Reflexionar sobre el cine boliviano es una
actividad a la que pocos nos dedicamos: algunos críticos de cine y contados realizadores.
Menuda paradoja: la mayoría de los cineastas bolivianos no reflexiona sobre el
cine sino que lo produce en piloto automático como quien fabrica salchichas. Que
se den por aludidos los que se den por aludidos.
Al fin y al cabo, ¿a quién le importa nuestro
cine? Al gobierno casi nada, si comparamos con otros Estados de la región, bien
dotados de políticas que favorecen con dinero contante y sonante la producción
y difusión del cine nacional. ¿Al público le interesa? Menos. Los espectadores
se han convertido en masas dóciles capaces de tragarse El nieto de Terminator o Batman
regresa por enésima vez, con la misma facilidad con que se tragan un balde
de pipocas con olor a mantequilla rancia y sorben ruidosos una soda de agua
negra.
Entonces, la reflexión sobre el cine boliviano
y sobre el cine en general parece estar limitada a un grupo tan pequeño como selecto,
donde por desgracia no abundan los más jóvenes. Estos se sienten superiores por
el solo hecho de tener en las manos un teléfono más inteligente que ellos. Podría
decir mucho más sobre esa generación de autistas colectivos, pero como no leen
periódicos, tampoco se enterarían.
Hace unos meses coordiné para el Servicio Intercultural
de Fortalecimiento Democrático (SIFDE) del Órgano Electoral Plurinacional (OEP)
un ciclo de “Cine y democracia” en el que programamos cinco buenas películas
sobre temas de democracia y participación: El
coraje del pueblo, No, Milk, Las sufragistas y El acto de
matar. El ciclo se presentó en la Cinemateca Boliviana durante una semana y
tuvo un público diverso como el que frecuenta esa casa del cine.
La semana siguiente, el ciclo se programó en
la Universidad Pública de El Alto (UPEA) y a pesar de nuestras expectativas de
ver a los estudiantes alteños llenar el auditorio, lo que constatamos fue una
apatía cavernaria. De nada valió la publicidad, la impresión de carteles y la entrada
gratuita, los estudiantes llegaron como con cuentagotas, poco interesados. Mucha
universidad para tantos apáticos que preferían bailar caporales en el patio en
lugar de ver cine (o leer un libro, pero ya es mucho pedir).
Algo grave está pasando con el cine boliviano,
porque tenemos una nueva generación de cineastas, algunos talentosos y otros
mediocres, y un público que le da la espalda no solamente al cine nacional sino
también a todas aquellas películas que los hacen pensar en la vida. La flojera
de pensar es tremenda en los jóvenes, sobre todo en los que han sido catalogados
como millennials (nacidos entre 1981
y 2000), permanentemente conectados a prótesis electrónicas a través de las
cuales reciben ingentes cantidades de información que son incapaces de
procesar. Sus implantes de audífonos me hacen pensar en los burros con orejeras:
solo ven en una dirección.
Alfonso Gumucio y Paolo Agazzi |
Me invade un sentimiento contradictorio luego
de esta semana intensa de las Jornadas
del Cine Boliviano. La mirada cuestionada, dedicada al cine boliviano y a
Luis Espinal, organizada por la revista virtual Cinemascine y la Fundación Cinemateca
Boliviana con el apoyo del Centro Cultura de España (CCE) y la Cooperación Española.
Me contagia el entusiasmo de los organizadores
y de los participantes en las actividades que se desarrollaron de lunes a
viernes, incluyendo el Día del Cine Boliviano en que la Cinemateca Boliviana
tuvo la iniciativa de otorgarme el Premio Semilla (no precisamente por mi juventud
si no por unas semillas plantadas hace cuatro décadas).
El resto de los días estuvo dedicado a mostrar
cine boliviano para todos los gustos, y las noches fueron consagradas a debatir
temas de cine, es decir, a reflexionar colectivamente sobre el lugar que el
cine ocupa en la vida de los bolivianos.
Umaturka, de Giovanna Miralles y Peter Wilkin |
Pude ver el estreno de un documental de corto
antropológico, Umaturka: el llamado del
agua (2017) de Giovanna Miralles, orureña radicada en Inglaterra cuyo
esposo, Peter Wilkin, registró meticulosamente una tradición que conserva la
comunidad del Santuario de Quillacas, muy cerca del lago Poopó. Es importante
pensar que los ritos pueden tener alguna influencia, si no en las nubes por lo
menos en la identidad comunitaria que a veces se seca, como el lago.
Las mesas de diálogo abordaron temas diversos con
el concurso de especialistas de experiencia y nivel, gente que piensa. El lunes
“Pedagogía de la mirada en Bolivia” reunió a Liliana de la Quintana, Beatriz
Linares y Rafael Velásquez, con la facilitación de Sergio Zapata. ¿Cómo miramos
y qué aprendemos de nuestras miradas de la realidad a través del audiovisual? ¿Cómo
enseñamos a mirar a los más jóvenes? Seguramente Liliana de la Quintana, que
trabaja con jóvenes desde hace tanto tiempo, fue más positiva que yo con relación a las nuevas generaciones.
El miércoles hubo un debate en torno a las “Representaciones
sociales en el cine boliviano” donde, me dicen, María Galindo del grupo Mujeres
Creando, llevó la voz cantante (no necesariamente para complacer a los oídos
mejor dispuestos). Pablo Barriga y Hanan Callejas acompañaron ese panel moderado
por Eduardo Paz.
De izquierda a derecha: Alfonso Gumucio, Pedro Susz, Sebastián Morales, Ricardo Bajo, Alba Balderrama y Santiago Espinoza |
Me tocó participar en los dos conversatorios
finales. El jueves abordamos “La crítica de cine” en una mesa variada, con
críticos de mi generación, como Pedro Susz y otros más jóvenes como Ricardo
Bajo, Alba Balderrama, Santiago Espinoza y la moderación de Sebastián Morales. Las perspectivas generacionales no
impidieron establecer acuerdos básicos sobre el empobrecimiento de la capacidad
crítica de los espectadores bolivianos y el facilismo en el que caen muchas
veces los nuevos directores de cine, muy pagados de si mismo pero no siempre a
la altura de los desafíos.
La última mesa, del viernes, abordó a “Jorge
Sanjinés en el cine boliviano” y mi primera sorpresa fue constatar que Jorge no
había sido invitado, lo cual me pareció un gran fallo, y lo dije cuando me tocó
hablar. Compartí esa mesa moderada por Santiago Espinoza, con Andrés Laguna que
ha regresado de Europa bien armado de instrumentos teóricos, con Verónica Córdova
que habló del contexto del Nuevo Cine Latinoamericano en el que Jorge Sanjinés surgió
internacionalmente, con Diego Mondaca que ha trabajado con Sanjinés en los dos
largos más recientes, aunque habló poco de esa experiencia. Yo me limité a
narrar mis 45 años de relación episódica con Jorge, los proyectos en los que
participé, nuestras distancias y acercamientos.
En fin, una semana bien llena de ideas, aunque
no tan llena de público. El cine boliviano está en la cuerda de los
equilibristas.
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La
tarea de un crítico consiste en escribir notas que nadie lee acerca películas
que nadie ve.
—Pedro
Susz