Paisaje del México Independiente, Arte Mexicano del Siglo XX, y la Estampa Devocional, son algunas de las colecciones. En la planta baja se exhibe una obra hasta ahora conocida por muy pocos, “Río Juchitán” (1956) un pequeño mural en mosaico veneciano, el último que realizó Diego Rivera, cedido en comodato al Museo Soumaya por la familia Suarez Suarez.

En el piso más alto, la muestra de esculturas de Auguste Rodin es considerada la segunda más importante en el mundo después de la que existe en París. Junto a las obras de Rodin, están las de Salvador Dalí y otros grandes artistas. 

La colección de pintura europea incluye obras como “San Francisco de Asís en éxtasis” de Zurbarán, una “Inmaculada Concepción” de Murillo, o “La Sagrada Familia” de El Greco, entre los españoles; pero también abundan obras emblemáticas de Lucas Cranach el Viejo, de Rubens, de Tiziano, de Bruegel, de Frans Hals o Van Dyck.

La pintura mexicana está representada por los más grandes, Rufino Tamayo, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, el extraordinario paisajista José María Velasco, y varios extranjeros que pintaron México en los siglos XVIII y XIX.

No he visto en este país otro museo tan rico y con una variedad de obras de autores tan destacados. Con más de seis siglos de arte a disposición de los mexicanos, el museo es sin duda el más importante de México, donde curiosamente espacios como el Museo de Arte Moderno o el Museo Tamayo, hacen muy poco para mostrar las obras de importancia que mantienen la mayor parte del tiempo en la penumbra de sus bodegas.

Me toca regresar al Museo Soumaya para verlo con calma, sin toda la algarabía y el despliegue de seguridad que me tocó la primera vez esa noche a fines de febrero. Quiero apreciar cada obra sin apuro, simplemente disfrutando con “alegría estética”, como decía Sartre.

03 abril 2011

Carlos Fuentes, Bolivia en el mapa


Nadie es profeta en su tierra, pero en el caso de personalidades del tamaño de Carlos Fuentes, los aleteos desesperados del ninguneo y de la diatriba quedan anulados frente a la solidez de una obra monumental. Es cierto que algunos en México no quieren a su más grande escritor vivo, y tratan de descalificarlo por su posición política, pero los nombres de esos adversarios no resistirán al tiempo; en cambio su obra ya está en la historia.

Me tocó participar, como enviado de la DPA a una rueda de prensa y sesión de firma de libros en la emblemática Librería Gandhi de México. Mientras los periodistas nos reuníamos con Fuentes, más de 500 personas aguardaban su turno para ingresar al auditorio, en su mayoría jóvenes lectores que no vivieron como nosotros la época del “boom” de la literatura latinoamericana, pero reconocen al escritor más importante de México, eterno candidato al Premio Nóbel de Literatura, aunque ningún periodista tocó el tema.

“Hay más periodistas que lectores” comentaba con sorna Carlos Fuentes sin saber que sus lectores aguardaban afuera, en una larga fila que rodeaba la librería y se perdía en la oscuridad de las calles empedradas de Chimalistac.

Las cámaras de televisión y los flashes de fotografía arrinconaban al autor de “La región más transparente”, pero durante la rueda de prensa la mayoría de las preguntas de los reporteros abordaba temas políticos: el narcotráfico, el gobierno del PAN, la corrupción, la violencia.  Poco sobre literatura, pues se cree que toda personalidad pública tiene la obligación de posicionarse políticamente.

“¿Puedo hacerle una pregunta sobre literatura”?- traté de captar su atención. “Hay escritores que escriben libros y los publican, y otros escritores que escriben con un plan para desarrollar una obra completa. Usted es de estos últimos. ¿Cuándo concluye ese plan?” No dudó un segundo: “En la muerte. Espero escribir hasta el final, no tengo otra cosa que hacer. Una obra no se completa nunca.  Balzac no completó la suya, por qué la voy a completar yo. Siempre se quedan cosas en el tintero”.

