Cine Teatro Recreio, en Rio Branco |
Las fronteras son lugares permeables de
intercambio pero a veces barreras burocráticas infranqueables. Quisiéramos que
no existieran y que la libre circulación de bienes culturales fuera posible. Algo de eso se logra en Rio Branco, Estado
del Acre, uno de los más pobres y apartados de Brasil, donde Sergio de Carvalho
y Marcelo Cordero inventaron hace siete años el Festival de Cine Pachamama, que
se ha convertido en ese tiempo en un lugar de encuentro para el cine
independiente de Brasil, Bolivia, Perú, Argentina, Chile y otros países de la
región.
Llegar desde Bolivia a Rio Branco tiene
algo de aventura porque hay pocos vuelos al aeropuerto de Cobija, que aunque es
nuevo está pésimamente administrado: no funciona el aire acondicionado y las maletas
tardan más tiempo en ser entregadas que lo que se tarda en volar desde La Paz.
Al pasar la frontera se nota la
diferencia. Aunque se trata del Estado más pobre de Brasil, hay más orden y
limpieza que en ciudades más grandes y “maravillosas” de Bolivia. Los
conductores y sus acompañantes usan cinturón de seguridad (se lo abrochan
apenas cruzan la frontera), respetan las señales de tráfico y otras normas de
convivencia ciudadana. Aunque pequeña, Rio Branco es una capital limpia y
luminosa, bien mantenida para atraer el turismo.
Inauguración del festival Pachamama |
El Festival Pachamama es el
acontecimiento anual de la ciudad. El día de la inauguración la sala principal
del Cine Teatro Recreio se llena de familias, cinéfilos, invitados y
autoridades, al extremo de que no se podía circular por los pasillos. El
entusiasmo se apodera de la población durante más de una semana.
Tenía pendiente participar en el Festival
Pachamama desde hace varios años y finalmente pude hacerlo como miembro del
jurado de largometrajes, junto a mis colegas Pedro Butcher, crítico de cine de
Brasil y Mauro Andrizzi, cineasta argentino.
A final de la semana nos reunimos para
llegar a un veredicto y la sintonía fue inmediata, plena coincidencia en las
tres películas que seleccionamos, aunque todavía había que argumentar sobre el
orden de premiación, lo cual tomó apenas unos minutos más.
Otorgamos el Premio Pachamama a la Mejor
Película a Martirio (Brasil, 2016)
documental de Vincent Carelli, cuya obra como impulsor de Video nas Aldeias es
ampliamente conocida y valorada. Carelli retoma en el film un primer contacto
que tuvo 25 años antes con los guaraní kaiowa de Mato Grosso del Sur,
comunidades que a lo largo de su historia
han sido despojadas de sus territorios por enriquecidos hacendados para quienes
los indios tienen menos valor que las vacas.
Vincent Carelli durante la filmación de Martirio |
A la manera de otros films de Carelli
este también es el resultado de un largo proceso de producción que incluye
escenas testimoniales sobre la vida cotidiana, los ritos y las luchas de esas
comunidades, así como datos y documentos históricos que prueban la legitimidad
de sus reivindicaciones. Lo interesante es que en este film en particular hay
una mayor presencia del realizador con sus reflexiones sobre la responsabilidad
y el compromiso de cineasta.
Su posición epistemológica es clara
frente a las agresiones y asesinatos de que son víctimas los guaraníes,
diezmados al paso de los años por cuerpos de seguridad privada que emplean los
hacendados. Dictaduras, gobiernos democráticos o socialistas, han mantenido
políticas similares de marginación de los pueblos indígenas, sin aplacar la
violencia de los hacendados y de los grandes medios de difusión cómplices del
despojo.
Otro aspecto interesante del film es que
su producción fue apoyada por centenares de personas mediante el sistema de
financiamiento colectivo de base. Es un modo de hacer cine coherente con los
fines que persigue el Festival Pachamama.
