Hoy, después de 37 años, Luis Espinal. El grito de un pueblo se presentará por primera vez
en Bolivia y será el 21 de marzo, justo el día en que se recuerda el asesinato
del jesuita.
por Anahí
Cazas (Página Siete)
“Un par de semanas después del secuestro y
asesinato de Luis Espinal, Gregorio Iriarte y Julio Tumiri, de la Asamblea
Permanente de Derechos Humanos, me pidieron coordinar un libro sobre él,
considerando la amistad que teníamos”, cuenta Alfonso Gumucio Dagron.
Después de recibir la solicitud,
Gumucio Dagron recibió la ayuda de Xavier Albó, quien abrió las puertas de la
casa en la que vivía con Espinal, en Miraflores. “Allí me metí varias semanas
entre los documentos, cartas, artículos y fotos de Lucho Espinal”, recuerda el
crítico de cine.
Fue un trabajo titánico, pero Gumucio Dagron
cumplió el desafío. "No fue una tarea fácil porque afectivamente yo
estaba muy involucrado con el tema, pero al cabo de un tiempo pude terminar el
encargo y le entregué a Gregorio Iriarte el libro completo, con capítulos de
Xavier Albó, de Antonio Peredo, del propio Gregorio Iriarte y míos,
además de una selección que hice de textos de Luis Espinal, fotografías y
homenajes. Y, por supuesto, el protocolo de la autopsia”, revela.
El poeta incluso se encargó del
diseño de la tapa con un retrato tomado por Antonio Eguino. “Y en
la contratapa, puse una foto mía donde se ve a Lucho en medio de una multitud”,
contó.
Pero al poco tiempo de entregar el libro, vino
el 17 de julio de 1980, el cruento golpe militar de García Meza. Entonces,
la edición del libro, bautizado como Luis Espinal. El grito de un pueblo, no pudo hacerse en Bolivia
sino en Perú y un año después en España.
Hoy, después de 37 años, el libro Luis Espinal. El grito de un pueblo se
presentará por primera vez en Bolivia el martes 21 de marzo, justo el día
en que se recuerda el asesinato de Luis Espinal Camps. La cita se realizará en
el auditorio de la Asociación de Periodistas de La Paz (avenida 6 de Agosto,
2577).
¿Cómo surge la idea de
reeditar el libro Luis Espinal. El grito de un pueblo?
Me parece increíble que no hayamos pensado en
una edición boliviana antes. Han pasado 37 años desde que se publicó la primera
edición en Perú y la segunda edición en España. El libro era prácticamente
desconocido en Bolivia hasta ahora.
La idea de volver a editar Luis Espinal, el grito de un pueblo
nació a mediados de febrero en una conversación de café con Rolando Costa
Arduz, mi amigo escritor que además es médico y ejerció como forense en la
autopsia de Luis Espinal, que era también su amigo.
Estábamos conversando sobre aquel despropósito
de un fiscal que quería exhumar los restos de Espinal para hacer una nueva
autopsia, algo a lo que nos opusimos todos sus amigos y todos los defensores
de los derechos humanos. Rolando me agradeció por haber enviado el protocolo de
la autopsia, que estaba publicado en el libro, porque gracias a ese documento
se demostró que no era necesario exhumar los restos.
En ese momento se me ocurrió llamar a Xavier
Albó, que estaba en Cochabamba, y le propuse que publicáramos el libro, que
cómo no se nos había ocurrido hacerlo en tantos años. Inmediatamente Xavier
aprobó la idea y se puso en contacto con la fundación que lleva su nombre,
mientras yo lo hacía con José Antonio Quiroga, de Plural.
¿Ha sido difícil iniciar este
proyecto? ¿Con qué problemas se han tropezado?
La tarea era grande y el tiempo escaso: había
que escanear el texto, pues no existía una versión digital, y buscar los
originales de las fotos, así como restablecer los nombres de los autores que
por razones de seguridad no se habían publicado en las primeras dos ediciones.
¿Cómo describe el libro Luis
Espinal. El grito de un pueblo?
Este es un libro que trata de describir las
diferentes facetas de la vida de Luis Espinal: su carácter religioso, su
trabajo como periodista y como cineasta, y las horribles condiciones de su
muerte. Además, reúne muchos textos de él y sobre él.
¿Qué nos revela el libro de todo
lo que ya se conoce hasta ahora de Luis Espinal?
Ahora sabemos mucho más sobre Luis Espinal,
pero en esa época lo que se sabía de él era poco. Se sabía que era un sacerdote
que dirigía el Semanario Aquí, que había participado en la huelga de hambre que
contribuyó a la caída de la dictadura de Banzer, que escribía valientes
editoriales y que amaba el cine. Creo que el libro aporta con un análisis más
íntimo de su personalidad, del origen de su vocación social y de su compromiso
político.
¿Qué recuerda de su amistad con
Luis Espinal? ¿Cómo lo recuerda como amigo y crítico de cine?
La culpa de que yo sea crítico de cine y
cineasta la tiene Luis Espinal. Cuando él recién llegó a Bolivia yo empezaba a
improvisarme como crítico de cine, de manera que me interesé en los cursillos
que dictaba. Asistí a dos de ellos: "Aproximación a la crítica
cinematográfica” y "Grandes directores de cine”, que me sirvieron mucho
para crecer en el oficio de ver y comentar cine. Él daba esos cursillos ayudado
de fotogramas de películas que había acumulado a lo largo de muchos años o que
fotografiaba de revistas de cine. Eran épocas en las que no teníamos las
facilidades que tenemos ahora. Todo era más difícil.