La pregunta trillada de un reportero no se deja esperar, cuando menciona que “los libros son como los hijos” y le pide que mencione su obra preferida. “No puedo, porque todos son iguales para mi. Algunos son tuertos, otros son altos, otros son bajitos… no importa porque todos son mis hijos, los quiero a todos”.

Fuentes vive y escribe en Londres, y pasa solamente una parte de su tiempo en México. “¿Se siente un hombre moderno?”, le pregunta una periodista española, a lo que  responde: “Me siento antiquísimo, me siento del imperio romano”. 

¿Sobrevivirá el libro? ¿Cómo siente a los mexicanos jóvenes? ¿Qué opina de la carrera presidencial? ¿Cuál es su diagnóstico de la política mexicana? ¿Habrá una tercera guerra mundial? Las preguntas fluyen una tras otra, algunas las ha escuchado miles de veces. ¿Cuál es su próxima obra, qué está escribiendo ahora? “De eso no hablo, porque sino no lo hago”.

Cuando las preguntas comienzan a repetirse Fuentes se impacienta y pide que dejen entrar a los lectores, pero antes, los periodistas también tienen libros para su firma. Le extendí un ejemplar de “Todas las familias felices”, ese extraño libro de relatos sobre personajes que incluye “coros” escritos como poemas.

“¿Para quién? –me pregunta. “Para Bolivia” –respondo. A su lado una representante de la Editorial Santillana comenta: “¿Para todo el país…?” mientras Fuentes dibuja una mapa de América del Sur y ubica exactamente a Bolivia en el corazón del continente. “¿Le gusta mi mapa?”, me dice al devolverme el libro.

Minutos antes le pregunté si su amor por el cine, compartido con García Márquez, había influenciado su narrativa: “¿No ha sentido la falta de la imagen al escribir? ¿Es suficiente la metáfora poética de la escritura?”

Respondió taxativamente: “Me gusta mucho el cine, conozco bien la época de la década de 1930 a 1950, pero pienso que la literatura se basta a sí misma; la imagen literaria es más poderosa que la del cine, porque le permite al lector imaginar, en tanto que en el cine el espectador está condenado a ver lo que está en la pantalla”. Y agrega: “Salvo un director como Buñuel que pone actores mirando fuera de la pantalla. Es decir, hay un mundo fuera de la pantalla”. 

Cuando entraron sus lectores firmó durante tres horas no menos de mil libros; cada quien llevaba dos o tres ejemplares. Una mujer llegó con una docena de primeras ediciones, de esas que aún conservo en mis bibliotecas dispersas o encajonadas.

28 marzo 2011

Luis Rico y el mar

El Illimani ya no es lo que era
Confieso que llegar a La Paz es siempre una experiencia traumática. Me deprime la ciudad de El Alto, una de las más feas del mundo, y bajar por esa aglomeración urbana aferrada a las laderas, cuyo paisaje es el de una ciudad en ruinas, como un proyecto siempre a medias, con las casas sin terminar (para no pagar impuestos) -cada una un monumento a la fealdad- las vigas de cemento y los muros de ladrillo visto sin revocar.

Pero luego los amigos, las actividades culturales, las discusiones siempre apasionadas sobre la política local, y el reconocimiento de los espacios que de alguna manera me pertenecen, suele aliviar esa sensación de ahogo que “la hoyada” me produce. Antes, cuatro décadas atrás, se veía el esplendor del Illimani desde cualquier punto de la ciudad, se circulaba con tranquilidad por sus calles y había menos basura y malos olores.

Entre las actividades que esta vez me tocó presenciar -por lo menos una interesante cada día- disfruté el concierto público que ofreció mi amigo Luis Rico en la Plaza Abaroa, del barrio de Sopocachi, con motivo de una nueva recordación de la pérdida de territorio boliviano en la Guerra del Pacífico (1879-1883), que definió hasta hoy el enclaustramiento geográfico del país. Para la gente más joven, o para aquella que no tiene acceso a los libros, este repaso didáctico-artístico de nuestra historia fue muy oportuno en circunstancias en que las negociaciones diplomáticas entre Bolivia y Chile están un callejón sin salida. 

