Cada vez que ingreso en una obra monumental de
Oscar Niemeyer lo imagino como un niño gigantesco moviendo encima de todos
nosotros las piezas de un juego de figuras geométricas, un laberinto visual que
acomoda a su capricho para hacernos sentir más pequeños, como esos perfiles de
personas en las maquetas de los proyectos arquitectónicos.
El arquitecto falleció hace exactamente cinco
años, el 5 de diciembre de 2012, una semana antes de cumplir 105 años de edad,
doble motivo para recordarlo. Gracias a mis dos años de vida en Brasilia, he
tenido la fortuna de conocer su obra dispersa en su país pero también en otros,
y pienso que nunca dejó de ser un niño juguetón que imaginaba las ciudades
desde arriba como juegos geométricas, para ofrecernos sorpresas. Fue un
escultor en gran escala más que un arquitecto. Le interesaban las formas
externas y lo que había adentro lo dejaba en manos de otros para que
resolvieran los problemas, nunca muy bien resueltos.
Ahora tuve oportunidad de conocer una obra más,
una de sus últimas, el Centro Cultural Oscar Niemeyer en Goiânia que se
construyó a fines del siglo pasado y que adolece, como muchas de las grandes
obras del escultor brasileño, de enormes problemas de mantenimiento y
preservación.
Pero qué mejor que ingresar al vientre de una
de sus obras gracias a la invitación que me hizo la Universidad Federal de
Goiás (UFG), el Ministerio de Cultura de Brasil y la Rede Media Lab/BR, para
abordar en el Seminario Cultura y Pensamiento, una reflexión sobre uno de los cuatro ejes estrechamente
relacionados del seminario: “Economía y cultura”, “Políticas públicas culturales”, “Políticas
de fronteras” y “Cultura digital”, junto a expertos brasileños y otros de
Colombia, México, Uruguay, Chile, Argentina, Venezuela y Bolivia (es decir yo).
El evento se caracterizó por un doble
acercamiento a la cultura: en las mesas de
diálogo y conferencias, y en las noches en espectáculos de música y
danza contemporánea.
Me pidieron que hablara en el eje de “Políticas
culturales” y traté de hacer algo que la mayor parte de los participantes,
profesionales que trabajan en ministerios y otras instituciones culturales, no
hicieron. Mientras ellos informaron y describieron lo que hacían en sus
instituciones yo intenté reflexionar sobre el tema de las políticas culturales
a partir de preguntas. Lo que sigue es un apretado resumen.
Con Cleomar Rocha, Claudinelí Moreira y Décio Coutinho |
Cuando terminé de estudiar cine en la década
de 1970 envié a Bolivia por unos pocos Francos, 60 paquetes de libros de 5
kilos. Toda mi biblioteca de estudiante. Eso es impensable hoy, donde se cancelaron
los precios preferenciales para el envío postal de libros.
En Bolivia desaparecieron todas las salas de
cine de barrio, y muchas se han convertido en templos evangélicos. En cambio
han surgido modernos centros comerciales con tiendas, restaurantes de comida
rápida y multicines de veinte salas que suelen proyectar las mismas películas
comerciales.
Lo mismo ha sucedido con el pequeño tendero de la esquina, la señora
que vendía fruta de casa en casa, el lechero que traía dos litros diarios…
todos ellos engullidos por supermercados. Pero hay cosas más graves.
Falleció doña Rosa Andrade Ocagane y con ella
la lengua resígaro, en Perú. En la India murió a los 85 años de edad la
anciana Boa Sr, representante de un pueblo indígena de las islas Andamán y
última persona que dominaba la lengua bo. En el Himalaya, Soma Devi era la
única hablante del dialecto dura, que también perdimos a su muerte. La Unesco
calcula que cada dos semanas muere un idioma. De los 6.000 que todavía se
hablan, la mitad desaparecerá en un siglo. He tenido la oportunidad de trabajar
varias veces en Papua Nueva Guinea, el país con mayor número de lenguas, cerca
de 800.
No son datos menores, porque quien dice “lengua”, dice cultura, es decir todo aquello que nombra una lengua es el universo de una
cultura. Las palabras que nombran la cultura comunican la esencia. Una cultura
que no comunica no existe.
La cultura no es estática, siempre evoluciona
en contacto con otras. A fines de la década de 1970 publiqué mi primer artículo
científico en francés, en la Revue Tiers Monde, donde asociaba la interacción
cultural a un combate de boxeo entre un peso pesado y un peso pluma. Ya sabemos
quién tiene más posibilidades de ganar.
En la interacción cultural de todos los días, esta pugna entre cultura
dominante y cultura local se produce también en términos desiguales y por ello
deja cicatrices, suturas que son fronteras culturales donde no cesa el
intercambio, pero donde muchas veces se produce un avasallamiento aplastante.
Cleomar Rocha, organizador del evento |
Lamentablemente la fascinación por las nuevas
tecnologías no pasa por una reflexión sobre la memoria. Creemos que mantener en
una nube el conocimiento acumulado por la humanidad es la solución, pero en
realidad no hay ningún estudio definitivo sobre la durabilidad de la memoria
digital. No sabemos todavía cuánto tiempo durará la información digitalizada.
Nuestro entorno cultural de hace 30 o 40 años
ha sido sustituido en las últimas décadas por otro entorno cultural mediado por
las nuevas tecnologías. La cultura evoluciona a veces en direcciones que no
mejoran nuestras relaciones sociales, no nos hacen mejores seres humanos ni
fortalecen nuestras identidades y nuestros conocimientos.
La cultura la vivimos en múltiples formas
todos los días, la hacemos todos, pero no tenemos sobre ella una capacidad
colectiva de fortalecer sus diferentes tejidos, porque nuestro propio tejido
como sociedad está debilitado por factores políticos y económicos.
En materia de políticas culturales, como
afirma García Canclini, el retiro del poder público es alarmante porque “las
industrias culturales se han vuelto recursos muy dinámicos para la generación
de riqueza y empleos.” Es decir, se han incorporado al mercado donde sobrevive
aquello que se vende bien y no necesariamente lo que es un bien colectivo. El
entierro prematuro en los 1980 de las políticas culturales que tendían a
democratizar la cultura se tradujo en la subordinación de las políticas de
democratización cultural a los imperativos de la reproducción económica y
social, desde una visión del desarrollo mediada por la economía de la cultura.
Esa subalternización fue dejando de lado el
carácter central de la cultura en la identidad de las naciones o regiones, su importante
función en la integración social y su capacidad de intermediación con las
nuevas tecnológicas como proveedora de contenido y valores que son esenciales
en el desarrollo humano sostenible.
Por ello es importante que pensemos la cultura
colectivamente, y ese pensar colectivo es el proceso que conocemos como
“política”, una forma de actuar en sociedad sobre objetivos comunes.
(Publicado en Página Siete el domingo 10 de diciembre
2017)
_____________________________________
La característica principal de una obra de arte es el asombro,
la sorpresa. Eso es lo importante. En la arquitectura lo mejor que hay es el
espectáculo arquitectural.
—Oscar Niemeyer