Nunca he visto a un policía de tránsito en
Bolivia multar a un conductor que no lleva su cinturón de seguridad puesto, que
habla por teléfono celular mientras conduce, que se estaciona sobre la acera,
que da una vuelta en “U” donde está prohibido o no se detiene ante un paso de
cebra para que dar prioridad a los peatones. Si hay un policía cerca,
simplemente se queda mirando, baboso e impávido.
Y cuando los minibuseros mañudos bloquean las
“mil esquinas” de la ciudad para oponerse a la reglamentación de la Alcaldía,
¿qué hacen los inútiles policías? Desaparecen por arte de magia.
Los que antes llamábamos “varitas” o “pacos”
no tienen buena reputación ahora, y hay muchas razones para ello. ¿Por qué?
Porque la policía de tránsito en este país es completamente inútil, no sirve
para nada. Solo se presenta cuando hay algún accidente con heridos, muertos y
autos destrozados. No tiene capacidad o voluntad de prevenir.
Circunstancialmente aparece en los principales
cruceros en horas punta, para que fluya el tráfico, pero inmediatamente después
se los ve en grupos comiendo en algún puesto callejero, o desaparecen detrás de
escritorios o en las cantinas de sus cuarteles.
Bolivia cuenta con reglamentación similar a la
de otros países, normas sobre la obligatoriedad de usar los cinturones de
seguridad en los asientos delanteros, respetar los pasos de cebra aunque no haya un semáforo, no usar
celulares mientras se conduce, no estacionar en lugares prohibidos… pero aquí nada se cumple, todo
es arbitrario, empezando por la policía de tránsito que no cumple con sus
deberes y los mandos superiores que se hacen los ciegos.
Por suerte tenemos una policía municipal
eficiente pero al parecer no está autorizada para poner multas, por lo que se
limita a realizar acciones “didácticas”: remolca los vehículos mal
estacionados, ocasionalmente retira las placas de minibuses infractores, o
promueve educación vial. Ojalá la policía municipal, más eficiente y mejor
organizada que la policía de tránsito, pudiera poner multas y sancionar severamente a los malos conductores. Mientras tanto podría tomar una medida que ha dado resultado en otras ciudades: pegar sobre el
parabrisas delantero de los que no respetan las normas un letrero difícil de despegar, que
diga en letras grandes: INFRACTOR.
Los conductores infractores (que son una
mayoría aplastante en Bolivia) solo entienden a palos, es decir, con sanciones
y no con buenas palabras, pues carecen de un mínimo de conciencia ciudadana y
educación. Estacionan sus vehículos delante de las paradas de transporte
público o junto a los letreros que dicen, claramente, “No estacionar”. O lo hacen en doble fila, o sobre las aceras
o delante de la puerta de garajes privados. Tocan bocina delante de hospitales
y aceleran al llegar a un paso de cebra, especialmente si ven un peatón a punto
de cruzar. Frente a los pasos de cebra son ciegos, parece que no los vieran,
creen que el paso de cebra solo es válido con un semáforo.
Los infractores contumaces en nuestras
ciudades son los choferes de minibuses, para quienes no parece existir ninguna
norma. A esos hay que ponerlos en raya
de una vez por todas. La solución sería que desaparezcan introduciendo un mejor
transporte municipal.
Solo los bolivianos que han vivido en el
exterior en ciudades con gente educada y civilizada, respetan las señales de
tránsito, usan cinturón de seguridad y disminuyen la velocidad al llegar a un
paso de cebra porque saben que estadísticamente las normas de seguridad evitan
accidentes. La diferencia entre civilización y barbarie es que ser
"civilizados" significa saber vivir en comunidad, en armonía y con
responsabilidades ciudadanas. En la selva son más civilizados que en las
ciudades bolivianas.
Muchas familias evitarían el luto si
respetaran las normas existentes. Sería más sencillo respetarlas que llorar a
moco tendido lamentando el fallecimiento de un ser querido en un accidente
porque no llevaba puesto el cinturón, o hablaba por teléfono.
He estado varias veces a punto de ser
atropellado porque no me da la gana de cederle el paso a un vehículo cuando
estoy atravesando un paso de cebra. Al igual que la policía de tránsito que no aplica
las normas, hay conductores que conocen las reglas pero no las cumplen, al
menos en territorio boliviano. En las ciudades fronterizas con Brasil sucede
algo curioso: apenas cruzan al lado brasileño los choferes se ajustan el
cinturón de seguridad y los motoristas se colocan el casco reglamentario. Se “civilizan”
instantáneamente.
La Policía Nacional es incapaz de preservar la
seguridad ciudadana, y esto vale no solamente para la policía de tránsito. Lo
uniformados siempre están diez pasos detrás de los infractores y de los malhechores,
o lo que es peor, codo a codo con ellos con la complicidad de jueces fáciles de
sobornar y fiscales chantajistas. Los reincidentes son muchos porque los sueltan a las pocas horas de aprehenderlos.
Sin duda, hay policías honestos y conscientes
de sus responsabilidades y deberes, pero no los cumplen porque están insertos
en una maquinaria donde reina la arbitrariedad, la desidia y la corrupción.Pero, hay que decirlo, en la
medida en que hacen la vista gorda y socapan a los malos policías, son también cómplices
y culpables por encubrimiento.
___________________________________________
El
primer signo de la corrupción en una sociedad que todavía está viva
es
"el fin justifica los medios”. —Georges Bernanos