Aunque el gobierno boliviano ha esgrimido de manera continua y demagógica la ida de que “estamos cerca de llegar a un acuerdo”, en lo concreto no hay ni ha habido absolutamente ningún avance con el gobierno socialista de Michelle Bachelet y menos aún con el Sebastián Piñeira. Chile no está dispuesto a ceder ningún espacio territorial con soberanía boliviana. Quizás esto hizo que hace poco el presidente Evo Morales lanzara la torpe frase “No es el día del mar, es el día del carajo”. Nada raro en él, que ya es autor de un extenso anecdotario de pachotadas.

Luis Rico y Alfonso Gumucio asilados en la Embajada de México,  en 1980
Con Lucho Rico tenemos una amistad de esas que se sellan tanto en la lucha social y el exilio, como en el trabajo creativo a favor de la cultura, él desde la música popular, y yo desde la literatura y el cine. Estuvimos asilados primero y exiliados luego en México, y nuestras rutas se han cruzado casualmente en otros continentes. Por eso cuando me encontré con él ahora y me invitó a su concierto, decidí que no me lo iba a perder.

Fue una experiencia a la vez artística y didáctica para todos los que se dieron cita en la Plaza Abaroa, porque Lucho ofreció una larga cantata con textos de Eduardo Galeano y música propia, en la que narra los episodios históricos que llevaron a la guerra entre Chile, Bolivia y Perú, que concluyó con la victoria del primero y de los intereses ingleses en la región.

Cuatro días después del concierto, el 23 de marzo, en la misma Plaza Abaroa el Presidente Evo Morales sorprendió a todos con un discurso que tira por la borda los cinco años de “éxitos” en las negociaciones con Chile. Leyó –cosa poco habitual en él- un texto en el que anuncia que Bolivia desestima las negociaciones bilaterales y en cambio presentará a partir de ahora su demanda en tribunales internacionales. Un cambio de timón notable, pero no un cambio de timonero… Luego de cinco años de engaños y demagogia, estamos en fojas cero. Como que no lo sabíamos desde un principio.

Dejemos de lado los exabruptos del primer mandatario boliviano, para volver al concierto. Los textos de Galeano, adaptados y recitados con la poderosa voz de Luis Rico, narran las historia de una manera que penetra no solamente por los oídos, sino por el centro del pecho.

Más allá de los discursos patrioteros, la cantata señala la responsabilidad de los gobernantes militares, Melgarejo entre otros, que llevaron a Bolivia al desastre. Las manipulaciones de Inglaterra para apropiarse de los recursos naturales en lo que hoy es el norte de Chile son muy parecidas a las que ponen en práctica ahora las potencias modernas para apropiarse del petróleo de Libia con la excusa de proteger a la población de ese país.  El mismo cinismo de Europa y Estados Unidos para lograr sus objetivos económicos y políticos.

Sin duda más importantes que cinco años de discursos de Evo Morales son las palabras de Eduardo Galeano y la voz y música de Luis Rico, para recordarnos que la cultura es al final lo que nos une y lo que construye nuestra identidad.

22 marzo 2011

Radio local, el libro

Estuve en La Paz hace poco para presentar el libro que coordiné con Karina Herrera-Miller: “Políticas y legislación para la radio local en América Latina”, publicado por Plural Editores, que reúne en 474 páginas los textos de veinte autores de lo más granado en el tema, además de otros documentos.

La presentación se hizo con el auspicio de la Fundación Friedrich Ebert (FES), mejor conocida en Bolivia como ILDIS (Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales). Además de las palabras de apertura de la directora de la FES, Kathrein Hoelscher, y de la presentación del libro que hizo mi colega Karina Herrera-Miller, el evento contó con la participación de Erick Torrico Villanueva, Director del Observatorio Nacional de Medios (ONADEM) y Andrés Gómez Vela, Director Ejecutivo Nacional de Educación Radiofónica de Bolivia (ERBOL), como ponentes de la mesa redonda “Consideraciones sobre normativa para la comunicación en Bolivia”. 

