El diario Página Siete, en el que escribo regularmente como columnista de opinión y además sobre temas de cine y arte, me invitó a presentar en la 21 Feria Internacional del Libro de La Paz, el libro El caso CAMC. La ruta del dragón chino en Bolivia, sobre el tráfico de influencias en la atribución, plagada de irregularidades, de contratos por más de quinientos millones de dólares a la empresa china CAMC. Este es el texto que leí y que fue publicado en el suplemento "Ideas" del diario el domingo 18 de septiembre.
Cuando tenía diez años de edad quería ser
detective, como los personajes de Agatha Christie. Junto a dos queridos vecinos
fundamos un “club de detectives”, nos reuníamos en secreto alrededor de una candela
dentro de una caja de madera y uno de nuestros bienes más preciados era un
maletín de investigador con lo necesario para obtener huellas dactilares y
otras pistas de algún crimen imaginario. Quizás desde entonces la investigación
social e histórica me ha interesado, como lo he demostrado en algunos de mis
libros.
Como cronista independiente que opina al
margen de partidos y estructuras políticas, siento una profunda admiración por los
colegas que le dedican días, semanas o meses a seguir una veta de investigación
hasta llegar al tesoro escondido. Un tesoro que no siempre brilla por sus
virtudes sino que puede destilar mal olor por aquello que ha sido escondido del
conocimiento público.
El periodismo de investigación es a la
vez un desafío frente al poder y un riesgo para quienes lo ejercen. Hay casos a
nivel mundial de periodistas exiliados o asilados por el solo hecho de dar a
conocer a la ciudadanía lo que los gobiernos querían esconder.
Es muy difícil hacer periodismo de
investigación con un gobierno que no es transparente como el de Bolivia. Pero a
la vez, nada más desafiante para un periodista, que puede seguir pistas casi
secretas y revelar lo que unos quieren ocultar y otros quieren conocer.
Manuel Filomeno, Pablo Peralta, Hugo del Granado, Juan Carlos Salazar Alfonso Gumucio y Carla Hannover |
En el caso de Página Siete no me queda la
menor duda. Conozco a Juan Carlos Salazar desde hace varias décadas, hemos
compartido en el exilio momentos de entrañable solidaridad, y su enorme
experiencia internacional lo ha llevado a valorar e impulsar un periodismo
responsable que trata de llegar al fondo de los temas. Esto es un gran logro en
un país donde el periodismo se ha convertido en la mera reproducción de
boletines oficiales o el copiado de noticias de internet, muchas veces sin
siquiera citar la fuente.
Hacer periodismo de investigación en
Bolivia es como rastrear las huellas de un ave en el cielo. No es nada fácil,
porque no existe una ley de acceso a la información que permita, por ejemplo,
desclasificar los archivos de las dictaduras militares, cuando todos los países
de la región lo han hecho y ello ha permitido juzgar a los autores de crímenes
de lesa humanidad. Y cuando existe una ley que parecía buena, como la que
sanciona la discriminación y el racismo, el gobierno la usa para chantajear y
para perseguir a quienes critican la corrupción, el tráfico de influencias y el
manejo doloso de los bienes públicos.
En la gestión de la cosa pública, ningún
otro gobierno democrático anterior, había establecido como ahora contratos del
Estado por decisión (o capricho) presidencial sin estudios de factibilidad, sin
análisis de costos, sin licitaciones públicas (o licitaciones amañadas), y sin
debate con la ciudadanía.
Evo Morales en traje espacial, celebrando en China su satélite |
Por ese anhelo que tenemos de conocer
aquello que el poder nos niega a los ciudadanos, nos entusiasman aquellas
películas que hablan de los grandes periodistas de investigación, verdaderos
héroes que a veces en contra del verticalismo de sus propios medios, en contra
de las presiones del poder político y en contra de las empresas privadas que
los presionan y amenazan, logran revelar aquello que parecía una locura, un
despropósito pero que se revela como una burla grotesca del poder.
