Así como celebré años atrás la creación
del ministerio de Comunicación, ahora pienso que ese ministerio sobra y debería
desaparecer, porque no es más que una institución de propaganda con 50 o 100
veces más presupuesto del que tenía como Secretaría de Informaciones de la
Presidencia.
Marianela Paco |
Tuve la esperanza de que se convirtiera
en un ministerio encargado de formular política pública en el campo de la
información y de la comunicación (que no son la misma cosa), pero
lamentablemente cumple un papel idéntico al que desempeñaba la Secretaría de
Informaciones de la Presidencia: publicitar la mesiánica figura presidencial en
una campaña electoral cotidiana que ya dura once años. Y lo hace con recursos
públicos que podrían destinarse a la cultura, a la salud o a la justicia, que
tiene la tajada ridícula de 0.4% del presupuesto general, en un país donde
brilla por su ausencia o sobresale por los escándalos de corrupción.
Cuando Amanda Dávila asumió el cargo de
ministra de Comunicación publiqué en Nueva Crónica un artículo donde recogí con
beneplácito, aunque a la vez con cierto escepticismo, las declaraciones que
hizo la ministra en sentido de que su gestión se caracterizaría por el diálogo
con los periodistas y su decisión de convertir al ministerio de Comunicación en
promotor de políticas de Estado en el campo de su competencia.
En pocas semanas Dávila se vio arrastrada
por la vorágine de producir publicidad diaria para el ensalzar la figura del macho
Morales, una pirámide personalista que no solamente opaca a todas las demás
instancias del gobierno y del Estado (que tampoco son sinónimos), sino que
subraya un culto a la personalidad parecido al de Kim Il-sung y otros longevos dictadores
de otras regiones del planeta.
Son vergonzosas las imágenes tamaño natural
del presidente, cubierto de medallas como cualquier autócrata asiático o
africano, que se exhiben en las ferias de propaganda del ministerio para que la
gente se pueda fotografiar a su lado. Y si uno examina las colecciones de libros
que publica ese despacho, con abundantes fotos de Evo Morales en las portadas y
en todas las páginas, resulta intolerable pues se hace con recursos públicos
que tendrían un destino mejor si el gobierno se preocupara por los problemas del
país.
Y qué decir del “logo” que ha sido creado
con la cara de Morales y que se coloca en todas las obras del Estado, en todas
las cabinas del teleférico y en toda publicación del gobierno. Es una “imagen
de marca” vergonzosa porque se apropia de obras realizada con fondos públicos. Algo nunca antes visto, ni en dictaduras
militares.
No conozco en ningún otro país de nuestra
región una presencia tan abusiva de la imagen presidencial en todas las obras
del Estado y en todos los medios de información públicos que deberían manejarse
con criterios de servicio a la colectividad y no como amplificadores de la
campaña política de una persona que acumula tres cargos: presidente de la
república, presidente del MAS y de las seis federaciones de cocaleros del
Chapare, las mismas que producen el 94% de la hoja de coca destinada a hacer
cocaína. Pregunto una vez más: ¿a quién le vende el cocalero Morales la coca de
su qatu?
Ni en Perú, ni en Ecuador, ni en
Colombia, ni en México –que son países donde viajo con frecuencia- he observado
semejante bombardeo publicitario con la imagen del presidente. Es un culto a la
personalidad delirante y abusivo.
Amanda Dávila |
Cuando creí que Amanda Dávila corregiría
las metidas de pata de Iván Canelas (más tarde convertido en hagiógrafo
presidencial y premiado con un puesto invisible en el directorio de Entel y
luego con otro visible en la gobernación de Cochabamba), eso no sucedió. Ambos
rifaron para siempre su prestigio como periodistas y mostraron la misma actitud
de ponerse de cuatro patas reverenciando al líder supremo (y gastando para ello
millones del erario). El caso de Dávila fue más triste, pues tuvo que soportar
sumisamente la conocida torpeza misógina del primer mandatario que le ordenaba
traer café en las reuniones de gabinete, aunque ella, según cuentan no accedía
a ese pedido. Hizo también oídos sordos de la copla misógina tan celebrada por
el presidente: “las ministras van por los balcones pidiendo dinero para sus calzones”.
Dicen que la propia Amanda Dávila
recomendó a Marianela Paco como sucesora. Si es cierto, es una jugada maquiavélica,
porque Paco es ineficiente, doblemente rastrera y rabiosa, que desde el día uno
de su gestión se ha enfrentado a los medios de información y a los periodistas.
Es como si Dávila hubiera recomendado a la peor sucesora posible para que la
gente comente, como hace ahora, que con Amanda Dávila el ministerio estaba
mejor. Por comparación, Dávila queda mejor pintada en la efímera historia de
los que pasan por el poder.
Marianela Paco (que no se saca el
sombrero ni delante del papa Francisco), no tiene idea de lo que es la
información, menos aún la comunicación. Tampoco sabe de transparencia: esconde
las cifras de lo que gasta, cuando es su obligación darlas a conocer. Comenzó su
gestión echando a un centenar de funcionarios, multiplicó el presupuesto de
propaganda y se trenzó en peleas desgastantes con periodistas de renombre.
Basta verla en televisión para darse cuenta de que es una persona ríspida y
agresiva, que confunde la militancia partidista con servilismo y obsecuencia.
Hace poco se habló de la enfermedad de
Marianela Paco, quizás sea el preludio de su salida en el próximo reajuste de
gabinete. Probablemente la premien por haber convertido una cartera tan
importante en la agencia de publicidad de una persona.
Sería el momento indicado para que el
ministerio de Comunicación desaparezca y vuelva a ser una secretaría en la
presidencia, porque nadie que sustituya a Paco podrá cambiar la dinámica de ese
ministerio, completamente sometido por los caprichos de un tipo autoritario,
soberbio y torpe.
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Los
políticos son siempre lo mismo.
Prometen
construir un puente aunque no haya río.
—Nikita
Jrushchov