11 marzo 2017

Pinceladas sombrías, paradojas y divertimentos

Mi amigo Raúl Teixidó, escritor boliviano radicado en Cataluña, escribió generosamente (como siempre lo hace) sobre mi poemario más reciente: Poeta de papel (2016). Su comentario se publicó inicialmente en Página Siete, el 19 de enero 2017. 

Raúl Teixidó

A mediados de los años 70, las señas identitarias de Alfonso Gumucio Dagron correspondían a su labor periodística y cinematográfica: crónicas, entrevistas, comentarios de actualidad y películas documentales, respectivamente (sin olvidar su imprescindible Historia del Cine Boliviano).

Experto, además, en comunicación social, Gumucio desempeñó una intensa actividad, durante más de tres décadas, en varios países de nuestro continente y, luego, en Centroamérica, Asia y África.

Su valiosa aportación fue reconocida y elogiada por destacados especialistas en la materia  (un número especial sobre él en Chasqui, Revista Latinoamericana de Comunicación, número 116, diciembre 2011).  John Downing, de la Universidad de Southern Illinois, le considera “un enérgico protagonista de estrategias participativas de comunicación para el desarrollo, activista-analista y herrero apasionado”. Y Luis Ramiro Beltrán (uno de los fundadores del pensamiento latinoamericano de comunicación) le conceptúa un auténtico “promotor internacional de la comunicación para el cambio social”.

Alfonso Gumucio Dagron es también poeta y narrador. Sus relatos figuran en diferentes antologías y han sido reunidos en el libro Cruentos (2012) y, hasta la fecha, ha publicado cinco volúmenes de poemas.

Su primera incursión en el género fue Antología del asco, un debut airado y contundente, alusivo a las dramáticas circunstancias políticas y sociales por las que atravesaban Bolivia, Chile y España (antes y después de su publicación).

Sus siguientes títulos (no menos significativos) recogen las impresiones de la que sería para él una existencia casi nómada y, hasta cierto punto, impredecible: Razones técnicas  (expresión tomada en préstamo de su admirado Julio Cortázar, a quien conoció en París), Sentímetros (con “s” de sentimientos), Sobras completas (selección de poemas que se quedaron en el tintero) y Memoria de caracoles, poemas “caribeños”, sensuales y reflexivos a la vez, inspirados por una larga permanencia en aquellas latitudes pletóricas y agobiantes.

Poeta de papel (2016) alterna el registro minimalista, la pincelada sombría, la paradoja y el simple divertimento (el poema “Numerología”, por ejemplo).

Obra de un autor culto y multifacético, el libro contiene numerosos guiños literarios y cinéfilos; menciona a Kafka y a Jacques Prévert, poeta del surrealismo, a Georges Méliès, artesano soñador y uno de los padres del cine y evoca la figura del mismísimo Theo Angelopoulos cuando escribe hoy no me alcanza el vocabulario, alusión a la historia del poeta que, de retorno en su país, “compraba” palabras de su idioma nativo, casi olvidado tras un largo exilio, referida en el film La eternidad y un día.

En Poeta de papel es perceptible una nota diferencial con respecto a los anteriores títulos, premonitoria, desasosegante, y que atraviesa como un escalofrío determinados tramos de su discurso poético: la explícita referencia a la muerte.

Los que “ya tienen una edad”, como suele decirse, son más proclives a pensamientos de esta naturaleza (¡cuánto más no lo será un poeta!)

Con Raúl Teixidó, en Barcelona 
Henning Mankell, en una de las últimas entrevistas que concedió, dijo: “Envejecer es como caminar por una capa de hielo cada vez más fina”.

Sin embargo, apostaría en este caso por las palabras del águila: Hay que seguir volando.

Alfonso Gumucio Dagron ha llevado una vida de envidiable coherencia, no exenta de riesgos y de momentos críticos, en lo personal y en lo profesional. A estas alturas no corre peligro de convertirse “en el que no quería ser”, como manifiesta en uno de sus poemas. Al contrario, creo que Alfonso seguirá  siendo el mismo (es decir él mismo) que conocemos y conocimos (todo es pasado, esta línea ya es pasado), durante mucho tiempo más, porque así tiene que ser y está bien así.
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Simplemente, no sobrestimar lo que he escrito;
de otro modo se me volvería inalcanzable
lo que aún espero escribir.
—Kafka