El libro, que tardó dos años en publicarse, refleja el contenido de los trabajos presentados y de las discusiones sostenidas durante el seminario internacional “La radio local en América Latina: políticas y legislación”, que con la misma Karina Herrera-Miller, además de Erick Torrico Villanueva, José Luis Aguirre y Cecilia Quiroga, organizamos a fines del 2008 con el propósito de alentar la reflexión y la discusión sobre las experiencias latinoamericanas.

Alfonso Gumucio, Karina Herrera, Edgar Dávila, Kathrein Hoelscher, Erick Torrico y Andrés Gómez
Tanto para el seminario como para el libro tuvimos la fortuna de contar con un grupo selecto de 15 expertos internacionales, entre ellos Rosa María Alfaro (Perú), Néstor Busso (Argentina), Gustavo Gómez (Uruguay), José Ignacio López Vigil (Ecuador), Aleida Calleja (México), Jeanine El’Gazi (Colombia), Omar Rincón (Colombia), Cicilia Peruzzo (Brasil), Oscar Pérez (El Salvador), Carlos Cortés (Colombia), Carlos Rivadeneyra (Perú), Braulio Ribeiro (Brasil), Thomas Tufte (Dinamarca), Manuel Chaparro (España), y Christoph Dietz (Alemania), todos ellos con amplia trayectoria y ascendencia intelectual.

A ellos se sumaron los bolivianos Luis Ramiro Beltrán, Sandra Aliaga, Gastón Núñez, Carlos Arroyo, Andrés Gómez, Carlos Soria Galvarro, Fernando Andrade, Guimer Zambrana, Ana Limachi, y un centenar de representantes de radios locales y comunitarias de todos los rincones del país.

El libro recoge casi todos los trabajos que fueron presentados, ahora corregidos y ampliados. Sólo se auto-excluyeron los autores que no respondieron a nuestro llamado de enviar sus textos, pero añadimos un capítulo de Carlos Camacho quien no pudo participar en el seminario.  

Tanto el seminario, al que me referí oportunamente en una nota anterior, como el libro, quieren ser un aporte a una discusión que parece encontrar muchos tropiezos. Cuando hace dos años nos lanzamos a esa aventura, creíamos que serviría para estimular el debate sobre la necesidad de contar con una legislación que pudiera amparar a las radios locales que sirven a sus comunidades con contenidos que promueven temas de educación, salud, agricultura y desarrollo en general.

Nuestro principal objetivo era promover el derecho a la comunicación que tienen todas las personas, y no solamente la libertad de expresión que defienden los periodistas y los dueños de medios de información, auto-designados “intermediarios” entre los ciudadanos y el poder político.

Hoy, dos años más tarde, pareciera que un grueso cristal separa aspiraciones que tienen mucho en común, pues nadie niega la necesidad de fortalecer los derechos humanos y en particular el derecho a la comunicación, pero algunos piensan que una reglamentación no es la mejor manera de hacerlo.

Paradójicamente, en el campo de quienes afirman que “la mejor ley es la que no existe”, no están solamente los dueños de medios de prensa, radio o televisión (quienes prefieren operar sin responsabilidad social), sino las propias asociaciones de periodistas que –por timoratos o por cuidar sus empleos- defienden los intereses patronales. Esa alianza de facto es por demás curiosa si consideramos los innumerables estudios y análisis que revelan que los medios comerciales y privados, en su mayoría, no contribuyen a la educación, a la cultura o al desarrollo, sino que más bien envilecen con sus contenidos de vocación puramente comercial y con su avidez por la rentabilidad, la profesión de los periodistas, y por supuesto el imaginario de los ciudadanos que consumen esos productos.

En el campo de quienes están mejor dispuestos a hacer propuestas sobre políticas y leyes que regulen el ámbito de la comunicación y de las telecomunicaciones, hay algunas organizaciones tan importantes como la Fundación UNIR y la red ERBOL (Educación Radiofónica de Bolivia); pero llama la atención la timidez de las carreras de comunicación de las universidades, y de la propia Asociación Boliviana de Investigadores de la Comunicación (ABOIC), que permanece a la expectativa sin plantear propuestas concretas y sin saltar a la palestra de la discusión.