Ahí están esas películas reveladoras no
solamente del periodismo de investigación, sino de la ética periodística en
general: Los hombres del presidente (1976),
sobre Watergate, Spotlight (2015) sobre
los abusos sexuales en la iglesia católica, Maten
al mensajero (2014) sobre las intervenciones de la CIA en Nicaragua, El síndrome chino (1979) sobre los
riesgos de la energía nuclear, para no citar sino algunas producidas en Estados
Unidos, que nos hacen soñar con un mundo con gobiernos más transparentes y
menos mentirosos.
El historial de corrupción de las empresas
chinas no solamente en China y no solo en América Latina, sino también en
África y Asia, constituye un prontuario vergonzoso. Lo que menos les interesa a
China en su ambiciosa política de expansión económica es el cuidado de la ética
y de la responsabilidad social. Lo que más le interesa es dominar la economía
mundial para mantener su propio crecimiento, y para ello nunca faltan gobiernos
corruptos que con cañonazos de millones de dólares a las personas adecuadas, apoyan
esos objetivos de dominación. La
ruta del dragón chino en Bolivia es por ello importante, porque sigue las pistas más difíciles de seguir, para armar la
trama completa del tejido del tráfico de influencias y de la corrupción. En sus
capítulos sobre los contratos y las polémicas adjudicaciones de perforadoras de
petróleo, del proyecto Misicuni, de Bulo Bulo y de San Buenaventura, muestra de
manera incontestable que el gobierno boliviano está corrompido desde los más
altos niveles.
El conflicto de intereses privados y
públicos salta a la vista y solo puede ser explicado por el verticalismo
autoritario que considera al país una hacienda feudal donde el gobierno puede
hacer lo que quiera y con quien quiera, sin rendición de cuentas.
Juan Carlos Salazar, Alfonso Gumucio y Carla Hannover |
El libro no hace sino subrayar las
contradicciones de los personeros el gobierno, enredados en mentiras que los
arrastran en una espiral que mella no solamente sus propia imagen sino la
dignidad de todos los bolivianos. Tiene la virtud de atar cabos, de relacionar
informaciones, para armar el rompecabezas completo. Es un libro serio, honesto
y equilibrado, que recoge tanto las versiones del gobierno como los
cuestionamientos de expertos.
La falta de transparencia de este régimen
solo tiene parangón en las dictaduras militares. La CAMC insulta a los
bolivianos con el aval del gobierno. Nos toman a todos por imbéciles. Cuando
los periodistas fueron a las oficinas de la CAMC para pedir información, no los
dejaron entrar con el argumento de que adentro solo había chinos que no hablaban
castellano. Y el embajador chino dice que no sabe nada de esa empresa estatal…
O sea, el descaro parece contagioso. Y no puede ser de otra manera cuando vemos
que los términos de los contratos firmados son lesivos al país como nunca antes
en la historia.
García Linera, Gabriela Zapata y Evo Morales |
Y verán que en lo dicho hasta ahora no he
mencionado la telenovela en la que se aplicaron como guionistas entusiastas varios
ministros, para desviar las aguas de los temas centrales hacia la cloaca de dimes
y diretes con que trataron de interponer una cortina de humo. De esa parte de
la telenovela lo único cierto e incontestable es que la ex pareja clandestina
del presidente usó su influencia para conseguir contratos para la CAMC. Y
cuando se trata de cifras tan altas, es un cuento chino decir que el presidente
no estaba al tanto.
El cerco ministerial de la cortina de
humo logró sus objetivos, en cierta medida, porque cada día se habla menos del
asunto y otros escándalos que salen a la superficie tapan a los anteriores.
Gabriela Zapata, bisagra del tráfico de influencias |
Puede que la historia oficial impuesta
por la propaganda multimillonaria del gobierno (que suma más dinero del que
todos los gobiernos anteriores gastaron en publicidad estatal), imponga por el
momento la ficción que se empeñan en escribir los encubridores de los actos
dolosos, pero este compendio de información tendrá una enorme relevancia cuando
llegue el momento de los juicios de responsabilidades y haya que acudir a
fuentes confiables para señalar, procesar y sancionar debidamente por actos
lesivos al Estado, a quienes con autoritarismo y soberbia sin precedentes,
gobiernan este país desde hace once años.
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¿Por
dónde ha entrado usted? Por la puerta.
¿Sabe
usted que no se puede pasar? He pasado.
¿Quién
es usted? Un periodista.
—Azorín