Borges decía (o dicen que decía) que la guerra
de Las Malvinas fue una pelea entre dos calvos por un peine. La afirmación burlona es muy dura para los
argentinos y no toma en cuenta consideraciones históricas, pero la frase me
sirve para caracterizar la disputa entre las facultades de Humanidades y de
Ciencias Sociales de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) para crear la
carrera de cinematografía en medio de la politiquería barata y la mediocridad que
corroe a la universidad pública.
Dos facultades de la misma universidad pugnan
por una carrera de cine y yo me pregunto por qué y para qué… ¿Cual es la
motivación real detrás de esa pretensión? Para empezar, ambas facultades tienen
otras carreras con las que apenas pueden lidiar, algunas en estado lamentable
como la carrera de comunicación en la facultad de Ciencias Sociales que se
aloja en el edificio René “Zabaleta” (así, con “b” labial, escriben los ignaros
de esa facultad en la placa de inauguración del edificio).
En Bolivia hay varias opciones privadas para estudiar
cine, entonces, ¿a qué se debe la insistencia? ¿Qué perfil académico necesita
nuestro cine? ¿Queremos más directores ‘genios’? Ya tenemos suficientes que no pueden hacer
cine por falta de recursos. En cambio carecemos de técnicos, de productores y
de guionistas. Los pocos que hay se han hecho en la práctica y podrían dar
buenas lecciones a muchos graduados.
Un proyecto que trae cola |
Hace cuatro años me invitó la Carrera de
Literatura para participar en la iniciativa desarrollada con el Ministerio de
Culturas, mal llamada “12 Películas Fundamentales de Bolivia”. El proyecto coordinado
por Mauricio Souza (uno de los mejores críticos de cine del país) y Guillermo
Mariaca, era más ambicioso que su pobre título, ya que concluyó con un libro de
484 páginas (del cual soy coautor junto a Carlos D. Mesa, Pedro Susz, Santiago
Espinoza y Andrés Laguna, y otros), y cuatro CD con el libro en PDF, materiales
de apoyo didáctico para enseñanza secundaria y el diseño curricular
universitario. El libro ya no existe, se imprimió en tan pocos ejemplares que
nadie lo conoce. Es un desperdicio del esfuerzo realizado y revela poca
seriedad en el seguimiento de la propuesta.
Abrir la carrera de cine en una universidad
pública con tanto conflicto interno entraña un gran peligro: habría 500
inscritos cuyo principal interés es tomar las cámaras y jugar con ellas sin
saber muy bien para qué quieren hacer cine. Con tantos estudiantes la tarea
sería imposible. La fascinación por la tecnología se llevaría por delante la
necesidad de contar con estudios académicos que cumplan con las exigencias de
investigación que toda universidad debería tener como objetivo.
Para manejar una cámara no se necesita una
universidad sino una escuela técnica. Hasta en la red (web) se pueden aprender
las cuestiones técnicas. La universidad sirve para aprender a pensar, aunque en
la UMSA pocos usan su cerebro para eso.
Estudiar cine es mucho más que manejar la técnica:
es aprender a pensar el cine y a reflexionar sobre su calidad de arte y de industria. Por ello una buena escuela o carrera de cine no es un lugar para aprender a manipular aparatos. Algunos de nuestros cineastas han estudiado cine
en el exterior en instituciones de educación superior con mucha tradición. Lo hizo Jorge Sanjinés en Chile, Antonio Eguino en Estados
Unidos, Juan Carlos Valdivia en México, Marcos Loayza en Cuba, en la Escuela de
San Antonio de Los Baños donde también estudiaron cine muchos otros bolivianos
de las nuevas generaciones.
Mela Márquez es la única boliviana que estudió
en el Centro Sperimentale di Cinematografía, en Roma y soy el único boliviano
que completó sus estudios en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos
(IDHEC) en Paris. Armando Urioste lo
hizo en Polonia, en la Escuela Superior Estatal de Cine y Televisión en Lodz.
Cuando estudié en el IDHEC éramos solamente 22
estudiantes en cada promoción, aunque la selección empezó con 600 postulantes y
duró dos meses porque era un proceso que había que vencer por competencia, sin
otra consideración que la capacidad individual. En la primera etapa los 600
postulantes presentamos una carpeta de proyecto para una película. Nos
reunieron en el enorme auditorio de la Facultad de Derecho en la rue d’Assas
durante seis horas para someternos a la prueba de escribir un guion literario
con base en una serie de fotografías. Escribí mi guion sobre racismo, en un
francés que todavía era muy precario, con el diccionario Larousse a mi vera.
