07 diciembre 2016

Cine de fronteras

Cine Teatro Recreio, en Rio Branco
Las fronteras son lugares permeables de intercambio pero a veces barreras burocráticas infranqueables. Quisiéramos que no existieran y que la libre circulación de bienes culturales fuera posible.  Algo de eso se logra en Rio Branco, Estado del Acre, uno de los más pobres y apartados de Brasil, donde Sergio de Carvalho y Marcelo Cordero inventaron hace siete años el Festival de Cine Pachamama, que se ha convertido en ese tiempo en un lugar de encuentro para el cine independiente de Brasil, Bolivia, Perú, Argentina, Chile y otros países de la región.

Llegar desde Bolivia a Rio Branco tiene algo de aventura porque hay pocos vuelos al aeropuerto de Cobija, que aunque es nuevo está pésimamente administrado: no funciona el aire acondicionado y las maletas tardan más tiempo en ser entregadas que lo que se tarda en volar desde La Paz.

Al pasar la frontera se nota la diferencia. Aunque se trata del Estado más pobre de Brasil, hay más orden y limpieza que en ciudades más grandes y “maravillosas” de Bolivia. Los conductores y sus acompañantes usan cinturón de seguridad (se lo abrochan apenas cruzan la frontera), respetan las señales de tráfico y otras normas de convivencia ciudadana. Aunque pequeña, Rio Branco es una capital limpia y luminosa, bien mantenida para atraer el turismo.

Inauguración del festival Pachamama
El Festival Pachamama es el acontecimiento anual de la ciudad. El día de la inauguración la sala principal del Cine Teatro Recreio se llena de familias, cinéfilos, invitados y autoridades, al extremo de que no se podía circular por los pasillos. El entusiasmo se apodera de la población durante más de una semana.

Tenía pendiente participar en el Festival Pachamama desde hace varios años y finalmente pude hacerlo como miembro del jurado de largometrajes, junto a mis colegas Pedro Butcher, crítico de cine de Brasil y Mauro Andrizzi, cineasta argentino.

A final de la semana nos reunimos para llegar a un veredicto y la sintonía fue inmediata, plena coincidencia en las tres películas que seleccionamos, aunque todavía había que argumentar sobre el orden de premiación, lo cual tomó apenas unos minutos más.

Otorgamos el Premio Pachamama a la Mejor Película a Martirio (Brasil, 2016) documental de Vincent Carelli, cuya obra como impulsor de Video nas Aldeias es ampliamente conocida y valorada. Carelli retoma en el film un primer contacto que tuvo 25 años antes con los guaraní kaiowa de Mato Grosso del Sur, comunidades  que a lo largo de su historia han sido despojadas de sus territorios por enriquecidos hacendados para quienes los indios tienen menos valor que las vacas.

Vincent Carelli durante la filmación de Martirio
A la manera de otros films de Carelli este también es el resultado de un largo proceso de producción que incluye escenas testimoniales sobre la vida cotidiana, los ritos y las luchas de esas comunidades, así como datos y documentos históricos que prueban la legitimidad de sus reivindicaciones. Lo interesante es que en este film en particular hay una mayor presencia del realizador con sus reflexiones sobre la responsabilidad y el compromiso de cineasta.

Su posición epistemológica es clara frente a las agresiones y asesinatos de que son víctimas los guaraníes, diezmados al paso de los años por cuerpos de seguridad privada que emplean los hacendados. Dictaduras, gobiernos democráticos o socialistas, han mantenido políticas similares de marginación de los pueblos indígenas, sin aplacar la violencia de los hacendados y de los grandes medios de difusión cómplices del despojo.

Otro aspecto interesante del film es que su producción fue apoyada por centenares de personas mediante el sistema de financiamiento colectivo de base. Es un modo de hacer cine coherente con los fines que persigue el Festival Pachamama.

Ejercicios de memoria, de Paz Encina

Ejercicios de memoria (Paraguay, 2016) de Paz Encina obtuvo el premio especial del jurado. Es una obra excepcional porque aborda el tema de la dictadura de Stroessner y la desaparición de opositores al régimen con una estética que va a contra corriente de lo que el cine documental convencional nos ha acostumbrado: aquí no hay imágenes truculentas, testimonios marcados por el llanto o montajes que a través de la música y de la edición procuran reacciones de adhesión de los espectadores. 

Paz Encina
Todo lo contrario: desde las primeras imágenes del niño que se sumerge en el río como si buscara algo nos damos cuenta de que la inmersión es en la memoria, aquella memoria escatimada durante décadas. Los testimonios de los hijos del Dr. Goiburú, secuestrado y desaparecido, están dichos con voces que inspiran una profunda paz reflexiva, ningún ánimo de revancha, tan solo el deseo de conocer la verdad. Los jóvenes que deambulan a caballo en el bosque transmiten de manera sutil esa impresión de búsqueda que caracteriza al film.

Premio Pachamama
Paz Encina ha realizado una investigación rigurosa para encontrar archivos de valor histórico, pero no exhibe las pruebas de manera abusiva, aunque le sirven de base para realizar un film que fluye como un río. No hay exhibicionismo, apenas el uso en la banda sonora de una delación que impacta, y unas pocas imágenes de archivo que muestran hasta qué punto la dictadura seguía de cerca cada movimiento de los opositores.

Ese “mirar de lejos” o “mirar desde el otro lado del río” la historia a la vez reciente y escondida de Paraguay es una de las virtudes mayores de Ejercicios de memoria. El discurso se arma poco a poco, como un rompecabezas difícil, monocromo, donde al principio todas las piezas se parecen. El tejido de voces permite reconstruir la imagen casi completa, aunque siempre faltarán piezas en esa memoria recobrada.