En el ámbito del Estado, que toma las iniciativas que debería tomar la sociedad civil, las contradicciones se agudizan, porque mientras algunos funcionarios declaran enfáticamente que el Gobierno de Evo Morales no tiene intenciones de propulsar una ley de comunicación, un grupo de reconocidos especialistas en el tema desarrolla propuestas -de manera más discreta- a la sombra de la Vice-Presidencia.

Es tan posible que la propuesta de un sector del gobierno sea muy buena, como que sea rechazada en plancha por los dueños de medios, las asociaciones de periodistas, y todos los opositores que no necesitan conocer los detalles para declararse en contra. A tan absurdo grado de polarización hemos llegado, que toda iniciativa desde el Estado corre el riesgo de darse de cara contra una pared de cemento, independientemente de sus contenidos.

Sin duda el propio gobierno del MAS es responsable, en la medida en que promueve la descalificación de toda oposición, no solamente de derecha. El gobierno vilipendia a quienes fueron sus aliados en la izquierda y a todos los que quisieran contribuir en el proceso de cambio desde una perspectiva progresista.

Lo ideal hubiera sido un proceso como el de Argentina, donde las organizaciones de la sociedad civil llevaron adelante un arduo trabajo de reflexión y discusión para buscar consensos, y luego, la propuesta Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual fue debatida y aprobada en el parlamento de ese país, a pesar de los ataques furibundos de ciertos grupos de poder que vieron afectados los intereses económicos y políticos que habían podido fortalecer a la sombra de las dictaduras militares. 

El libro “Políticas y legislación para la radio local en América Latina” solamente aborda el llamado “tercer sector”, es decir una parte de los que debería abarcar una Ley de Comunicación amplia, pero es un aporte y ya quisiéramos ver pronto otros aportes similares referidos a los otros sectores, no solamente con relación a los medios privados y públicos, sino con una visión abarcadora del derecho a la comunicación.


13 marzo 2011

Vargas Llosa, actor


No me incluyo en el grupo patético de quienes desprecian a Mario Vargas Llosa por su posición política y pretenden así disminuir su estatura de escritor. Considero a Vargas Llosa un gran novelista y ensayista, y disfruto la lectura de sus libros al mismo tiempo que admiro su disciplina como investigador y escritor, su seriedad en el oficio de la literatura, y si bien discrepo con alguna de sus posiciones políticas, el tiempo mismo le está dando la razón continuamente sobre muchas de ellas.  

Las rabietas que algunos despistados hacen sobre Vargas Llosa son similares a las que vertían sobre Octavio Paz o Jorge Luis Borges, cuya obra y nombre por supuesto sobrevivirá en la memoria de todos mucho más que la obra y nombre de sus mediocres detractores. Comisarios políticos como estos ha habido en todas las épocas, y por suerte desaparecen en la hojarasca.

En días pasados, un funcionario, creo que director de la Biblioteca Nacional de Argentina, cuyo nombre no había escuchado antes ni recuerdo ahora (ni me interesa recordar), escribió una carta virulenta a Cristina Kirchner pidiendo que Vargas Llosa fuera vetado en la Feria del Libro que se inaugurará en Buenos Aires en abril. La Presidenta lo mandó a pasear, como debía ser. Lo peor que podría pasarle a la cultura es que los censores se salgan con su gusto.

Lo anterior viene a cuento porque tuve la oportunidad de asistir en México a un par de actos de acceso restringido donde Vargas Llosa fue el protagonista.  Estuve en el hermoso Alcázar de Chapultepec cuando el Presidente Felipe Calderón le otorgó la condecoración del Águila Azteca, la más alta distinción que puede merecer un ciudadano extranjero, y al día siguiente, el sábado 5 de marzo, gracias a mi condición de colaborador de la DPA (Agencia Alemana de Prensa), asistí a la primera de dos exclusivas representaciones de su adaptación “Las mil noches y una noche”, en el imponente y recientemente renovado Palacio de Bellas Artes; en presencia, otra vez, del Presidente Calderón.