En prácticas del IDHEC |
La segunda etapa fue tan apasionante para mí como
estresante para los otros postulantes que habían intentado varias veces
ingresar al IDHEC sin conseguirlo. Esta era su última oportunidad. Para mí, la
primera era ya un regalo, independientemente de cual fuera el resultado final. Con
base en el primer examen preseleccionaron a 82 postulantes y nos encerraron
durante cinco días en un hermoso castillo en Marly-le-Roi, a 25 kilómetros al
noroeste de París, y allí, el primer día, nos dieron a elegir varias pruebas
que debíamos realizar individualmente durante la semana, cada quien en su
habitación y sin apoyo externo (no había internet en aquellos tiempos). Una de
las pruebas era la escritura de un guion cinematográfico con base en uno de los
proyectos seleccionadas en la primera etapa. Otra consistía en contar una
historia a través de un collage, otra era un reportaje fotográfico, otra un
montaje sonoro. Finalmente, quedamos los 22 seleccionados, entre los cuales no
podía haber más que cuatro extranjeros, siempre que su calificación fuera tan alta
como la de los franceses.
Al final, una conversación a solas con el
director del IDHEC, el cineasta Louis Daquin y su asesor el crítico de cine y
cineasta Jean Douchet, quienes hicieron preguntas tan sencillas como difíciles
de responder: “¿Para qué quiere ser cineasta? ¿Qué significa el cine para
usted?”. Con 22 estudiantes los estudios en el IDHEC fueron una experiencia
privilegiada. Me gradué como realizador (director), con especialidad en
fotografía.
UMSA |
Esta experiencia personal me permite
reflexionar sobre la aventura a la que se quieren lanzar de cabeza dos facultades
de la UMSA. Hay razones de peso para que no lo hagan.
Una universidad pública no puede limitar el
número de estudiantes para garantizar una mayor calidad de los estudios, porque
la demagogia política prima sobre las consideraciones académicas. Una protesta
de estudiantes y se acabó. Las autoridades universitarias (que aspiran a ser
rectores de la universidad algún día), no resisten huelgas y manifestaciones.
Solo estaría de acuerdo con una carrera de
cine en una universidad pública, si se implementara mediante estudios rigurosos
que excluyan el acceso a los equipos de filmación y edición hasta el tercer año
de estudios.
El primer año debería dedicarse al estudio de la
historia, la filosofía y la sociología del arte, las teorías cinematográficas, la
historia del cine mundial, latinoamericano y boliviano, legislación… todo lo
que ignoran los estudiantes que llegan a la universidad y que es esencial para
hacer cine. Con exámenes y alta exigencia de trabajos escritos, la cifra de
estudiantes podría reducirse drásticamente.
Werner Herzog |
El segundo año debería incluir mucha
investigación y escritura de guiones literarios y cinematográficos sobre los
temas investigados, y el tercer año, ya con 30 a 50 estudiantes, debería abarcar
el aprendizaje de dirección de actores, diseño de producción, animación, sonido,
fotografía, escenografía, etc. Y el cuarto año, la concreción de un proyecto
cinematográfico en todas sus etapas, con una película como resultado final.
Estamos lejos de eso. Lo que quieren los muchachos
de ahora es acceder rápidamente a las cámaras, pero como dijo Herzog cuando
estuvo en Bolivia (y no me canso de citarlo), los que quieren hacer cine y
creen tener el talento necesario, pueden hacerlo con sus teléfonos celulares,
que es más de lo que teníamos en nuestros tiempos. Y les aconsejó que lo más
importante era “leer, leer, leer y leer”, algo que nuestros aspirantes a
cineastas rara vez hacen.
La historia sigue…
Eguino, Agazzi, Sanjinés, Márquez... |
Después de haber publicado en el diario Página
Siete una parte del artículo que reproduzco en los párrafos anteriores, se creó
la Escuela Andina de Cinematografía que dirige Jorge Sanjinés y que cuenta
entre sus profesores a Antonio Eguino, Paolo Agazzi, Mela Márquez y otros importantes
cineastas bolivianos e internacionales. El acuerdo con la Cinemateca Boliviana permite que los talleres se realicen en sus locales. No es la primera vez que Jorge toma la
iniciativa de crear una escuela de cine y ese tipo de esfuerzo me parece mucho
más coherente que una carrera de cine en la Universidad Mayor de San Andrés.
El hecho de tratarse de una escuela donde los
estudiantes tienen que pagar un precio razonable por los cursos, hace que se
inscriban los que realmente están interesados y ponen sus estudios de cine como
prioridad en su formación académica. Esa misma condición permite trabajar con
un grupo de estudiantes que no sea superior a 30, asegurando la calidad de los
estudios sobre la cantidad de estudiantes, que es lo que suele echar por tierra
la vocación de excelencia.
Creo que con la iniciativa de Jorge Sanjinés ya
tenemos suficientes escuelas de cine, cursos y talleres en Bolivia para quienes
realmente pretenden convertirse en futuros cineastas.
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Los estudios
sobre cine, por desgracia, son una enfermedad.
Manténganse alejados de ellos. Salgan de allí lo más rápido posible.
—Werner Herzog