(Un tercio de este texto se publicó en Página
Siete el domingo 7 de mayo 2017)
Diego Mondaca, Santiago Espinoza, Alfonso Gumucio y Verónica Córdova |
El título del texto tiene su razón de ser.
Cuando me invitaron el viernes 24 de marzo al panel sobre el cine de Jorge
Sanjinés como último evento en el marco de las Jornadas del Cine Boliviano, lo
primero que dije cuando me tocó intervenir en la ronda de expositores es que me
llamaba mucho la atención la ausencia de Jorge Sanjinés.
¿Íbamos acaso a hablar de su cine en su
ausencia, sabiendo que vive en la misma ciudad de La Paz y que en tiempos recientes
es mucho más accesible a todos los que se interesan en su trabajo como
cineasta? Pero así fue, el cineasta no había sido invitado en esa ocasión,
probablemente para que los panelistas se sintieran en mayor libertad de decir
lo que tenían que decir.
Mi intervención se refirió a la trayectoria de
Jorge Sanjinés y al conjunto de su cine, antes que a alguna película en
particular. En la vida de cualquier
creador, hay obras buenas y obras menos buenas.
Puede haber incluso obras francamente malas, como en el caso del periodo
mexicano de Luis Buñuel. Por eso lo importante es referirse a la trayectoria
completa, sin despedazarla, para hacer un balance como el que se hace de un
cineasta que ha completado la extensión más larga de su recorrido.
Mi perspectiva sobre Jorge Sanjinés está
obviamente contaminada por la relación personal con él, lo cual es a la vez un
privilegio y un riesgo para tomar la distancia crítica necesaria. He publicado
sobre Jorge múltiples veces y a él no siempre le ha gustado lo que he escrito,
pero con los años esas diferencias se han ido limando y el polvo de los
desencuentros se ha asentado. Hoy puedo decir que en el conjunto hubo más
espacios de encuentro que de desencuentro.
Estoy hablando de más de cuatro décadas a lo
largo de las cuales hemos mantenido una relación episódica, a veces muy intensa
y cotidiana y otras veces distante, más por razones geográficas y políticas que
cinematográficas. En el balance, considero a Jorge un gran cineasta, con una
visión precursora del cine boliviano, cuyo cine debería ser mejor conocido por
todos en Bolivia y lamentablemente no es el caso.
Comencé a colaborar con Jorge Sanjinés a
principios de la década de 1970, cuando me encontraba exiliado en París,
durante la dictadura del Coronel Banzer (rápidamente convertido en general
después del golpe).
Jorge me pidió que actuara como representante
del Grupo Ukamau en Europa. Eso significaba sobre todo dos cosas: por una parte
representar los intereses económicos del grupo ante los distribuidores europeos,
y por otra acompañar la difusión de las películas.
Al respecto recuerdo algunos viajes que hice a
Italia para visitar en Milán al productor y distribuidor Renzo Rossellini, hijo
del gran director de cine Roberto Rossellini y sobrino del compositor Renzo
Rossellini. En esos años Rossellini era el distribuidor de los films de Jorge
Sanjinés y mi trabajo consistía en analizar con él cómo iba la distribución en
Italia.
Cartel en serigrafía |
Viajes similares hice a Bélgica, donde nuestro
buen amigo Pablo Frassens había fundado “Films de Liberación” para distribuir
películas independientes y progresistas como las de Sanjinés. En Francia, mi
contacto era Marin Karmitz, cineasta de origen rumano realizador de Coup sur coup (1972) y otras películas
que reflejan las revueltas de mayo 1968, devenido productor, distribuidor y
posteriormente un millonario potentado de la exhibición a través de la cadena
MK2.
Solía viajar por Francia para presentar los
films de Jorge y hablar de Bolivia ante públicos sumamente interesados en
nuestro país. Recuerdo auditorios como
el de la Casa de la Cultura de Rennes, enorme, abarrotado con más de 500
personas que luego de la proyección de Yawar
Mallku o El coraje del pueblo me
acribillaban con preguntas sobre el cine del Grupo Ukamau y sobre la dictadura de Bánzer.
Sanjinés, Jaramillo y Gumucio en la filmación de Fuera de aquí en Ecuador |
En 1975 Jorge me puso al tanto del proyecto de
filmar Fuera de aquí en Ecuador, para
lo cual conseguí prestada una cámara Arriflex BL 16mm del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) gracias a mi amigo Jean-Michel Arnold que dirigía el
departamento audiovisual. La única condición que me puso Jean-Michel fue
devolver la cámara un mes después, algo que cumplí a pesar de
algunas fricciones con Jorge porque tuvimos que interrumpir el rodaje.
