23 septiembre 2016

Periodistas detectives

El diario Página Siete, en el que escribo regularmente como columnista de opinión y además sobre temas de cine y arte, me invitó a presentar en la 21 Feria Internacional del Libro de La Paz, el libro El caso CAMC. La ruta del dragón chino en Bolivia, sobre el tráfico de influencias en la atribución, plagada de irregularidades, de contratos por más de quinientos millones de dólares a la empresa china CAMC. Este es el texto que leí y que fue publicado en el suplemento "Ideas" del diario el domingo 18 de septiembre. 


Cuando tenía diez años de edad quería ser detective, como los personajes de Agatha Christie. Junto a dos queridos vecinos fundamos un “club de detectives”, nos reuníamos en secreto alrededor de una candela dentro de una caja de madera y uno de nuestros bienes más preciados era un maletín de investigador con lo necesario para obtener huellas dactilares y otras pistas de algún crimen imaginario. Quizás desde entonces la investigación social e histórica me ha interesado, como lo he demostrado en algunos de mis libros.

Como cronista independiente que opina al margen de partidos y estructuras políticas, siento una profunda admiración por los colegas que le dedican días, semanas o meses a seguir una veta de investigación hasta llegar al tesoro escondido. Un tesoro que no siempre brilla por sus virtudes sino que puede destilar mal olor por aquello que ha sido escondido del conocimiento público.

El periodismo de investigación es a la vez un desafío frente al poder y un riesgo para quienes lo ejercen. Hay casos a nivel mundial de periodistas exiliados o asilados por el solo hecho de dar a conocer a la ciudadanía lo que los gobiernos querían esconder.

Es muy difícil hacer periodismo de investigación con un gobierno que no es transparente como el de Bolivia. Pero a la vez, nada más desafiante para un periodista, que puede seguir pistas casi secretas y revelar lo que unos quieren ocultar y otros quieren conocer.

Manuel Filomeno, Pablo Peralta, Hugo del Granado, Juan Carlos Salazar
Alfonso Gumucio y Carla Hannover
El periodismo de investigación es doblemente difícil porque nuestros periodistas no están formados en esa línea (tengo ganas de decir que no están formados, a secas, porque carecen incluso de cultura general) y porque los medios carecen de recursos para apoyar investigaciones que pueden durar varios meses. En Bolivia la investigación periodística depende de la motivación individual y del apoyo de los jefes de redacción y directores. 

En el caso de Página Siete no me queda la menor duda. Conozco a Juan Carlos Salazar desde hace varias décadas, hemos compartido en el exilio momentos de entrañable solidaridad, y su enorme experiencia internacional lo ha llevado a valorar e impulsar un periodismo responsable que trata de llegar al fondo de los temas. Esto es un gran logro en un país donde el periodismo se ha convertido en la mera reproducción de boletines oficiales o el copiado de noticias de internet, muchas veces sin siquiera citar la fuente.

Hacer periodismo de investigación en Bolivia es como rastrear las huellas de un ave en el cielo. No es nada fácil, porque no existe una ley de acceso a la información que permita, por ejemplo, desclasificar los archivos de las dictaduras militares, cuando todos los países de la región lo han hecho y ello ha permitido juzgar a los autores de crímenes de lesa humanidad. Y cuando existe una ley que parecía buena, como la que sanciona la discriminación y el racismo, el gobierno la usa para chantajear y para perseguir a quienes critican la corrupción, el tráfico de influencias y el manejo doloso de los bienes públicos. 

En la gestión de la cosa pública, ningún otro gobierno democrático anterior, había establecido como ahora contratos del Estado por decisión (o capricho) presidencial sin estudios de factibilidad, sin análisis de costos, sin licitaciones públicas (o licitaciones amañadas), y sin debate con la ciudadanía.

Evo Morales en traje espacial, celebrando en China su satélite
Desde un satélite de 340 millones de dólares (comprado a una empresa privada china) hasta los contratos con la CAMC, todo se hace sin transparencia, sin rendir cuentas a los ciudadanos. Los contratos directos que antes eran mecanismos de excepción, se han convertido en la norma. Y ya que se han eliminado todos los mecanismos de control del Estado, lo que tenemos es un autoritarismo tajante que impone decisiones, en el mejor estilo del totalitarismo político.

Por ese anhelo que tenemos de conocer aquello que el poder nos niega a los ciudadanos, nos entusiasman aquellas películas que hablan de los grandes periodistas de investigación, verdaderos héroes que a veces en contra del verticalismo de sus propios medios, en contra de las presiones del poder político y en contra de las empresas privadas que los presionan y amenazan, logran revelar aquello que parecía una locura, un despropósito pero que se revela como una burla grotesca del poder. 

Ahí están esas películas reveladoras no solamente del periodismo de investigación, sino de la ética periodística en general: Los hombres del presidente (1976), sobre Watergate, Spotlight (2015) sobre los abusos sexuales en la iglesia católica, Maten al mensajero (2014) sobre las intervenciones de la CIA en Nicaragua, El síndrome chino (1979) sobre los riesgos de la energía nuclear, para no citar sino algunas producidas en Estados Unidos, que nos hacen soñar con un mundo con gobiernos más transparentes y menos mentirosos.