La novedad de esta obra, a diferencia de “Al pie del Támesis” que vi y comenté hace exactamente dos años cuando asistí a los ensayos en Lima, es que el propio Vargas Llosa actúa interpretando al legendario rey Sahrigar.

Entre las pasiones recurrentes del Premio Nobel de Literatura 2010, al menos dos destacan: el teatro y el erotismo. Desde “Pantaleón y las visitadoras” a “Travesuras de la niña mala”, pasando por “Elogio de la madrastra” y “Los cuadernos de Don Rigoberto”, el erotismo y la sexualidad constituyen un leit-motif en la obra del escritor peruano y muestran la inclinación del autor por un mundo de erotismo y sexualidad donde la transgresión es un aspecto central.

Los episodios que Vargas Llosa escogió adaptar en “Las mil noches y una noche” , estrenada inicialmente en España en julio del 2008, no son los más conocidos del clásico de la literatura oriental, pero son aquellos que más tienen que ver con las propias pasiones del escritor.

A través de los personajes representados por el propio Vargas Llosa y por Vanessa Saba -los únicos actores con diálogo en la obra- se describen no solamente las relaciones de infidelidad que están en el origen de las historias del rey Sahrigar y la bella Sherezada, sino otras transgresiones y picardías sexuales que son parte del imaginario del escritor.

Las relaciones entre hijos y madres, los cambios de identidad sexual, los amores clandestinos, y esa vecindad constante y estrecha entre el amor y la muerte, eros y tánatos (que son las dos caras de una misma moneda), acercan al espectador a aquel territorio de sombra donde todo es posible sin que ello tenga necesariamente que escandalizar las buenas conciencias.

Cuando Sherezada logra mantener despierto, hasta el amanecer, el interés del rey Sahrigar, noche tras noche durante mil noches y una noche, no solamente logra salvar su cuello de la implacable cimitarra que ha decapitado a tantas antes que ella, sino que también consigue despertar el erotismo dormido del rey como de los espectadores de la obra, y estimular su imaginación.

Porque ciertamente de lo que se trata a través de este contar historias interminable, es despertar el fuego doble del deseo por el erotismo y por la fantasía. Y eso es precisamente lo que Vargas Llosa reivindica como esencia de la literatura: contar –y hacer vivir- historias que estimulan los sentidos del lector o espectador, y estimulan su sensualidad hacia lo bello que tiene la vida.

Aunque el propio Vargas Llosa afirma que su adaptación de la obra es “minimalista”, el montaje escénico del director Luis Llosa, su primo, es por el contrario frondoso, con coreografías de bellas bailarinas orientales, un horizonte con proyecciones cinematográficas sugerentes y poéticas, efectos de luces que marcan las transiciones del día y de la noche, la música oriental interpretada en escena, y algunos personajes extraños que aparecen ocasionalmente.

El peso de la puesta en escena reside en las interpretaciones de Vanessa Saba y de Vargas Llosa; la primera destaca por su versatilidad cada vez que cambia de personaje: con sólo dar dos pasos en otra dirección, adopta otra voz, otra postura y otra actitud. No se puede decir lo mismo de Vargas Llosa; aunque también asume personajes diferentes lo hace en todos los casos sin pretender diferenciarlos. Su interpretación es lo más cercano al minimalismo.

Vargas Llosa dice que esta obra narra “la evolución de un ser brutal en un ser humano" a través de "la inteligencia y la destreza narrativa" de Sherezade. Es más que eso: el amor y la sensualidad rescatan a los seres humanos. Frente “al fuego del amor, la ciencia es inútil” dice el astrólogo, uno de los personajes narrados, y podríamos parafrasear la afirmación para decir que frente al mundo de la creatividad literaria, la racionalidad es inútil. La literatura de la imaginación y su mundo onírico, de picardía y divertimento, son una fuerza ante la cual es mejor rendirse y disfrutar.

