No deja
de sorprenderme cada vez que regreso. He vivido allí casi una década en dos
periodos de mi vida y suelo retornar un par de veces cada año desde que dejé el
país en 2012. Creo que lo conozco bastante bien, he recorrido su geografía
física y humana, sufrido sus problemas y disfrutado sus ventajas.
Como
sugiere la canción, México es la tuna que espina la mano. Dulce y jugosa por
dentro pero con una piel gruesa y espinosa que se defiende de los depredadores
y de las adversidades, que son muchas.
Durante
mis dos largas estadías he probado el particular dulce de su pulpa y las
invisibles espinas que irritan la piel. La primera, forzada por el exilio de
García Meza, de 1980 a 1986 (con un paréntesis de un año en Nicaragua), y la
segunda entre 2009 y 2012, en mejores condiciones.
María Marta González, Hugo Fernández y Antonio Peredo (México 1980) |
De la
primera etapa tengo el recuerdo de la solidaridad de amigos periodistas,
cineastas y fotógrafos mexicanos, bolivianos y uno italiano radicado en México,
quien me prestó sin pensarlo dos veces el pequeño estudio donde vivía cuando no
andaba fotografiando el quetzal en la selva de Chiapas o un millón de aves en
una isla desierta de Baja California. Otro me prestó un colchón cuando
compartimos con Antonio Peredo y María Marta González Quintanilla un
departamento vacío en Tacubaya, donde teníamos a penas una mesa y unas sillas de madera heredadas de algún otro exiliado que ya había podido pasar a una situación económica más digna.
Colegas
periodistas como Juan Carlos “Gato” Salazar y Jorge Mancilla Torres (Coco
Manto) facilitaron mi ingreso a la sección internacional del diario Excelsior,
que no solo me permitió sobrevivir los primeros meses sino también viajar en
diciembre de 1980 como invitado de la agencia Tass a la Unión Soviética, un
viaje frío e inolvidable no solo por la experiencia de descubrimiento sino por
la solidaridad que me rodeó.
En el exilio, despojado de bienes pero productivo |
En el
avión a Moscú el colega argentino Ignacio González Janzen, de Radio Educación,
me prestó uno de sus dos abrigos al ver que yo no llevaba más que una chompa y
un lluchu para enfrentar el crudo
invierno ruso. Otro compañero de Excelsior me había prestado sus botas y el
diario me proporcionó una cámara con tres rollos de 36 exposiciones, que supe
administrar con suma austeridad. En ese viaje memorable estaba también José Luis Alcázar, éramos los únicos periodistas bolivianos.
Ciudad de
México, la tuna y la laguna, vivía en esos primeros años de la década de 1980
problemas de violencia y contaminación que parecían irreversibles. Los años
siguientes mostraron las complejas imbricaciones de la polítiquería, las
políticas de Estado, la corrupción generalizada, pero también el crecimiento de
la sociedad civil y de la esperanza.
Tres
décadas más tarde hay cambios, para bien y para mal. El valle de México sigue
sufriendo contingencias ambientales periódicas pero si comparo con 1985 cuando
me sangraba la nariz y regresaba a casa con los puños y el cuello renegridos,
siento que la situación ha mejorado con políticas públicas que fueron aplicadas
en el Distrito Federal por tres gobiernos consecutivos de izquierda, que
mejoraron notablemente el transporte público y sacaron a las fábricas de la
ciudad. La avenida Insurgentes que era antes un túnel de humo con miles de
minibuses desordenados, es ahora un paseo agradable gracias al Metrobús que
recorre sus 28 kilómetros.
Lo que ha
empeorado es la violencia, que se ha vuelto generalizada, aleatoria y muy cruel.
Ya nadie está a salvo porque golpea como una lotería perversa en cualquier lugar,
cubriendo a la sociedad de un barniz de temor e inseguridad. Paralelamente, sin
embargo, emergen nuevos movimientos sociales, sobre todo jóvenes, que
construyen otro horizonte desde la calle y contra el sistema.
Sumas y
restas pero es siempre estimulante regresar a México por motivos académicos y
para ver a los muy queridos amigos que ahora tengo allí. “El rincón de la
lechuza”, “Las tortas de Don Polo”, el “Café Habana”, “El Péndulo”… Pocas
ciudades tienen una oferta gastronómica y cultural tan gigantesca: cine,
teatro, museos, música, bibliotecas, comida y todo aquello que compensa el
riesgo de vivir allí. Espinas y tunas.
(Publicado en Página Siete, el sábado 3 de junio 2017)
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México es un país herido
de nacimiento, amamantado por la leche del rencor, criado con el arrullo de la
sombra. —Carlos Fuentes