Fuera de
aquí se filmó primero en junio-julio de 1975, durante
las vacaciones de mi último año de estudios en el Institut de Hautes Études Cinématographiques (IDHEC) en París. Durante la filmación escribí a mano un diario
detallado, día a día, que ha sido publicado 40 años más tarde en edición de
lujo en Ecuador con el título Diario
ecuatoriano. Cuaderno de rodaje (2015).
Durante la presentación del libro Diario ecuatoriano, cuaderno de rodaje: Claudio Sánchez, Alfonso Gumucio, Jorge Sanjinés, Carlos D. Mesa y Pedro Susz |
Durante la presentación del libro en la Cinemateca
Boliviana, el 11 de agosto del 2016, en presencia de Jorge Sanjinés, él expresó:
“Me llamó mucho la atención el poder de observación, la coherencia y limpieza literaria
del texto. Realmente no parece un diario escrito a toda máquina en medio del
trabajo o con la fatiga propia de un día de rodaje”.
El diario contiene algunos apuntes críticos.
Yo estaba cargado de teoría gracias a mis estudios en París no solamente en el
IDHEC con algunos de los representantes de la nouvelle vague francesa (como Néstor Almendros y Jean Douchet),
sino también en la Facultad de Vincennes con el equipo de Cahiers du Cinéma
(Jean Narboni, Serge Daney y Serge Toubiana) y de la revista Cinéthique, en la
Facultad de Nanterre con Jean Rouch y en l’École Pratique de Hautes Études con el historiador
de cine Marc Ferro.
Sobre los comentarios que hice en el Diario ecuatoriano Jorge dijo algo
constructivo: “El texto del diario no es un recuento frío de los sucesos y del
trabajo durante el rodaje, sino que contiene opiniones sobre el mismo, críticas
a las fallas -particularmente mías- y también reconocimiento al esfuerzo y a la
habilidad de otros realizadores de la película como lo que se destaca sobre la
habilidad y temple de nuestra inolvidable Beatriz Palacios”.
Jorge Sanjinés y Beatriz Palacios |
La relación con Jorge y Beatriz continuó
después de la filmación de la película en Ecuador, que ellos terminaron de
filmar en 1976. La película se estrenó
en 1977 y fue ampliamente difundida en comunidades indígenas ecuatorianas. Al
caer la dictadura en Bolivia, pudo exhibirse en el país junto a El enemigo principal (1973), que había
sido rodada en Perú.
Mientras preparaba en el IDHEC mi propio
largometraje documental, Señores Generales,
Señores Coroneles (1976), me tomé el trabajo de hacer un découpage plano por plano de tres
películas de Jorge Sanjinés: Revolución,
Ukamau y Yawar mallku. Examinar cada plano de esos tres films y describirlos
en un cuaderno, fue un ejercicio estimulante. Para los neófitos es importante
precisar que las películas terminadas no corresponden exactamente al guion y
escaleta de producción, porque muchas cosas cambian no solamente durante el
rodaje sino también en la etapa de montaje (edición), de manera que el único
guion fiel viene a ser aquel que se hace con base en la película terminada.
Todavía conservo celosamente esos papeles.
En París publiqué en la revista Cahiers du
cinéma (No. 257, mayo-junio 1975) un artículo sobre El enemigo principal escrito junto a mi colega Marcelo Quezada. Además
de ser los únicos bolivianos (o por lo menos los primeros) que han publicado en
la prestigiosa revista fundada por André Bazin, el artículo sobre Sanjinés tuvo
una influencia positiva en la publicación que estaba recién saliendo de una
etapa ideológica muy dogmática, la del “frente cultural” de tendencia maoísta, tan
dogmática que durante un año o más se negó a publicar fotografías de las
películas que comentaba por considerarlas una desviación de las revistas burguesas
de cine. Las reflexiones sobre el cine de Sanjinés, quien proclamaba un cine
revolucionario pero también un cine bello, contribuyeron a cambiar esa
orientación.
La relación con Jorge y Beatriz tuvo altibajos
a raíz de otros textos que escribí sobre su cine. Tuvimos algunos desencuentros
en torno a mi Historia del cine en Bolivia
(1982) y también a raíz de un artículo que publiqué en la revista Imágenes que dirigía y publicaba en
México el historiador y crítico de cine Emilio García Riera. Otros malentendidos
durante la edición de Fuera de aquí
en Italia se fueron curando con el tiempo.
Jorge Sanjinés |
Recuerdo que durante un viaje de bajo perfil
que hice a Bolivia en 1975 para ver a mi padre que estaba gravemente enfermo,
Jorge me pidió que visitara a su mamá, doña María Aramayo, que vivía en la
Avenida Busch en Miraflores. Fui a verla y la encontré muy nerviosa. Eran
todavía tiempos de la dictadura y ella temblaba (literalmente) al hablarme de
unos rollos de película que Jorge le había dejado en depósito al salir al
exilio y que podrían causarle problemas si los agentes del gobierno de Banzer
la visitaban. Para aliviar su tensión le ofrecí llevarme los rollos a casa de
mi padre. Cerca de la medianoche los recogí en una operación sigilosa (tal como
ella solicitó) y le quité un peso de encima. Luego, al revisar los rollos de
35mm descubrí que eran los descartes de Yawar
mallku. Al retornar la democracia se los devolví a Jorge.
