El domingo 13 en la noche, para cerrar la XXII
Feria Internacional del Libro de La Paz, se reconoció en acto especial la
trayectoria como investigador, escritor, historiador y periodista de Mariano
Baptista Gumucio. Luego de la apertura que hiciera Tatiana Azeñas, Gerente
General de la Cámara Departamental del Libro de La Paz, se presentó un video
con saludos de amigos de Mariano: Carlos D. Mesa Gisbert, Lupe Cajías, Carlos
Antonio Carrasco, Wilmer Urrelo, Clovis Díaz, entre otros.
Me tocó hacer la intervención principal sobre
mi primo "Mago", y luego de recibir su reconocimiento habló él sobre
su trayectoria. Finalmente Patricia García, Carlos Ureña y Percy Jiménez
mostraron representaciones dramatizadas de algunas páginas de "Cartas para
comprender la historia de Bolivia", libro de Mariano recién editado en la
Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB), que coordina Amaru Villanueva.
Lo que sigue es lo que dije en aquella
ocasión.
Cada vez que me descuido y me doy la vuelta,
aparece un nuevo libro de Mariano Baptista Gumucio. Cuando le pregunto “¿qué
estás preparando ahora?” responde casi con indiferencia, “nada, nada”… Y a las
dos semanas presenta nueve tomos sobre los exploradores extranjeros que
escribieron sobre cada departamento de Bolivia, o una exhaustiva colección de
textos poco conocidos de Augusto Céspedes, o un museo en Pando. Mago dice que
suma unos 70 títulos en su bibliografía, pero son más, lo que pasa es que a él
le da pereza contarlos, como seguramente no ha contado tampoco el número de
imágenes de la Mona Lisa que ostenta en las paredes de su casa, incluyendo las
del baño de visitas.
Podrían
decirle Mago por ese arte de prestidigitación creativa que practica sin cesar
desde hace 60 años, pero su apodo viene de más lejos, desde su bisabuelo Mariano
Baptista Caserta, diputado y presidente de la república, a quien le colgaron el
mote por ser un orador prodigioso.
Mago puede
estar al mismo tiempo preparando un nuevo libro, montando un museo o realizando
uno de sus programas de televisión de la serie “Identidad y magia de Bolivia”,
que ya suman más de 800 (16 años continuos). Lo hace con el fluir de los días
como si no representara ningún esfuerzo.
Su faceta de
videasta me impresiona especialmente porque lo he visto muchas veces trabajar
como hombre orquesta con una camarita de juguete, convertido él mismo en
camarógrafo, director, productor, entrevistador… Los jóvenes de hoy no mueven
un dedo si no han conseguido varios miles de dólares para iniciar su proyecto
cinematográfico, pero Mago lo hace todo cada semana como hombre orquesta y con envidiable
entusiasmo. Jamás escuché de él una queja por sus precarias condiciones de
documentalista.
Todos sus
programas de televisión son tremendamente generosos ya en cada uno de ellos nos
invita a conocer a un personaje, alguna faceta de una ciudad, un artista
plástico, una obra nueva de teatro o de literatura, y tantas cosas más en la
voz de los propios protagonistas. El panorama, que nos ofrece el conjunto de
esa obra visual, dice mucho de lo que es Bolivia en el ámbito de la cultura.
Pero bueno, me
parece que no estoy aquí para hablar de la obra de Mariano Baptista Gumucio
sino de la persona. Sospecho que no me
invitaron para hacer un análisis crítico de su trayectoria de escritor, que eso
lo habría hecho de manera magistral H.C.F. Mansilla en el estudio introductorio
del libro Cartas para comprender la
historia de Bolivia, Carlos D. Mesa, Cachín Antezana y otros estudiosos.
Tampoco quiero hacer de crítico de su obra videográfica, y menos analizar sus
libros sobre educación, escritos en el periodo en que fue tres veces Ministro
de Educación, ni hablar de su carrera política desde que fue secretario privado
de Paz Estenssoro hasta que el MNR lo lanzó como candidato a la presidencia de
la república, o su carrera diplomática como Embajador en Estados Unidos o Cónsul
General en Chile.
Para
rememorar todas esas etapas está el libro Por
la libertad y la cultura (2016) propiciado hace exactamente un año por don
Luis Urquieta, que despliega bellamente en la Edición de Plural y Zofro todos y
muchos más episodios de su vida con profusión de fotografías, cartas y textos
propios y ajenos.
