Tengo una larga historia de trabajo relacionada
a la comunicación y al medio ambiente. Mucho antes de que este fuera un tema de
manejo cotidiano en los medios de información, participé en una verdadera
batalla campal para hacer que los periodistas de Bolivia (y de otros países) se
sensibilizaran sobre el tema.
Si bien la Ley del Medio Ambiente se
aprobó en 1992, ya a mediados de 1985 hubo medidas vinculadas a las políticas
de conservación y desarrollo, que fueron agriamente criticadas por periodistas
que no estaban aún preparados para comprender su importancia porque anteponían
su posición política a las necesidades del país.
Durante el último gobierno de Paz
Estenssoro (1985-1989), Bolivia firmó con sus acreedores un acuerdo de “deuda
por naturaleza” similar al que había firmado antes Costa Rica, país pionero en
la defensa de su naturaleza. Este tipo de acuerdos consistían en que las
instituciones acreedoras condonaban la deuda de Bolivia a condición de que el
país preservara áreas protegidas.
Se vivía en ese momento una aguda
oposición a Paz Estenssoro quien tomó medidas drásticas, con un costo social
alto, para parar en seco la hiperinflación y el desmoronamiento económico del
país. Quienes no han vivido esos años no pueden siquiera imaginarse que el
dinero que uno recibía en la mañana valía la mitad en la tarde, y que los
billetes ya no se contaban, se pesaban por kilos.
Me pareció importante que Bolivia
decidiera aliviar su deuda externa a través de una medida innovadora que era en
ese momento duramente criticada por periodistas, entre ellos mi colega “Chichi”
Soliz Rada, quien afirmaba que se trataba de una maniobra de la CIA y de Chile
para quedarse con territorio boliviano. La casualidad hacía que Conservation
International, la ONG internacional promotora de estos acuerdos, tenía (y tiene
todavía) su sede en Washington, y que su vice-presidente era Guillermo Mann, un
ambientalista chileno, por lo que las teorías conspirativas caían en terreno
bien abonado.
En ese contexto tan polarizado publiqué
un artículo favorable al acuerdo de “deuda por naturaleza” porque
independientemente de mi posición crítica a las medidas de alto costo social
del gobierno, me parecía una medida inteligente y favorable al país. Mi artículo sorprendió porque en ese momento
ni siquiera la Liga de Defensa del Medio Ambiente (LIDEMA), una red de ONG
ecologistas, había tenido el valor de defender públicamente la medida.
Fui contactado por la oficina de
Conservación Internacional en Bolivia que primero me pidió permiso para
publicar mi artículo en una página solicitada. Les dije que no tenía ninguna
objeción. Volvieron a contactarme más adelante para pedirme que elaborara para
ellos y para LIDEMA una estrategia de comunicación, cosa que hice luego de
conocer mejor el trabajo que realizaban, visitar a las instituciones que eran
parte de LIDEMA, y hacer una visita muy enriquecedora a la Estación Biológica
del Beni, cerca de San Borja, donde se discutían los planes de manejo de
bosques, para ponerles límites a las empresas madereras que estaban acabando
con la mara.
Una de las actividades que sugerí en la
estrategia fue un seminario internacional para periodistas, que se realizó del
19 al 21 de enero de 1989 en el local de la Asociación de Periodistas en Mallasa.
Coordiné el evento con mi colega René López
Murillo.
Entre los ponentes nacionales estaban
especialistas Mario Baudoin, Carlos Arze Landívar, María Teresa Ortiz, Elvira Salinas,
Carmen Miranda y el periodista Carlos D. Mesa. Recogí su intervención y las
otras de expositores peruanos como Carlos Ponce, Bárbara D’Achille y Carlos
Herz en el libro Conservación, desarrollo
y comunicación (1990) publicado por Conservación Internacional, Lidema y la
Asociación de Periodistas, uno de los primeros libros sobre temas ambientales
publicado en Bolivia. A partir de ese momento, la actitud de muchos periodistas
bolivianos empezó a cambiar gracias a una mejor comprensión de los temas
ambientales.
Ahora regresemos a 2016, aquí y ahora,
porque quiero comentar una iniciativa inteligente y lograda con belleza: cinco
documentales de 18 a 25 minutos sobre la situación ambiental de Bolivia, bajo
el título genérico del primero de los programas: Planeta Bolivia. Sus fines son
educativos y de sensibilización de la ciudadanía en general. En las primeras
semanas de difusión, ha alcanzado innumerables escuelas en el país y además
está disponible en línea.
Marcos Loayza durante la filmación de Planeta Bolivia |
El proyecto es el resultado de una suma
de voluntades. Por una parte de quienes han capitaneado la idea: Carlos D.
Mesa, Ramiro Molina Barrios y Juan Carlos Enríquez Uría. Por otra el realizador
Marcos Loayza que aseguró la calidad estética de la producción, con su equipo
técnico. Finalmente, los auspiciadores que pusieron los recursos económicos: la
Corporación Andina de Fomento (CAF), el Banco Mundial (BM), el Banco
Interamericano de Desarrollo (BID), la Cooperación Suiza y el Banco FIE.
Esperemos que la CAF, el BM y el BID
adquieran un compromiso con el medio ambiente que vaya más allá del
financiamiento de esta serie, pues no basta la sensibilización de la población,
son las políticas de Estado las que definen el modelo de desarrollo.
Desde los primeros minutos de Planeta Bolivia el estilo narrativo es
contundente. En lugar de didácticos comentarios en off que caracterizan a muchos documentales en los que la voz del
locutor es una distracción, los autores optaron por una forma expresiva
contundente y a la vez sencilla: imagen y música.
