03 enero 2011

Elogio del ombligo

Hay libros que releo sin recordar que ya los leí antes. Estoy en la página 20, o en la mitad de un libro, y recién caigo en cuenta de que ya lo había leído. Sucede con mayor frecuencia cuando son libros que no me han impresionado, que no me habían dejado huella alguna en la memoria. Por ello, de un tiempo a esta parte adquirí la costumbre de escribir, en la última página, la fecha en que termino de leerlos.

Sin contar esos errores de desmemoriado, no soy de los que releen libros, no hay tiempo en la vida para eso.  Salvo la poesía a la que uno puede regresar varias veces porque los buenos versos son como amaneceres luminosos que uno puede regalarse a cualquier hora del día.  Con los ensayos hago excepciones, quizás porque algunos tienen un vuelo poético que estimula.

Una de esas excepciones -que me he reservado con fruición para empezar este nuevo año- es “El ombligo como centro erótico” de Gutierre Tibón, que leí por primera vez hace un par de décadas en la colección de Lecturas Mexicanas editada por el Consejo Nacional de Cultura (CONACULTA) y el Fondo de Cultura Económica (más de 200 títulos publicados, asequibles al precio dos tacos al pastor), y que me produce el mismo placer ayer y hoy.

Este es un ensayo delicioso, escrito por uno de los grandes especialistas en estudios onfálicos, es decir, estudios sobre el ombligo. No es broma, el ombligo es una cosa muy seria, es el centro del cuerpo humano, pero también el referente del centro en muchas culturas. Gutierre Tibón se interesó precisamente por el ombligo cuando se enteró que en Náhuatl, la palabra México significa “el ombligo de la luna”. A partir de allí escribió varios libros que abordan desde la investigación histórica la relación del ombligo con la religión, el arte, y hasta la culinaria. El ombligo, dice, es “la puerta del misterio de nuestro nacimiento que se cierra cuando llegamos al mundo”.

“Estaba lejos de imaginar que el ombligo, además de centro cósmico, geográfico, arquitectónico, psíquico, tuviese también tantas implicaciones sexuales. Mi punto de partida fue un versículo del Cantar de los Cantares; con él se enlazan alusiones del Kama Sutra y de Las mil y una noches. Los  mitos de Onfalia y de la Venus Cipria me abrieron nuevos horizontes; la leyenda boloñesa de Venus y el tortelín me dejó con la sonrisa en los labios; los ritos de Carnac y la umbigada brasileña llamaron mi atención sobre aspectos netamente eróticos”, dice Gutierre Tibón.

Desde “tu ombligo, como cáliz redondo, al que nunca le falta licor”, un verso en el Cantar de los Cantares, hasta la luna como el “ombligo del cielo” en Leopoldo Lugones, la sensualidad ha invadido la poesía y la literatura desde siempre, y este texto de Gutierre Tibón condensa muy bien ese recorrido.  El ombligo unido a la idea del placer más sublimado, más delicado: “Su ombligo podría contener una onza de almizcle, el más suave de los aromas” dice Scherezade en Las mil y una noches. Y en el Kama Sutra se habla de los besos que se dan a las mujeres “en las junturas de los muslos, de los brazos y en el ombligo”.

Y cuando leo esas referencias que rescata Gutierre Tibón de la India, no puedo sino recordar los templos eróticos de Khajuraho, donde centenares de mujeres esculpidas en piedra, todas en diferentes posturas, parecen envueltas en seda y sus ombligos parece que tiemblan cuando uno se acerca.

Hay mucho más en el libro y en la genealogía artística y política del ombligo, como por ejemplo que para el Inca Garcilazo de la Vega, la etimología del Cusco tiene también el mismo significado: “ombligo de la tierra”, es decir, centro del imperio. Y la isla de Pascua, denominada Te pito o te henua por sus habitantes originarios, no quiere decir otra cosa que “el ombligo del mundo”.

Una de las representaciones más atractivas del ombligo, que reafirma la sensualidad no solamente ligada al sexo pero también a otras formas de disfrute, es el ombligo que se come, es decir, la “onfalofagia”.

Gutierre Tibón ha encontrado referencias en la cultura turca sobre unos pastelitos deliciosos que reciben el nombre de “ombligo de mujer”, pero sobre todo nos recuerda que la forma de los tortellini italianos está inspirada en el ombligo de Venus (o de Lucrecia de Borgia, según otras versiones). No es lo mismo, por eso, comerse unos raviolis que unos tortellini. En el primer caso uno come pasta, en el segundo, uno come un símbolo sensual.

Gutierre Tibón se divierte clasificando los ombligos por su forma.  Nos habla del ombligo vertical, como un sexo femenino en miniatura, depilado, que denomina “ojo de gato”; se refiere al ombligo “grano de café” como el de “la actriz de cine yanquiboliviana” Raquel (Tejada) Welch y a otros ombligos que a lo largo de la historia han inspirado a poetas, pintores y fotógrafos.



También yo escribí un breve poema sobre el ombligo en mi libro “Sentímetros” (1990) y lo dediqué -como debía ser- a Gutierre Tibón:


Cuarto creciente
pez entre dos aguas
clave trascendente en la playa astral
nudo desnudo que se anula
orilla ciega, sutura sorprendida
donde la vida termina
para comenzar,
marea pálida y nocturna
al más leve tacto se capturan
todos sus temblores.