El sábado 14 de enero se entregaron en
Sevilla los Premios José María Forqué. Una vez más me invitó Egeda (Entidad de
Gestión de Derechos de los Productores Audiovisuales) a contribuir como jurado
virtual en la categoría de mejor largometraje latinoamericano. Lo hago con
gusto cada año porque ello me permite visionar películas que de otro modo no
podría ver porque tienen una distribución comercial limitada o porque llegan
tarde mal o nunca a Bolivia.
Las finalistas de 2016 eran todas
interesantes, así como algunas que no llegaron a esa preselección cuyo
mecanismo desconozco. Mi trabajo como jurado consistió en poner en orden de
preferencia a las cinco, y así lo hice: 1. Sin
muertos no hay carnaval, 2. El
acompañante, 3. Neruda, 4. El ciudadano ilustre y 5. Aquí no ha pasado nada.
La ganadora fue la que yo puse en cuarto
lugar, pero ni modo así es como las clasifiqué, luego de visionar cada una un
par de veces para estar seguro de mi preferencia. Todas son películas sobre una
realidad latinoamericana violenta y difícil, y todas han sido realizadas con
mucho aplomo formal. Son parte del cine latinoamericano actual que cuenta
historias para la pantalla grande con la esperanza de ganar espacio en los
mercados todavía ampliamente controlados por las distribuidoras de Estados
Unidos.
Por esa voluntad de disputar espacios al
cine comercial, no se puede esperar que estas películas rompan cánones, como lo
hizo el llamado Nuevo Cine Latinoamericano de las décadas de 1950 a 1970. Todas
las películas seleccionadas en los Premios Forqué son coproducciones con
España, muy bien realizadas y producidas, con equipos técnicos de primer nivel,
guiones y actuaciones muy sólidas. Seleccionar a la mejor no es un ejercicio
fácil.
Filmación de Sin muertos no hay carnaval |
Sin
muertos no hay carnaval (Ecuador, 2016) de
Sebastián Cordero es una prueba del salto cualitativo que ha dado el cine
ecuatoriano en los últimos diez años, no solamente por la emergencia de nuevo
talento, sino también por la política de Estado de promoción del cine
nacional y un contexto favorable para las alianzas internacionales, las
coproducciones y el intercambio de pericia técnica.
Esta historia de corrupción, poder y
violencia está narrada de manera muy eficaz gracias a personajes creíbles, que
tienen el espesor suficiente como para hacer verosímil el relato. La muerte
accidental de un niño durante la cacería de venados en un bosque devela una
compleja trama que vincula al presidente de un club de fútbol y su familia, las
familias pobres que ocupan ilegalmente una tierra ambicionada por
especuladores, un abogado corrupto y un par de historias de amor. Desde el
primer disparo fortuito, todo parece resolverse a través de la violencia,
aunque al final no se haya resuelto nada en verdad.
El acompañante de Pavel Giroud |
Me gustó El acompañante (Cuba, 2015) de Pavel Giroud porque aborda temas que
el cine cubano no solía tocar hace poco tiempo. El VIH-SIDA como problema
social y no solamente clínico, permanecía escondido como sugiere este film que
describe el ambiente carcelario y policial en el que son recluidos pacientes
con VIH-SIDA para aislarlos de la sociedad. La represión y la corrupción
institucional van de la mano en ambientes donde prima el verticalismo y el
sistema de sanciones. Por ello es tan estimulante por su humanidad la relación
de amistad que se desarrolla entre el enfermo No. 51, excelentemente
interpretado por Armando Miguel, y el boxeador, Yotuel Romero (un nombre
curioso: Yo-Tu-El) que sufre otro tipo de marginación en un sistema que no
admite fracasos.