Ejercicios de memoria, de Paz Encina |
Ejercicios
de memoria (Paraguay, 2016) de Paz Encina obtuvo
el premio especial del jurado. Es una obra excepcional porque aborda el tema de
la dictadura de Stroessner y la desaparición de opositores al régimen con una
estética que va a contra corriente de lo que el cine documental convencional
nos ha acostumbrado: aquí no hay imágenes truculentas, testimonios marcados por
el llanto o montajes que a través de la música y de la edición procuran
reacciones de adhesión de los espectadores.
Paz Encina |
Todo lo contrario: desde las primeras imágenes
del niño que se sumerge en el río como si buscara algo nos damos cuenta de que la
inmersión es en la memoria, aquella memoria escatimada durante décadas. Los
testimonios de los hijos del Dr. Goiburú, secuestrado y desaparecido, están dichos
con voces que inspiran una profunda paz reflexiva, ningún ánimo de revancha,
tan solo el deseo de conocer la verdad. Los jóvenes que deambulan a caballo en
el bosque transmiten de manera sutil esa impresión de búsqueda que caracteriza
al film.
Premio Pachamama |
Paz Encina ha realizado una investigación
rigurosa para encontrar archivos de valor histórico, pero no exhibe las pruebas
de manera abusiva, aunque le sirven de base para realizar un film que fluye
como un río. No hay exhibicionismo, apenas el uso en la banda sonora de una delación
que impacta, y unas pocas imágenes de archivo que muestran hasta qué punto la
dictadura seguía de cerca cada movimiento de los opositores.
Ese “mirar de lejos” o “mirar desde el
otro lado del río” la historia a la vez reciente y escondida de Paraguay es una
de las virtudes mayores de Ejercicios de
memoria. El discurso se arma poco a poco, como un rompecabezas difícil,
monocromo, donde al principio todas las piezas se parecen. El tejido de voces
permite reconstruir la imagen casi completa, aunque siempre faltarán piezas en
esa memoria recobrada.
La manera de contar no es cruenta, sino
apacible, con distancia, pero no por ello menos dolorosa: “un desaparecido
muere todos los días”, no dice una de las voces. En esta alegoría memoriosa no
importa encontrar un esqueleto, sino recuperar un fragmento de historia que
pertenece a todos.
Viejo calavera, de Kiro Russo |
Así como Ejercicios de memoria parece remitirnos a la pintura impresionista
de Monet, Viejo calavera (Bolivia,
2016) de Kiro Russo, que obtuvo el premio a la Mejor Dirección, nos remite al
expresionismo en el cine alemán de Pabst o Murnau de hace un siglo. Es un film que
deja la percepción de ser en blanco y negro, aunque no lo es, porque las
imágenes más memorables son aquellos que transcurren en el interior de la mina
o en el campamento minero donde los personajes, vivos o muertos, se desplazan
como sombras en medio de la oscuridad casi absoluta.
El hilo conductor es en realidad un
“joven calavera”, Elder Mamani, minero que detesta el trabajo en la mina y por
lo tanto adopta conductas que son reprobadas por sus propios compañeros de
trabajo: vive en un estado permanente de ebriedad y es violento con los demás
incluyendo su propia familia. Aún así es tolerado y casi protegido por un tío
que lo apadrina con la esperanza de que cambiará su comportamiento.
Si bien la dureza de la vida en las minas
es evidente a lo largo del film, lo que más se destaca es la ausencia de
perspectivas y de horizonte, lo que contribuye a crear un ambiente asfixiante. Paradójicamente,
aunque la principal difusión del film han sido los festivales internacionales,
en los que ha ganado premios y menciones, por la menar como hablan los
principales personajes estaría dirigida a un público de las minas, que puede
entender el “castemillano” (como dice Silvia Rivera) poco comprensible sin
ayuda de los subtítulos.
Las otras siete películas en competencia
presentan algunos aspectos comunes.