La manera de contar no es cruenta, sino apacible, con distancia, pero no por ello menos dolorosa: “un desaparecido muere todos los días”, no dice una de las voces. En esta alegoría memoriosa no importa encontrar un esqueleto, sino recuperar un fragmento de historia que pertenece a todos.

Viejo calavera, de Kiro Russo
Así como Ejercicios de memoria parece remitirnos a la pintura impresionista de Monet, Viejo calavera (Bolivia, 2016) de Kiro Russo, que obtuvo el premio a la Mejor Dirección, nos remite al expresionismo en el cine alemán de Pabst o Murnau de hace un siglo. Es un film que deja la percepción de ser en blanco y negro, aunque no lo es, porque las imágenes más memorables son aquellos que transcurren en el interior de la mina o en el campamento minero donde los personajes, vivos o muertos, se desplazan como sombras en medio de la oscuridad casi absoluta.

El hilo conductor es en realidad un “joven calavera”, Elder Mamani, minero que detesta el trabajo en la mina y por lo tanto adopta conductas que son reprobadas por sus propios compañeros de trabajo: vive en un estado permanente de ebriedad y es violento con los demás incluyendo su propia familia. Aún así es tolerado y casi protegido por un tío que lo apadrina con la esperanza de que cambiará su comportamiento.

Si bien la dureza de la vida en las minas es evidente a lo largo del film, lo que más se destaca es la ausencia de perspectivas y de horizonte, lo que contribuye a crear un ambiente asfixiante. Paradójicamente, aunque la principal difusión del film han sido los festivales internacionales, en los que ha ganado premios y menciones, por la menar como hablan los principales personajes estaría dirigida a un público de las minas, que puede entender el “castemillano” (como dice Silvia Rivera) poco comprensible sin ayuda de los subtítulos.

Las otras siete películas en competencia presentan algunos aspectos comunes.
Tanto A cidade onde envelheço (Brasil, 2016) de Marilia Rocha, como Nana (Bolivia, 2016) de Luciana Decker y Os pássaros estao distraídos (Brasil, 2016) de Joao Vieira Torres y Diogo Oliveira, capturan un segmento de realidad documental o de docu-ficción que muestran con empatía personajes en su vida cotidiana. Son segmentos que no tienen un atractivo argumental y que recuerdan mucho el cinema verité o el nouveau roman de Alain Robbe-Grillet, donde la cámara adopta una mirada descriptiva neutra sobre personajes no necesariamente interesantes, salvo la primera de ellas, muy bien filmada, con dos jóvenes actrices portuguesas de enorme potencial.

El punto de partida de Las lecturas (Perú, 2015) de Lorena Best Urday y Las calles (Argentina, 2016) de María Aparicio es muy similar: una suma de entrevistas en torno a un mismo tema, que permite rescatar el amor por los libros en el primer caso y la memoria de un pequeño pueblo en el segundo.

Finalmente Beduino (Brasil, 2016) de Julio Bressane, un film experimental autoreferencial bastante egocéntrico, y Wik (Perú, 2016) de Rodrigo Moreno del Valle, un intento fallido de película de acción donde la carestía de presupuesto (y de ideas) se nota en cada momento.

Fuera de competencia estaba Todo comenzó por el fin (Colombia, 2016) de Luis Ospina, un autorretrato exhaustivo del llamado “grupo de Cali” (Ospina, Mayolo y Caicedo) que en su momento  quiso plantear un cine (o teatro) a contra corriente del cine latinoamericano de los años 1970, dominado por la política. Como en casi todos los films anteriores, Ospina aparece delante de las cámaras, como personaje, y a partir de su enfermedad (un cáncer de páncreas y duodeno), reconstruye la memoria del grupo y de la amistad que unía a todos sus miembros.

Hay cierta autocomplacencia, narcisismo colectivo y exhibicionismo en todo el tratamiento, a partir de la idea de que cada uno de los miembros de ese grupo (sobre todo los tres varones), era excepcional y merecía por lo tanto trascender en la historia de la cultura cinematográfica colombiana. Queda, al final de cuentas, un documento muy completo sobre ese grupo generacional.

Ignacio Agüero
No solo hubo cine en la séptima edición de Pachamama, Cine de Fronteras, sino también numerosas actividades paralelas: homenajes (al músico popular Monteirinho, al actor y payaso Luiz Carlos Vasconcelos y al cineasta chileno Ignacio Agüero), debates, presentaciones de libros, talleres de capacitación y otras actividades en los barrios.

Silvia Rivera ofreció en la Universidad Federal del Acre (UFAC) una conferencia sobre su libro más reciente, Sociología de la imagen, que entusiasmó a su audiencia. En la misma UFAC me invitaron a compartir el escenario con Pedro Butcher para dialogar sobre “Cine y periodismo” desde nuestras experiencias personales en la escritura y la crítica cinematográfica.

Silvia Rivera
Además se presentaron varios libros, como Inevitavelmente Cinema: Educaçao, Política e Mafuá de Cezar Migliorin, y Estética del encierro de Sebastián Morales. Junto a Sebastián y a Silvia Rivera, los otros bolivianos presentes en el festival éramos Claudio Sánchez y yo.

Al cabo de la semana del Festival Pachamama uno queda con el sabor de la diferencia, la certeza de que en nuestra región hay otro cine que no es el que satura las pantallas comerciales con su sensacionalismo y sus efectos especiales.
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Dios no ha creado fronteras.
Mi objetivo es la amistad con el mundo entero. 
Mahatma Gandhi

(Una versión corta de este texto se publicó en Página Siete, el domingo 4 de diciembre 2016)