Puse en tercer lugar a Neruda (Chile 2016) de Pablo Larraín. Me
impresionó la reconstrucción que hace no solamente de un periodo difícil en la
vida del poeta bajo la dictadura de González Videla (1946-1952), sino sobre
todo por la manera de describir críticamente al personaje de Neruda, de esos
que “siempre caen parados”, pues desde muy joven tiene no solamente la
protección del Partido Comunista que internacionaliza su fama, sino que en su
propio país está rodeado de una aureola de privilegios que le permiten llevar
una vida burguesa y disipada mientras escribe poemas de amor o sobre los
pobres. El hecho de que el relato se haga desde la voz del investigador de la
policía que lo persigue (Gael García Bernal) hace aún más enriquecedora esa
perspectiva.
Larraín muestra las luces y sombras del
poeta, aunque con el cuidado necesario para no irritar a sus seguidores más
fieles. Entre otras muchas hay una frase clave de una humilde luchadora
comunista cuando le pregunta a Neruda: “Quisiera saber si cuando llegue el
comunismo vamos a ser todos burgueses como el senador o vamos a seguir todos
como yo que he limpiado la mierda desde mis 12 años”.
Otros apuntes me parecieron incisivos,
como aquel que explica la voz en falsete de las grabaciones que quedan de
Neruda leyendo sus poemas. En una escena en que lee con su voz natural uno de
sus poemas, Delia, su mujer, le aconseja: “No, no así, hazlo con tu voz de
poeta”, y él empieza a recitar con esa voz impostada que ha pasado a la
historia. Neruda no solamente construyó su poesía sino que se hizo a medida de
sí mismo un personaje tan imponente como su producción literaria.
El ciudadano ilustre, de Gastón Duprat y Mariano Cohn |
El
ciudadano ilustre (Argentina, 2016) de Gastón
Duprat y Mariano Cohn, empezó sin gustarme. Los primeros minutos muestran a un
escritor que recibe el Premio Nobel de Literatura y en lugar de rechazarlo o
abstenerse de asistir a la ceremonia, no tiene mejor idea que vilipendiar a
quienes se lo otorgaron. Uno comienza a ver el film molesto por ese personaje
pedante, arrogante, creído, acostumbrado a aceptar invitaciones y honores que
luego, como si fuera un deporte, cancela a último momento.
Pero todo empieza a cambiar cuando acepta
una única invitación: regresar al pueblo donde nació y al que no ha vuelto en
más de 40 años. Ese regreso que dura por el resto de la historia hace
interesante el largometraje, porque este personaje arrogante, que cree que en
su pueblo nadie podrá molestarlo ni hacerle sombra, se ve de pronto envuelto en
la política local y en relaciones sociales que se hacen complejas a medida que
avanza su estadía, al extremo de que hacia el final se encuentra acosado por
todos y a punto de ser linchado. La dosis de humor negro que ese desarrollo
supone, es novedosa en un film que se anunciaba demasiado rígido.
Aquí no ha pasado nada, de Alejandro Fernández |
Aquí
no ha pasado nada (Chile, 2016) de AFA (Alejandro
Fernández Almendras) relata un episodio de jóvenes de la burguesía chilena,
diletantes hijos de papá dedicados al consumo de alcohol y cocaína, que cometen
actos de vandalismo seguros de su impunidad y se ven involucrados en un
homicidio accidental. Uno de ellos, recién llegado al grupo, será presionado
para asumir la responsabilidad del crimen cometido por otro.
Es una película muy chilena, donde la
palabra “huevón” se utiliza cada tres palabras en los diálogos, y ese lenguaje
local se hace bastante incomprensible. Probablemente su distribución
internacional sufra por ese motivo, le faltarían subtítulos.
Otras películas que no llegaron a la
selección final me parecieron tan interesantes (y algunas más) que las
seleccionadas. Es el caso de Las elegidas, también conocida como Las escogidas (México, 2015) de David
Pablos sobre el secuestro y la prostitución forzada de jóvenes adolescentes en
una ciudad fronteriza de México.
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La violencia
engendra violencia, como se sabe;
pero también
engendra ganancias para la industria de la violencia,
que la vende como espectáculo y la convierte
en objeto de consumo.
—Eduardo
Galeano
(Artículo publicado en Página Siete el domingo 15 de enero 2017)