Siento un afecto especial por Venezuela
ya que durante la década de los años 1960 vivía allí una parte importante de mi
familia: mi abuela paterna Adriana, mis tíos Mercedes y Gonzalo, y mis primos
hermanos Fernando, Mariano, Myriam, Bernardo y Emma. Gonzalo murió en Caracas
luego de haber cultivado una amplísima biblioteca y discoteca de música clásica.
Emma vive allí aún, al menos una parte del año.
Ese afecto hacia el país caribeño se
ratificó por su política de asilo que permitió que muchos bolivianos
perseguidos por las dictaduras militares (cuyos archivos secretos se han
“estido” –bolivianismo de reciente aparición- según nos quiere hacer creer el
gobierno de Evo Morales) encontraran refugio y trabajo. Amigos periodistas y de
la cultura fueron a vivir y a trabajar a ese país, entre ellos mi querido Pepe
Ballón que no pudo olvidar sus impulsos de editor y publicó generosamente en
Caracas un libro mío sobre cine.
Luego de mis visitas familiares a fines
de los años 1960 y principios de los 1970, regresé en la década de 1980 para
los festivales de cine Súper 8 que organizaban Carlos Castillo y Julio Neri, y después
he estado poco en Venezuela, la última vez fue en 2012 para el Festival de Cine
de Margaritas.
En décadas anteriores Venezuela nadaba en
petróleo y se ahogaba en whisky, bebida de la que era el primer importador
mundial. Ahora continúa nadando en petróleo pero se ahoga en caos. Desde lejos
sigo la situación política de este país dividido y de tiempo en tiempo recibo
testimonios de amigos que viven las angustias cotidianas de los mercados vacíos,
de la falta de medicinas y pañales, de la violencia creciente en las calles, y
del abandono total del aparato productivo.
Más allá de las opiniones acaloradas de
quienes están radicalmente en contra o fervientemente a favor del gobierno, hay
datos duros irrebatibles que demuestran que para la mayoría de la población la
vida cotidiana empeora cada vez más.
El gobierno de Nicolás Maduro, corrupto e
ineficiente, no cesa de echarle la culpa de la debacle económica a una
conspiración de la derecha internacional y del imperialismo. Se refugia en ese
discurso que cada día tiene menos adeptos porque lo cierto es que si el
imperialismo norteamericano quisiera, dejaría de comprarle petróleo a Venezuela
y sería la última estocada para que el país se desmorone.
La conspiración internacional a la que se
atribuye el desabastecimiento de los mercados no es otra cosa que el cese de
intercambios comerciales por una sencilla razón: el gobierno venezolano no paga
sus deudas, debe dinero a todo el mundo, incluso a Bolivia. Las empresas que
“sabotean” a la economía venezolana son las que decidieron cobrar esas deudas y
dejar de enviar sus productos.
El manejo arbitrario de hasta cuatro
tipos de cambio del dólar, los privilegios de los que todavía goza la clase que
gobierna con arrogancia el país, la retórica gubernamental contrastada con la
ineficiencia y el mal manejo de la cosa pública, son algunos de los hechos que
explican el desastre. Otro dato no despreciable: según Forbes una de las hijas
de Chávez es la mujer más rica de Venezuela. ¿De dónde? Por favor.
Venezuela es uno de los países más ricos
y peor administrados del mundo. Se ha chupado el petróleo sin invertir en la
agricultura, que antes era importante por lo menos para alimentar al propio
país. El gobierno ha querido sustituir la falta de creación de empleo estable
con bonos insostenibles que han acostumbrado a la población más vulnerable a
mendigar del Estado (y votar por el gobierno).
Los datos duros hablan. Esta semana el
FMI y el Banco Mundial publicaron tablas comparativas del crecimiento de América
Latina en 2016. La gráfica me produjo escalofríos: Venezuela aparece con un
crecimiento negativo de 10%, una vergonzosa columna roja que triplica hacia
abajo lo que los países más exitosos de la región han logrado en crecimiento
positivo.
Cuando uno escucha los discursos
altaneros, histriónicos y todavía triunfalistas de Maduro, cuesta explicarse
cómo semejante incapaz (que llegó a esa posición por su servilismo con el ex
presidente Chávez), puede continuar a la cabeza de una nación que lo tiene todo
para vivir dignamente pero que se desliza cada día más hacia una crisis
humanitaria.
(Publicado en Página Siete
el sábado 8 de octubre 2016)
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Nadie a la libertad tiene derecho,
cuando no hace hábito y gala
de respetar la libertad ajena.
—José Martí