Nos hicimos amigos desde entonces, porque
éramos los únicos que escribíamos crítica cinematográfica en Bolivia, además de
Julio de la Vega y ocasionalmente Pedro Shimose. Tanto Carlos D. Mesa como
Pedro Susz empezaron a escribir un poco más tarde. Amalia de Gallardo y Renzo
Cotta también lo hacían, además de otros que de vez en cuando escribían sobre
cine, como Raúl Salmón y Marcos Kavlin.
¿Qué es lo que más destaca de
su amistad con Luis Espinal?
Lucho me animó a viajar a Europa para estudiar
cine. Desde Francia le enviaba revistas de cine e intercambiábamos
cartas. Pude regresar recién en 1975 a Bolivia porque mi padre estaba enfermo, casi
clandestino durante la dictadura de Banzer. Visité a Lucho Espinal varias veces
y tuvimos largas conversaciones sobre cine. Me ofrecía un vaso de whisky y
conversábamos sobre mi proyecto de escribir la historia del cine en Bolivia.
En esa época Antonio Eguino estaba preparando
el largometraje Chuquiago, la
película más taquillera del cine boliviano. Lucho escribió la primera historia,
la de "Isico” y yo escribí la cuarta historia, la de "Patricia”. Le
puse el nombre al personaje como alusión a la hija de Banzer. Nos
reuníamos en la oficina de Ukamau con Antonio y con Cacho Soria, frente a la
UMSA. Allí llegó un día un joven mochilero italiano con dos chicas también
italianas: era Paolo Agazzi, que se quedó desde entonces en nuestro país.
Cuando terminé mis estudios en Francia regresé
a Bolivia y retomé los lazos de amistad con Lucho en varios frentes. Dábamos
clases en la UMSA, con mi mala suerte de que a él le tocaba una hora antes.
Cuando yo entraba a dar mi clase, era un desastre por comparación, ya que
Lucho era un excelente profesor y orador.
También me uní al equipo del Semanario Aquí,
que fue otro de los factores que precipitó la caída de Banzer.
¿Cuál es la anécdota que más ha
evocado de sus encuentros con Luis Espinal?
Uno recuerda muchas cosas y olvida muchas más,
lamentablemente. Me ha sucedido alguna vez que otros amigos me "cuentan”
anécdotas mías que yo ya he olvidado. Pero una que recuerdo tiene que ver con
los tallados en madera que hacía Lucho. Como estaba en reposo, tallaba piezas con
temas sociales, entre ellas su famoso crucifijo con una hoz y un martillo, y
cada vez que lo visitaba me ofrecía uno de sus tallados, para que escogiera, ya
que todos sus amigos tenían alguno. Pero yo le decía que no había apuro, que ya
le iba a pedir algo especial para mí. Se lo dije la última vez antes de viajar
a Nicaragua en marzo de 1980 y pocos días después lo asesinaron. Así que
soy quizás el único amigo cercano que no tiene uno de sus tallados.
¿Por qué se ha incluido en el
libro Luis Espinal. El grito de un pueblo el protocolo de la
autopsia de Luis Espinal?
Fue una decisión de Gregorio Iriarte que
considero muy acertada, más aún ahora que hubo una maniobra para exhumar los
restos de Espinal, probablemente con la intención de retrasar el juicio que se
les sigue a los autores intelectuales y materiales de su asesinato. Por
suerte me acordé que habíamos publicado el protocolo en el libro, y también una
foto del cuerpo donde claramente se observan los orificios de las balas.
¿Qué otras miradas se han
incluido en la publicación?
Mientras yo preparaba la primera edición del
libro, le pedí a Antonio Peredo que escribiera sobre la labor periodística de
Lucho, a Xavier Albó sobre su trayectoria religiosa y a Gregorio Iriarte sobre
las razones de su asesinato y la manera cómo lo mataron. También incluí en la
sección de homenajes poemas de Coco Manto (Jorge Mancilla), de Matilde
Casazola, de Jaime Nisttahuz y de otros amigos de Lucho. En la edición
boliviana es la primera vez que aparecen todos los nombres de los autores,
aunque hay un par de textos breves que no recuerdo quién los escribió.
Desde su mirada como crítico de
cine y director, ¿cuál ha sido el principal aporte de Luis Espinal al cine
boliviano?
Luis Espinal llegó a Bolivia con una sólida
formación como cineasta y como crítico de cine. Era un hombre ávido y muy
bien informado, gracias a que devoraba las revistas de cine francesas en una
época en que Francia estaba en la vanguardia de la crítica de cine, gracias a
revistas como Cahiers du Cinéma,
fundada por André Bazin y donde escribía nada menos que la generación de
cineastas que fundó la nouvelle vague
(la nueva ola) del cine francés. Para los que hacíamos crítica de cine fue
estimulante recibir a un colega del que podíamos aprender mucho.
Su aporte como director de documentales con
contenido social en la naciente televisión estatal, y como guionista en varias
películas de la época, no es menos importante. Era un hombre de actividad
incesante, totalmente entregado a Bolivia como lo prueba el hecho de que al
poco tiempo de llegar a nuestro país ya hizo los trámites para adquirir la
nacionalidad boliviana. Sabía que viviría por el resto del tiempo en Bolivia.
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Finalmente,
no hemos hecho una huelga de hambre tú o yo; ha sido todo un pueblo, hemos sido
uno más dentro de la corriente. No he hecho nada extraordinario: era algo que
simplemente había que hacer. —Luis
Espinal