Tanto A
cidade onde envelheço (Brasil, 2016) de Marilia Rocha, como Nana (Bolivia, 2016) de Luciana Decker y
Os pássaros estao distraídos (Brasil,
2016) de Joao Vieira Torres y Diogo Oliveira, capturan un segmento de realidad
documental o de docu-ficción que muestran con empatía personajes en su vida
cotidiana. Son segmentos que no tienen un atractivo argumental y que recuerdan
mucho el cinema verité o el nouveau roman de Alain Robbe-Grillet,
donde la cámara adopta una mirada descriptiva neutra sobre personajes no
necesariamente interesantes, salvo la primera de ellas, muy bien filmada, con
dos jóvenes actrices portuguesas de enorme potencial.
El punto de partida de Las lecturas (Perú, 2015) de Lorena Best
Urday y Las calles (Argentina, 2016)
de María Aparicio es muy similar: una suma de entrevistas en torno a un mismo
tema, que permite rescatar el amor por los libros en el primer caso y la
memoria de un pequeño pueblo en el segundo.
Finalmente Beduino (Brasil, 2016) de Julio Bressane, un film experimental
autoreferencial bastante egocéntrico, y Wik
(Perú, 2016) de Rodrigo Moreno del Valle, un intento fallido de película de
acción donde la carestía de presupuesto (y de ideas) se nota en cada momento.
Fuera de competencia estaba Todo comenzó por el fin (Colombia, 2016)
de Luis Ospina, un autorretrato exhaustivo del llamado “grupo de Cali” (Ospina,
Mayolo y Caicedo) que en su momento quiso plantear un cine (o teatro) a contra
corriente del cine latinoamericano de los años 1970, dominado por la política. Como
en casi todos los films anteriores, Ospina aparece delante de las cámaras, como
personaje, y a partir de su enfermedad (un cáncer de páncreas y duodeno),
reconstruye la memoria del grupo y de la amistad que unía a todos sus miembros.
Hay cierta autocomplacencia, narcisismo colectivo
y exhibicionismo en todo el tratamiento, a partir de la idea de que cada uno de
los miembros de ese grupo (sobre todo los tres varones), era excepcional y
merecía por lo tanto trascender en la historia de la cultura cinematográfica
colombiana. Queda, al final de cuentas, un documento muy completo sobre ese
grupo generacional.
Ignacio Agüero |
No solo hubo cine en la séptima edición
de Pachamama, Cine de Fronteras, sino también numerosas actividades paralelas: homenajes
(al músico popular Monteirinho, al actor y payaso Luiz Carlos Vasconcelos y al
cineasta chileno Ignacio Agüero), debates, presentaciones de libros, talleres
de capacitación y otras actividades en los barrios.
Silvia Rivera ofreció en la Universidad Federal
del Acre (UFAC) una conferencia sobre su libro más reciente, Sociología de la imagen, que entusiasmó
a su audiencia. En la misma UFAC me invitaron a compartir el escenario con
Pedro Butcher para dialogar sobre “Cine y periodismo” desde nuestras
experiencias personales en la escritura y la crítica cinematográfica.
Silvia Rivera |
Además se presentaron varios libros, como
Inevitavelmente Cinema: Educaçao, Política
e Mafuá de Cezar Migliorin, y Estética
del encierro de Sebastián Morales. Junto a Sebastián y a Silvia Rivera, los
otros bolivianos presentes en el festival éramos Claudio Sánchez y yo.
Al cabo de la semana del Festival
Pachamama uno queda con el sabor de la diferencia, la certeza de que en nuestra
región hay otro cine que no es el que satura las pantallas comerciales con su
sensacionalismo y sus efectos especiales.
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Dios no
ha creado fronteras.
Mi
objetivo es la amistad con el mundo entero.
―Mahatma
Gandhi
(Una versión
corta de este texto se publicó en Página Siete, el domingo 4 de diciembre 2016)