08 marzo 2011

El ojo de Cristóbal


La fotografía es el arte de representar la realidad en imágenes y muchos suponen que se trata solamente de reproducirla. Antes de existir la fotografía, la pintura cumplía esa función: representar la realidad, no solamente copiarla. La creatividad de los pintores, aún los que hacían pintura realista, permitía plasmar miradas diferentes sobre los mismos temas: un paisaje, una naturaleza muerta, un retrato. No en vano cada pintor realista tenía su sello inconfundible, no es lo mismo Manet que Degas, Courbet que Corot.

La tecnología ha avanzado tanto y tan rápido en décadas recientes, y su accesibilidad se ha ampliado tanto, que hoy cualquier persona que posee una cámara fotográfica sofisticada, se considera fotógrafo. Y sin embargo, entre millones de instantáneas que se disparan cada hora en el mundo, siguen siendo muy pocas, un porcentaje ínfimo, las destinadas a trascender como expresión artística.

Es una verdad de Perogrullo –diría Quevedo si viviera hoy- que la cámara no hace al fotógrafo. La fotografía es obra de luz y de composición, y la tecnología por sí sola no puede hacer nada si no es por el ojo del fotógrafo.  Y por “ojo” entendemos obviamente lo que hay detrás, la experiencia, la sensibilidad y creatividad artística, y la capacidad de mirar la realidad como algo que tiene muchas dimensiones y una profundidad que el ojo común no puede ver.

Lo que precede es para hablar de Cristóbal Corral, el “Pecas”, fotógrafo ecuatoriano al que volví a encontrar luego de varías décadas. Nos conocimos en Ecuador en 1975 durante la filmación del largometraje “Fuera de aquí” de Jorge Sanjinés, donde trabajé como asistente de dirección, y nos volvimos a encontrar 35 años más tarde gracias a nuestra amiga común Alejandra Adoum y al cineasta Pocho Álvarez. Con ellos tres, unidos por una amistad a toda prueba, estuve de nuevo en Quito a fines de febrero.

El Pecas me regaló su libro “Ecuador, el camino del sol”, una hermosa edición con textos de Pocho Álvarez, a través de cuyas páginas ambos hacen un recorrido por el país que tanto quieren y conocen. Los textos de Pocho no solamente ofrecen información sobre cada fotografía, sino que también muestran un enorme conocimiento y respeto por las culturas y tradiciones, por la naturaleza y las amenazas que se ciernen sobre ella, por los hombres y mujeres –siempre nombrados e identificados- que hacen lo que es hoy el Ecuador.

Cristóbal Corral se alimentó de fotografía desde niño y aún recuerda la magia del laboratorio que su padre instaló en la casa y las visitas a la Botica Central del doctor Sojos, en Cuenca, donde adquiría los químicos y reactivos para revelar y fijar los negativos en blanco y negro.  Desde entonces el Pecas vivió con la fotografía y el cine, y encaminó su carrera profesional hacia la fotografía documental, la que más estrechamente ligada está a la memoria y a la realidad.

La mirada estética de Cristóbal Corral se complementa con la mirada ética del fotógrafo, porque la fotografía no es simplemente apretar un botón impunemente sino comprometerse con la realidad.  El fotógrafo no solamente descubre la diversidad, sino que asume un papel de interlocutor entre la gente, desde la realidad de cada quien.

Dice bien Esteban Michelena en el prólogo del libro, cuando afirma que las fotos de Corral provocan al mismo tiempo sensaciones de “alegría y regocijo desbordantes al ver la ternura, la vitalidad, la inocencia, la tenacidad y otros dignos materiales con los que, día a día, el país de nuestra gente se va haciendo, se va tejiendo, inventando y construyendo”; pero también la tristeza por la incertidumbre, porque “no existe certeza de hasta cuando va a sobrevivir ese país festivo, lleno de vida, bañado de colores y bendito de luz”.

Las 115 fotografías del libro son la síntesis de un largo itinerario de Cristóbal Corral, cuya gran versatilidad le permite fotografiar por igual paisajes, naturaleza, personas, fiestas populares, oficios o poblaciones indígenas.