Para
realizar una análisis profundo de la trayectoria de Mariano Baptista Gumucio se
necesitaría un equipo interdisciplinario que aborde en conjunto pero desde
diferentes ángulos sus aportes a la historia, a la educación, a la literatura,
a la política, a la cultura, y más. No se puede de otra manera abordar una obra
tan frondosa.
Mariano es
un explorador, no es un divulgador. Es demasiado fácil calificarlo de
divulgador cuando en realidad lo que hace en sus investigaciones es sacar a la
luz aquello que existía pero que no era tomado en cuenta porque no se conocía
bien. En ese se parece a los explorados
del siglo XIX, que penetraban en las entrañas de la selva y descubrían civilizaciones
que apenas conocíamos de oídas, a veces ni siquiera teníamos noticias de ellas.
¿Son menos creativos esos exploradores en su labor de investigación?
Aunque no me
lo dijeron explícitamente, asumo que me invitaron para decir unas palabras sobre
el Mariano que yo conozco, desde un punto de vista que nadie más puede tener
porque es el mío, que ningún estudioso puede escribir, que ningún investigador
puede desentrañar.
Y de ese
modo, lo que tengo que desentrañar es a la vez lo más fácil y lo más difícil,
porque es precisamente entrañable, porque tiene que ver con mi cercanía
personal con Mago y su importancia en mi propia vida, lo que me permitirá dibujar
otras facetas de él.
Algunos
creen que Mago es mi tío porque me lleva unos pocos años de ventaja. Otros
saben que es mi primo hermano, hijo de mi tía Machi (Mercedes), la hermana
mayor de mi padre. Yo, que solo tuve hermanos menores (Emma, Pedro y Pablo),
adopté a Mago como hermano mayor. Quizás Mago hizo lo propio con mi padre y de
ese modo hemos heredado no solamente la sangre que corre por nuestras venas
sino una forma filial y de amistad para relacionarnos.
Si bien mis
primeros pasos en la literatura, cuando tenía nueve años de edad fueron
estimulados por nuestra abuela común, Adriana Reyes Calvo, fue Mago quien me
respaldó cuando decidí dejar la carrera de medicina y dedicarme a escribir. La
primera reacción de mi padre, que tenía la esperanza de que yo fuera un
profesional “de verdad”, ingeniero, médico o abogado, se resumió en una frase
lapidaria: “Tienes tres días para irte de la casa”.
Más tarde se
ablandó y trató de convencerme por la buenas, poniendo como ejemplo al elegante
Axel Munthe (nacido como yo un 31 de octubre, casi cien años antes), el autor
de La historia de San Michel (una
colección de textos publicados en 1887) para probarme que se podía ejercer la
medicina y escribir al mismo tiempo.
La vocación
es algo misterioso, le cae a uno encima como un hábito de monje y uno la asume
con todos los riesgos que ello implica.
Eso de que uno “nace” tal o cual cosa me parece bastante relativo. No sé
si la literatura está en los genes pero sí está en inclinaciones un tanto
irresponsables. Claro que ya en la etapa de colegio tuve el estímulo
privilegiado de Pedro Shimose, Oscar Rivera Rodas y Carlos Coello Vila.
Pero ya en
la universidad, si no hubiera existido el respaldo de Mago no sé si yo hubiera
persistido en la literatura, sobre todo porque nunca tuve la visión de que
sería algo más que un artesano de la escritura, porque es algo que puedo hacer
con relativa confianza y seguridad. Mi primo hermano mayor habló con mi padre y
las cosas se suavizaron.
Poco después
de demostrarle a mi padre que pude pasar al segundo año venciendo incluso la
dificilísima anatomía descriptiva que nos daba el “Ciego” Mejía con el
aprendizaje de memoria de los voluminosos tomos de Rouviere, me inscribí en la
UMSA en Filosofía y letras donde recuerdo entre los profesores a Marcelo
Quiroga Santa Cruz, Julio de la Vega y Jaime Sáenz. Con ellos hice amistad y
confirmé mi incierto destino de escritor.
De esa etapa
de estudiante de medicina queda como testimonio un cuento que escribí a cuatro
manos con Carlos D. Mesa, en el que reconstruimos en paralelo la caída del
avión en Viloco, donde iba el equipo de The Strongest, y ese mismo día el golpe
del General Ovando que llevó al poder a una generación brillante en la que se
encontraba Mariano Baptista Gumucio, Marcelo Quiroga Santa Cruz, Oscar Bonifaz,
Alberto Bailey Gutiérrez, José Ortiz Mercado, entre otros que formaron el
gabinete de ministros.