El legado de Jorge Sanjinés es indudablemente
enorme y no puede ser opacado por sus películas más recientes, que han sido
objeto de críticas muy duras, algunas por la propuesta cinematográfica y otras
por razones políticas, en especial Los
hijos del último jardín (2004) e Insurgentes
(2012) respectivamente. Insurgentes y
Juana Azurduy, guerrillera de la patria
grande (2017) recibieron un sustancial apoyo del gobierno de Evo Morales
(quien hace dos breves apariciones en Insurgentes),
y ello irritó a una parte de la comunidad de cineastas y críticos de cine. No
son, en verdad, secuencias que le aporten mucho a la obra.
El conjunto de la obra cinematográfica de
Jorge Sanjinés tiene una coherencia plástica e ideológica, y pasará a la
historia como una propuesta estética y política de indudable valor. Jorge ha
sabido combinar su visión de cineasta con la reflexión sobre el cine, como lo
demuestran sus ensayos, recogidos en varios libros, entre ellos Teoría y práctica de un cine junto al pueblo
(Siglo XXI, 1979).
Su visión de un cine revolucionario que además
busque (y encuentre) la belleza formal es evidente en largometrajes como Ukamau (1966), Yawar mallku (1969) y La
nación clandestina (1989), quizás más que en los otros. Los largos planos secuencia envolventes en
películas del exilio como El enemigo
principal y Fuera de aquí cumplen
una función diferente a los bellísimos planos secuencia del cineasta húngaro Miklós
Jancsó, porque en el caso de Sanjinés no solamente son un recurso estético sino
también una forma de adaptar la mirada del cineasta al contexto que está
filmando, en lugar de que el contexto esté previamente organizado y preparado
en función de la producción. Es decir, la cámara al servicio de los actores
naturales, que no tienen porqué disciplinarse como profesionales en secuencias
donde el objetivo es lograr un relato donde la autenticidad testimonial constituye
uno de los principales valores.
Por sus cualidades artísticas y por su
compromiso político, Jorge Sanjinés integró una generación de cineastas que se
conoció como el Nuevo Cine Latinoamericano, con antecedentes fundamentales en
el cine brasileño de la década de 1950 y en el cubano que nació inmediatamente
después de la revolución de 1959. Jorge abrió las puertas de esa fraternidad
latinoamericana que se reunía cada año en los festivales de cine de La Habana,
y que lo hace todavía, aunque los tiempos han cambiado. En sus mejores momentos
la afinidad entre cineastas me permitió establecer lazos de amistad con los
argentinos Octavio Getino y Pino Solanas, con el cubano Santiago Álvarez y los
colombianos Marta Rodríguez y Jorge Silva, entre muchos otros. A los chilenos
Raúl Ruiz y Helvio Soto los frecuenté en París donde estaban exiliados, como
yo, y a Miguel Littin y al brasileño Rui Guerra durante mi segundo exilio en
México.
En el contexto del cine boliviano actual, el
referente de Jorge Sanjinés es inevitable.
Algunos hablan de la “negación del padre” o incluso de “parricidio”.
Desde mi perspectiva, es natural que el cine haya evolucionado y que los
cineastas de generaciones posteriores o contemporáneos a Jorge Sanjinés busquen
sus propios senderos.
No olvidemos que Jorge Ruiz fue un precedente
fundamental para Jorge Sanjinés por su cine de orientación social y su interés
en el mundo indígena, como lo demuestran muchas de sus obras además de Vuelve Sebastiana (1953), al igual que
lo fue para ambos José María Velasco Maidana en la década de 1920. Y no
olvidemos que Antonio Eguino inició un camino propio desde el año 1975 con Pueblo chico, y que lo mismo hizo Paolo
Agazzi en 1982 con Mi socio. Ambos
cineastas cuentan también con un cuerpo cinematográfico consistente y coherente
a lo largo de las cinco o seis películas de largometraje que cada uno ha
realizado.
Las generaciones posteriores a ellos han
demostrado que no es necesario negar al padre para producir un cine que desde
miradas diferentes, refleja la realidad boliviana con calidad, sinceridad y
compromiso social. Prueba de ello son Marcos Loayza, Juan Carlos Valdivia y una
pléyade de talentosos cineastas más jóvenes, que introducen propuestas
renovadas y a veces arriesgadas, algunas exitosas y otras fracasadas.