De ahí la importancia del ojo del fotógrafo, el ojo que es la ventana de la sensibilidad, de la cultura, de la memoria.
  

01 marzo 2011

Ciespal, comunicación y desarrollo

Estuve en Quito a fines de febrero para participar en la Mesa Redonda sobre Comunicación para el Desarrollo, organizada por el Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (Ciespal) y la Unesco.

Volver Ciespal en esta nueva etapa de la institución, bajo la conducción de Fernando Checa, fue muy grato porque no se puede olvidar que Ciespal fue durante varias décadas la casa de la comunicación de todos los latinoamericanos interesados en el tema. Las décadas de 1970 y 1980 permitieron resultados emblemáticos, tanto en el área de capacitación (mediante una alianza importante con RNTC), como en las investigaciones y publicaciones, entre ellas la revista Chasqui y las colecciones de libros que inspiraron a las nuevas generaciones de comunicadores.

Pero sobre todo, ese elevado hongo de cemento donde se encuentra Ciespal en la Avenida Diego de Almagro en Quito, fue el gran lugar de encuentro de tantos especialistas de comunicación para el desarrollo, una comunicación con perspectiva de derechos, de la cual América Latina ha sido pionera.

Una segunda razón para sentirse “en casa” durante el evento, fue el auspicio de Unesco, la agencia líder de comunicación en el sistema de Naciones Unidas, sin duda la única que a lo largo de su historia se ha tomado la comunicación en serio, tanto, que a principios de los años 1980 su posicionamiento estratégico a favor de un Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación (NOMIC), provocó la salida de Estados Unidos y de Inglaterra de la organización.

Mi presencia en Quito tuvo que ver precisamente con un trabajo de análisis del papel que cumple la comunicación para el desarrollo en el ámbito de las organizaciones del sistema de las Naciones Unidas en Ecuador. Unesco ha realizado este tipo de estudios en varios países (yo conduje otro ejercicio similar en Uruguay a fines del 2010), como un aporte al proceso de preparación de la 12ª Mesa Redonda de Comunicación para el Desarrollo que tendrá lugar en la India en noviembre de 2011.

Además de mi estudio, Ciespal y Unesco encomendaron dos más a especialistas ecuatorianos. Elianor Franco se ocupó de analizar el mundo de las ONGs desde la perspectiva de la comunicación para el desarrollo, y lo propio hizo Rubén Bravo con las instituciones del Estado.

Nuestras constataciones, y también las de quienes comentaron nuestras presentaciones (José Ignacio López Vigil, Marco Encalada y Francisco Ordóñez respectivamente), son similares: con algunas excepciones honrosas, la comunicación para el desarrollo no está en la agenda ni del Estado, ni de las organizaciones no-gubernamentales, ni de la mayor parte de agencias del sistema de Naciones Unidas.

En general, esos tres sectores carecen de políticas, estrategias y acciones que específicamente se enmarquen en el concepto de comunicación para el desarrollo, en cambio muestran una inclinación a promover la difusión de información y la visibilidad institucional.

Y sin embargo, muchos documentos políticos y estratégicos tanto del Estado ecuatoriano, así como del sistema de Naciones Unidas, se ocupan de subrayar la importancia de la participación social en los procesos de desarrollo, desde una perspectiva de derechos. La nueva constitución ecuatoriana establece, por ejemplo, importantes consideraciones en torno al “buen vivir” o sumak kawsay, que lamentablemente no se traducen en políticas de participación en las que la comunicación para el desarrollo tendría un papel central.

En el mismo Ciespal, abierta al público esta vez, me tocó ofrecer una conferencia sobre comunicación para el cambio social que fue transmitida en vivo a través de la página web de Ciespal

Queda mucho por hacer (no solamente en Ecuador) para cambiar esa percepción de que la comunicación es lo mismo que la difusión de informaciones o –peor aún- una mera actividad de visibilidad y posicionamiento institucional. De eso hablé en una entrevista que Carlos Rabascall me hizo en CN Plus.