El historial de corrupción de las empresas chinas no solamente en China y no solo en América Latina, sino también en África y Asia, constituye un prontuario vergonzoso. Lo que menos les interesa a China en su ambiciosa política de expansión económica es el cuidado de la ética y de la responsabilidad social. Lo que más le interesa es dominar la economía mundial para mantener su propio crecimiento, y para ello nunca faltan gobiernos corruptos que con cañonazos de millones de dólares a las personas adecuadas, apoyan esos objetivos de dominación. La ruta del dragón chino en Bolivia es por ello importante, porque sigue las pistas más difíciles de seguir, para armar la trama completa del tejido del tráfico de influencias y de la corrupción. En sus capítulos sobre los contratos y las polémicas adjudicaciones de perforadoras de petróleo, del proyecto Misicuni, de Bulo Bulo y de San Buenaventura, muestra de manera incontestable que el gobierno boliviano está corrompido desde los más altos niveles.

El conflicto de intereses privados y públicos salta a la vista y solo puede ser explicado por el verticalismo autoritario que considera al país una hacienda feudal donde el gobierno puede hacer lo que quiera y con quien quiera, sin rendición de cuentas.

Juan Carlos Salazar, Alfonso Gumucio y Carla Hannover
Los datos hablan por sí mismos, pero el análisis realizado por los periodistas Carla Hannover, Manuel Filomeno y Pablo Peralta nos permite despejar las cortinas de humo y ver lo que se esconde detrás. Es importante que se haya reunido en un solo libro las cinco separatas que oportunamente nos fueron manteniendo al tanto de las verdades sobre el tráfico de influencias en el caso CAMC, porque ahora tenemos un documento consolidado que nos ofrece la foto completa… hasta donde se ha podido investigar, porque sabemos que cuando se devele toda la verdad del tráfico de influencias, la opinión pública sabrá recién cuánto quisieron escondernos.

El libro no hace sino subrayar las contradicciones de los personeros el gobierno, enredados en mentiras que los arrastran en una espiral que mella no solamente sus propia imagen sino la dignidad de todos los bolivianos. Tiene la virtud de atar cabos, de relacionar informaciones, para armar el rompecabezas completo. Es un libro serio, honesto y equilibrado, que recoge tanto las versiones del gobierno como los cuestionamientos de expertos.

La falta de transparencia de este régimen solo tiene parangón en las dictaduras militares. La CAMC insulta a los bolivianos con el aval del gobierno. Nos toman a todos por imbéciles. Cuando los periodistas fueron a las oficinas de la CAMC para pedir información, no los dejaron entrar con el argumento de que adentro solo había chinos que no hablaban castellano. Y el embajador chino dice que no sabe nada de esa empresa estatal… O sea, el descaro parece contagioso. Y no puede ser de otra manera cuando vemos que los términos de los contratos firmados son lesivos al país como nunca antes en la historia.

García Linera, Gabriela Zapata y Evo Morales
La CAMC se adjudicó contratos millonarios para hacer de intermediaria en la compra de bienes y servicios, algo de por sí irregular. No es solo una empresa que actúa con oportunismo y poco capital, sino cuatro firmas con nombres improvisados, beneficiadas por el tráfico de influencias, fuera de toda norma vigente.

Y verán que en lo dicho hasta ahora no he mencionado la telenovela en la que se aplicaron como guionistas entusiastas varios ministros, para desviar las aguas de los temas centrales hacia la cloaca de dimes y diretes con que trataron de interponer una cortina de humo. De esa parte de la telenovela lo único cierto e incontestable es que la ex pareja clandestina del presidente usó su influencia para conseguir contratos para la CAMC. Y cuando se trata de cifras tan altas, es un cuento chino decir que el presidente no estaba al tanto.

El cerco ministerial de la cortina de humo logró sus objetivos, en cierta medida, porque cada día se habla menos del asunto y otros escándalos que salen a la superficie tapan a los anteriores.

Gabriela Zapata, bisagra del tráfico de influencias
Detrás de bastidores, los implicados han estado negociando todo el tiempo: “yo no digo esto que sé, pero tu me reduces la pena de cárcel y me prometes libertad un unos pocos años, con goce de mi ahorros mal habidos”. El cinismo y la mentira campean porque el aparato de propaganda es capaz de escupir 600 mentiras por minuto, a la velocidad de una AK-47.

Puede que la historia oficial impuesta por la propaganda multimillonaria del gobierno (que suma más dinero del que todos los gobiernos anteriores gastaron en publicidad estatal), imponga por el momento la ficción que se empeñan en escribir los encubridores de los actos dolosos, pero este compendio de información tendrá una enorme relevancia cuando llegue el momento de los juicios de responsabilidades y haya que acudir a fuentes confiables para señalar, procesar y sancionar debidamente por actos lesivos al Estado, a quienes con autoritarismo y soberbia sin precedentes, gobiernan este país desde hace once años.   
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¿Por dónde ha entrado usted? Por la puerta.
¿Sabe usted que no se puede pasar? He pasado.
¿Quién es usted? Un periodista.
—Azorín