El presidente Evo Morales y Jorge Sanjinés en el estreno de Insurgentes |
Estos son otros tiempos y el propio Sanjinés es consciente de ello a juzgar por sus
películas más recientes, que son reconstrucciones históricas como Insurgentes, Juana Azurduy o su proyecto en ciernes sobre Zárate Willca. Son
tiempos en que los mensajes que subrayan el núcleo ideológico de las películas ya no pueden expresarse de manera didáctica porque la democratización de la producción cinematográfica obliga a presentar
una alternativa simbólica que pueda hacer frente al cine comercial. A pesar de los esfuerzos en ese sentido y a
pesar de notables bodrios de vocación exclusivamente comercial, ya es casi
imposible que el cine nacional compita en el mismo terreno con el cine
comercial internacional. De los 500 mil espectadores que pagaron su entrada
para ver Chuquiago en las salas de
cine comerciales hace cuatro décadas, hemos bajado a diez o veinte mil, si hay
suerte.
No solamente ha cambiado la manera de hacer
cine, sino que ha cambiado el espectador y la manera de consumir cine. La dieta
cinematográfica de los espectadores ha evolucionado en paralelo con su dieta
alimenticia. El espectador joven boliviano no consume quinua, prefiere comida
chatarra y gaseosas de agua oscura con mucha azúcar, y lo mismo prefiere en las
pantallas de los grandes cines o en las pequeñas pantallas de su casa o de su
teléfono celular: chatarra audiovisual.
Esa dieta hace que ya no podamos hablar de “cinéfilos”,
es decir de amantes del cine, sino de espectadores y consumidores pasivos que
van en busca de distracción. Las películas que hacen pensar son mal digeridas
en esa dieta chatarra.
Jorge Sanjinés en la "revolucionaria" UPEA, con estudiantes de secundaria |
El ejemplo lo hemos tenido hace poco, primero con el ciclo de "Cine y democracia" que coordiné para el Servicio Intercultural de Fortalecimiento Democrático (SIFDE) del Organismo Electoral Plurinacional (OEP) y la Cinemateca Boliviana, en octubre de 2016, y aún más recientemente con la
retrospectiva del cine de Sanjinés en la Cinemateca Boliviana, realizada a
fines de abril de 2017.
En el primer evento, los espectadores tuvieron la oportunidad de ver después de mes de tres décadas El coraje del pueblo (1971), en una copia en 35mm y en presencia del realizador. Se hizo una sesión en la Universidad Pública de El Alto (UPEA), que no contó con la asistencia de los apáticos estudiantes (alumnos, sin luces) de esa universidad, sino con estudiantes de secundaria, a pesar de que las sesiones eran gratuitas. En el segundo caso, por primera vez la Cinemateca en acuerdo con el realizador, abrió la posibilidad de acceder a la filmografía completa de Jorge
Sanjinés, incluyendo sus primeros cortometrajes. Varias de las sesiones
contaron con la presencia del Jorge, ofreciendo una oportunidad envidiable
de conversar con él. Igual, poco público.
Sanjinés, Gumucio y Agazzi |
En cualquier otro país las salas se hubieran llenado de jóvenes deseosos de conocer el cine de
nuestro principal realizador, uno de los pioneros del Nuevo Cine
Latinoamericano. Sin embargo, no sucedió así: los jóvenes brillaron por su
ausencia e indiferencia a lo largo del ciclo. La paradoja es que muchos de
ellos claman porque se pueda abrir en la principal universidad pública del
país, la UMSA, una carrera de cinematografía, a la que me opongo radicalmente
precisamente porque esos jóvenes me dan la razón con sus actitudes y
comportamiento: no vale la pena gastar recursos públicos en ellos. Me parece mucho más lógico el modelo de la Escuela Andina de Cinematografía creada recientemente por Jorge Sanjinés, que contará con un número limitado de estudiantes, y con profesores de la talla de Paolo Agazzi y Antonio Eguino, entre otros.
Han transcurrido varias décadas en este
balance del cine de Jorge Sanjinés. A sus 80 años bien llevados y vividos, el director sigue activo y
con proyectos, lo cual es estimulante cuando comparamos a tantos que estudiaron
cine y dejaron el oficio en el camino. Jorge es un hombre más accesible ahora,
más receptivo a la crítica, y no se ha apartado del compromiso social que
siempre lo caracterizó. Si tan solo las nuevas generaciones supieran apreciar
su aporte… Pero me temo que esa es harina de un costal.
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Nadie estará
presente
Nadie contemplará el
ocaso
y
tal vez,
en medio del horror
de la partida,
el canto de los pájaros
nos rescate del abismo.
Yo no quiero todos los silencios…
con ese me basta.
—Jorge Sanjinés