Con la hermosa fotografía de Alejandro
Loayza Grisi y la música de José Carlos Auza estos documentales no necesitan
comentario en off porque el
contrapunto de imagen y sonido es por demás elocuente. Las imágenes aéreas son bellas.
Del amanecer al anochecer nuestro país es un planeta casi completo (falta el
mar), un jardín de sorpresas. Los drones y avionetas de las escenas aéreas y el
uso de time lapse en la edición tienen
un efecto mágico porque revelan los mecanismos de transformación de la
naturaleza. El estilo me recuerda Powaqqatsi
(1988) y Koyaanisqatsi (1982) –con
esta última tuve algo que ver- los hermosos largometrajes de Godfrey Reggio,
con música de Philip Glass.
De rato en rato, como un descanso de
tanta imagen que conmueve por su belleza (o por el drama ambiental que muestra),
se introducen sobre pantalla negra algunos datos sobre la realidad
medioambiental que no necesitan mayor énfasis ni comentario. Son un complemento
de la imagen pero a la vez tienen vida propia porque proporcionan una
información valiosa en pocas palabras, cifras y porcentajes.
Los letreros nos sitúan en este país que tiene
apenas el 0.14% de la población mundial en el 0.22% de la superficie del
planeta, con una densidad bajísima de 10 habitantes por kilómetro cuadrado, con
67% de la población en las 10 ciudades más grandes. Ocupamos el 12° lugar con
mayor diversidad biológica del planeta y los bosques todavía cubren casi la
mitad del país. Nuestra naturaleza es campeona pero nosotros, sus habitantes,
todo lo contrario, porque somos el primer país del mundo en deforestación per
cápita de bosques tropicales, un tercio del país está erosionado y no tomamos
medidas para tratar los desechos sólidos y la contaminación del agua.
Precisos, los datos en cada letrero son contundentes
e irrebatibles. Nos muestran un país cuya belleza y recursos naturales están en
riesgo debido al mal manejo que hacemos sus habitantes del patrimonio prestado
por la naturaleza. Como todo préstamo, deberíamos devolverlo con intereses,
pero le hacemos trampa, le devolvemos billetes falsos.
Desde las galaxias lejanas hasta la
austeridad y belleza de las montañas andinas con sus imponentes nevados, y la
caída vertiginosa hacia los valles y los llanos, no cabe duda de que en ese
aterrizaje destaca la riqueza que tenemos en nuestras manos. El sentido de
observación y la proximidad de la cámara a la naturaleza nos hace cómplices en
este itinerario. Una coreografía caprichosamente bella de aves, mariposas o
mamíferos, y en medio el hombre y la mujer bolivianos (si acaso se sienten
parte de una nación con ese nombre) interactuando cada día con esa naturaleza,
en el altiplano, en la selva o en la ciudad (la selva de cemento). La bandera
boliviana que se yergue en los caudalosos ríos fronterizos, ¿delimita algo?
Las culturas que encierra el territorio a
veces armonizan con el concierto de la naturaleza y otras no. La cultura
extractivista que prima en las políticas públicas definitivamente no armoniza,
porque implica disminución de bosques, contaminación de aguas, cansancio de la
tierra, migraciones y empobrecimiento creciente. Las ciudades de culturas
abigarradas se saturan de gente, vehículos y basura, hasta colapsar los
servicios públicos. El agua cristalina que baja de los nevados se convierte en
una cloaca al pasar por las ciudades. Ni el lago sagrado se libra de las
cloacas que se generan en la ciudad de El Alto.
La apertura de caminos en lugares remotos
puede ser una mala señal porque trae amarrado el concepto de “desarrollo”
depredador. La integración del país tiene a veces un alto costo, cuando en
lugar de beneficiar a la agricultura familiar, sirve de punta de lanza para que
penetren empresas mineras y petroleras.
Si bien el primer capítulo de la serie es
un repaso general, un estado de situación en síntesis, los otros cuatro
profundizan en aspectos centrales e ineludibles. En “Tierra” aprendemos que se
deforesta el doble que hace 20 años, pero se produce la misma cantidad de
alimentos. El chaqueo acaba con la cobertura vegetal, es el preludio de
desiertos y dunas de arena. Desde la superficie hasta el vientre de la tierra,
las minas, sale el veneno de los residuos químicos que contamina ríos y
ciudades. Con todo, la tierra sigue siendo generosa.
El “Agua” que se desprende de las nubes
es un regalo cuando sucede, pues ni los animales ni el hombre pueden prescindir
de ella. Sin embargo, aunque Bolivia es uno de los 20 países con mayores recursos de agua dulce, solo el 20%
de su población tiene acceso a agua potable. La desperdiciamos de manera
ostentosa: se requieren 26 mil litros de
agua cada día para alimentara una familia. En “Cambio climático” también somos
campeones, puesto que producimos más CO2 que 172 países. Estamos dejando una
huella de carbono nefasta, y en las “Ciudades” pagamos el alto costo de vivir
hacinados, con lo que ello conlleva como deterioro de la calidad ambiental:
aire, suelo y agua contaminados por las acciones de sus depredadores
ciudadanos. Generamos cada día 5 mil toneladas de basura.
Así es como esta bella serie documental
puede sensibilizarnos sobre lo que perdemos irremediablemente.
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El futuro del
equilibrio medioambiental del país está en riesgo y lo primero que hay que
lograr es que los ciudadanos se enteren de que ese riesgo es inminente, que los
preconceptos, ideas generales, frecuentemente equivocadas, se contrasten con la
realidad.
—Carlos D. Mesa
(Una parte de este artículo se publicó en Página Siete
el domingo 6 de noviembre 2016)