Es oportuno
mencionarlo porque desde su puesto de ministro Mago me ofreció el desafío de
hacerme cargo de la Revista Nacional de Cultura que él acababa de crear. Fui
durante unos meses un entusiasta secretario de redacción que Mago tenía que
corregir con frecuencia, como cuando me avisó que había conseguido un poema
inédito de Octavio Campero Echazú y yo escuché Octavio Paz. En otra ocasión le
pedí a Raúl Teixidó que “resumiera” para la revista su novela Los habitantes del alba, cosa que hizo
con la mayor humildad. Ahora le pido
disculpas a Raúl cada vez que lo veo.
Esa fue toda
mi relación laboral con Mago, pero siempre ha estado cerca cuando he necesitado
su consejo y su orientación.
Mi primer
libro publicado el año 1977 se debe a Mago cuando fue director de Ultima Hora.
Durante varios meses había publicado en el suplemento “Semana” mis extensos
artículos sobre escritores bolivianos,
resultado de conversaciones, lecturas e indagaciones que desarrollé con
ellos a través de varios años. Mago me animó a publicarlos en forma de libro,
en una edición rústica en papel periódico salida de las prensas de Ultima Hora,
pero con el sello de Los Amigos del Libro. Ese libro se llamó Provocaciones y tiene entre otros
capítulos uno con Oscar Cerruto y otro con Jaime Sáenz que han sido objeto de
estudio. La segunda edición la publicó Plural en 2006.
Disfruto mi
relación con Mago porque es un hombre tranquilo, buen conversador que nunca
abusa de la palabra ni quiere imponer sus ideas sobre los demás. Es más bien
alguien que escucha y a veces habla en silencio desde su mirada chisposa con un
ligero dejo de sorna en la boca, parecido al de la Mona Lisa, y así sin mover
los labios dice lo que está pensando de alguien o de algo, pero sería incapaz
de ser torpe con nadie.
Sus
comentarios a veces sarcásticos son tan refinados que pueden pasar
desapercibidos. Hay que saber leer a Mago como lo hacen unos pocos amigos con
los que ocasionalmente intercambia, aunque la muerte los ha ido alejando, como ha
sucedido con tres de sus cuatro hermanos.
Aprendí
mucho de Mago, y eso no tiene que ver necesariamente con la escritura y el
periodismo. Me enseñó –sin saberlo él mismo- a mirar las cosas con cierta
distancia, a dar las luchas que valen la pena, a medir el alcance de las
palabras que uno escribe o dice, a establecer un orden de prioridades en los
objetivos que uno tiene en la vida, a valorar las amistades que realmente valen
la pena.
En el
trabajo artesanal de la escritura, aprendí de Mago a cultivar como frutos de un
mismo árbol cinco o seis proyectos al mismo tiempo, hasta que alguno madura y cae
por sí mismo, sin prisas, sin el ánimo de figuración instantánea que anima a
otros colegas ávidos de reconocimiento.
Es cierto,
sin embargo, que el tiempo no deja de avanzar y que a partir de cierta edad uno
empieza a contar no tanto los años que ha vivido sino los años que le quedan, y
a calcular mejor qué es lo que la vida útil que uno tiene por delante puede
permitirle hacer. Mago tiene muchos proyectos y los lleva adelante sin
anunciarlos porque tiene la certeza de que hará todo lo que pueda mientras
pueda, y si hay cosas que se quedan a medias en el camino, ni modo. Así también
veo las cosas ahora.
Mariano
Baptista Gumucio es un ejemplo de intelectual, trabajador honesto, probo e
incansable, que ha aportado muchísimo a la cultura boliviana, a la memoria
cultural de los bolivianos y al pensamiento sobre nuestro país. Mago es un
trabajador silencioso, no hace aspavientos ni busca como otros aparecer en los
medios todo el tiempo. No es una gallina que hace alarde cada vez que pone un
huevo, y menos aún una chuchuca, ese pajarraco mexicano que cacarea sentándose
sobre los huevos de otros pájaros. Es también un ejemplo de ser humano por su
modestia y por ser tan accesible a todos.
Por ello el
reconocimiento que se le hace la Cámara del Libro en ocasión de la XXII Feria
Internacional del Libro de La Paz me parece tan apropiado.
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En la sabiduría recolectada con los años he
encontrado
que cada experiencia es una forma de exploración.
—Ansel Adams